Legacy

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Capítulo XIX

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CAPÍTULO XIX

Todo se ve y todo se dice

NOS QUEDAMOS un poco más en casa de Koranis antes de emprender el camino de regreso, que, para mí, fue enormemente incómodo, pues el traqueteo de la calesa no mejoró en nada mi condición física. Miranna me miraba con expresión interrogadora, pero no se atrevió a preguntar nada a causa de la proximidad de nuestros guardaespaldas y a que nuestro chófer era un guardia de palacio. Cuando llegamos, me retiré a mis aposentos, agotada, y le dije a Sahdienne que me preparara un baño. Me encontraba sumergida en el agua caliente cuando oí que llamaban a la puerta de mis aposentos.

Hubiera mandado a mi doncella a abrir, pero la había despedido después de que preparara el baño, y Tadark ya no estaba de servicio, pues no tenía planes de ir a ninguna parte ese día. Esperé, con la esperanza de que la visita se cansara y se fuera, pero volvieron a llamar a la puerta con insistencia. Me puse el camisón apresuradamente y fui a abrir yo misma, segura de sabre a quién encontraría al otro lado de la puerta.

Miranna entró en la sala, me tomó de la mano y me arrastró hasta el dormitorio. Se sentó en la cama y yo hice lo mismo, pero con mayor dificultad: todavía me dolían los músculos. Pero sabía perfectamente de qué quería hablar mi hermana.

—Bueno, dime qué has estado haciendo de verdad hoy —dijo, sonriendo.

—Probablemente no me creerías si te lo dijera —contesté, sonriendo.

—Inténtalo.

—De acuerdo. He recibido mi primera lección de montar a caballo.

Miranna reprimió una exclamación y me miró con los ojos muy abiertos.

—Vaya, eso sí que no me lo esperaba.

—Yo tampoco.

Ella sonrió con expresión traviesa. Era evidente que tenía la cabeza llena de ideas románticas.

—Bueno, ¿y lord Narian es un buen profesor?

Me sonrojé al recordar el inexplicable placer que había sentido al notar a Narian sentado detrás de mí encima del caballo.

—¿Puedo pensar que has disfrutado de tu lección? —preguntó en tono burlón al ver la expresión de mi rostro.

En un intento de no seguir avergonzándome, dije:

—No se parece a nada que haya experimentado hasta ahora.

—Parece que a Steldor le ha salido un competidor.

Inmediatamente, la expresión de Miranna se ensombreció, pues sabía que Steldor no era un buen tema de conversación, pero ya no podía retirar sus palabras.

—Con o sin competidores, Steldor no tiene ninguna posibilidad de ganarse mi afecto —declaré, irritada; mi desagrado hacia ese joven se manifestó de forma irrefrenable.

—¿Has hablado con él desde que…, desde que estuvimos en el jardín?

—No, y tampoco tengo ningún deseo de hablar con él. Prefiero mantener las distancias.

La expresión de Miranna se ensombreció todavía más y mi hermana bajó la mirada hasta el cubrecama de color crema. Entonces me di cuenta de que se consideraba responsable en parte de mis sentimientos negativos hacia Steldor, y de que seguramente pensaba que se había interpuesto entre nosotros. Inmediatamente me arrepentí de lo que había dicho, no por mí, sino por ella.

—Mis objeciones hacia Steldor empezaron mucho antes del incidente en el jardín. Tú no eres responsable de mis sentimientos hacia él —le dije con amabilidad.

Ella levantó la cabeza y se dio unos golpecitos en los muslos, lo cual fue suficiente para volver a animarse.

—¿Y tienes alguna objeción hacia Narian? —dijo.

Repasé mentalmente los motivos por los cuales Narian no podía ser mi pretendiente: era demasiado joven, a pesar de que la juventud de su rostro se veía desmentido por la seguridad de su porte. No comprendía qué clase de educación podía hacer que alguien se comportara de forma tan fuera de lo común respecto a su edad. Y además debía de tener en cuenta que casi no sabíamos nada de su pasado. Me costaba depositar mi confianza en alguien de quien se sabía tan poca cosa.

