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Capítulo XXIII

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CAPÍTULO XXIII

La leyenda de la luna sangrante

LA MAÑANA del 29 de octubre, la familia real se dirigió en dos carruajes hasta el lugar del torneo, al oeste de la feria. Los reyes viajaron en uno, y Miranna y yo, con nuestros acompañantes, ocupamos el otro. Nuestros guardaespaldas y numerosos guardias de elite acompañaron a los carruajes montados a caballo.

El tiempo era soleado, pero hacía frío y viento, y nos habían provisto con capas de piel para el viaje y para el palco real. A pesar de que lo más probable era que los espectadores sufrieran el frío a medida que el día avanzara, un tiempo como ése era bueno para los competidores, pues los estimularía y los espolearía a lograr mayores hazañas.

El palco que se había construido para la familia real se encontraba en la cima de la colina bajo la cual estaba el campo de entrenamiento militar donde se llevarían a cabo los eventos. Al palco se entraba por detrás. Tenía unos muros con grandes ventanas y un techo para protegernos de las inclemencias del tiempo. En la parte exterior colgaban telas de color azul real, y por dentro se habían colocado tapices en las paredes para aislar un poco más el palco del frío.

El palco real iba a estar lleno, pues no sólo estaría ocupado por mi familia, nuestros acompañantes y nuestros guardaespaldas, sino por miembros de la realeza de dos de los reinos vecinos, Sarterad y Gourhan. Los soberanos de Emotana se habían disculpado por no poder asistir. Los padres de Temerson, el teniente Garreck y lady Tanda, también iban a ser nuestros invitados, igual que Koranis y Alantonya, lo cual incrementaría la tensión en el palco, a pesar de que mi padre parecía ignorar la difícil relación entre el capitán y el barón. A pesar de que Cannan iba a estar de servicio, su esposa, Faramay, también estaría con nosotros, puesto que, de no ser así, le hubiera faltado un acompañante.

Cualquiera que viera a Faramay se daría cuenta de que era la madre de Steldor, y averiguaría por qué era tan atractivo. La baronesa era, sin lugar a dudas, la mujer más hermosa que había visto nunca. El cabello, de un color castaño oscuro, le caía a ambos lados del hermoso rostro redondo en densos rizos que danzaban a cada gesto de su cabeza y que le caían sobre los hombros y la espalda de tal forma que llamaba la atención, quisiera ella o no. Tenía unos ojos azules, grandes y penetrantes, y a pesar de que casi tenía cuarenta años, su piel era suave y brillante. Aunque Cannan era un hombre atractivo, su esposa era de una belleza arrebatadora, y Steldor había sido bendecido con muchos de sus rasgos. La única semejanza entre padre e hijo consistía en la bien marcada mandíbula, en los profundos ojos marrones, en el cabello y en su corpulencia física.

Cuando entramos en el palco real, los competidores ya se estaban preparando para las contiendas; las damas y los caballeros, ataviados con suntuosos trajes de terciopelo y de seda bordada habían empezado a llenar la plataforma que se había construido para ellos en el lado norte del campo, y los ciudadanos se estaban reuniendo en las laderas cubiertas por la hierba. Sabía que el público aumentaría durante el día, atraído primero por las competiciones de los arqueros, del lanzamiento de cuchillos y del lanzamiento de hachas, y luego por las emocionantes carreras de caballos que culminaban en las peligrosas luchas: primero cuerpo a cuerpo; luego con espadas y otras armas. También el ruido iba a aumentar gradualmente, pues la multitud vitorearía con entusiasmo a sus competidores favoritos y se mostraría igual de exultante en sus abucheos contra los que detestaban. Era obvio que la abundancia de vino y de cerveza inspiraba la participación del público.

El campo había sido acondicionado para el torneo. Se había dibujado una línea oval de setenta y seis metros en cuyo perímetro se había dispuesto una valla de cuerdas para las carreras de caballos. En la parte interior del óvalo, y cerca del palco real, se había levantado un escenario para las luchas cuerpo a cuerpo. Al norte del escenario se habían colocado unas dianas para el concurso de arco que luego serían sustituidas por las dianas del lanzamiento de cuchillos y el lanzamiento de hachas. Detrás de estas zonas, pero todavía dentro del óvalo, se habían levantado unas grandes tiendas destinadas al uso de los participantes, para que pudieran prepararse para los juegos. Unos estandartes de seda indicaban qué tiendas habían sido asignadas a los distintos reinos: el azul real y el oro para Hytanica, el negro y el plata para Sarterad, el blanco y el carmesí para Gourhan, y el negro y el verde caqui para Emotana. También se había dispuesto un servicio de agua para beber y lavarse, y los médicos permanecían cerca para atender a los heridos.

