Legacy

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Capítulo XVI

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CAPÍTULO XVI

Propuestas poco atractivas

—MI SEÑORA, lord Steldor os espera en el jardín.

—Gracias —le dije al guardia de palacio a quien habían mandado a la biblioteca a buscarme.

Me encontraba tumbada y hojeaba un libro mientras dejaba vagar mis pensamientos. Cuando el guardia se alejó a toda prisa, solté un gemido. Sin duda, mis sentimientos estaban escritos en mi rostro. Steldor no era la persona a quien quería ver.

De hecho, solamente había una persona en mi mente. No podía borrar la imagen de Narian acercando el cuchillo a mi piel, ni olvidar el hecho de que él me hubiera podido hacer daño fácilmente antes de que Tadark llegara adonde estábamos nosotros. Narian tenía razón en lo concerniente a mi protección: en un lugar como el de ese día, la única persona que me hubiera podido proteger era yo misma, y ni siquiera tenía la posibilidad de salir corriendo de forma que pudiera coordinar mínimamente mis piernas.

Volví a pensar en cómo me había salvado en el río. Me hubiera podido ahogar, pues mi guardaespaldas estaba demasiado lejos para ayudarme. Pero Narian estuvo allí, de alguna manera había pasado por encima de Tadark y también de Halias, lo cual era aún más impresionante. ¿Cómo se había podido acercar a mí tanto sin que los demás se dieran cuenta? ¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí? ¿Habría revelado su presencia si mi torpeza no lo hubiera hecho necesario? Estas preguntas me atormentaban a pesar de los esfuerzos que hacía por desviar la atención a otra parte.

Tadark no había hecho caso de la actitud introvertida que yo mostraba últimamente. Se sentía demasiado humillado por su propio error al subestimar a Narian como para sacar el tema. Yo también callaba, pues prefería pensar a solas en el misterio que ese joven representaba.

Me puse en pie y me dirigí hacia el jardín para encontrarme con el hombre que se había convertido en mi pesadilla particular. No había visto a Steldor desde la noche de la fiesta en honor a la familia de Narian, y no tenía ganas de verlo. Narian era casi todo lo contrario de Steldor, y puesto que últimamente había pasado un poco de tiempo con Narian, me parecía que, ahora, soportar el ego de Steldor se me haría mucho más difícil de lo habitual.

Caminé por el pasillo sin ninguna prisa por llegar a mi destino. Bajé las escaleras privadas con Tadark al lado. Mi último encuentro con Narian había hecho que mi guardaespaldas reforzara su vigilancia tanto dentro como fuera de palacio. Pero no me acompañaría por el jardín, pues mi padre y Cannan consideraban que Steldor estaba plenamente cualificado para protegerme.

En cuanto salí, vi a Steldor en el camino. Por la ropa que llevaba —jubón de piel negro con unos relieves decorativos en los hombros y en la parte frontal, y una espada— supuse que debía de venir directamente de la base militar. Al acercarme vi que en la mano izquierda llevaba un ramo de flores blancas que inmediatamente identifiqué como pertenecientes al jardín: era evidente que se trataba de un añadido improvisado.

—Hoy estáis especialmente radiante, princesa Alera —dijo, y se inclinó y me besó la mano de la forma habitual. Seguramente esperaba que la fórmula aduladora que utilizaba con otras chicas tuviera un efecto tranquilizador sobre mí. Alargó la mano con que sujetaba el ramo—: Estas flores son insulsas en comparación.

Deseé soltar un bufido, pero lo reprimí y acepté el regalo a regañadientes.

—¿Qué quieres, Steldor? —pregunté sin tacto alguno. No podía olvidar su desagradable actitud de hacía una semana.

—Quizá deberíamos hablar. —Hizo un gesto con la mano indicando el camino.

—Prefiero que no.

Su rostro se ensombreció en cuanto oyó mi negativa; me di cuenta de que sabía lo que yo estaba pensando.

—No me lo estáis poniendo fácil.

—¿Y por qué debería ponéroslo fácil?

—De verdad, Alera —dijo, en tono burlón y profundamente condescendiente—, no es posible que creáis que mis actos durante la celebración en palacio fueron injustificados. Admito que quizá me sobrepasé un poco, pero no podéis decir que mi enojo no tuviera justificación.

