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Capítulo XXXIII

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CAPÍTULO XXXIII

Con este anillo

LA CEREMONIA de compromiso se celebró a la mañana siguiente, en la capilla de palacio. Mi padre consideró necesario proceder con rapidez, para que los anuncios se pudieran publicar durante tres domingos consecutivos antes del día de la boda. En ellos se anunciaba nuestro compromiso y se pedían que cualquiera que conociera alguna razón por la que el matrimonio no se pudiera llevar a cabo se presentase y lo comunicara.

Nuestros padres fueron los únicos testigos de la ceremonia. Yo llevaba el vestido blanco que se había confeccionado con motivo de mi diecisiete cumpleaños, y Steldor vestía con su uniforme militar de piel. No habíamos hablado antes de aquel día. Allí, de pie, a su lado, delante del sacerdote de pelo gris, me sentí tremendamente incómoda.

La ceremonia fue breve y consistió en una declaración de intenciones y en un intercambio de anillos. Unimos nuestra mano derecha y el sacerdote, con una voz insoportablemente nasal, le preguntó a Steldor:

—¿Prometéis que tomaréis a esta mujer por esposa si la Santa Iglesia lo acepta?

—Sí, lo haré.

Entonces se dirigió a mí.

—¿Prometéis que tomaréis a este hombre por esposo si la Santa Iglesia lo acepta?

—Sí, lo haré —asentí, rígida, mientras el corazón me latía con fuerza.

—Que esto sea el símbolo de vuestro compromiso —dijo el sacerdote mientras depositaba un anillo en la palma de la mano izquierda de Steldor.

Steldor me soltó de la mano y colocó el anillo de oro en el dedo anular de mi mano derecha. El sacerdote repitió el ritual conmigo, y yo, con bastante torpeza, puse el anillo de oro en el dedo anular de la mano derecha de Steldor.

El cura nos bendijo.

—Ahora sellaréis vuestra promesa con un beso —concluyó.

Steldor dio un paso hacia mí y, colocando una mano bajo mi barbilla, posó brevemente sus labios sobre los míos.

Nuestros padres se acercaron para felicitarnos. Luego, Cannan y mi padre se dirigieron hacia la sala del Trono para hablar del contrato de matrimonio, y mi madre y Faramay se retiraron a la sala de la Reina para empezar a planificar la boda. El sacerdote se fue a la sala de oración, que contenía libros y objetos religiosos; me quedé sola con Steldor, que me dirigió una sonrisa descarada y me atrajo hacia él. Me volvió a besar, pero esta vez con mayor intensidad, y su pasión me pareció casi aterradora.

—El beso de compromiso debería ser un anticipo de lo que está por venir, ¿no creéis? —murmuró cuando nuestros labios se separaron. Me miraba con ojos hambrientos.

Lo empujé por el pecho, pero sus brazos me sujetaban con fuerza.

—No os equivoquéis, Alera. Vos sois la mujer a quien yo he concedido que sea mi esposa.

Me soltó, pero antes de que le respondiera, me tomó de la mano y me condujo por el pasillo hasta la entrada principal.

—Os vendré a buscar esta noche para cenar —anunció, con una sonrisa burlona—. Una pareja de prometidos tiene que pasar tiempo juntos…, para conocerse mejor antes de casarse legalmente.

Se dio la vuelta y salió de palacio, presumiblemente para dirigirse al complejo militar. Me pregunté si a partir de ese momento exigiría que cenara con él cada día. Lamentando mi pérdida de libertad, subí por la escalera principal luchando contra el impulso de desaparecer en las montañas, tal como había hecho Narian.

No tendría que haberme preocupado por el tiempo que pudiera pasar con Steldor durante las semanas previas a la boda. Los cokyrianos habían mantenido sus campamentos al otro lado del río Recorah mientras nos observaban y aguardaban. Cannan había desplegado todas sus tropas, lo cual significaba que Steldor y los otros comandantes de campo también estaban allí. Las ocasiones en que Steldor había regresado de la base militar y había encontrado la oportunidad de cenar conmigo, nuestros padres o los suyos nos hacían de carabina, pues la Iglesia tenía reglas estrictas acerca de las parejas de prometidos.

