Legacy

Legacy


Capítulo VII

Página 10 de 39

CAPÍTULO VII

Ninguna explicación

ESTABA sentada, completamente inmóvil, en el sillón de mi sala. Me sentía demasiado inquieta para hacer nada. Desde que me había ido de la sala del Trono había intentado comer, leer y bordar; sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y no tenía noticias de London, me iba costando más y más concentrarme. Deseaba pensar en cualquier otra cosa que no fuera en lo que estaría pasando en el salón de los Reyes, pero era incapaz. Hacía casi seis horas, y la espera se había hecho insoportable. Quería saber cuál iba a ser el destino de London y, al mismo tiempo, no quería saberlo, por miedo a que cayera un castigo sobre él. No podía evitar sentirme culpable de ello.

Tadark había intentado decir algo unas cuantas veces, pero se lo había pensado mejor cada vez. Quería preguntarme qué era lo que le había dicho a mi padre, qué era tan confidencial que pudieran darle esa información a London y no a él. Aunque había lanzado acusaciones contra London en la biblioteca, sabía que él nunca pensaría en serio que mi primer guardaespaldas, su compañero, pudiera ser acusado de traición.

Me dije a mí misma que a London no lo acusarían de traición. Podría explicarlo todo y volvería a retomar su deber antes de que terminara el día. Continué repitiéndome una y otra vez mentalmente la frase «London no es un traidor» hasta que pareció hueca de contenido, y me sentí avergonzada al darme cuenta de que una parte de mí dudaba que fuera cierta.

No oí que llamaran a la puerta, pero Tadark fue a abrir. Inmediatamente apareció un guardia de elite que conocí a primera vista.

—¡Destari! —exclamé. Me levanté del asiento y avancé un poco hacia él—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Destari me saludó con una inclinación de cabeza y luego tomó una postura menos formal. Era un individuo inusualmente alto y musculoso; a su lado, Cannan parecía bajo, y Tadark, más aniñado. Tenía el cabello negro como el azabache, los ojos negros, la mandíbula bien dibujada y unas cejas gruesas que le daban una expresión intensa e intimidatoria. Pero yo lo conocía desde siempre y no me asustaba en absoluto. Al igual que Tadark y que todos los miembros de la Guardia de Elite, llevaba el uniforme apropiado: un jubón azul, camisa blanca y pantalón negro.

—Me han destinado como segundo guardaespaldas —dijo, con un tono de voz profundo.

Sentí que se me revolvía el estómago.

—¿Dónde está London?

Destari bajó la vista al suelo mientras buscaba la manera de contestar a mi pregunta, pues él y London eran amigos desde la escuela militar y habían entrado en la Guardia de Elite juntos.

—London ha sido relevado de sus deberes.

—¿Qué? —susurré, impactada por la noticia—. ¿Por qué?

—Sabéis por qué —repuso Destari, que dirigió una furtiva mirada a Tadark; parecía indicarme que debía ir con cuidado con lo que decía.

Era evidente que Tadark no era de confianza; no al menos desde el punto de vista de Destari. Por lo que yo sabía de Tadark, no podía culpar al guardia.

—¡Lo que yo he dicho no demuestra nada! —Repuse, imprudentemente, deseando encontrar la manera de cambiar las consecuencias de mis actos.

—London no ha permitido que se dudara de vuestra credibilidad, así que ha admitido conocer la identidad de la mujer cokyriana. También ha reconocido que abandonó vuestros aposentos la noche en que ella escapó, y, por tanto, que abandonó su puesto. Pero no ha dicho nada más. Ni ha confesado ni ha negado que la hubiera ayudado.

—Debo ver a mi padre —anuncié dirigiéndome hacia la puerta. Intenté pasar al lado del guardia sustituto, que se encontraba bloqueando la salida, pero él no se movió.

—¡Destari, apártate ahora mismo! —ordené con toda la autoridad de que fui capaz y alzando el tono de voz.

—Con el debido respeto, princesa Alera, se está haciendo tarde y sería mejor que esperarais a mañana para ver al Rey.

—Con el debido respeto, Destari —contesté, apoyando las manos en las caderas—, apartaos de mi camino.

Tardark, que se había mostrado ausente durante nuestra conversación, no pudo aguantar más.

—Debo decir que estoy de acuerdo con Destari, princesa —empezó, pero lo corté de inmediato.

—¡No tienes palabra en esto, Tadark! ¡Estoy harta de oír tus opiniones!

