Lazarus

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Joona da marcha atrás para salir, frena y derrapa en la hierba, cambia de marcha y acelera. Levanta una nube de polvo del suelo.

Un coche patrulla le bloquea el paso.

Da un volantazo y lleva el coche directo a los arbustos y la cuneta. Suena un golpe y la guantera se abre, caen papeles al suelo y sobre el asiento del copiloto.

Joona zigzaguea por encima de los baches y acelera. La hierba amarillenta araña el chasis.

Un agente está tensando un nuevo cordón en la carretera cuando Joona se lo lleva por delante.

Gira a la izquierda junto a un furgón policial, derrapa por la carretera secundaria y se sube al arcén, destroza un pequeño cartel de madera y golpea el lateral del coche contra la valla que separa la carretera de la autovía.

Terrones de tierra saltan a su paso y las ruedas retumban sobre el suelo irregular.

El coche vuelve dando bandazos a la estrecha carretera que corre en paralelo al tráfico en sentido contrario de la autovía.

Está a punto de amanecer.

Un grupo de gente espera al autobús en la parada.

Joona aumenta la velocidad y adelanta a un tractor, llega a Maarheeze y baja la colina. Gira el volante y hace una curva cerrada a la derecha para adentrarse en un estrecho puente bajo la autovía. Va tan deprisa que el coche derrapa hacia un lado, invade el carril contrario y choca contra la pared de hormigón.

La ventanilla de Joona estalla y las esquirlas entran volando en el habitáculo.

Vuelve a pisar el acelerador y gira a la izquierda en la rotonda, saltándose el acceso a la gasolinera y tirando una valla publicitaria.

Jurek está acostumbrado a operar tras las líneas enemigas y Lumi no lo descubrirá si la sigue, al contrario, le mostrará el camino hasta el hotel para estudiantes.

Joona adelanta un remolque para caballos, se incorpora a la autovía y pasa a un camión por la derecha antes de aumentar la velocidad al máximo.

El viento hace mucho ruido a través de la ventanilla rota.

Atraviesa una zona boscosa y por fin entra en Eindhoven.

El cielo ha empezado a clarear por el este, en la ciudad aún brillan las últimas luces.

Las fachadas de ladrillos se deslizan a su lado.

Se aproxima a un cruce con el semáforo en rojo: hay un coche ya parado y un autobús se acerca por la derecha.

Joona toca el claxon y adelanta al coche, se mete en el cruce acelerando por delante del autobús, oye que este frena y pita a su espalda.

Atraviesa tres carriles y tuerce en Vesdijk, pasa por el canal y se coloca en el carril bus.

Sobrepasa ahora grandes edificios modernos.

Una furgoneta de reparto y dos coches particulares le impiden avanzar.

Van demasiado despacio.

La familiar migraña le estalla detrás de un ojo. Es solo un aviso, pero le da un vahído y está a punto de invadir el carril contrario antes de volver a recuperar el control.

Pita, pero los vehículos no pueden ir a ninguna parte.

Joona se mete en el carril bici de color rojo y adelanta a los dos coches, tira una papelera, por el espejo retrovisor la ve dar una vuelta de campana en el aire y estrellarse contra un escaparate.

El coche derrapa de nuevo y las ruedas truenan al bajar del bordillo.

Da un volantazo a la derecha entre chirridos de neumáticos hasta la plaza del 18 de Septiembre.

Puede que ya sea demasiado tarde.

Joona cruza un paso de peatones, frena, y dobla a la izquierda adentrándose en el carril contrario para acceder a la explanada de la estación.

Las palomas levantan el vuelo.

La estación central de Eindhoven, un edificio plano con la fachada de cristal, está ubicada al lado del hotel. Es demasiado temprano para que haya muchos viajeros. Solo unas cuantas personas se mueven detrás de las puertas de cristal.

Hay un mendigo de rodillas sobre un cartón al lado de una pila de periódicos gratuitos.

Joona aminora más allá de la hilera de taxis y se detiene.

Cuando se baja del coche y echa a correr hacia el hotel, de su ropa van cayendo fragmentos de cristal.

De forma instintiva, busca con la mirada algo que le sirva de arma. Hay un policía uniformado en los soportales vacíos, junto a las máquinas amarillas expendedoras de billetes. Está un poco encorvado, comiéndose un bocadillo envuelto en una bolsa.

Joona rectifica el rumbo y se dirige hacia él. Es un hombre de mediana edad con las patillas rubias y unas pestañas casi blancas.

Unas hojas de lechuga se le caen al suelo.