—¿Y qué lo justifica, exactamente? —pregunté, apretando la mandíbula. No quería que saliera indemne después de ese comportamiento hacia mí.

—¡Debéis dejar atrás esos juegos infantiles! —me amonestó, pasándose una mano por el pelo oscuro—. Sabéis muy bien que os estoy cortejando. ¿Podíais pensar que yo reaccionaría de otra manera? Que os dejéis ver con otro hombre no cambia el hecho de que nos vamos a casar. Ya es hora de que lo aceptéis y de que empecéis a comportaros de forma adecuada.

Me quedé sin saber que decir, pues era la primera vez que el tema de la boda aparecía en una conversación entre nosotros. Ambos sabíamos de las expectativas que nuestros padres tenían, así que nunca habíamos necesitado hablar del tema. Se daba por entendido, o por lo menos Steldor lo daba por entendido, que en el futuro nos casaríamos. Mi opinión era bien distinta.

—Pues éste no es el tipo de propuesta que había deseado —repuse, dirigiéndole una mirada fulminante.

Él suspiró, frustrado.

—¿Queréis que me arrodille ante vos, Alera? ¿Es eso? Si eso hace que veáis las cosas tal como son, lo haré gustosamente.

—Eso no será necesario, pues solamente conseguiríais ensuciaros las rodillas y oír una respuesta que no os gustaría. —Sin pensar en las consecuencias, añadí—: Creo que sois vos quien tiene que dejar atrás la idea infantil de que todo ha de suceder siempre de la manera adecuada para vos, porque la verdad es que ni las expectativas de mi padre ni las de mi madre y mis hermanas pueden obligarme a casarme con vos. Para que os podáis casar conmigo, lord Steldor, yo deberé decir «sí»…, y ¡no lo voy a hacer!

Blandí el ramo de flores ante su rostro y añadí:

—¡Lo único que siento es que estas flores hayan tenido que morir en vano!

Le tiré el ramo contra el pecho, me di la vuelta y me alejé por el camino con una sonrisa triunfal.

Al entrar en palacio vi que el mismo guardia que me había informado de que Steldor me esperaba estaba hablando con Tadark.

—Alteza —dijo, inclinándose ligeramente—, el capitán de la guardia ha pedido veros, a vos y a vuestro guardaespaldas, en su despacho. Ha dicho que es importante.

Asentí con la cabeza, despedí al guardia e, inmediatamente, me pareció que mi sentimiento de victoria se había convertido en miedo. Cannan nunca me había hecho llamar, y no podía imaginar por qué querría hablar conmigo ahora. ¿Tendría algo que ver con el cortejo de su hijo? ¿Tendría que añadir el nombre de Cannan a la lista, cada vez más numerosa, de personas a las que había decepcionado? A London, a mi padre, a mi madre, a Steldor…

Atravesamos la sala del Rey y entramos en la sala del Trono para dirigirnos hacia el despacho del capitán de la guardia, que estaba al lado de la antesala. En cuanto entramos en la habitación de Cannan, vi a Halias de pie en la parte posterior de la habitación, pero Miranna no se encontraba allí.

El mobiliario del despacho era oscuro e imponente, igual que él. Armas de todo tipo colgaban de las paredes o se exhibían en armarios con puertas de cristal. En la pared había un mapa de Hytanica y, al lado, un mapa donde aparecía el río Recorah entero y donde se veían los reinos vecinos al igual que el nuestro. Al sur se encontraban los reinos de Gourhan y Emotana, al otro lado del río Recorah. Al oeste de nuestro reino se encontraba el lago Resare, alimentado por un afluente del río principal, que marcaba el límite con el reino de Saterad. Sentí un escalofrío involuntario al ver el reino de Cokyria, que se encontraba en las altas tierras desérticas de las montañas Niñeyre, al norte y al este de nuestras fronteras.

Cannan, en su calidad de comandante del Ejército de Hytanica, tenía que ser el hombre más ocupado de todo el reino, puesto que los jefes de las cinco divisiones del Ejército respondían directamente ante él: el mayor que estaba a cargo de la Unidad de Reconocimiento; Kade, en calidad de sargento de armas, que dirigía a la guardia de palacio; el jefe de armas, que dirigía a la guardia de la ciudad; el coronel, que era el jefe de la academia militar; y los diversos comandantes de batallón que dirigían las fuerzas armadas. Además, la Guardia de Elite del Rey, que se encargaba de la defensa de la familia real, también estaba bajo la dirección de Cannan. London, Halias, Destari y los que tenían rango de capitán segundo eran los militares de más alto rango por debajo del capitán de la guardia.