Tadark calló y adoptó una mirada triste, como la de una mascota herida. Dirigí de nuevo mi ira hacia el guardia.

—A no ser que tengas órdenes de retenerme aquí, órdenes que de todas formas no aceptaría obedecer, te estás extralimitando. ¡Así que apártate!

Señalé en la dirección que quería que se apartara para obligarlo a moverse. Destari admitió la derrota y dio un paso a un lado. Salí al pasillo precipitadamente y los dos guardias me siguieron. Bajé por la escalera principal y empecé sentir que mi ira se transformaba en desesperación al darme cuenta de lo inútil de mi intento.

Entré en el salón de los Reyes después de dejar a Destari y a Tadark en la antesala y encontré a mi padre sentado en el trono, sin guardias. La última luz de la tarde que entraba por las altas ventanas de la pared norte proyectaba largas sombras en las esquinas del salón y daba al ambiente un aire de mal agüero.

—Padre, ¿qué es lo que está pasando? —grité mientras me acercaba a él.

—Alera —dijo él, con cautela—. Cuando envié a Destari contigo, sabía que vendrías.

Mi padre se frotaba la barbilla con una mano y yo permanecí delante de él, de pie. Las arrugas que tenía en la frente lo hacían parecer viejo y ojeroso a pesar de sus cuarenta y nueve años de edad.

—Cannan y yo hemos actuado a partir de lo que nos has contado. Tuvimos que hacer lo que hemos hecho…, no había otra opción.

—¿Qué será de él? —dije, casi atragantándome. Una sensación horrible me atenazaba la boca del estómago.

—Va a pasar una última noche en sus habitaciones, bajo vigilancia. Por la mañana, se le conducirá fuera del complejo del palacio.

—Pero, padre, London no es un traidor. ¡Seguro que tiene una explicación!

—Si la tiene, no la ha compartido con nosotros. No puedo permitir que continúe sirviendo como guardia, y mucho menos como guardia de elite encargado de la protección de la familia real, cuando su lealtad está en cuestión.

—¡Él es leal a Hytanica! —grité, pues no podía soportar la idea de que la lealtad de London perteneciera a ningún otro lugar—. No es un traidor.

—¡Bueno, alguien es un traidor! —repuso mi padre imitando mi tono de voz y entre aspavientos—. ¿Resultaría más fácil acusar a cualquier otro miembro de la Guardia de Elite, a gente a la que conoces de toda la vida? Uno de ellos es culpable de traición. ¿Por qué no podría tratarse de London? —Al ver mi expresión atormentada, mi padre suavizó el tono de voz—: Sé que lo aprecias mucho, pero no puedo correr el riesgo de que nos traicionen de nuevo.

—Sé que existe un buen motivo que explique su comportamiento —supliqué—. Es sólo que todavía no nos lo ha contado.

—Si no es capaz de explicar sus acciones ante su rey o su capitán —puntualizó mi padre con frialdad—, entonces, ¿ante quién lo hará?

Me sentí abatida. Me senté en el escalón del estrado. Aunque lo que decía era algo evidente, me resistía a admitirlo. Si London no explicaba sus acciones ante su rey, no lo haría ante nadie más.

—Quiero verlo otra vez, padre —dije, finalmente, notando un dolor sordo en el pecho, justo en el lugar en que antes se había encontrado mi corazón—. Necesito despedirme.

Sabía que ésa quizá fuera la última oportunidad que tendría de ver a London. Me habían prohibido salir del palacio, y a London le prohibirían entrar en él. No sabía cuánto tiempo podría durar esa situación; de hecho, aunque tuviera la oportunidad de verlo o hablar con él más adelante, quizás él no deseara hacerlo. Había arruinado toda su vida y no lo culparía si decidía no perdonarme.

—Muy bien. —Accedió mi padre con una expresión, ahora, más comprensiva—. Haré que lo lleven a tu sala por la mañana, antes de que se lo lleven de palacio.

—Gracias —murmuré.

Me levanté e hice una reverencia. Salí de la sala del Trono y volví a mis aposentos. Debía controlarme y ordenar mis ideas antes de enfrentarme a London.

Al día siguiente me desperté temprano y me senté en el sofá de mi sala para esperar la llegada de London. Sabía que lo llevarían a mis aposentos en cuanto saliera el sol, y no podía arriesgarme a quedarme dormida y perder la oportunidad de verlo. Destari y Tadark me acompañaban en silencio: Tadark, de pie, al lado de la chimenea; Destari, sombrío y pensativo, al lado de la puerta del pasillo.