Además, mis días estuvieron excepcionalmente ocupados. Incluso en tiempos peligrosos como en los que vivíamos, una boda real era un asunto que merecía una gran celebración, y nuestra gente necesitaba algo que les esperanzase. Se prepararon las invitaciones y se enviaron a todos los nobles de Hytanica, los anuncios se redactaron y se publicaron, y la sala de baile y el comedor del Rey fueron adecuadamente preparados y decorados. Por desgracia, a causa de la amenaza de los cokyrianos, no se invitó a la realeza de los reinos vecinos, como exigía el protocolo.

En realidad, fue mi madre la que se encargó de todos los preparativos de la boda. La primera decisión que tuve que tomar fue acerca del diseño del vestido de novia. Llamé a mi madre y a mi hermana para pedirles consejo, puesto que ellas se interesaban por la moda mucho más que yo. Mi hermana y yo no habíamos hablado desde antes de que mi padre hubiera lanzado su ultimátum; deseaba saber por qué ella había accedido a casarse con Steldor en caso de que yo hubiera rechazado esa unión.

Nos reunimos con las costureras en la sala de la Reina, y ellas extendieron grandes trozos de tela sobre el sofá y las sillas. La cabeza me daba vueltas ante todas esas posibilidades que me presentaron. Al cabo de un par de horas, miré a mi madre con expresión suplicante.

—¿No podemos hacerlo sencillo?

Ella me sonrió y me mostró un trozo de una bonita tela de seda de color crema sobre la cual había colocado un tejido de un color dorado profundo.

—Esto sería encantador, y los colores son bonitos y sencillos.

Asentí, pues me alegraba de que, por lo menos, se hubiera tomado una decisión. Cuando el sol empezó a ponerse, me sentía como un acerico. Me habían envuelto por completo con las telas, pero, por lo menos, ya nos habíamos puesto de acuerdo en lo que se refería al diseño del vestido. También habíamos escogido la tela y el estilo del vestido que llevaría Miranna.

Se estaba haciendo tarde, cuando menos para mi madre, que despidió a las costureras y se retiró a sus aposentos. Mi hermana y yo nos encontramos a solas por primera vez y en la habitación se hizo un doloroso silencio.

—No estoy enojada, Mira —dije en tono suave mientras le indicaba el sofá con un gesto—. Quédate conmigo un rato.

Miranna miró hacia la puerta como si deseara escapar, pero vino a sentarse conmigo aunque sin mirarme a los ojos.

—Sólo cuéntamelo. —La animé, cogiéndole las manos—. ¿Cómo te convenció padre para que fueras la segunda de Steldor?

No recibí ninguna respuesta, así que lo intenté de otro modo.

—Pensaba que preferías a otro joven, uno que se llama Temerson.

Me alegró ver que mi hermana sonreía ligeramente un momento, aunque inmediatamente adoptó una expresión de arrepentimiento.

—Yo no soy como tú, Alera —dijo, mirándome a los ojos por fin—. No puedo oponerme a padre como tú, y no tengo una opinión formada sobre muchos temas. Además, no siento lo mismo que tú por Steldor. Sé que no siempre es un caballero, pero eso forma parte de su encanto. Y estoy de acuerdo con padre en que será un buen rey. —Volvió a apartar los ojos de mí—. Puesto que él insistía en que Steldor debía acceder al trono, pensé que eso te daría a ti una alternativa, si de verdad no podías soportar convertirte en su esposa. Lo siento mucho si empeoré tu situación.

—Tomaste la decisión que creíste mejor, y eso es todo lo que cualquiera de nosotros puede hacer. No quiero que esto se interponga entre nosotras. Además, recordarás que te lo ofrecí durante mi fiesta de cumpleaños, hace casi un año. No puedo culparte por tomarte en serio mis palabras.

—Sí, ¿verdad? —dijo, y su cara se iluminó por fin con una sonrisa.

—Ahora, háblame de Temerson. Creo que se habría sentido terriblemente decepcionado si te hubieras casado con Steldor.

—Sí, ése era el gran inconveniente del plan de papá —contestó Miranna, ruborizándose y mostrando su nerviosismo y su culpa.

Las dos nos reímos, y continuamos hablando agradablemente un buen rato antes de retirarnos a dormir.