Trompetas y tambores anunciaron el inicio del torneo, y mi padre se puso en pie para inaugurar el evento con el discurso tradicional, que pronunció en un tono de voz más grave de lo habitual para que se le oyera por toda la ladera de la colina.

—Honorables invitados, valientes competidores y leales ciudadanos de Hytanica, os doy la bienvenida a este prometedor torneo. Competidores, os animo a mostraros bravos y atrevidos, pero honorables y honestos, y ruego que no sufráis daño. A quienes asisten de público, les animo a celebrar con los ganadores, a padecer con los perdedores y, por encima de todo, a animarles con fervor.

Mi padre hizo una pausa y luego proclamó con entusiasmo:

—¡Qué empiece el torneo!

Los arqueros se acercaron a la zona de competición mostrando con orgullo los estandartes de sus respectivos reinos; por toda la ladera se oyó repetido el grito de «¡Que empiecen los juegos!». Observaron los blancos y realizaron los ajustes de sus arcos mientras esperaban a que se diera la señal para que el concurso diera comienzo.

Vi a Lanek, que era el encargado de anunciar los eventos, en el campo. También sería responsable de realizar los comentarios durante la jornada; sin duda, al final del día estaría completamente ronco. Cuando los arqueros empezaron, Lanek comunicó las distancias de los blancos, las puntuaciones de las flechas y los nombres de aquellos que iban ganando. Tras cada ronda, los blancos se apartaban más para desafiar la habilidad de los competidores.

El estado de ánimo de Steldor no había cambiado mucho desde la noche anterior, y continuó empleando su inagotable carisma para encandilar a los reyes, así como a los demás miembros de la familia real que habían asistido al torneo. Si es que eso era posible, se mostraba más encantador e ingenioso que la noche anterior al torneo. A pesar de que su habilidad para congraciarse con mis padres me exasperaba, en otros aspectos, su estado de ánimo me complacía.

Después de la actuación de los arqueros se inició el lanzamiento de cuchillos, y luego el de hachas. Lanek continuaba anunciando las distancias y la puntuación de los lanzamientos. Se hizo un descanso para comer, antes de que diese inicio la carrera de caballos. Cuando el ganador cruzó la línea de meta, la ladera de la colina estaba atestada de una multitud vociferante. Durante la carrera de caballos se producían un buen número de escaramuzas entre los participantes, muchos de los cuales caían al suelo; a veces sus caballos resultaban heridos. En esa ocasión, y aunque se produjo algún que otro percance, casi todos los jinetes consiguieron salir por su propio pie de la pista entre los gritos de la multitud.

Durante todo el día, en el palco real hubo conversaciones amistosas, pero Koranis mantuvo la distancia con el capitán de la guardia. Por supuesto, la reacción de Cannan ante la presencia del padre de Narian era mucho más difícil de adivinar.

Cuando empezó la lucha con armas, las conversaciones del palco real se apagaron, a pesar de que la multitud de la colina continuaba vociferando con la misma energía. En esa parte del torneo, los competidores se iban a enfrentar uno contra uno en distintas modalidades de lucha. Primero sería la lucha libre, luego la lucha cuerpo a cuerpo, más tarde el combate con espadas y otras armas. A pesar de que se había quitado el filo a las armas que se empleaban en los combates para evitar que los participantes sufrieran daño alguno, las heridas eran frecuentes, aunque pocas veces fatales.

Lanek llamó a los hombres que participaban en el penúltimo combate. Uno de ellos era hytanicano y el otro iba vestido con los colores negro y plata del reino de Starterad. Ambos subieron los escalones que quedaban a cada lado del escenario. Steldor había estado muy concentrado en las batallas y se sobresaltó cuando Cannan le puso una mano en el hombro y le señaló la salida. Se puso en pie y me ofreció unas palabras de consuelo antes de partir.

—Me temo que ahora debo dejaros, pues se aproxima el momento de luchar contra el cokyriano. —Me dirigió una reverencia, me besó la mano y la retuvo unos momentos en la suya: sabía perfectamente que me había molestado la manera en que se había referido a Narian—. No os preocupéis, no tardaré mucho —añadió—. Sé que me echaréis terriblemente de menos, pero quizá Miranna os pueda animar un poco.

