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Capítulo XIII

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CAPÍTULO XIII

La sala de dignatarios

AL CABO de una semana, mi madre nos llamó a Miranna y a mí a la sala de la Reina, donde ella recibía a las visitas, y donde se encontraba con los miembros de servicio de la casa y planificaba sus funciones reales de Hytanica. No tenía ni idea de qué querría de nosotras, puesto que pocas veces se nos llamaba cuando ella recibía visitas o a los miembros del servicio. También desconocía que hubiera ningún evento planeado que requiriera el toque personal de la Reina y de sus hijas.

Cuando íbamos a la sala de la Reina no se nos hacía esperar como cuando acudíamos a ver a mi padre al salón de los Reyes, así que, simplemente, entramos directamente. La sala de la Reina tenía un tamaño parecido a nuestras salas; estaba amueblada con dos pequeños sofás adornados con brocados de color crema y varios sillones de terciopelo rosa dispuestos en el lado derecho, junto a la gran ventana. Una gran cantidad de ramos de flores lucían en jarrones depositados sobre las mesas o en el suelo y creaban un ambiente fragante y embriagador.

—Ah, bien —dijo nuestra madre, complacida, en cuanto entramos. Estaba sentada ante una mesa que se encontraba a nuestra izquierda y estaba leyendo la correspondencia—. Tenemos que hablar de muchas cosas.

Se puso en pie y nos acompañó a la zona de descanso. Nos instalamos en los sofás: Miranna se sentó al lado de ella y yo elegí un sillón que estaba al lado.

—¿Cómo te encuentras hoy? —preguntó madre mientras ayudaba a Miranna a sentarse más cómodamente entre los cojines.

Miranna se encogió de hombros e hizo una mueca de dolor.

—Estoy mejor, pero no tan bien como me gustaría.

—Lo siento, cariño, pero todavía no comprendo cómo te has podido hacer tanto daño en las costillas sólo por trepar.

Mi hermana y yo nos miramos disimuladamente, pues habíamos acordado que no le contaríamos a nadie la verdadera historia para no condenar a Temerson a un destino terrible que no merecía.

Entonces, como si acabara de recordar algo, nuestra madre se puso en pie y fue a buscar un ramo de rosas amarillas de su mesa.

—Son para ti, cariño. Lord Steldor ha pasado esta mañana por aquí para preguntar por ti y ha dejado estas flores para animarte un poco. —Le dio las flores a Miranna y luego dirigió sus claros ojos azules hacia mí—. ¿Qué tal va el cortejo?

Al ver que yo apartaba la mirada, me dijo:

—Las mujeres desagradables rara vez se convierten en esposas deseables… o en reinas.

La miré con expresión de arrepentimiento, pues pensé que Steldor debía de haberle contado algo sobre mi comportamiento durante el picnic, pero por dentro pensé que utilizar a mi madre para ponerla a su favor era una muestra de su presunción.

—Si una se rinde al destino, la vida puede ser mucho más placentera —añadió en su habitual tono melódico—. Quitarle las espinas a una rosa no modifica su naturaleza, pero sí permite que uno disfrute más fácilmente de su delicado aroma.

Asentí con la cabeza y me pregunté si Steldor también habría hablado con mi padre. Si era así, el Rey me haría saber su opinión de una forma mucho menos delicada, y su decepción ante mí sería mayor.

—Éste es otro motivo por el que os he llamado hoy aquí —continuó mi madre, satisfecha con mi aceptación—. Vuestro padre y yo hemos decidido organizar una reunión en honor del barón Koranis y de la baronesa Alantonya para celebrar el regreso de su hijo, lord Kyenn. Puesto que tú vas a ser reina, Alera, quiero que te encargues de organizarlo todo, aunque bajo mi supervisión. Miranna, por supuesto, te ayudará.

Aunque sabía que, al convertirme en reina, tendría que asumir todas las responsabilidades que ahora soportaba mi madre, no había esperado que me las traspasaran de forma tan abrupta. Ni siquiera sabía por dónde empezar a planificar un evento como ése, y me alegraba de poder disponer de la ayuda de mi hermana.

