Legacy

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Capítulo XXXIV

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CAPÍTULO XXXIV

Deseos

LOS REYES se dirigieron hasta la mesa principal que se había dispuesto para nuestras familias recién unidas. Steldor y yo los seguimos. Los demás invitados también tomaron asiento. Esperamos la bendición del sacerdote y la cena empezó. En el banquete se sirvieron varios platos: empezó con una sopa, pan aromatizado a la cerveza y un surtido de quesos acompañado de tortas rellenas de venado especiado y dátiles; luego sirvieron lechón relleno asado, pescado ahumado, cordero y todo tipo de aves asadas con un acompañamiento de col estofada; después siguió un pastel de fruta y vino caliente con especias. Entre los platos se facilitó a los invitados agua con esencia de rosas para que se limpiaran las manos, y todos los platos se acompañaron de vino y cerveza. Los músicos tocaron durante la cena; y cuando se retiraron las mesas, los acróbatas, los malabaristas y los cantantes ofrecieron sus números.

Al finalizar el banquete, Steldor se puso en pie y me ayudó a hacer lo mismo. Me tomó de la mano y me condujo hacia la mesa redonda en que se había depositado la gran bandeja redonda donde los invitados habían dejado los pastelitos que habían traído como obsequio. Había más de seiscientos invitados, así que los montones de pasteles tenían más de un metro de altura. Según la tradición, teníamos que besarnos por encima de los montones sin tirar ninguno de los pasteles para obtener suerte y prosperidad.

Steldor me quitó la capa que me colgaba de los hombros mientras evaluaba la tarea que nos esperaba. Él tenía ventaja, pues era diez centímetros más alto que yo, pero incluso él podía tirar alguno de los pasteles. Nos miramos el uno al otro con gesto burlón, y entonces pedimos unos bancos. Galen colocó el de Steldor, y Miranna, ayudada por Temerson, hizo lo mismo con el mío; entonces subimos encima de ellos y nos miramos por encima de los pasteles. Steldor se frotó las manos y luego las alargó hacia mí, y yo alargué las mías y se las cogí. Sujetándonos el uno al otro, nos inclinamos hacia delante doblándonos por la cintura para no tocar los montones de pasteles. Nuestras cabezas se juntaron y nuestros labios se rozaron ligeramente mientras a nuestro alrededor estallaban risas y vítores, pero inmediatamente nos dimos cuenta de que yo no tenía fuerza suficiente para empujarme hacia atrás e incorporarme. Steldor hizo un gesto con la cabeza para indicarme en qué dirección debíamos caer y, empujándonos mutuamente con las manos, nos inclinamos hacia la derecha. Steldor tiró de mí hacia él al tiempo que saltaba de su banco y, de alguna manera, consiguió cogerme antes de que yo tocara el suelo. A pesar de que el montón de pasteles osciló peligrosamente, no se derrumbó. Reí junto con nuestros eufóricos invitados, disfrutando por primera vez en todo el día. Steldor me ayudó a ponerme en pie y su rostro se iluminó mientras me abrazaba con firmeza.

—¡Bien hecho! —exclamó con ojos encendidos, y me di cuenta de que yo le devolvía la sonrisa.

Steldor volvió a cogerme de la mano y me condujo por entre la multitud para regresar a la sala de baile para continuar con la fiesta. Para entonces, los bancos ya habían sido colocados por todo el perímetro de la habitación; el altar y el resto de los objetos relacionados con la ceremonia habían sido retirados y se habían dispuesto unas mesas con refrigerios contra una de las paredes.

Steldor me condujo hasta la pista de baile y me hizo recordar la última vez que intentamos bailar.

—Recuerda, se supone que soy yo quien te lleva.

Intenté relajarme en sus brazos, pues sabía que era un excelente bailarín; al hacerlo, nuestros movimientos se tornaron más suaves y ágiles. Después de dar unas cuantas vueltas, Steldor me miró con un brillo amoroso en los ojos.

—Confío en que éste sea un signo de sumisión, también en otros aspectos —murmuró, y yo desconfié automáticamente de esas palabras.

Después del segundo baile me di cuenta de que necesitaba descansar, y Steldor me dejó un momento para ir a buscar unas copas de vino. London, aprovechando la ausencia de mi esposo, se aproximó a mí con una sonrisa melancólica.

—Espero que encontréis la felicidad —me deseó con sinceridad—. Pero también echaré de menos vuestra compañía, pues mis deberes ya no me permitirán seguir en palacio.

No había pensado en eso, y me pareció muy inquietante.

—Pero continuaremos siendo amigos, ¿verdad?