Al cabo de unas cuantas sesiones más, mi vestido de boda quedó terminado. Por otro lado, los demás preparativos para la ceremonia también iban según estaba previsto. La última tarea que tuve que acometer era la que más temía. Se me pidió que eligiera una de las habitaciones de invitados del tercer piso para que hiciera las funciones de habitación de la novia; mi madre se encargaría de prepararla. Después de la boda, y mientras se acercaba la ceremonia de coronación, mis padres abandonarían sus aposentos para que Steldor y yo nos trasladáramos a ellos, y las habitaciones del tercer piso se reformarían para adaptarlas a sus necesidades. Mis aposentos quedarían vacíos, a la espera de un heredero. En realidad no me importaba qué habitación prepararan para la noche de bodas, así que el único criterio que utilicé para tomar la decisión fue el de que fuera la habitación más alejada de la que Narian había utilizado.

El último día de abril, diez días antes de mi cumpleaños y de la fecha de la boda, mi madre organizó otra reunión para tomar el té en el palacio con las nobles de mi edad. A diferencia de otras reuniones de ese estilo, ella quería que ésta fuera un evento puramente social y no una oportunidad para evaluar nuestros modales y gestos, lo cual implicaba, en esencia, que tendríamos mucho más tiempo para chismorrear.

Cuando mi madre, Miranna y yo entramos en el comedor del primer piso, nos recibió una conversación muy animada. El tono alto de las voces reflejaba el excitado ánimo de las jóvenes. Cuando empezamos a saludar a todas las invitadas, la charla cesó y sentí todos los ojos clavados en mí, lo cual me confirmó que faltaban pocos minutos para que yo me convirtiera en el tema principal de conversación. Por supuesto, mis ruidosas amigas se apretaron a mi alrededor y se mostraron curiosas para conocer los planes de mi boda; después de todo, yo era la novia. Cuando hubieron obtenido todos los detalles que fui capaz de proporcionar, la charla se desvió hacia los encantos de Steldor, y me di cuenta otra vez de que era la única chica del grupo que no deseaba ser su esposa. Decidí que mis amigas podían hablar de ese tema sin mí, y miré alrededor en busca de mi madre con intención de unirme a ella. Estaba a punto de hacerlo cuando Reveina dijo algo que me detuvo en seco.

—Si fuera yo, me sentiría muy excitada por la noche de bodas —dijo con una expresión soñadora y una mirada perdida—. Lord Steldor me besó una vez, y su contacto me hizo sentir que me fallaban las piernas. Ahora Alera lo tendrá todo para ella sola.

Todas las chicas asintieron, entusiasmadas, con la cabeza.

—Y no cabe duda de que él ha tenido experiencias con otras mujeres —continuó Reveina, que se apartó el pelo oscuro del rostro—. Me han dicho que eso es algo deseable en un esposo, puesto que así él sabrá cómo hacer que las cosas sean cómodas para su mujer.

Varias de las chicas rieron y se ruborizaron al oír ese atrevido comentario, pero yo no dije nada. Hasta ese momento no me había pasado por la cabeza que Steldor podía haber tenido relaciones íntimas con otras mujeres, y esta información hizo aumentar considerablemente mi ansiedad.

—¿Y qué ha pasado con lord Narian? —preguntó Kalem, que normalmente era la más romántica de todas—. Él también es muy guapo, y después de lo que sucedió el otoño pasado durante el torneo, tenía esperanzas de conocerlo.

Las otras chicas asintieron.

—¡La habilidad que demostró durante la exhibición fue asombrosa! —anunció la rubia Noralee, que abrió mucho sus ojos azules en señal de asombro, como era habitual en ella.

—Guapo, fuerte… y misterioso. ¡Definitivamente, una buena segunda opción! —dijo Kalem. Me miró un momento con resentimiento; sus ojos grises quedaban ocultos tras sus oscuras pestañas—. Corre el rumor de que él demostró mucho interés en vos durante un tiempo. ¡De verdad, Alera, no es posible que tengáis a vuestra merced a los dos hombres más intrigantes de todo el reino!

—Si no se hubiera marchado, y os hubieran permitido decidir entre ambos, ¿a quién habríais elegido? —preguntó Reveina, que siempre era la más atrevida.

Todo el mundo quedó en silencio mientras esperaban mi respuesta. Me sentía atrapada. Por suerte, Miranna me salvó de la vergüenza de tener que contestar.

—Narian es el hermano de mi mejor amiga, así que naturalmente Alera y yo lo conocimos bastante, pero eso es todo.

Miré a mi hermana con agradecimiento y añadí:

—Y se marchó porque echaba de menos las montañas y quería pasar un tiempo en ellas.