Cannan estaba sentado tras su austero y pesado escritorio de roble, y estudiaba unos pergaminos. Detrás de él y a su izquierda había un armario que tenía la puerta abierta con una gran variedad de armas. Una segunda puerta, que conducía a la sala de la guardia por la escalera principal, permanecía cerrada. Cannan levantó la cabeza en cuanto entré, pero no se levantó.

—Por favor, sentaos, princesa Alera —dijo, haciendo un gesto hacia las sencillas sillas de madera que había delante de su escritorio.

Mientras me sentaba, Tadark se colocó a mi derecha, y Halias, a mi izquierda. Ninguno de ellos se sentaba en el despacho del capitán, a pesar de que había varias sillas libres.

Cannan no perdió el tiempo en charlas de cortesía.

—Tadark ha informado de los sucesos ocurridos durante vuestra visita a la casa de campo del barón Koranis, hace dos días. Me ha informado de que habéis hablado con Narian. ¿Qué clase de conversación tuvisteis?

Me sorprendí ante ese interés, pero decidí responder de todas formas a sus preguntas, aunque me sentía un poco indecisa.

—Hablamos de mis ropas, que él calificó de «poco prácticas».

—Decidme más.

—Dijo que debería ser capaz de protegerme a mí misma, que pensaba que la protección de Tadark era… —miré a mi guardaespaldas, sin decidirme— insuficiente. —El guardia se removió, inquieto, pero permaneció callado—. Me dijo que las mujeres cokyrianas llevan vestido sólo en ocasiones formales y que siempre van armadas.

Cannan reflexionó un momento sobre mis palabras y luego cambió de tema.

—Habladme de la daga. ¿Visteis dónde la llevaba escondida?

—No —dije, sintiendo no poder aportar más información—. Sólo la vi en su mano.

Cannan no pareció decepcionado por mi respuesta.

—¿Se os ocurre algo que pueda ser necesario que yo sepa? —Esas palabras me hicieron sentir la esperanza de que el interrogatorio estuviera a punto de acabar.

Me concentré un momento y recordé una cosa de la que no me había dado cuenta del todo en aquel momento, pero que ahora se me hacía evidente.

—Le dijo una cosa muy extraña a Tadark cuando le ofreció la daga. —Inmediatamente me di cuenta de que al decir eso, estaría contradiciendo la historia que Tadark debía de haber contado acerca de cómo consiguió desarmar a Narian—. Dijo que los cokyrianos nunca van desarmados.

Cannan asintió con la cabeza y le hizo una pregunta a Halias:

—¿Podéis explicar cómo consiguió el chico llegar hasta la princesa sin delatar su presencia?

Halias miró a Tadark y sus ojos azules mostraron un brillo de irritación, pues era evidente que hasta ese momento no había sabido que el guardia más joven había informado al capitán de este detalle del incidente.

—No tengo ninguna explicación, señor —repuso Halias, que adoptó posición de firmes automáticamente—. Pero os puedo asegurar que nuestra vigilancia de la princesa era atenta. Sólo conozco a una persona que hubiera sido capaz de hacer esto, y que debería estar en el puesto que Tadark ocupa ahora.

A esa frase siguió un pesado silencio. Tadark soltó un bufido, ofendido, y Cannan lo fulminó con la mirada. Luego volvió a dirigirse a Halias con expresión inescrutable.

Me sentía aturdida por la afirmación del guardaespaldas. Halias, a diferencia de London, nunca había desafiado a la autoridad. Se limitaba a realizar su trabajo de proteger a mi hermana y, generalmente, se conformaba en confiar en su capitán y en el Rey para que tomaran las decisiones importantes. Ahora, al ver cómo miraba a Cannan, me di cuenta de que Destari y yo no éramos los únicos que todavía confiábamos en London a pesar de las pruebas que había contra él.