Me soltó la mano, hizo una reverencia a la realeza y le dio un beso en la mejilla a su madre antes de ir a prepararse para la exhibición.

Cuando se hubo marchado, la conversación giró en torno a la lucha entre Steldor y Narian. Los cokyrianos eran los luchadores más temidos de todo el valle del río Recorah, y esa exhibición daba al público la oportunidad de comprobar sus habilidades. A pesar de que todos los que se encontraban en el palco real sabían que la pelea había sido preparada desde la primera estocada hasta la última, solamente Cannan la había visto y el ambiente estaba cargado de emoción. A ello contribuía el hecho de que, a diferencia de las armas utilizadas en el torneo, las armas de Steldor y de Narian sí estaban afiladas. Cannan había querido mantener la autenticidad de la lucha y confiaba en la habilidad de los dos jóvenes para que no hubiera heridas. Yo también estaba nerviosa, aunque mi sentimiento no era de expectativa, sino de temor.

Destari interrumpió mis pensamientos y me susurró al oído:

—Excusaos y venid conmigo.

Lo miré, confusa, pero su expresión de seriedad no me permitió formular ninguna pregunta. Me puse en pie, dejé el chal con que me había estado cubriendo las piernas encima de la silla y puse una mano en el hombro de mi padre para llamarle la atención.

—Necesito moverme un poco, pero vuelvo enseguida.

Él asintió con la cabeza y volvió a concentrarse en la lucha a espada que tenía lugar en el escenario. Mientras me acercaba a Destari, la madre de Temerson, lady Tanda, puso una mano en el brazo de mi guardaespaldas.

—¿Cómo está London? —preguntó.

—Está bien —contestó Destari, con un ligero tono de desaprobación—. Ha sobrevivido a cosas mucho peores que ésta.

Destari me miró para asegurarse de que hacía lo que me había dicho y salió por la puerta. Me esperó fuera. Cuando bajé las escaleras me ofreció la mano para ayudarme a acabar de descender.

—Seguidme —me dijo en cuanto hube puesto los pies abajo. Sin darme tiempo a preguntarle por ese extraño comportamiento, empezó a caminar deprisa hacia la zona de la feria.

Lo seguí, casi corriendo para no perderlo de vista. Me llevó por entre una multitud de vendedores y por callejones atestados de gente hasta una tienda de colores oro y marrón que se encontraba a las afueras de la feria, cerca del distrito del mercado. La parte delantera de la tienda se había abierto a ambos lados de una larga mesa repleta de objetos viejos y de aspecto caro. Fruncí el ceño y me ajusté la capa; me parecía improbable que Destari me hubiera llevado allí para ver antigüedades, pero era incapaz de imaginar su verdadero propósito.

Al otro lado de la mesa se sentaba un hombre terriblemente delgado, de mediana edad, pelo corto y desaliñado, de ojos negros y nariz protuberante. Asintió con la cabeza indicando que podíamos entrar en la tienda. Nerviosa, seguí a Destari. Él apartó uno de los dos tapices que colgaban dentro de la tienda y que servían para dividir la parte delantera de la posterior.

—Destari, ¿qué…? —empecé a decir, pero me interrumpí.

Recorrí con la mirada el oscuro interior, iluminado solamente por una pequeña abertura en la tela del techo. En una esquina había una pila de cajas de artículos del vendedor. Y allí, apoyado contra ellas y con los brazos cruzados sobre el pecho, vi a una persona a la que no había visto desde hacía meses.

—¡London! —exclamé con alegría.

Solamente nos separaban las partículas de polvo suspendidas en el haz de luz que caía del techo. Mi impulso era salir corriendo hasta él, pero el sentido común me frenaba. London no era una persona muy expresiva, y no apreciaría mis muestras de afecto ni en las mejores circunstancias, que no era el caso.

Di un inseguro paso hacia delante, consciente de que él y yo no hablábamos desde el día en que capturaron a Narian y que entonces no resolvimos nada entre nosotros. A pesar de que me alegraba de verlo, probablemente él no sentía el mismo placer por verme a mí.

—Princesa Alera —me saludó—. Me alegro de que hayáis encontrado un momento en vuestra ocupada agenda para verme.