Antes de que las chicas pudieran insistir en el asunto, Miranna puso punto final a la conversación.

—Vamos, hermana. Madre se está preparando para ir a sentarse y desea que nos reunamos con ella. —Me tomó de la mano y me apartó del grupo tras despedirse de nuestras amigas—. Deberíais ir a sentaros. Probablemente, ésta será la última oportunidad de practicar nuestros modales antes de la boda.

Caminé al lado de Miranna, con un estado de ánimo bajo. Los comentarios de mis amigas habían hecho que afloraran de nuevo todos los miedos. ¿Dónde estaba Narian? ¿Por qué se había marchado? ¿Y qué esperaría Steldor de su prometida? Sabía, aunque Steldor no fuera consciente de ello, que no podía entregar mi corazón, pues éste pertenecía a Narian. Permanecí en silencio mientras servían el té con la intención de marcharme tan pronto como me fuera posible, pues la angustia por la desaparición de Narian había vuelto a aparecer. El vacío que sentía dentro era un dolor físico, y deseaba escapar de él, y la única escapatoria era irse a dormir. Me sentía como si viviera en un infierno, pues no podía hacer volver el pasado ni podía aceptar el futuro: estaba condenada a vivir cada día con esfuerzo.

La noche antes de mi boda llovió. Mi madre me dijo que era un buen presagio, pues eso limpiaba las heridas y los agravios del pasado y permitía un nuevo comienzo. La mañana de la boda fue, por supuesto, fresca y clara, y prometía una tarde cálida. Ella misma ordenó que me llevaran un desayuno especial de boda a mis aposentos, pero sólo comí un poco, pues tenía el estómago demasiado retorcido para comer. Luego me bañé en un agua perfumada y dejé que Sahdienne me cepillara el largo cabello.

Miranna, en calidad de ayudante, me ayudó a vestirme para la boda a primera hora de la tarde. El vestido era del tejido que mi madre había elegido, de seda de un color crema con una fina capa de tejido dorado que caía justo desde debajo del busto. El cuello era redondo, y las mangas, plisadas; el corpiño estaba pespunteado con hilo de oro. La capa dorada me llegaba hasta el suelo e iba atada al vestido por los hombros de tal forma que no ocultaba los encajes dorados de la espalda del vestido. En la cabeza llevaba una sencilla diadema de oro con tres piedras preciosas: un zafiro por la pureza, una esmeralda por la esperanza y un jaspe por el amor. Llevaba el cabello recogido en un moño atado con hilo de oro. En el cuello lucía una sencilla cruz de oro. En la mano izquierda tenía que llevar un pequeño ramo de flores mezcladas con unas hojas que daban buena suerte.

La boda se iba a celebrar en la sala de baile; el banquete, en el comedor del Rey. Luego todos volveríamos a la sala de baile. Mis padres tenían que acompañarme a la ceremonia. Yo debía esperarles en mis aposentos. Mi miedo era cada vez mayor.

La música de los trovadores, así como las risas y los aplausos, me hicieron saber que Steldor estaba llegando. Veía el patio central al otro lado de las puertas del balcón, y lo observé mientras cruzaba las puertas sobre su magnífico semental gris con un mozo que corría al lado de su montura. Ésa era la primera vez que se permitía la entrada de un caballo en palacio, cosa que incrementó mi sensación de que nada era como debía ser.

Steldor cabalgó hasta la mitad del camino que pasaba por entre las lilas y desmontó. Le dio las riendas del caballo al mozo y se dio la vuelta para saludar con la mano a la multitud que lo había seguido por las calles de la ciudad. Continuaba llegando gente, esperando el momento de la ceremonia. Tras realizar los juramentos, se permitiría que el cabeza de cada una de las familias entrara en el patio para recibir, de manos de un guardia de palacio, dos monedas de oro que simbolizaban la unión.

Volví a mirar hacia las puertas y vi que Cannan y Faramay bajaban de un carruaje y empezaban a caminar lentamente por el camino de piedras blancas. Al contrario que yo, que no tenía tíos, tías o primos, pues el único hermano de mi padre había muerto durante la guerra, igual que toda la familia de mi madre, Steldor tenía una familia muy numerosa, con nueve tíos y tías y diecisiete primos.

Me aparté del balcón con tanto pánico que casi no podía respirar. Miranna se acercó a mí y me ofreció una copita de vino.

—Madre ha pensado que esto te calmaría.

Di un sorbo y le devolví la copa.