Pero ese día había visto una faceta distinta de Narian. Por un momento lo había visto como alguien con quien yo me podía relacionar, quizá como alguien que podía ser un amigo. Pero ese matiz había desaparecido con la misma rapidez con que había aparecido. Suspiré, pues no sabía cuál era la mejor manera de expresar lo que pensaba.

—No sé cómo me siento cuando estoy con él. Narian no permite que vea quién es realmente. Siempre está tan serio, frío y distante. Hoy ha sido el primer día en que se ha relajado de verdad, pero ha sido sólo un momento.

—¿Qué ha pasado hoy? —preguntó Miranna, y me di cuenta de que no le había contado nada de la visita de ese día.

—Me caí del caballo —dije, sabiendo que no había forma de contarlo que fuera digna—. Y él se rió.

Por algún motivo, no quería contarle a Miranna que Narian había estado encima del caballo conmigo y que, en realidad, había sido él quien me había tirado.

—¿No te has hecho daño, verdad?

—No, sólo en el orgullo. Pero en ese momento, Narian parecía tan abierto… Nunca lo había visto de esa forma. No pude evitar sentir algo por él.

—¿Sentir qué? —preguntó Miranna, ahora verdaderamente curiosa y sin pensar en nada romántico.

—No lo sé. —Repuse, pero la verdad me corroía—. Es todo tan confuso.

Mi hermana volvió a adoptar su tono malicioso:

—¿Hay algún otro joven que te resulte igual de confuso?

—No, en eso es único.

Ella sonrió con dulzura.

—¿Qué? —pregunté, irritada ante esa sonrisa, que sugería que sabía más que yo.

—Nunca te había oído hablar de nadie de esta manera —dijo riendo, y yo no pude contradecirla—. Será mejor que lo aceptes, Alera. Tienes otro pretendiente.

Antes de que pudiera decir nada, Miranna saltó de la cama y me deseó buenas noches en tono alegre antes de salir de la habitación. Al cabo de un momento oí que salía de mis aposentos y que cerraba ruidosamente la puerta de la sala, para dejarme sola con mis confusos pensamientos.

A la mañana siguiente, Tadark se presentó con un mensaje que decía que teníamos que presentarnos en el despacho del capitán de la guardia. Sabía que Cannan exigiría que le hablara de mis visitas a Narian. Mientras recorríamos los pasillos pensé frenéticamente en qué detalles podía referirle. No quería contar la mayoría de las cosas que le había confesado a Miranna, pues la información era, o bien demasiado personal, o bien censurable.

Llegamos a la oficina de Cannan mucho antes de lo que yo hubiera querido, pues todavía tenía la cabeza hecha un lío. La última vez que había estado en esa oficina me había sentido como si hubiera estado en un interrogatorio, y no tenía ganas de pasar por otra ronda de preguntas. Pero esas preocupaciones desaparecieron en cuanto vi que Destari se encontraba en la oficina de Cannan, al lado de su escritorio. Puesto que él no había estado allí en ninguna de mis visitas, no creía que el capitán quisiera hablar de Narian.

Cannan me invitó a sentarme en la misma silla que había ocupado durante mi anterior visita. Sentí una punzada de intranquilidad. Tadark no entró conmigo en la habitación, sino que se quedó en la puerta, como si no le permitieran cruzar el umbral.

—Podéis iros, teniente —dijo el capitán.

Tadark se marchó.

Al ver que yo fruncía el ceño, Cannan dirigió su atención hacia mí.

—Destari va a reemplazar a Tadark como vuestro guardaespaldas. ¿Entiendo que es un cambio satisfactorio?

Asentí con la cabeza, pero no pude evitar mi curiosidad.

—¿Por qué se sustituye a Tadark?

Era consciente de que habría problemas si el teniente llevaba a cabo su amenaza de poner punto y final a mis «lecciones», pero nunca había pensado seriamente que sería despedido de su puesto por eso.

—Él pidió que lo cambiaran. Me informé de que han surgido conflictos personales que ponían en peligro su capacidad de protegeros.