Su sarcasmo, tan familiar, me recordó hasta qué punto lo había echado de menos. Me quedé a unos pasos de distancia de él y me esforcé por encontrar una respuesta adecuada. Destari se había colocado detrás de mí.

—Tienes buen aspecto —dije finalmente.

—Vos también, princesa.

Bajé la vista un momento hasta mis zapatos, desalentada por esa continua formalidad. Luego recuperé la compostura y lo intenté de nuevo, con una expresión de mayor sinceridad que antes.

—De verdad, ¿cómo estás?

—Bien. Siempre caigo de pie. —Sonrió y me dijo en tono de censura—: Me han dicho que habéis conseguido otro guardaespaldas.

Me ruboricé, pero pareció que London no se daba cuenta.

—Siento haberos causado daño —dije, mirándolo a los ojos azules—. Pero ¿no hay alguna forma de que podamos dejar todo esto atrás?

—Lo que la princesa desee —respondió, y me sentí aliviada al notar un ligero tono de burla en su voz. London miró a Destari un momento, que se acababa de colocar a mi lado, y añadió en tono más serio—: Pero esto no tenía que ser una reunión social.

Se hizo un silencio extraño. London pasó un dedo por el borde de una de las polvorientas cajas de madera.

—Destari me ha dicho que sois amiga del hijo mayor de Koranis —dijo.

Hubiera debido saber que Destari le mantendría informado de mis actividades —después de dieciséis años de controlar todos mis movimientos, era difícil que perdiera ese hábito—, pero sospechaba que London había sacado más información de mis visitas a Narian de lo que mi guardaespaldas imaginaba. Me encogí de hombros; no quería decir algo equivocado.

—¿Y cuál es vuestra opinión de él? —insistió, sin revelar el propósito de haber sacado ese tema de conversación.

Sabía que no tenía sentido intentar engañarlo.

—Me fascina, y disfruto de su compañía.

—Debéis tener cuidado con él —contestó London, en tono grave.

—¿Por qué? —pregunté—. ¿Porque fue criado en Cokyria?

—No. Porque no es quien pretende ser.

—Yo podría decir lo mismo de vos.

London arqueó una ceja e inmediatamente lamenté haber pronunciado esas palabras. Se hizo de nuevo el silencio.

—¿No habéis encontrado ningún motivo para desconfiar de él? —me preguntó al cabo de un momento.

Por alguna razón desconocida e injustificada, me sentí irritada por la manera en que hablaba de Narian.

—Confieso que no sé tanto de él como me gustaría, pero partiendo de lo que sí sé, no tengo ningún motivo para preocuparme.

London negó con la cabeza y me miró, sonriendo con desdén.

—Sois capaz de ver y, por alguna razón, estáis ciega.

Se pasó una mano por el pelo y continuó en tono serio.

—Al final de la guerra, los cokyrianos nos robaron cuarenta y nueve niños y mataron a cuarenta y ocho. Sólo se quedaron con Narian, a quien criaron. ¿No os habéis preguntado por qué? ¿A cuántos niños conocéis que hayan comenzado su entrenamiento militar a la edad de seis años? ¿Y cuántos tienen un profesor privado?

London fijó la mirada en mí, pero yo sabía que no esperaba ninguna respuesta.

—De alguna manera, ese chico consiguió esquivar a Halias y a Tadark sin hacer ningún ruido, a hurtadillas, sin llamar la atención de dos guardias de elite, bueno, de uno y medio. —A pesar del tono serio de su discurso, no pudo resistirse de hacer esa referencia burlona a Tadark—. ¿Cuántos chicos de dieciséis años tienen esa habilidad?

Se apartó de las cajas. Sus gestos eran más apasionados y sus palabras habían quedado suspendidas en la frialdad del aire.

—Consigue armas cuando lo desea, a pesar de que nos esforzamos en que permanezca desarmado. Lo sepáis o no, el cuchillo que Narian utilizó para cortar vuestro vestido le fue sustraído directamente a Koranis en persona, aparentemente antes de que descubriera la facilidad con que podía tener acceso al baúl, cerrado con llave, por cierto, en que el barón guarda sus armas y que se encuentra en su dormitorio.