Cannan no había apartado la mirada del capitán segundo, y poco a poco me di cuenta de que la afirmación de Halias podía tomarse como una insubordinación. Justo cuando empezaba a temer las posibles consecuencias, el capitán volvió a dirigir su atención hacia mí y dejó pasar el desafío de su subordinado.

—Tuvisteis una conversación con lord Narian en el balcón de palacio durante la celebración del mes pasado —dijo, y yo me sentí interrogada de nuevo—. ¿De qué hablasteis esa vez?

Me removí en la silla, incómoda y sin saber qué clase de información esperaba obtener de mí. Pensé en la noche en que estuve con Narian en el balcón. Nada de lo que habíamos hablado era asunto de Cannan, pero estaba demasiado intimidada para decirle tal cosa. Justo cuando decidía que sería mejor confesarle todo lo que pudiera, recordé que esa noche le había contado a Narian que desaprobaba la actitud de Steldor.

—Bueno… —empecé, intentando encontrar la manera de no dejar bien a las claras mi opinión sobre su hijo—, hablamos sobre la importancia del deber.

Cannan frunció el ceño un momento, como pensando qué podía habernos hecho hablar de ese tema.

—Comprendo. Seguid.

—Me dijo que le desagradaba sentir que no era dueño de su vida. —Miré hacia el suelo y clavé los ojos en mis zapatos.

Si Cannan notó mi incomodidad, supo disimularlo.

—Interesante. ¿Dijo alguna cosa más?

—Sí…, que en algún momento yo tendría que escoger entre cumplir con mi deber o vivir mi vida. —Cannan me fulminó con la mirada, por lo que me apresuré a añadir—: Después de eso, se ofreció a acompañarme dentro. —No continué, pues todo el mundo sabía qué había sucedido a partir de ese momento.

Se hizo un largo silencio mientras Cannan se sumía en sus pensamientos sin hacer caso de cómo pudiera sentirme yo. Me sentía humillada. ¿Le parecían inadecuados al capitán mis encuentros con Narian? Quizá compartía la opinión que Steldor tenía de mi conducta, tal vez también creía que debía de tomarme más en serio mis responsabilidades y dejar de perder el tiempo charlando con chicos de dieciséis años. Empecé a juguetear con las arrugas de mi falda, deseando desesperadamente que terminaran las preguntas. Entonces Cannan volvió a hablar:

—Quiero que volváis a visitar a Narian y a su familia a su casa de campo varias veces durante el mes que viene. Me informaréis de todo lo que os diga sobre Cokyria y de cómo fue criado allí.

Esa inocente petición o, mejor dicho, esa orden directa, me perturbó.

—¿Estáis sugiriendo que espíe para vos? —pregunté con un nudo en el estómago.

—No —contestó, sin inmutarse por mi pregunta—. Sólo quiero que os relacionéis con él y me contéis toda la información que él os ofrezca.

No estaba nada contenta con esa idea.

—No quiero traicionar su confianza —me atreví a decir, aunque sabía que mi intento de persuadir a Cannan sería inútil.

El capitán permaneció en silencio un momento, como si decidiera si tenía que darme una explicación. Al final habló en tono tranquilizador:

—Debéis comprender que Narian os ha contado más acerca de su pasado durante en esos dos breves encuentros que a nosotros en todo este tiempo. Para que podamos confiar en él, necesitamos saber más cosas de su vida en Cokyria. ¿Quién lo crió? ¿Cuál ha sido su formación? ¿Cómo averiguó su verdadera identidad?

Ahora el tono de Cannan se hizo insistente y me miró directamente a los ojos.

—Debemos descubrir todo lo que podamos sobre su pasado. Parece que se muestra muy abierto con vos, y es nuestro deber aprovechar esta situación.

Asentí con la cabeza. Me sentí infantil por haber intentado discutir con él.

Cannan se puso en pie y se apoyó con las manos en la mesa de madera después de apartar los pergaminos a un lado. Luego se dirigió a nosotros tres en un tono que no admitía réplica.

—Nadie, excepto los que nos encontramos en esta habitación y el Rey, conoce este plan, y nadie más debe saber de él. —Dirigiéndose a mí, continuó—: Podéis invitar a la princesa Miranna cuando volváis a visitar a Narian. De hecho, para evitar despertar sospechas, os recomiendo encarecidamente que lo hagáis. Pero ella no debe conocer vuestro verdadero propósito.