Había muchas cosas que deseaba decirle a London, pero no habría mucho tiempo, así que no estaba segura de cómo decirlas. No sabía qué estado de ánimo tendría él, ni si desearía escucharme. Pero tenía que intentarlo.

Llamaron a la puerta y yo me puse en pie inmediatamente mientras Destari iba a abrir. London entró acompañado por un guardia de palacio que era casi tan alto como Destari y dos veces más corpulento. Era obvio que Cannan había pensado que hacía falta alguien con un físico importante para controlar a London. Aunque eso hubiera sido cierto en el caso de que él fuera a resistirse, en la situación actual resultaba totalmente innecesario.

—¡London! —exclamé, como si hubiera podido tener alguna duda de quién iba a aparecer por la puerta—. ¡Tenía miedo de que no vinieras!

—Si hubiera podido elegir, princesa, no lo habría hecho —repuso en tono amargo.

Me sentí consternada por su actitud, aunque no tenía derecho a esperar que me saludara con afecto. Miré a mi alrededor y vi que Tadark estaba irritado: tenía las mejillas casi tan rojas como mi mobiliario color burdeos y apretaba los puños con fuerza. Aunque parecía que su enojo tenía que ver con la manera en que London me había hablado, sabía que se debía al hecho de que había estado soportando sus ocurrencias durante semanas.

En cuanto al guardia que acompañaba a London, no parecía que le importara lo que aquel hombre pudiera decir ni cómo pudiera dirigirse a mí, la princesa de Hytanica; era probable que tuviera la cabeza tan dura como la musculatura de sus brazos. Destari, que se había colocado al lado de su amigo, parecía incómodo, aunque no se mostraba ni sorprendido ni molesto, como Tadark. Nadie dijo nada, a pesar de todo, y yo tardé unos momentos en recuperarme del dolor que me producían la dureza y la formalidad de London.

—Dejadnos, por favor —dije a los tres guardias. Sabía que cualquier cosa que London pudiera decirme estaría justificada, y no quería que nadie se pusiera de mi parte. Necesitaba hablar con él a solas.

Tadark fue, evidentemente, el primero en dar su opinión:

—¡No os voy a dejar a solas con este criminal!

Se irguió completamente, mostrando su poco imponente altura e hinchando el pecho en un vano intento de mostrarse amenazador, pero se encogió de inmediato al cruzar la mirada con la de London.

—Oh, cállate, Tadark. —Gruñó Destari mientras llevaba una mano hasta el hombro de su amigo, como si quisiera retenerlo.

Tadark farfulló algo incomprensible y Destari hizo una señal hacia la puerta con la cabeza.

—Vamos fuera.

Tadark vaciló, pero luego atravesó la habitación y pasó encogiéndose entre los otros dos guardias, mayores que él, para salir al pasillo. No se atrevía a contradecir al capitán segundo.

—Tomaos el tiempo que necesitéis —dijo Destari, que inclinó ligeramente la cabeza a modo de saludo—. Yo entretendré a Tadark.

Asentí, y Destari apartó la mano del hombro de London y le dio un ligero golpecito en el brazo al guardia que acompañaba a London para recordarle que debía ir con él. Salieron de la habitación. Me giré hacia London. Él no dijo nada, pero se cruzó de brazos y se apoyó en la pared, como siempre, aunque esta vez adoptó una postura rígida que no era habitual en él.

—Debes de estar enojado conmigo —empecé, y di dos pasos hacia él. No sabía adónde podía conducirnos esta conversación.

—¿Y por qué debería estar enojado con vos, princesa? —repuso con frialdad.

—No tienes que dirigirte a mí de modo tan formal —balbuceé. La manera en que decía «princesa» lo hacía parecer distante, y eso aumentaba mi desesperación.

—No sé de qué habláis, alteza. Os hablo de la misma forma en que todos vuestros súbditos os hablan. Eso es lo que soy ahora, ya lo sabéis.

—London, basta. —Insistí, sintiendo la mordedura de la culpa en el pecho.

—Como mi señora ordene —se burló, como si aceptara hacer lo que le pedía.

—Por favor, London.

—No estoy seguro de qué es lo que deseáis de mí, princesa.