—La reunión se ha programado para la tercera semana de agosto, lo cual os da un mes para realizar los preparativos necesarios —terminó mi madre, retocándose con cuidado el pelo—. Lo más urgente es confeccionar una lista de invitados y mandar las invitaciones, que tienen que salir a final de la semana.

—¿A quién invitaremos? —Tenía la esperanza de que ella tuviera una lista de nombres preparada para nosotras, pero no era así.

—Eso tienes que decidirlo tú. Recuerda que esta celebración se lleva a cabo para presentar a Kyenn a la aristocracia de Hytanica, así que todas las personas de noble cuna deben ser incluidas. De momento, se está adaptando muy bien a la vida en Hytanica… Cannan lo llevó con su familia la semana pasada y todo va muy bien. Éste es el último paso para devolverle la vida para la que había nacido.

Mi madre continuó dándonos instrucciones sobre qué teníamos que hacer y cuándo. Aquello me pareció una bendición. Tal como le había dicho a Miranna, casarme con el hijo del capitán estaba, para mí, fuera de toda posibilidad. Esa celebración representaba una oportunidad ideal para buscar otro pretendiente, uno a quien mi padre pudiera dar su aprobación y con el cual yo pudiera tener una relación civilizada. A pesar de que, por desgracia, Steldor también asistiría, puesto que Cannan y Faramay eran unos invitados obligados, esperaba ser capaz de evitarle entre los seiscientos nobles que acudirían a la reunión.

Durante las siguientes semanas, Miranna y yo estuvimos extraordinariamente ocupadas y me hice cargo, incluso, de los detalles más nimios. Mi padre no intentó hablar conmigo sobre el picnic, y pensé que quizá ni mi madre ni Steldor habían hablado de la excursión con él. Incluso llegué a pensar que una fiesta en palacio bien organizada contribuiría, de alguna manera, a redimirme ante sus ojos.

Entre mis deberes se encontraba el de seleccionar la comida y la decoración. A pesar de que ese evento no requería una cena formal, sí era necesario pensar en un refrigerio. También había que pensar en la forma de acomodar a los invitados que tendrían que viajar desde lejos para acudir a la fiesta; algunos de ellos se quedarían en palacio; otros, en pensiones de la ciudad. Koranis y su familia, por su parte, no se quedarían en nuestro tercer piso, pues su riqueza les permitía ser propietarios no sólo de una casa en el campo, sino también de una casa en la ciudad.

También tuve que encargarme de organizar la limpieza de la casa, y a toda hora se veía a los sirvientes barrer los suelos, limpiar los rincones de telarañas, pulir la cubertería y preparar gran cantidad de lámparas de aceite, antorchas y velas.

Desde mi punto de vista, lo más aburrido era diseñar el vestido que debía llevar en la fiesta. A Miranna le encantaba elegir telas nuevas y diferentes estilos para vestirse, pero a mí no me interesaba tanto la moda y me parecía un proceso muy monótono.

Naturalmente, cuando terminamos los vestidos, éstos reflejaban nuestros distintos caracteres. Mi vestido era ajustado en el busto y en la cintura, y tenía una falda larga hasta el suelo. Las mangas tenían el mismo corte que el vestido: ajustadas por encima del hombro y acampanadas a partir de él y hasta la muñeca. Era de seda y de color vino, y resultaba agradable a la vista. El vestido pálido de Miranna, por su parte, era divertido y coqueto. La tela era de seda de un brillante color verde y caía, suelto, hasta el suelo. La cintura imperio se destacaba con unas tiras de colores que colgaban sueltas, que ondulaban cuando se movía y que hacían juego con las cintas de su peinado.

La noche de la fiesta, cuando Miranna y yo estuvimos impecablemente vestidas y arregladas, nos dirigimos hacia la sala de Dignatarios, una pequeña habitación adyacente a la sala de baile donde los reyes debían hacer su entrada en primer lugar. Mientras caminábamos hacia allí sentí una sensación de inquietud en el estómago: había organizado esa fiesta y había planificado cada detalle de esa noche; si algo no iba bien, quizá debiera de reconocer que mi padre estaba en lo cierto cuando afirmó que yo no sería una buena reina.