Sentí que me hundía en la dura silla; el pulso se me aceleró dolorosamente. Tadark había hablado con su capitán. ¿Cuánto sabía Cannan, realmente? ¿Sabía lo que Narian me había estado enseñando? Y si retenía esa información, ¿me pillarían mintiendo al capitán de la guardia?

Noté un nudo en la garganta, pero no dije nada, con la esperanza de que ni Cannan ni Destari se dieran cuenta de lo alterada que estaba. Por suerte, el capitán no me hizo esperar mucho.

—Habéis estado en la casa de campo de Koranis varias veces durante las últimas semanas —continuó con su habitual tono expeditivo—. ¿Qué podéis contarme?

Retrasé la respuesta todo lo que pude, a pesar de que sabía que me arriesgaba a una reprimenda. Finalmente dije:

—Narian no dice gran cosa, especialmente sobre Cokyria. He averiguado muy poco.

—Os he preguntado qué habéis aprendido, no cuánto habéis aprendido. Yo decidiré la importancia de la información por mí mismo.

No estaba enojado…, simplemente no permitía que nadie le diera largas. Estaba claro que tendría que decirle algo.

—Narian habló un poco de su formación militar —informé, jugueteando con los dedos de la mano, nerviosa—. Me dijo que empezó su entrenamiento a la edad de seis años.

El capitán no dijo nada. Había esperado alguna reacción por su parte, pero su expresión severa me decía que sabía que había más información. Me sentí desfallecer ante su indiscutible poder, que parecía crecer por el aspecto intimidatorio que le conferían su cabello oscuro y sus ojos.

—No sé qué clase de entrenamiento fue —continué, esperando poder satisfacer a Cannan sin decir demasiado—. Pero me dio la impresión de que no lo mandaron a una escuela, por lo menos no en ese momento. Habló de un profesor, pero no era su padre cokyriano. También hizo referencia a la mujer que lo crió, pero no la llamó madre. —Mientras revelaba esa información, me vino a la mente otra cosa—: De hecho, nunca ha mencionado la presencia de una madre, de un padre ni de una familia en Cokyria.

Cannan asintió con la cabeza. Al ver que no decía nada más, se puso en pie para despedirme.

—Muy bien, entonces. No volveréis a encontraros con Narian de la forma en que lo habéis hecho estas semanas, aunque se os permitirá hacer unas visitas más convencionales.

Me quedé sin palabras por un momento. No había duda de que Tadark se lo había contado todo a su capitán. Pero mi reacción no se debía solamente al hecho de que Tadark hubiera hablado. En verdad era más a causa de la desaprobación de Cannan. Que no le hubiera parecido necesario hablar explícitamente de mis poco ortodoxas visitas hizo que albergara esperanzas de que también considerara innecesario informar a mi padre de ellas. Simplemente intentaba dejar claro que nada se escapaba a su control.

—Gracias —dije con humildad mientras me ponía en pie; sabía que Cannan comprendería a qué me refería exactamente.

Esa misma tarde, Miranna vino a verme en un estado de excitación mal disimulado. Entró corriendo en la sala del té, donde me encontraba sentada ante la ventana, calentándome las manos con una taza de té y mirando cómo caía la lluvia sobre el patio oeste con un estado de ánimo adecuado para ese tiempo.

—¡Hemos recibido una invitación para la fiesta de cumpleaños de Semari! ¡Y faltan sólo dos semanas! —anunció Miranna, que alargó un trozo de pergamino hacia mí.

Mi reacción fue tan entusiasta como la de ella, pero por un motivo muy diferente. Me sentía más decepcionada de lo que quería admitir por el hecho de que mis encuentros con Narian hubieran terminado. A pesar de que se me permitía hacer una visita de vez en cuando, Cannan me había quitado la única justificación que tenía para ir a ver al único joven que no suscitaría dudas en mi padre. Por no mencionar el hecho de que tendría que manejar la presencia mucho más enérgica de Destari. Sabía que no tendría tanta libertad mientras él fuera mi guardaespaldas, tanto si le habían informado de mis recientes actividades como si no. Así que, desde mi punto de vista, esa celebración me daría la oportunidad de volver a ver a Narian en un contexto completamente legítimo, un contexto que no levantaría las sospechas de nadie.