—London, no lo hagas —imploré finalmente dando una patada en el suelo. Noté que los ojos se me llenaban de lágrimas—. ¡Hice lo que me pareció mejor, y tú estás furioso conmigo! ¡Grítame! ¡Dime que soy una idiota y que lo he liado todo y que no debería haberlo hecho! ¡Pero no te quedes ahí como si no hubiera pasado nada!

Se hizo un silencio en la sala que parecía que no iba a terminar nunca. Luego London se incorporó y se alejó de la pared, apretando la mandíbula para controlar el enojo; me aparté de él. Sus ojos color índigo tenían una expresión dura y todo él emanaba una frialdad que me dejaba sin respiración. Por fin habló, pero sus palabras fueron cortantes como un cuchillo.

—Esto me resulta interesante: es mi vida la que se ha arruinado y, a pesar de ello, vuestra actitud sugiere que sois vos quien sufrís. Quizá no estéis del todo convencida de que lo que hicisteis fuera necesario.

—Hice lo que me pareció mejor. —Repetí, temblando, pues London acababa de plantear la pregunta que me había estado haciendo desde que había hablado con mi padre: ¿había obrado correctamente? En ese momento, mi decisión me pareció justificada, pero ahora, al ver las consecuencias, ya nada estaba claro—. Si me equivoqué en mis sospechas, deberías haberte explicado ante mi padre y ante Cannan.

—No seáis idiota, Alera —repuso London, cortante—. No había forma de defenderme del hecho de haberos dejado sola incumpliendo las órdenes. Tuviera la explicación que tuviera, eso era inexcusable.

—Hubieras podido decirles la verdad —dije yo con audacia.

—Les dije lo que podía decirles.

—¿Y eso qué significa? ¡Te consideran un traidor, London! No es posible que la verdad sea peor que eso.

—Quizá lo sea.

Me sentía más angustiada a cada segundo que pasaba. Nada de lo que decía London tenía sentido.

—¿Qué querías que hiciera? Fui a ver a mi padre porque no se me ocurría ninguna otra alternativa. Si tienes idea de qué hubiera podido hacer para que las cosas no llegaran a este extremo, te suplico que me informes.

—Hubierais podido venir a verme a mí —dijo London, como si eso hubiera sido lo más lógico.

—¡Lo hice! Y no me dijiste nada. ¡De hecho, me mentiste dos veces! ¿Qué querías que pensara?

—Si hubiera sabido lo que pensabais hacer, os hubiera… tranquilizado. —London suspiró con fuerza y el aire le levantó los negros mechones de la cara—. Hubierais tenido que darme esa oportunidad.

—Entonces quizá quieras explicármelo ahora. —Repuse yo sin piedad.

—Lo que yo diga ahora ya no importa. —El tono de voz de London parecía casi triste, pero si me permitía sentir su dolor me derrumbaría. Deseaba que London hablara conmigo.

—Entonces, respóndeme solamente a una pregunta. ¿La ayudaste a escapar?

—Esto no es… —empezó a decir London, pero yo lo interrumpí.

—¿La ayudaste a escapar?

—Vos no sabéis…

—Es una pregunta sencilla, sólo sí o no, y me gustaría que la respondieras. ¿Eres un traidor? ¿La ayudaste a escapar? —Lo miré fijamente, obligándolo en silencio a contestar con sinceridad.

—No soy un traidor —afirmó en voz baja.

Se hizo un silencio tenso y luego continuó. Era evidente que le costaba hablar.

—Cuando se confía de verdad en alguien, se cree en sus palabras y en sus actos, incluso aunque no tengan una explicación. Es evidente que vos no tenéis ese nivel de confianza en mí.

Por un momento sentí que me ahogaba. Lo único que me resultaba más difícil de soportar que el enfado de London era su decepción. Lo miré con expresión suplicante, pero su expresión no cambió.

—Si no queréis nada más de mí, debo marcharme.

Lo despedí, reticente, y salí al pasillo detrás de él. Mientras se alejaba junto al guardia que le habían asignado para llevarlo fuera del palacio, me sentí inundada por una auténtica tristeza en lugar de culpa, arrepentimiento o rebeldía. No sabía cuándo volvería a verlo. Era como si mi corazón quisiera ir tras él. A cada paso que London daba, el corazón me dolía más, como si intentara escapar. Deseé correr detrás de él y, de alguna manera, borrar todo lo que había ocurrido, pero ya era demasiado tarde.

Ir a la siguiente página

Report Page