—¿Quieres sentarte un momento? —me preguntó con expresión de preocupación.

Negué con la cabeza y cerré los ojos, esforzándome por acompasar la respiración.

—Estás fabulosa —continuó, para animarme.

—Tú también estás asombrosa —contesté, tras abrir los ojos para observarla.

El vestido de Miranna era de seda y de un azul claro, de cintura entallada y falda larga. El corpiño estaba forrado con una blonda blanca, y las mangas, acampanadas, casi llegaban al suelo.

Llamaron a la puerta y mi madre entró en la habitación ataviada con un vestido de color azul real pespunteado con hilo de oro. Llevaba el hermoso pelo rubio perfectamente peinado y adornado con la corona real, un aro con diamantes engarzados y adornado con una única cruz en la parte delantera, también con cinco piedras preciosas engarzadas: un zafiro, una esmeralda, un rubí, una amatista y un diamante en el centro.

—Quería saber cómo estabas, antes de que te reunieras con nosotros. —Me dio un abrazo. Luego me miró con sus serenos ojos azules—. Todas las novias están nerviosas el día de la boda, pero tú te casas con un joven excepcional, y todo irá bien.

—Estoy bien, madre —la tranquilicé, aunque no estaba bien en absoluto. Me sentía como un condenado a las galeras en lugar de como la emocionada novia que mi madre imaginaba.

—Los invitados han llegado, igual que el novio, y todo está listo. ¿Necesitas algo antes de que empiece la ceremonia?

—No, estoy bien. —Repetí, pero la voz se me quebró, cosa que me delató.

—Entonces vayamos a la sala a esperar a tu padre.

Al poco rato, oímos un golpe en la puerta y supimos que el Rey había llegado. Entró en la sala, vestido con sus ropas de color azul real y la corona de soberano con las cuatro cruces adornadas con piedras preciosas sobre el cabello gris. Sonreía, inmensamente feliz, se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla.

—Estás espléndida, querida. ¿Estás lista para encontrarte con el novio?

Asentí con la cabeza y pensé, cínicamente, que hubiera sido más adecuado decir que iba a encontrarme con mi condena. Salimos de la sala y recorrimos el pasillo en dirección a la sala de baile. Al llegar, nos detuvimos ante la amplia puerta; mi madre se colocó a mi izquierda; mi padre, a mi derecha. Los dos me tomaron del brazo. Delante de nosotros se extendía una alfombra dorada hasta el altar, al otro extremo de la habitación. Teníamos que caminar hasta la mitad de la sala, siguiendo la pared más cercana, luego giraríamos a la izquierda. Miranna nos seguía.

—¿Vamos? —preguntó mi padre.

Respiré profundamente y asentí con la cabeza.

Avanzamos a paso lento, luego giramos y nos detuvimos. No estaba segura de tener fuerzas para realizar el largo recorrido hasta el altar con baldaquín. Ver a los invitados a la boda, vestidos de ceremonia, que inundaban los bancos a mi izquierda y a mi derecha no me ayudó a tranquilizarme.

Steldor se encontraba a mitad de camino, de cara a mí, y estaba increíblemente guapo con su chaqueta negra de piel repujada, de mangas largas y los faldones cortos de terciopelo de color verde oscuro. Llevaba unas botas altas sobre las mallas negras, y la espada, con el rubí en la empuñadura, colgada de su cadera izquierda. La daga que yo le había regalado por su cumpleaños le colgaba a la derecha.

Faramay, que estaba impresionante con su brillante vestido de color verde claro, permanecía de pie a la izquierda de Steldor, y Cannan, que llevaba una chaqueta de terciopelo de color verde oscuro con bordados de oro, estaba a su derecha. A pesar de mi estado de ánimo, se me ocurrió pensar que era la primera vez que veía al capitán sin el uniforme militar. Galen, con el cabello ceniciento perfectamente peinado, se encontraba detrás de los tres y vestía una chaqueta negra bien cortada.

Sonaron las trompetas y los invitados se pusieron en pie. Mis padres y yo avanzamos hasta que mi padre y Faramay quedaron el uno al lado del otro. El anciano sacerdote avanzó despacio desde el altar y llegó hasta nosotros para formularnos las preguntas necesarias que le debían permitir decidir si Steldor y yo podíamos contraer matrimonio según la ley.