Cogí la invitación que Miranna me ofrecía y la desenrollé para leer los detalles. La fiesta se celebraría el 12 de octubre, y habría actividades y juegos como el corre que te pillo, morder la manzana y algunas carreras antes de la cena y el baile de la noche. Semari cumplía quince años, así que sería una fiesta muy bien preparada. En Hytanica, a los quince años las mujeres empezaban a ser cortejadas, a pesar de que no se aconsejaba contraer matrimonio antes de los dieciocho.

En cuanto hube terminado de leer, Miranna me cogió la invitación de las manos y se dirigió hacia la puerta.

—¡Estoy impaciente! —dijo, y desapareció de mi vista.

Esas dos semanas previas a la fiesta de Semari pasaron volando. Además, los preparativos para el inminente Festival de la Cosecha generaban una actividad frenética en todo el reino de Hytanica. Era excitante pasear por la ciudad y observar los cambios que se producían en ella mientras los vendedores se dedicaban a instalarse para sacar un buen provecho del gran número de visitantes que iban a acudir a la cita.

El lugar donde se iba a celebrar la feria era la misma zona en que se disponía el mercado. Allí habían montado más tiendas para los vendedores y habían instalado unos pequeños escenarios a intervalos regulares para los artistas. Se limpiaron las fachadas del distrito del mercado y vi que habían instalado carteles recién pintados para identificar algunos de los establecimientos. Las tabernas, las posadas y los baños públicos del distrito de negocios también se estaban preparando para recibir a un gran número de clientes.

El terreno que quedaba justo al oeste de la feria bajaba hasta el campo de entrenamiento militar donde se celebraría el torneo. Se encontraba al sur del extenso complejo militar que quedaba al oeste del palacio. Tanto la academia militar como la base militar que conformaban el complejo utilizaban ese campo para realizar las maniobras, aunque esta vez lo estaban preparando para llevar a cabo las competiciones del festival.

El día del cumpleaños de Semari, Miranna y yo viajamos en un carromato de lujo que formaba parte de la comitiva de palacio hasta la casa de Koranis. Mis padres iban al frente de la comitiva en su coche real privado, pues seguramente iban a volver a palacio antes que nosotras; en el tercer carruaje viajaban los ayudantes personales de los reyes. Doce guardias de elite, entre los que se encontraban Destari y Halias, cabalgaban al lado de la caravana, y más de veinte guardias de palacio cerraban la comitiva. Mis padres no estaban especialmente interesados en los juegos que se mencionaban en la invitación, así que salimos de palacio para llegar a nuestro destino a última hora de la tarde, justo antes de que empezara el banquete.

El tiempo se había vuelto mucho más frío y los días se habían acortado. Las hojas se caían de los árboles y los caballos trotaban a un paso más ligero. A causa de esos cambios estacionales, los carruajes habían sido equipados con pieles y antorchas, para que se pudieran emplear en el camino de vuelta a casa.

En cuanto llegamos, los mozos acudieron a nuestro encuentro para encargarse de las monturas. Unos sirvientes nos acompañaron hasta la zona posterior de la casa, donde se había erigido la tienda multicolor y abierta por un lado para el banquete, y donde se había instalado un suelo de madera para el baile. Mientras nos acercábamos a la tienda vi que habían puesto una mesa grande en un extremo para la familia real y los anfitriones y, perpendicular a ella, unas hileras de mesas para los invitados. La mesa principal estaba cubierta por un mantel de color azul real; detrás de ella ondeaban varias banderas reales azules y doradas. Los cocineros se afanaban en colocar grandes platos llenos de comida en la mesa de servicio, que se encontraba a un lado, cubierta con un mantel de lino. Algunos de los invitados paseaban por la zona, pero la mayoría había bajado por la suave pendiente para observar o participar en los juegos que se llevaban a cabo en la linde del bosque.