London se detuvo un momento para que esa información ocupara su lugar en mi atribulada mente. Luego continuó:

—Fuisteis testigo de que va armado hasta extremos absurdos, no sólo con las armas de un soldado, sino con las de un asesino. Y, tal como descubrimos, vos durante la fiesta que se celebró en su honor, y yo el día que lo arresté, no tiene miedo a sufrir heridas ni es consciente del peligro que corre.

Miró a Destari en busca de confirmación.

—Después de un siglo de lucha contra los cokyrianos, sabemos qué esperar, y no es esto.

Un denso silencio invadió la tienda. Estaba segura de que Destari había oído parte de todo aquello, pero toda esa información junta me desbordaba. Las mejillas me ardían, a pesar de que un escalofrío recorría todo mi cuerpo, y me acurruqué en mi capa. Sabía que tenía razón en que había algo en Narian que no parecía verdadero, pero no podía comprender qué intentaba decirme, ni tampoco podía creer que Narian quisiera hacer daño a alguien en Hytanica.

—Si se conoce a los cokyrianos por su sigilo, ¿por qué debería ser distinto Narian? —me atreví a preguntar, agarrándome a lo que podía en un intento desesperado por evitar la verdad.

Destari, que todavía se encontraba a mi lado, suspiró, exasperado.

—¡Confiáis en quienes apenas conocéis, y no tenéis ninguna fe en quienes ofrecerían gustosos su vida por vos! —dijo en tono cortante y con el ceño tan fruncido que casi ocultaba sus ojos negros. Se puso al lado de London, y me pareció que ambos se unían contra mí.

—No tengo por qué escuchar esto —contesté—. Ya soy mayorcita para formarme mis propios juicios.

—Vuestros propios juicios, sí, pero ¿juicios sensatos? —se burló London.

Me sentí incapaz de seguirlo aguantando, así que me di la vuelta y me dirigí hacia el tapiz que colgaba detrás de mí. Deseé hacerlo trizas en lugar de apartarlo, pero unas palabras de London hicieron que me detuviera en seco.

—¿No os vais a quedar para oír las noticias de Cokyria?

Me giré hacia él, intranquila.

—¿Cómo?

Destari, que ahora estaba entre los dos, también lo miró con expresión interrogadora.

—Acabo de regresar de un viaje por las montañas del este. He descubierto algunas cosas importantes.

—¡¿Has estado en Cokyria?! —El tono repentinamente enojado de Destari me pilló por sorpresa; nunca había presenciado un desacuerdo entre esos dos hombres—. ¿Es que no has aprendido nada con los años?

—Alera, ¿habéis oído hablar de la luna sangrante? —continuó London sin hacer caso a su amigo y sin ninguna muestra de remordimiento ni de arrepentirse.

Negué con la cabeza, incapaz de articular una respuesta. ¿London había ido a Cokyria por voluntad propia? ¿Había vuelto a la tierra de sus enemigos después de haber pasado diez terribles años como prisionero? Esa idea me resultaba impensable, pero no tuve mucho tiempo para pensar en ella.

—Después de capturar a Narian y de que se descubriera su identidad, empecé a sospechar —continuó London, más relajado a pesar del tono tenso de su voz—. Destari me mantenía informado de las actividades de Narian, y empecé a hacerme las mismas preguntas que os he hecho a vos. Busqué en los documentos de Hytanica alguna información sobre el nacimiento de Narian, pues gran parte de esa época era desconocida para mí.

Me di cuenta de que se refería al tiempo que pasó como prisionero en Cokyria.

—Pergamino tras pergamino encontré menciones a una «luna sangrante» que estuvo en el cielo durante meses, pero no pude averiguar su significado. Frustrado, viajé hasta Cokyria y me hice con todos los documentos que me fue posible, igual que había hecho en Hytanica. Después de varios días, finalmente encontré un único documento, escrito siglos atrás, que contaba una antigua leyenda, la leyenda de la luna sangrante.

London se enderezó y plantó ambos pies en el suelo con firmeza. Ya no tenía una postura relajada, pues las profecías y las leyendas no se tomaban a la ligera en Hytanica, sobre todo si se tenía en cuenta que la fundación de nuestro propio reino se basaba en una.

—La leyenda cuenta que el reino de Hytanica se erigió en tierra sagrada y, a causa de eso, el territorio siempre estará protegido contra sus enemigos. Todos sabemos que Cokyria hubiera tenido que poder conquistar Hytanica durante la guerra, y la leyenda confirma lo que dice nuestra propia tradición sobre por qué no pudieron hacerlo. Pero la leyenda también cuenta que Hytanica puede ser derrotada por uno de sus hijos, uno que lleve la marca de la luna sangrante.