Halias llamó a la puerta de la sala. Cuando un ayudante de palacio la abrió desde dentro, vi que Koranis y su familia ya habían llegado. Como invitados de honor, irían detrás de la familia real cuando hiciéramos la entrada en la sala de baile. Miranna y yo entramos, y Tadark y Halias se marcharon, pues su función era patrullar entre los invitados y estar alerta a cualquier señal de peligro.

—Todos de pie, lady Alera y lady Miranna, princesas de Hytanica —nos anunciaron.

La baronesa Alantonya y sus hijas, que estaban sentadas en el sofá de brocado dorado al otro extremo de la habitación, se pusieron en pie. La baronesa llevaba un vestido de color turquesa con brocados que conferían a sus ojos azules un tono más verdoso, y llevaba el cabello, de un color dorado claro, recogido. El hermoso vestido de color oro pálido de Semari era de un diseño parecido al de su madre, pero con un corte más sencillo y más adecuado para una niña de catorce años. También llevaba el cabello recogido y adornado con unas pequeñas flores de colores pastel, que le daban un aire juguetón. Sus hermanas menores, Charisa, de doce años, y Adalan, de diez, llevaban unos sencillos vestidos azules; el pelo, de un color rubio ceniza, les caía suelto por la espalda.

El barón Koranis se encontraba de pie al lado de los tres escalones que conducían a la doble puerta que se abriría en el momento de entrar en la sala de baile. Llevaba los dedos de las manos cubiertos de anillos y tenía una de ellas introducida dentro de una ostentosa chaqueta de color crema, y de mangas y cuerpo adornados con elegantes bordados dorados. Zayle, de nueve años de edad y rubio como el resto de la familia, que había estado sentado en la plataforma del extremo más alejado de la habitación sobre el cual se encontraban dos sillones enormes, también se puso en pie.

Narian estaba de pie al lado opuesto de la habitación al de su padre y nos miraba con los brazos cruzados sobre el pecho y un hombro apoyado contra la pared; la actitud inquieta de su porte delataba que se encontraba a disgusto en esas circunstancias. Iba elegantemente vestido, con una ajustada chaqueta de color dorado oscuro que se abrochada a un lado, en lugar de en medio, como era habitual en la vestimenta de Hytanica, lo cual sugería que él mismo había decidido el diseño. Solamente sus botas gastadas desentonaban con el resto del vestuario: eran de piel e iban dobladas por debajo de las rodillas; además, el talón era más alto y la suela más gruesa que las de estilo hytanicano.

Sabía que la identidad de Narian había sido confirmada por la marca que tenía en el cuello, pero el azul de sus ojos, su nariz recta y la mandíbula bien dibujada también indicaban que era el hijo del barón. El cabello, grueso y desordenado, era parecido al de su padre, aunque solamente en el color dorado, puesto que Koranis estaba más calvo e iba más repeinado.

Alantonya y sus hijas nos hicieron una reverencia, mientras que Zayle nos dedicó una ligera aunque respetuosa inclinación de cabeza. Narian se apartó de la pared para saludar como hacía su padre, inclinándose desde la cintura con la cabeza gacha en señal de respeto.

—Altezas —dijo Koranis, acercándose para saludarnos—, permitidme que os presente a mi hijo, lord Kyenn.

Hizo un ademán con la mano hacia Narian para que éste se acercara, pero el joven no se movió; parecía estar decidiendo si hacerlo o no. Justo cuando todos empezábamos a extrañarnos, se acercó a nosotros.

—Disculpad a mi padre —dijo, inclinando la cabeza y con los ojos momentáneamente ocultos por el cabello—, me llamo Narian.

Dirigió inmediatamente la atención hacia Koranis y Alantonya, que se encontraba justo detrás de su esposo y se llevó una mano al corazón como si acabara de ocurrir lo que ella había temido.

—Y no estoy bajo tu techo —añadió Narian, devolviéndole la misma mirada dura a su padre. No lo dijo en un tono irrespetuoso, sino como si estuviera constatando un hecho.

Se hizo un silencio que resultó incómodo para todo el mundo, excepto para Narian, que parecía imperturbable a pesar de la expresión ofendida de Koranis.

