Lazarus

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A Pellerina la han puesto de inmediato en el programa de protección de testigos de la policía, con el más alto nivel de seguridad que el Estado puede ofrecer.

Saga ha comprado dos teléfonos móviles de segunda mano con tarjetas prepago y ha grabado los nuevos números para que ella y Pellerina puedan hablar la una con la otra.

Se ha asegurado de que nadie la siguiera y ha dado un rodeo por Stora Essingen antes de dirigirse hacia Kungsholmen y entrar con el coche en el aparcamiento de Rådhusparken, donde ha estacionado junto a una furgoneta negra con las lunas tintadas.

Todas las cámaras de vigilancia han sido tapadas con cinta adhesiva.

Saga se ha bajado del coche, lo ha rodeado y le ha estrechado la mano a una guardaespaldas alta y rubia.

—Sabrina —se ha presentado esta.

—La amenaza es extremadamente alta —le ha informado Saga—. No confíes en nadie, no reveles nunca la dirección, la pida quien la pida.

Luego ha vuelto al coche a buscar a Pellerina, se ha despedido deprisa y le ha prometido que volverá lo antes posible, antes de abrir la puerta lateral de la furgoneta y abrocharle el cinturón a su hermana.

—Quiero mi teléfono —ha dicho Pellerina cuando Saga le ha entregado el móvil de segunda mano.

—Te lo daré cuando vuelva, está roto y tengo que llevarlo a arreglar —ha mentido Saga.

Pellerina la ha mirado impotente a través de las gruesas gafas y se ha puesto a llorar.

—Yo no lo he roto.

—No, no ha sido culpa tuya —le ha dicho Saga secándole las lágrimas.

Dado que Saga se ha visto implicada en tareas de protección en otras ocasiones, sabe que la vivienda asignada a Pellerina se encuentra en la calle P O Hallmans 17 y cuenta con un avanzado sistema de seguridad, puerta blindada y ventanas a prueba de balas.

Saga se sienta en el coche y mira la furgoneta mientras esta da marcha atrás y desaparece por la rampa y el portón abatible.

En el trayecto entre Högmarsö y el hospital hizo tres llamadas al departamento de informática y telecomunicaciones de la SÄPO. Están intentando rastrear el móvil de su padre, pero no consiguen activarlo en remoto y no está emitiendo ninguna señal. La última vez que lo usó fue cuando llamó a Pellerina a la clase de dibujo, y en ese momento captó la señal un repetidor en Kista.

Saga sabe que están tratando de obtener información de otras antenas, para cruzar los datos y localizar el punto de la conversación de forma más precisa.

Y, aunque es inútil, sigue llamando a su padre. Los tonos de llamada que se suceden sin respuesta son una oscura reminiscencia de la noche en que murió su madre.

Cuando salta el buzón de voz, cuelga para no escuchar el mensaje formal de su padre y decide llamar a Nathan Pollock.

Él sigue todavía en Högmarsö con los técnicos. El zumbido del viento distorsiona su voz.

—¿Cómo está Pellerina? —pregunta.

—Está bien, a salvo —contesta Saga, tragando saliva para disolver el nudo que tiene en la garganta.

—Perfecto.

—Ha tenido suerte.

—Lo sé, es increíble —dice Nathan.

—Pero Jurek se ha llevado a mi padre —susurra Saga.

—Esperemos que no sea así —dice Nathan, prudente.

—Sé que tiene a Valeria y a mi padre —respira hondo, carraspea y se aprieta los ojos con una mano. Las lágrimas le queman bajo los párpados—. Lo siento —dice en voz baja—. Es que esto es difícil de aceptar, por mucho que esté pasando y a pesar de que estaba avisada.

—Lo resolveremos —dice Nathan—. Ahora tenemos que centrarnos en…

—Debo encontrar a mi padre —lo interrumpe ella—. Es mi responsabilidad, no puedo pensar en otra cosa. Puede que aún esté vivo, y tengo que averiguar dónde está.

—Por supuesto, te prometo que lo encontraremos —dice Nathan—. Tenemos un montón de gente ahí fuera, hemos registrado a conciencia la casa del guarda y el cobertizo, aunque no ha aparecido nada que pueda vincularse a Jurek o al Castor… Erland Lind no tenía ordenador, pero había un teléfono debajo de su cama.

—Tal vez saquemos algo —susurra Saga.

—Los perros han rastreado el bosque y no parece que haya más fosas.

Se produce un alboroto cerca de Nathan, se oyen gritos de fondo.

Saga se recuesta en el reposacabezas y desliza un dedo sobre el áspero cuero del volante.

—Puedo volver sin problema, ¿quieres que vaya? —pregunta—. Y tenemos que hablar con Carlos para que emita una alerta a nivel nacional o…

—Espera un segundo —la interrumpe Nathan.

Saga permanece sentada con el teléfono pegado a la oreja y lo oye hablar con alguien. El viento interfiere en la línea y las voces se desvanecen.

Una mujer se sube a un coche, arranca y conduce hasta la rampa, a la espera de que las puertas se abran.

—¿Sigues ahí? —pregunta Nathan.

—Sí, claro.

—Tienes que oír esto: los técnicos han encontrado algo en el interior de la tapa del ataúd. Lo han fotografiado con luz tangencial y han conseguido definir dos palabras… El guarda debió de grabar las letras con las uñas antes de morir, las palabras son casi invisibles.

—¿Qué pone?

—Pone «Salvar Cornelia».

—¿Salvar Cornelia?

—No tenemos ni idea de quién…

—La hermana del guarda se llama Cornelia —lo interrumpe Saga, poniendo el coche en marcha—. No mantenía ninguna relación con su hermano. Vive bastante cerca de Norrtälje, a menos de veinte kilómetros del río donde disparé a Jurek.

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