—¿Conocéis algún impedimento que imposibilite vuestro matrimonio legal? —preguntó el sacerdote; el tono nasal de su voz me hizo sentir náuseas.

—No. —Murmuramos Steldor y yo.

—¿Tenéis la edad legal para casaros?

—Sí. —Respondimos los dos.

—¿Qué bendiciones os acompañan?

—Las bendiciones de toda su familia —respondieron nuestros padres al mismo tiempo.

En ese momento, Faramay dio un paso atrás y se colocó a la derecha de Cannan. Mi padre me soltó el brazo y me puso la mano sobre la de Steldor y también se apartó para colocarse al lado de mi madre.

—¿Se han publicado los anuncios? —preguntó en tono monótono.

—Sí, durante tres domingos consecutivos —contestó Steldor.

Entonces el sacerdote hizo la última pregunta, quizá la más importante:

—¿Venís por propia voluntad para ser unidos en matrimonio?

Miré a Steldor, que se había puesto casi imperceptiblemente tenso.

—Sí, vengo por propia voluntad —declaré.

Steldor dijo lo mismo y noté que se relajaba, como si hubiera esperado una respuesta distinta por mi parte.

El sacerdote se aproximó al altar con paso cansado. Steldor y yo nos acercamos, seguidos por nuestros padres, con Miranna y Galen detrás de todos. Cuando llegamos a él, mis padres se colocaron a la izquierda y se sentaron en los tronos que se habían colocado para ellos. Cannan y Faramay fueron a sentarse directamente en unos amplios sillones acolchados. Miranna se puso a mi lado y yo le di mi ramo de flores mientras Galen se colocaba al lado de Steldor.

El sacerdote unió mi mano derecha con la de mi prometido y nos pusimos el uno frente al otro. Entonces empezaron los juramentos.

—¿Aceptas a esta mujer por esposa? —preguntó el sacerdote.

—Te recibo como una parte de mí, para que te conviertas en mi esposa, y yo, en tu esposo —dijo Steldor mirándome a los ojos—.

Y te prometo la fidelidad de mi cuerpo, y te amaré en la salud y la enfermedad, y no cambiaré ni en lo mejor ni en lo peor hasta el final. —Habló en tono decidido, pues no sentía ninguna indecisión.

Entonces el sacerdote se dirigió a mí:

—¿Aceptas a este hombre por esposo?

Bajé la mirada y respiré profundamente. El corazón me latía con tal fuerza que no estaba segura de oír mi propia voz. Entonces me obligué a mirar a Steldor a los ojos.

—Te recibo como una parte de mí, para que te conviertas en mi esposo, y yo, en tu esposa —dije, y sentí un ligero escalofrío—. Y te prometo la fidelidad de mi cuerpo. Te amaré en la salud y la enfermedad, y no cambiaré ni en lo mejor ni en lo peor hasta el final.

Steldor sonrió cuando terminé de pronunciar esas palabras, y los dos nos giramos hacia el sacerdote, que cogió el anillo de manos de Galen. Después de bendecirlo, se lo dio a Steldor.

El novio apartó su mano derecha de la mía y tomó mi mano izquierda con la palma hacia abajo. Hizo entrar el anillo un poco en el pulgar, en el índice, en el dedo corazón y en el anular, donde lo dejó. Cada vez, hacía una promesa.

—Con este anillo te tomo por esposa; este oro te ofrezco; con mi cuerpo te adoro, y con todas mis posesiones terrenales te doto.

Nos giramos y nos arrodillamos sobre el escalón acolchado, frente al sacerdote, y recibimos la primera confirmación como marido y mujer. El sacerdote nos cubrió con un velo que simbolizaba nuestra unión y nos bendijo; entonces nos pusimos en pie. Steldor apartó el velo, se giró hacia mí y me desató el lazo que sujetaba mi pelo para que mis oscuras trenzas cayeran sobre mi espalda, como señal de su dominio sobre mí. Me acarició los hombros suavemente con la punta de los dedos, me abrazó y me dio un largo beso.

Nuestros invitados lanzaron vítores, y Steldor y yo avanzamos rápidamente hacia el otro extremo de la habitación y del pasillo, hasta el comedor del Rey, donde empezamos a recibir las felicitaciones de nuestros amigos y de nuestras familias. Me alegraba de que la ceremonia hubiera terminado, pero el miedo me inundaba el pecho, pues no tenía ni idea de qué me aguardaba ahora que me había casado con Steldor.

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