—Vuestros vestidos son fantásticos —dijo Semari, acercándose al barón—. ¿Son nuevos?

Empezamos a conversar y olvidamos temporalmente el peculiar intercambio que se había producido entre padre e hijo. Al cabo de unos minutos, Koranis, que había recuperado la compostura y el habla, se acercó a Narian, que se había vuelto a apoyar en la pared. Puesto que en ese momento Miranna y Semari habían empezado a hablar entre ellas, pude oír las palabras del barón.

—Esta fiesta es una celebración por tu retorno a Hytanica —dijo Koranis en un tono irrefutable—. Así pues, será tu nombre hytanicano el que utilices hoy, y al que responderás.

Narian le devolvió la mirada sin pestañear, sin aceptar ni contradecir lo que le decía su padre. Me llamaron la atención sus profundos ojos azules: eran penetrantes y precavidos, y no tenían el brillo infantil que todo en él sugería. Aunque era delgado y fuerte, su cuerpo todavía no había madurado y no tenía el físico musculado de Steldor ni de ninguno de los guardaespaldas que nos vigilaban a mi hermana y a mí. Y Koranis superaba físicamente a su hijo, pues era varios centímetros más alto y pesaba el doble que él. Si no fuera por la intensidad de sus ojos y por su expresión inescrutable, habría pasado por un chico hytanicano normal que todavía no había terminado de crecer y que disfrutaba, despreocupado, con sus amigos, cosa que provocaba arrugas de enfado en la frente de sus padres.

Los reyes, que llevaban las capas de color azul real punteadas de hilo de oro, se unieron a nosotros poco después. Iban acompañados por Cannan y sus guardias personales, a pesar de que éstos tomaron posición en el pasillo. Lanek los precedió al entrar en la habitación para hacer las presentaciones habituales.

—Todos en pie… —Hizo una pausa al darse cuenta de que todo el mundo ya se había puesto en pie—. Su alteza, el rey Adrik de Hytanica, y su reina, lady Elissia.

Alantonya y sus hijas volvieron a hacer una reverencia, igual que Miranna y yo, mientras que Koranis y sus hijos se inclinaron con respeto. Como había hecho cuando llegamos mi hermana y yo, el barón dio un paso hacia delante y se dirigió a mis padres.

—Majestad, mi reina. Es un placer presentaros a mi hijo, lord Kyenn.

Pronunció el nombre con un énfasis que mis padres no percibieron y dirigió una mirada de advertencia a Narian. Éste se apartó de la pared y se inclinó con respeto ante los reyes.

—Altezas —murmuró, cuando estuvo ante ellos. A pesar de que hacía un momento había parecido insolente, ahora se mostraba en apariencia intimidado por la importante compañía en que se encontraba.

—Es un placer conoceros finalmente en circunstancias tan propicias. Me temo que nuestros anteriores encuentros han sido un poco menos corteses —dijo mi padre con su alegría típica.

Narian levantó las cejas, lo cual indicaba que el carácter jovial de mi padre no se le había dado a conocer en sus anteriores encuentros.

—Por supuesto, majestad. Me siento honrado de estar aquí —repuso Narian, hablando y comportándose como un caballero. Ahora no había ni rastro de la actitud que había tenido con su padre; no pude dejar de sorprenderme ante esa habilidad camaleónica de ajustar su personalidad al interlocutor con el que se encontraba.

Mi padre sonrió, gratamente impresionado por el comportamiento del joven. La mayoría de los hytanicanos creían que los cokyrianos eran unos ladrones y unos asesinos despiadados, así que no se esperaba que un joven que hubiera sido educado entre ellos pudiera tener unos modales tan respetuosos. A pesar de que mi padre no era víctima fácil de ese tipo de ideas, en parte también creía que los cokyrianos eran insufribles y había esperado menos de Narian.

Por mi parte, compartía esos prejuicios, quizá porque sabía muy poca cosa de Cokyria y del horror de la guerra, pero estaba asombrada ante el hijo de Koranis. A pesar de que no sabíamos nada de su educación, su manera de hablar y sus modales impecables sugerían que había sido bien criado, a pesar de que por su actitud parecía que había tenido una niñez dura. Miré a Cannan, que analizaba a Narian con sus ojos oscuros, y me di cuenta de que él también estaba intentando sacar alguna conclusión acerca del misterioso chico.