London nos miró a Destari y a mí, examinando cuál era nuestra reacción.

—Narian nació hace dieciséis años, como hijo de Hytanica, bajo un cielo nocturno en el que reinaba lo que nuestros pergaminos describen como una luna sangrante. Y estoy seguro de que conocéis la extraña marca de nacimiento que tiene en el cuello.

Sentí una punzada en el corazón.

—Pero ¿qué significa? —pregunté, casi aterrorizada ante la posible respuesta. Sabía que Destari tenía una expresión igual de seria que la mía.

—Significa que no podemos ignorar nada de lo que Narian diga. Significa que sean cuales sean las intenciones de Narian en Hytanica, él tiene un destino que cumplir en Cokyria. Significa que él es el que puede llevar a Hytanica a la perdición.

Fue como si las palabras de London me golpearan físicamente. Nada tenía sentido, pero todo lo tenía. Mientras intentaba recuperarme, sólo tuve un pensamiento claro.

—¡Pero aunque todo lo que hayas dicho sobre el pasado de Narian sea cierto, él debe tener una oportunidad!

Miré, frenética, a London y a Destari, y me pareció oír la voz de Narian en la cabeza. «Siempre tenéis elección», me había dicho la noche de la fiesta de Semari.

—Él puede cambiar ese destino, ¿no es así? —Repetí, ansiosa, como si me estuviera ahogando en la sofocante atmósfera de la tienda.

—Quizá. —London suspiró profundamente antes de continuar—. Los cokyrianos están desesperados por el retorno de Narian. Están decididos a reclamarlo, cueste lo que cueste. Cuando la Gran Sacerdotisa fue capturada en el jardín del palacio, Narian había desaparecido hacía diez días.

—Pero ¿por qué lo buscaba la Gran Sacerdotisa en persona? —Necesitaba concentrarme en un aspecto distinto de esa situación inverosímil, un aspecto que fuera más ordinario, más comprensible y más real.

—Ella no estaba buscando a Narian en el jardín.

London dudó un momento, como si no fuera sensato revelar nada más. Finalmente, pareció decidir que no le quedaba otra opción que contarlo y dijo algo que era tan poco claro como su anterior revelación.

—Vino a palacio a buscarme, quería mi ayuda para localizar a Narian. Tengo una deuda con ella de por vida, aunque no lo comprenderíais.

Destari se aclaró la garganta, pero no consiguió aliviar la tensión de su voz.

—¿No debería llegar esta información al capitán y al Rey?

—La información viene de mí, así que no confiarán en ella —le dijo London a Destari en tono amargo—. El momento adecuado para que lo sepan llegará por sí solo, pero, mientras tanto, vigilaremos a Narian.

—¿Y qué creéis que es capaz de hacer? —insistió Destari, invadido por un mal presentimiento y también preocupado por que yo continuara pasando tanto rato con el hijo de Koranis.

—No me preocupa de lo que sea capaz ahora. Sean cuales sean los planes que los cokyrianos tienen para él, sólo tiene dieciséis años. Todavía no ha terminado de crecer ni está formado. También ha sido tratado con amabilidad en Hytanica, así que no creo que represente una amenaza inmediata para nadie. Mi preocupación es en quién se puede convertir si regresa a Cokyria, tanto si lo hace voluntariamente como si lo obligan a hacerlo. Si regresa, es posible que el destino de Hytanica esté sellado. Debemos hacer todo lo posible para asegurarnos de que no vuelve con el enemigo. —London fijó la mirada en mí—. Haréis bien en manteneros lejos de él, Alera.

Asentí con la cabeza y perdí un poco el equilibrio. Destari se dio cuenta de mi estado y me sujetó por el brazo. London se dirigió a él.

—Es hora de que lleves a Alera de vuelta al palco real. Su ausencia puede suscitar preguntas.

No hice ningún movimiento; me sentía completamente aturdida. Destari me empujó suavemente hacia la cortina. Al pasar entre ambos, me giré hacia London.

—¿Cuándo nos volveremos a ver? —pregunté, triste al saber que él no podía venir con nosotros.

—No lo sé. No puedo decir que mi presencia en palacio sea, exactamente, bienvenida —contestó, y algo en su mirada me dijo que compartía mi tristeza.

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