Koranis, elegantemente vestido, y Alantonya, más sencillamente ataviada, vinieron a darnos la bienvenida. Mientras mis padres hablaban con los anfitriones, miré a mi alrededor, pero no pude ver a Narian. No me atrevía a preguntar a Koranis y Alantonya dónde estaba, por si esa pregunta podía considerarse de mala educación en ocasión de la fiesta de su hija. Además, hubiera suscitado la curiosidad de mi padre.

Junto a mi hermana, caminé entre la gente en busca de su mejor amiga, y continué buscando con la vista a su hermano mayor. Al final fue Semari quien nos vio. Acudió corriendo hasta nosotras con una enorme sonrisa de bienvenida en el rostro.

—¡Me alegro tanto de que hayáis venido! —exclamó, cogiendo las manos de Miranna. Antes de que mi hermana tuviera tiempo de devolverle el saludo, Semari ya la empujaba pendiente abajo hacia un lugar donde acababa de empezar un lanzamiento de herraduras—. ¡Nunca adivinarías quién está aquí!

Miré hacia el grupo de chicos y chicas que rodeaban la zona de juego. Entre ellos, vi al joven de cabello rojizo a quien mi hermana había empezado a favorecer. Llevaba de la mano a un niño que era la mitad de alto que él y cuya edad, seguramente, también era la mitad de la suya.

Semari y Miranna se unieron al grupo. Mi hermana empezó a alisarse la falda del vestido verde, probablemente emocionada por el inminente encuentro con Temerson. También intentó, sin éxito, dominar los rizos que le caían sobre la cara y que se habían escapado de la cinta con que se había recogido el pelo en la nuca.

Yo llevaba un vestido de terciopelo de un azul vivo con una pechera de cuello cuadrado y de brocado de satén. Los hombros eran abombados, las mangas iban atadas al brazo, desde el codo a la muñeca, y los puños se abrían sobre mis manos. Llevaba el cabello recogido y sujeto con dos diademas de plata en las que se engarzaban zafiros y diamantes. A pesar de que sabía que Narian no apreciaba especialmente la manera en que las mujeres de Hytanica se adornaban, esa noche había cuidado mi apariencia de forma especial.

No continué con Semari y Miranna, pues sabía que su charla se centraría en el género masculino, y yo no tenía ganas de hablar de ese tema. Miré hacia la casa y vi que Cannan y Faramay acababan de llegar y se acercaban a mis padres, renunciando a los juegos igual que habíamos hecho nosotros. Pronto llegué a la conclusión de que el hombre a quien detestaba no se encontraba en la zona; que no se encontrara al lado de sus padres implicaba que había decidido no acudir a la fiesta.

La mayoría de los invitados se habían reunido al pie de la colina, y yo fui a reunirme con ellos. Mis padres y sus amigos me siguieron poco después. No pasé mucho rato saludando a las personas que me rodeaban, pues quería encontrar a Narian. Mientras miraba a mi alrededor, vi que Cannan se apartaba de mi padre y de mi madre y, dejando a Faramay, empezaba a caminar en mi dirección. Me sentí confundida, pues no sabía qué podía querer de mí. Miré hacia atrás y me di cuenta de que Cannan y Destari, que se encontraba a unos metros de mí, se habían cruzado la mirada.

Cuando su capitán llegó a donde se encontraba Destari, éste no se movió. A juzgar por la actitud de seriedad y los murmullos, el tema del que hablaban era importante. Por desgracia, a pesar de que no se encontraban lejos de mí, el incesante ruido de la gente me impidió distinguir una sola palabra, a pesar de que presté toda la atención que pude.

Cuando terminaron de hablar, Destari y Cannan fueron caminando hasta la linde del bosque. A pesar de que no esperaba que mi guardaespaldas me acompañara toda la noche, debido a la gran cantidad de guardias que habían acudido con mis padres y que ahora se encontraban dispersos por la zona, me pareció que el motivo de su marcha era oficial que y, por tanto, me lo tendría que haber hecho saber. Con gran curiosidad, decidí averiguar dónde iba Cannan y qué era tan importante como para llevarse a Destari con él.

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