—Por supuesto —prometió él, pero en su voz faltaba convicción—. Pensé que quizás os interesaría saber que mañana saldré a buscar a Narian en las montañas. Si lo encuentro, lo traeré de vuelta a Hytanica. Cannan cree que puede sernos tan útil a nosotros como al enemigo.

En ese momento, Steldor regresó y me ofreció una copa de vino mientras miraba a London de reojo. Éste hizo una reverencia y se marchó. No tuve tiempo de pensar en sus palabras, pues los invitados no dejaban de acercarse para desearnos salud y felicidad.

Cuando los invitados empezaron a dispersarse, lord Baelic, tío de Steldor y hermano pequeño de Cannan, se acercó a nosotros. Aunque conocía a su esposa, lady Lania, y a su hija mayor, lady Dahnath, de las reuniones de té que organizaba mi madre, a él no lo conocía. Tampoco sabía gran cosa al respecto, aparte de que tenía el rango de mayor y de que era oficial de la caballería.

Baelic era cinco centímetros más bajo que su hermano y medía un par menos que su sobrino; por lo demás, se parecía muchísimo a Cannan: tenía el cabello tan oscuro que era casi negro, unos ojos marrón oscuro, una mandíbula bien marcada y una constitución musculosa. Pero no tardé mucho en descubrir una evidente diferencia entre los dos hermanos, pues Baelic sonreía mucho y Cannan era más bien serio.

Después de que Steldor nos presentó, Baelic me besó la mano con galantería.

—Felicidades, lord Steldor; princesa Alera, mis condolencias.

Sin hacer caso del quejido de Steldor, su tío, mirándome directamente a los ojos, continuó:

—Si alguna vez necesitáis saber algo que podáis blandir contra él, venid a hablar conmigo. Sé todo aquello que él no ha querido que su padre supiera. —Miró a Steldor con aire alegre y terminó—: Y éste es mi regalo de bodas.

—¿Es de mala educación devolver un regalo? —replicó Steldor.

—Depende del regalo —respondió Baelic con una sonrisa pícara—. No creo que queráis devolver una cosa de tanta calidad como ésta.

Antes de que Steldor contestara, dije:

—Yo no tengo ninguna intención de devolverlo.

—Tu esposa cada vez me gusta más —intervino Baelic con tono de aprobación—. Pero sigo sin comprender qué hace contigo.

Estuve a punto de soltar una carcajada ante el entusiasmo que Baelic mostraba en fastidiar a su sobrino, y me sentí instintivamente atraída por su carácter alegre y atractivo.

Steldor miró a su tío un momento y sonrió, divertido.

—Ella decidió quedarse con un encanto de veintiún años cuando se enteró que todos los viejos tontos de cuarenta y tres años estaban cogidos —replicó.

—Me has ganado, querido sobrino.

—Entonces lo compensaré contratándote como «pesado de la corte», querido tío.

Baelic soltó una carcajada y, tras hacer una profunda reverencia, me dijo:

—Ha sido un placer conoceros. Dejaré a mi incorregible sobrino a vuestro cuidado, y os deseo de todo corazón la mejor de las suertes.

Le dio a Steldor una palmada afectuosa en la espalda y se marchó. Sin duda alguna, de él había heredado mi esposo su encanto innato.

En cuanto Baelic se hubo alejado de mí, apartó a Steldor y empezó a hablar con él. Eso me hizo sentir un poco incómoda, así que fui en busca de mi hermana, pero me encontré con Galen, que caminaba en mi dirección. Supuse que deseaba ir a hablar con su amigo, así que me sentí confundida al ver que, en lugar de ello, se acercaba a mí.

—¿Me concedéis el honor de bailar? —preguntó con una cortés reverencia.

Lo miré con escepticismo un momento y lo rechacé.

—No, prefiero mirar a las demás parejas.

A pesar de que no lo conocía bien, sus gestos y lo poco que le había tratado por sus gestos me hacían pensar que se parecía mucho a Steldor; por tanto, no era fácil que se ganara mi favor.

Él se quedó pensativo un momento y respondió:

—¿«No», no deseáis bailar con nadie, o «no», no queréis bailar conmigo? —No parecía ofendido, sino curioso.

Sabía que decirle la verdad sería de mala educación, así que decidí soltar una mentira, pero él me puso un dedo sobre los labios.

—Vuestra duda es muy elocuente, así que supongo que tampoco deseáis mi compañía. —Inclinó la cabeza y sonrió con expresión de arrepentimiento.