Lanek se marchó, pues tenía que informar al Rey de la llegada del resto de los invitados. Mis padres tomaron asiento en la plataforma elevada que había en una esquina de la sala y continuaron conversando con el barón y la baronesa. Semari, Miranna y yo continuamos charlando mientras los niños más pequeños se sentaban en el sofá. Cannan se quedó en la puerta y dirigió toda su atención a Narian, que se había vuelto a apoyar en la pared.

Deseaba hacerle preguntas a Semari sobre su hermano mayor, como aquel día en el mercado. ¿Había cambiado algo ahora que él ya vivía con ellos? ¿Había dicho algo más sobre su pasado? Pero me reprimí porque habría sido de mala educación preguntarle en ese momento, especialmente porque Narian estaba allí cerca.

Al cabo de una media hora, Lanek volvió y el ayudante abrió la puerta para que los guardias de elite que estaban en el pasillo pudieran seguirnos cuando hubiera llegado el momento de entrar en la sala de baile.

—Señor, la nobleza ha llegado y todos esperan, ansiosos, vuestra presencia —informó Lanek con una profunda inclinación.

—Muy bien —dijo mi padre, poniéndose en pie. Hizo un gesto hacia las puertas que había al otro lado de la habitación y añadió—: Es hora de saludar a nuestros invitados.

Mi madre se puso en pie y, después de alisarse el pelo y arreglarse el vestido, se cogió al brazo de mi padre, como hacía siempre que aparecían en público. Bajaron de la plataforma y cruzaron la habitación mientras Cannan abría las puertas que daban a la sala y se apartaba para dejarle paso a Lanek. El hombre, fornido y de baja estatura, subió las escaleras hasta la plataforma y tomó aire para poder hablar en voz bastante alta y que todos lo oyeran.

—Saludamos al Rey, Adrik de Hytanica, y a la Reina, lady Elissia —anunció en voz alta, y cientos de miradas se dirigieron hacia nosotros, y luego hacia el suelo, en señal de respeto, mientras todos hacían una reverencia.

Mis padres avanzaron y Miranna y yo los seguimos, poniéndonos al lado de nuestra madre. Nosotras no éramos anunciadas de manera tan formal como los reyes, pues el evento no era en nuestro honor. No obstante, la gente sabía quiénes éramos y también nos mostraban su respeto.

—Bienvenidos —proclamó mi padre—. En esta ocasión, honramos a una familia que, durante muchos años, ha servido bien a este reino y que, al hacerlo, se ha ganado mi amistad así como la de la Reina y la de mis hijas. Os presento al barón Koranis y a su esposa, la baronesa Alantonya; a sus hijas, lady Semari, lady Charisa y lady Adalan; a su hijo menor, lord Zayle, y al joven cuyo sorprendente regreso ha sido el motivo de esta reunión: el hijo mayor y primogénito, lord Kyenn.

Koranis y su familia se colocaron a la derecha de mi padre mientras éste los presentaba, y los invitados aplaudieron al final del discurso.

Cannan acompañó a mis padres y bajaron por las escaleras que había a un lado de la plataforma; los demás los seguimos, y los guardias que protegían a los reyes cerraron la comitiva por detrás. Se habían dispuesto dos tronos al lado derecho de la plataforma en los cuales mis padres pasarían la mayor parte de la velada para saludar a los invitados y hablar con quienes quisieran tener una audiencia con ellos. También se habían preparado unas sillas para Miranna y para mí en la misma zona, aunque era poco probable que las utilizáramos. A pesar de que mi padre albergara la esperanza, sin duda, de que yo esperara a Steldor, estaba decidida a evitarlo y a mezclarme con los invitados para intentar por todos los medios encontrar otro pretendiente. Narian y su familia también se encontrarían entre la aristocracia, y se presentarían entre ellos de manera menos formal; aunque los más jóvenes irían en busca de sus amigos.