Joona se desliza entre dos columnas y se sitúa detrás del policía. Luego estira el brazo, desabrocha el cierre y saca la pistola de la cartuchera.

El policía se da la vuelta con la comida en la boca. Del bolsillo del pecho le sobresalen un par de gafas de sol.

—Interpol, es una emergencia —dice Joona mirando hacia el hotel.

Echa a andar, pero el agente le agarra de la chaqueta. Joona gira sobre sus talones y le da un fuerte empujón. La cabeza del hombre choca contra la pared y el bocadillo cae al suelo.

—Escuche, ¡hay vidas en juego! —dice Joona.

El policía saca la porra y la levanta para atacar, Joona esquiva el movimiento del brazo, pero no puede evitar llevarse un golpe en la mejilla.

Entonces sujeta al agente por el hombro para hacerle una llave y derribarlo, y el hombre gira en el aire y acaba de espaldas en el suelo. Todavía intenta levantarse apoyado en una mano, pero Joona le pisa la pierna a la altura de la rodilla.

El policía suelta un grito.

Joona le quita la radio, y mientras corre hacia el hotel lanza la radio al tejadillo de una casa de cambio y continúa rodeando un aparcamiento de bicicletas abarrotado.

Comprueba el cargador del arma antes de llegar a la entrada del hotel.

Debe de haber ocho o nueve balas.

Joona todavía oye los gritos del policía cuando entra en el hotel a grandes zancadas.

Es temprano, pero una veintena de jóvenes se encuentra ya en el vestíbulo y la cafetería.

Joona procura que el arma apunte al suelo.

Dos de los ascensores no funcionan y el tercero está parado en la octava planta, justo donde se halla la habitación de Lumi.

A Joona se le nubla la vista a causa de la migraña. Abre la puerta que da a la escalera y echa a correr hacia arriba.

El eco de sus pasos resuena tras él.

Cuando llega al piso octavo las sienes le palpitan y tiene los muslos doloridos del esfuerzo. Lleva la camisa pegada a la espalda.

Corre por el pasillo, dobla una esquina y tropieza con un expositor. Los folletos con las actividades del hotel salen volando.

Wacht even!

Un joven se interpone en su camino y señala el estropicio con el dedo; probablemente quiere que recoja los folletos.

Joona lo aparta a un lado y pasa de largo. Otro hombre parado en una de las puertas interviene para protestar, pero se calla en el acto al ver que Joona dirige la pistola hacia su cara.

Se oye un débil tintineo.

Joona recorre el pasillo hasta la habitación de Lumi.

La cerradura está forzada y la habitación vacía.

La cama no se ha deshecho y la bolsa de Lumi descansa sobre una silla.

La papelera ha rodado por el suelo.

El corazón de Joona late tan fuere que lo nota en la garganta.

Abandona a toda prisa la habitación, vuelve a doblar la esquina y se encuentra con la mirada pálida de Jurek al fondo del pasillo.

Con una cuerda al hombro, arrastra un gran paquete envuelto en plástico hasta el interior del ascensor.

La luz de un aplique se refleja en la prótesis inerte.

Joona levanta el arma, pero Jurek ya ha desaparecido.

Corre hacia allí y vuelve a oír el sonido tintineante cuando se cierran las puertas. Las alcanza y pulsa el botón, pero el ascensor ya está subiendo.

Se detiene en la planta 24, arriba del todo.

Joona vuelve a la escalera y sube los peldaños de dos en dos.

Sabe que Jurek puede romperle el cuello a Lumi en cualquier momento, pero eso no sería suficiente para él, ese no es su plan.

Desde la primera vez que Joona arrestó a Jurek, muchos años atrás, ha existido algo tenebroso entre ellos.

Jurek ha pasado gran parte de su vida encerrado y aislado.

Ha tenido tiempo de sobra para planear el modo de aplastar a Joona y hundirlo hasta el fondo.

Pretende arrebatarle a sus seres queridos y enterrarlos vivos.

Quiere que Joona dedique toda su vida a buscar sus tumbas, hasta que no pueda más y se ahorque, consumido por la soledad.

Así es como Jurek se ha imaginado su venganza.

Seguramente tenía decidido llevarse a Lumi y enterrarla en alguna parte. Es lo que le dice su instinto que haga, así es como su sentido del orden se manifiesta.

«Pero ahora que lo he pillado en el hotel es probable que cambie de plan, igual que hizo la última vez, cuando cogió a Disa», piensa Joona mientras continúa subiendo la escalera.

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