Cannan miró a Halias e hizo una pausa para dar más énfasis a lo que acababa de decir.

—Eso es todo —terminó, y se incorporó del todo—. Ahora, os podéis retirar.

Me puse en pie. Tadark y Halias se dieron la vuelta para acompañarme hasta mis aposentos. Había tenido muy poco trato con el capitán de la guardia hasta ese momento, y me sentía impresionada por la gran autoridad que había mostrado, incluso ante un miembro de la familia real. Tenía una confianza en sí mismo muy distinta a la de su hijo: Steldor era engreído, Cannan era contundente. El profundo respeto que me inspiraba me llevó a pensar que tenía que haber sido yo quien se inclinara ante él antes de abandonar su despacho.

A principios de septiembre, mi madre decidió organizar un recital en la sala de música de palacio. Había invitado a doce mujeres de clase noble y a sus madres para que pusieran en común sus habilidades vocales, así como su capacidad con el arpa y la flauta. Miranna, al arpa, iba a ser una de las jóvenes que demostrarían su virtuosismo. Quizá porque creía que ya había sufrido mucha tensión por la fiesta que había tenido que organizar en palacio, mi madre decidió dejarme un tanto al margen.

Me sentía agradecida de que esa reunión tuviera un propósito tan específico, pues así no habría mucho tiempo para chismorreos. Temía las preguntas que pudieran hacerme acerca del altercado que se había producido entre Narian y Steldor diez días antes.

La sala de música se encontraba al lado de la sala de la Reina y tenía una gran ventana que daba al patio éste. En la sala se colocaron dos hileras de bancos que daban la espalda a la ventana y que estaban orientados hacia la zona en que se iban a colocar las intérpretes. Elegí un banco y miré hacia el patio. Me di cuenta de que el verano estaba dando paso rápidamente al otoño, pues las flores empezaban a marchitarse y a morir, y las hojas de los árboles mostraban unos vivos tonos rojizos. Cuando me hube sentado, Reveina, la eterna líder de ojos oscuros, y Kalem, la joven que estaba obsesionada con los chicos, se sentaron conmigo, cada una a un lado.

—Decidnos —dijo Reveina, echándose las largas trenzas a la espalda e inclinándose hacia mí—, ¿qué sucedió exactamente entre lord Steldor y el cokyriano?

—Sí, esa noche estábamos en la sala de baile, pero no vimos la pelea. Hemos oído tantas versiones contradictorias de eso que queríamos que vos nos contarais la verdad —añadió Kalem, cuyo pelo negro contrastaba con sus brillantes ojos grises.

—Se llama lord Narian —dije en tono suave—. Y es hytanicano, no cokyriano.

Ni mi comentario ni mi tono razonable consiguieron amortiguar su curiosidad.

—¿Lo golpeó Steldor? ¿Golpeó él a Steldor? —insistió Reveina—. Hemos oído ambas versiones, y creemos que la primera es correcta, pero la segunda sería tan…

—¿Digna de comentar? —terminé.

—Sí, por supuesto —rió Kalem.

Dirigí la mirada hacia delante, deseando que empezara la función. Miranna era la primera que tenía que actuar, pero como todavía no se encontraba preparada, intenté poner fin a esas especulaciones de la mejor manera que pude.

—No hubo ninguna pelea. Steldor había tomado más cerveza de la debida, y se puso un poco celoso. No quería que yo hablara con Narian, aunque se esperaba de mí que conversara con el invitado de honor. —Hablaba sobre ese incidente con toda la prudencia de que era capaz—. Siento decepcionaros, pero nadie golpeó a nadie.

Los rostros de las jóvenes se ensombrecieron y adoptaron una expresión de hacer pucheros, como si hubieran espera do que yo convirtiera ese suceso en una buena historia. Antes de que ellas pudieran decir nada, se oyeron las primeras notas del arpa y el solo de Miranna me salvó.

El recital duró dos horas y durante él las cantantes se alternaron con las instrumentistas. Justo antes de la actuación de la última de las vocalistas, me excusé y salí de la sala para no tener que enfrentarme a más preguntas. Sabía que a mi madre le parecería que mi comportamiento era grosero y que luego me reñiría, pero ése era un precio que estaba dispuesta a pagar.

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