Esa noche se habían preparado dos mesas con refrigerios a ambos lados de la sala, y parte de la zona central estaba destinada a pista de baile. El espacio restante quedaba abierto para que la gente se reuniera y charlara. Puesto que el objetivo de la fiesta era dar la bienvenida a Narian en sociedad, los colores que predominaban en la habitación eran el azul real y el oro de Hytanica.

Empecé a pasear por la enorme sala en busca de lo que mi hermana llamaba «un buen partido». Al cabo de poco tiempo, los jóvenes se aproximaban a mí desde todos los lados de la sala, pues interpretaban mi mirada como una invitación a acercarme. Pero yo, a pesar de que necesitaba encontrar un pretendiente distinto de Steldor que fuera aceptable para mi padre, pronto me cansé de la monotonía de esos encuentros. Parecía que a todos los caballeros con quienes me encontraba les habían enseñado a dirigirse a mí de la misma manera: «Buenas noches, princesa Alera. Estás hermosa esta noche… Últimamente hace un tiempo muy agradable».

Incluso Miranna, que estaba mucho más obsesionada con los chicos que yo, se empezaba a cansar de ese torpe flirteo. Al final encontró la oportunidad de escapar al ver a alguien a quien conocía al otro lado de la sala, junto a una de las mesas con el refrigerio.

—¡Oh, mira! —exclamó, cogiéndome una mano y tirando de mí con emoción—. ¡Ahí está Temerson! Tengo que ir a hablar con él.

Se pellizcó las mejillas para infundirles un poco de color y se arregló los rizos antes de salir corriendo hacia el tímido joven de dieciséis años. El chico, al ver que ella se acercaba, abrió mucho los ojos, como con pánico, y yo me pregunté si él se daba cuenta de que se estaba convirtiendo en la compañía favorita de mi hermana.

Por desgracia para mí, la partida de mi hermana significaba que ahora tendría que enfrentarme a los invitados por mi cuenta. Me dirigí hacia mis padres para descansar un rato de los chicos que me rodeaban y vi a Steldor a medio camino de donde me dirigía. Galen se encontraba, por supuesto, a su lado; los dos estaban rodeados de chicas que reían y se ruborizaban a cada palabra que salía de sus labios. A pesar de que probablemente Steldor estaba jugando con los sentimientos de las chicas para ponerme celosa, me sentía muy satisfecha de esa táctica. No me importaba con quién flirteara mientras se mantuviera lejos de mí.

Miré hacia el gran grupo de gente que rodeaba a mis padres y cambié de opinión: decidí visitar la pista de baile que había al otro lado de la sala. Aunque esa noche no tenía ganas de bailar, me gustaba la música y tenía curiosidad por ver quién cortejaba a quién.

Al acercarme me fijé en los músicos, que parecían estarlo pasando tan bien como los bailarines. Tocaban una gran variedad de instrumentos, entre los cuales había mandolinas, laúdes, varios tipos de flautas dulces y de percusión. Según los instrumentos que usaban, el sonido resultaba hermoso y seductor o rápido y salvaje.

Me coloqué al borde de la pista y sonreí al ver la satisfacción palpable en los rostros de los bailarines, que giraban los unos en brazos de los otros. Mientras las parejas giraban por la abigarrada pista, vi a Miranna y a Temerson. No eran la pareja más refinada de todas, y a veces resultaba difícil saber quién llevaba a quién, pero se reían y sonreían y parecían pasarlo mejor que todos los demás.

Me animé un poco al escuchar la música y empezar a moverme a su ritmo. Pero ese buen humor desapareció en cuanto, al mirar hacia atrás, vi que Steldor se acercaba a mí.

Miré por toda la habitación en busca de un lugar por donde huir, un lugar al que pudiera dirigirme sin que fuera demasiado evidente que quería evitarlo. Me alejé, con la esperanza de que él no se hubiera dado cuenta de que lo había visto. Entonces Steldor tuvo que detenerse ante unos padres que querían presentarle a sus hijas y yo me apresuré hacia la parte trasera de la sala de baile, donde se encontraban las puertas del balcón, abiertas de par en par. Al salir al cálido aire de agosto miré hacia atrás otra vez para confirmar que Steldor no me seguía. Satisfecha al ver que lo había esquivado, me di la vuelta con la esperanza de estar sola. No lo estaba.

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