De repente me sentí culpable por haber rechazado su petición, así que lo cogí del brazo en el momento en que él se daba la vuelta para marcharse.

—Por favor. Después de todo, bailar sería agradable.

—Será un honor —dijo con gentileza, y me acompañó a la pista de baile.

Pronto descubrí que Galen, al igual que Steldor, era un excelente bailarín, y me desplacé con elegancia entre sus brazos dejándome guiar por él en medio de las demás parejas.

—¿No ha estado tan mal, verdad? —comentó cuando terminamos y nos alejamos de la pista de baile.

—La verdad es que ha sido muy agradable.

Miré hacia Steldor, que en esos momentos estaba bromeando con Barid, Devant y otros de sus amigos militares. Suspiré, pues no tenía ningún deseo de mezclarme con ese grupo en concreto, y además no confiaba en que mi presencia fuera bien recibida.

—Me complacería que aceptarais mi compañía hasta que aparezca alguien que sea más de vuestro gusto.

No contesté inmediatamente, insegura de cómo debía interpretar ese comentario, pues sus ojos marrones brillaban y sus labios dibujaban una sonrisa burlona.

—Vuestra compañía es de mi gusto, amable señor —le dije con sinceridad.

Pero no tuvimos más tiempo para conversar, pues un grupo de mujeres jóvenes se acercó a nosotros con evidente intención de charlar conmigo.

—Puesto que no suelo ser tan popular entre las señoras como eso —bromeó Galen—, y puesto que mis hermanas se encuentran en esa multitud, os dejaré en sus manos.

Inclinó la cabeza y se marchó para encontrarse con Steldor antes de que mis amigas me rodearan.

Al cabo de poco rato me cansé de la conversación del grupo, pues estaban obsesionadas con comparar el potencial como novios de los hombres de noble cuna que quedaban libres. Vi a mi madre y me disculpé para ir a su encuentro; me sentía profundamente cansada. Mi madre estaba con Faramay, lady Hauna, que era la madre de Galen, y Tiersia, que había salido un tiempo con Galen.

Mientras hablaba con mi madre en voz baja, vi que Steldor miraba en mi dirección varias veces. Ya empezaba a ser tarde, tal como probaban las bandejas que los sirvientes traían hasta las mesas de refrigerio para que nuestros invitados repusieran fuerzas y pudieran continuar la celebración hasta la madrugada.

Steldor se separó de sus amigos y se acercó a mí. Le dedicó una reverencia a la Reina y le dio un beso en la mejilla; luego pasó un brazo por mi cintura.

—Creo que mi esposa está exhausta de tanta celebración; quizá deberíamos retirarnos.

Un escalofrío me recorrió al pensar en lo que iba a venir, y la náusea que había desaparecido después de la ceremonia volvió a atenazarme.

Subí por la escalera principal, hasta el tercer piso; Steldor siguió al anciano sacerdote, que tenía que bendecir el dormitorio de los recién casados. Me sentía como si cada paso lento y metódico que daba para subir la escalera añadiera un clavo a mi ataúd. Cuando nos acercamos a la habitación que yo había elegido, Steldor me llevó hacia otro lado del pasillo y nos acercamos a la habitación que había ocupado Narian. El sacerdote y Steldor entraron, pero yo me quedé en la puerta, confundida y consternada.

—Ésta nos irá mejor —dijo Steldor, que me tomó de la mano. Luego me reprendió en voz baja—: No toleraré fantasmas en mi casa.

Entré en la habitación, nerviosa y humillada, pues Steldor había supuesto que yo no quería entrar en ese espacio. Me detuve a unos pasos de la entrada y observé mi prisión. Por supuesto, la estancia había sido amueblada de nuevo para esa noche. Al otro lado de donde nos encontrábamos había una gran cama con dosel, un cubrecama dorado y muchas almohadas. Los pétalos de flores que habían esparcido por encima de ésta daban fragancia a la habitación. Al lado de la cama había una mesita con una lámpara, una jarra de vino y dos copas. A nuestra izquierda, una gran chimenea ocupaba casi toda la pared, pero no se había encendido ningún fuego en él, pues el día había sido bastante cálido. Habían dispuesto un sofá y varias sillas. Habían traído a la habitación las urnas llenas de flores de la ceremonia y las habían colocado a lo largo de la pared que quedaba inmediatamente a nuestra derecha, lo cual añadía un denso olor al dormitorio.

El sacerdote se había colocado a un lado de la cama y nos llamó para que nos reuniéramos con él. Permanecí con incomodidad al lado de mi esposo mientras el sacerdote nos bendijo a nosotros y a la cama de matrimonio para asegurar nuestra buena fortuna y fertilidad. Cuando hubo terminado la ceremonia, lo acompañé hasta el pasillo.

Cuando el cura se marchó, me quedé en el centro de la habitación mirando a Steldor, dolorosamente consciente de que ahora le pertenecía y de que nadie intercedería si él decidía reclamar sus derechos como marido. Él me observó detenidamente mientras dejaba la chaqueta de piel sobre una de las sillas y se desataba la camisa blanca. Vi que llevaba un colgante con forma de cabeza de lobo sobre el pecho, un amuleto. Steldor se acercó a mí y me besó tomándome el rostro entre las manos. Sentí su aroma, que ya conocía, y él deslizó las manos por mi cuerpo hasta mis caderas. Me puse tan tensa al sentir su contacto que él se apartó de mí.

—Date la vuelta —me indicó—, y te ayudaré a quitarte el traje de novia.

Lo miré en silencio, suplicante, pero no vi ninguna compasión en sus ojos y le di la espalda con renuencia. Empezó a desabrocharme el vestido mientras me besaba con suavidad los hombros y el cuello. Temblé, y él inmediatamente apartó de mí sus manos. Me di la vuelta, sintiendo miedo ante sus intenciones. Allí estaba, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión de frustración en su atractivo rostro.

—¿Qué tengo que hacer contigo? —preguntó—. Nada me gustaría más que dormir contigo esta noche, pero debería ser libremente, no sólo por deber.

Bajé la mirada al suelo, temerosa de responder a su acusación. Steldor volvió a dar un paso hacia mí, me puso una mano en la parte baja de la espalda, y la otra, en la nuca, enredada en mi pelo. Apretó mi cuerpo contra el suyo y me besó con más pasión. Involuntariamente volví a ponerme tensa, y él me soltó y se apartó. Esperé, desconsolada, mientras él se pasaba una mano por el cabello; me miraba con enojo.

—Es nuestra noche de bodas, Alera. Eres lo bastante inteligente para saber qué es lo que se espera.

—Sé qué se espera, pero no me siento lista para someterme, mi señor —le dije, con voz débil. Pensé que la mejor estrategia era utilizar sus propias palabras contra él—. Hace poco me has dicho que estabas dispuesto a tomarte las cosas con tranquilidad. Te imploro que cumplas esa promesa y me des tiempo para sentirme cómoda contigo… físicamente.

Para mi sorpresa, él se rió.

—La verdad es que eres un demonio, ¿sabes? —dijo, casi divertido—. Bien, entonces, te daré un poco de tiempo, pero lo quieras o no, tienes la obligación, como esposa y como reina, de darme un heredero.

Se dio la vuelta y se acercó a la cama. Se quitó la camisa y, a mi pesar, no pude evitar observar su musculosa constitución. Al percibir mi mirada, arqueó una ceja de una forma que me resultó denigrante.

—Dime cuánto tiempo quieres mirar.

Aparté la mirada, de nuevo avergonzada.

—Y como sólo hay una cama, puedes elegir entre venir conmigo o utilizar el sofá —añadió con crueldad.

Me dirigió una última mirada de desdén, apagó la lámpara y se metió entre las sábanas dejándome en la oscuridad, vestida aún con el traje de novia.

Desconcertada, me acerqué a la silla en que él había dejado su chaqueta; la cogí y me dirigí al sofá. La habitación estaba demasiado oscura para encontrar mi camisón, y puesto que no tenía doncella que me ayudara a quitarme la ropa, ya que se esperaba que el novio ayudara a la novia en la noche de bodas, me quedé por un momento sin saber qué hacer. Al final, separé las cintas que Steldor había aflojado y dejé que el vestido cayera al suelo con un ligero susurro. Con la chaqueta de mi esposo a modo de sábana, me tumbé en ropa interior y clavé la mirada en el techo, sabiendo que tenía por delante una larga noche.

Narian apareció en mis sueños: en ellos me rodeaba con sus brazos y me llevaba lejos de toda esa infelicidad. El sueño fue tan dulce y real que noté el contacto de su camisa contra mi mejilla, sentí su olor y vi el amor en sus profundos ojos azules mientras se inclinaba hacia mí para besarme. Me desperté repentinamente y me quedé inmóvil en la oscuridad. Las lágrimas me bajaban por las mejillas; me pregunté dónde estaba y si alguna vez volvería a verlo. Cerré los ojos y estuve segura de que él encontraría la manera de volver conmigo, pues su amor era tan inamovible y constante como el ritmo de mi corazón.

Continuará en Allegiance

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