Laurie

Laurie


Capítulo 37

Página 39 de 47

CAPÍTULO XXXVII  ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

Al parpadear y abrir los ojos lo primero que aprecié fue que la iglesia infernal estaba llena de grietas y un montón de cuerpos demoníacos estaban esparcidos por el suelo. Una gran humareda entorpecía poder ver más allá, pero mis ojos pudieron encontrar a Atary entre la multitud. Estaba sano y salvo. Junto a él también se encontraban Lilith y Samael, que tiraban de él para sacarlo de allí.

Al mirar al techo me di cuenta de que tenía algunas fisuras y no tardaría mucho en desplomarse, así que intenté moverme a gatas. Tiré de mi cuerpo para arrastrarme como si fuera una serpiente, con pocas esperanzas de librarme. Para mi sorpresa, cuando un estruendo inundó el lugar a escasos metros de distancia, Atary apresó mi brazo y tiró de él, sacándome del lugar a tiempo.

Tragué saliva antes de hablar. Tenía la garganta seca.

—¿Qué ha pasado?

—¿Por dónde empiezo? —preguntó haciendo un amago de sonrisa—. Boda, Angie, explosión…

Me tensé al escuchar el nombre de Angie. Entonces recordé todo. La única amiga que me quedaba había sido una completa irresponsable al aparecer en medio de una boda infernal y enfrentarse a toda una horda de demonios.

—¿Está bien? Dime que ha sobrevivido.

Lo miré a los ojos de manera directa mientras mis labios temblaban. Si perdía a Angie me quedaría completamente sola.

—Pequeña…

La voz de Atary quedó perdida en el horizonte del anillo más estrecho y profundo del infierno. Sus ojos azules me miraban con preocupación.

—Atary… —respondí sintiendo que me ahogaba. No podía ser cierto.

—Lo que hizo fue una completa locura. Un suicidio. No pude hacer nada.

El silencio que se formó entre ambos fue duro de digerir. Cerré los ojos durante unos segundos para centrarme mientras intentaba controlar las lágrimas que luchaban por salir.

—¿Ha habido más bajas? ¿Qué hacía ella aquí? A mí los demonios no me atacaron. No… no lo entiendo.

—Te protegí.

Levanté la cabeza al escucharlo.

—¿Cómo?

—Los demonios hablaban y madre controla a todo el mundo que entra en el infierno. ¿No te extrañó que te dejaran pasar por la muralla como si nada? Intervine para que te dejaran tranquila.

Moví la cabeza y arrugué el ceño. Aunque los demonios se habían comportado, hubo otros seres que habían aprovechado para atacarme.

—Pero hubo otros que no lo hicieron.

—Bueno, los guardianes de los anillos son incontrolables. Bestias salvajes que actúan de forma independiente. Al menos, estaba convencido de que podrías con ellos. Siempre has sabido como defenderte.

Tragué saliva al recordar el recorrido que había hecho para llegar hasta aquí. Le agradecía la protección, pero seguía devastada por la pérdida de mi amiga.

—¿Y Angie? ¿Cómo llegó hasta aquí? Ella se… —Enmudecí, incapaz de pronunciarlo.

—No, de hacerlo me hubiera enterado. Lo más probable es que le realizaran algún conjuro para desligar el alma de su cuerpo de manera temporal. Es la única forma que se me ocurre.

—¿Y está muerta? ¿Se quedará aquí atrapada para siempre? No puede… ¿No puede tener esperanza? Si desligaron el alma de su cuerpo…

Los ojos de Atary me atravesaron antes de asentir con la cabeza de forma dudosa.

—El alma es lo más importante. Si se muere… el cuerpo da igual.

—No… —sollocé—. No lo puedes decir en serio. Ella no se merece estar aquí. ¡No ha hecho nada malo!

Pensé en golpearlo, pero mi cuerpo me detuvo. Lo miré sin creerme que no pudiera mover un solo ápice para hacerle daño, aunque fuera de esa manera. La boda había sido un éxito, le guardaba lealtad.

—Lo siento, pequeña. Una vez que pones un pie en el infierno, es casi imposible volver atrás. Y cuando el alma muere aquí… no puede ascender al cielo.

—No…

Me negaba a creérmelo. Me resultaba imposible asimilar que Angie sería condenada durante toda la eternidad por un castigo que no había cometido. La pena que pagaría era demasiado alta. No podía permitirlo.

—Lo único que se me ocurre es que, una vez que mis padres lleven a cabo su venganza, te encargues de las penas de los condenados. Podrás elegir aquella que quieres para Angie y…, dentro de lo que cabe, aliviar su estancia aquí.

Asentí con la cabeza incapaz de decir nada más. Haría lo que fuera con tal de suavizar su castigo, así que acepté sin dudar. Me encargaría de ascender al trono y gobernar desde allí para que a ella no le sucediera nada. Me limpié con disimulo las lágrimas que caían por mis mejillas.

—Lo mejor será que descanses. Todavía tenemos por delante la noche de bodas y yo aún tengo que encargarme de algunos asuntos, así que tendré que dejarte sola un rato. Aprovecha a dormir, pequeña —sugirió—. Todo lo sucedido ha tenido que remover muchos sentimientos en tu interior y te ves exhausta.

—¿Te vas?

—Las obligaciones me llaman y al ser hijo de Lilith y Samael… quieren estar seguros de que recibo la mejor educación en cuanto a gobernar aquí abajo. Solo de esa manera podrán reinar con tranquilidad en Cielo.

—Vuelve pronto —supliqué.

No podía creerme que me fuera a sentir intranquila por separarse de mí, pero así era. Solo con pensar en tener a Atary lejos mi corazón empezaba a bombear con mayor rapidez.

—Te lo prometo, princesa —respondió antes de depositar un beso en mi frente a modo de sello. Después desapareció por uno de los pasillos.

Me quedé inmóvil observando cómo se alejaba, sin saber muy bien qué hacer. Para mi suerte, o mi desgracia, apareció uno de los súbditos de Lilith para indicarme donde estaba mi habitación. Allí decidí hacerle caso y tumbarme en la cama para desconectar durante un rato. Al menos de esa forma evitaría pensar en todas las muertes que arrastraba a mi espalda.

—Pequeña…

La voz ronca del príncipe de la oscuridad aterrizó entre mis sueños, haciéndome volver en sí. Gruñí al ver como se desvanecía uno donde volvía a mi niñez y era, sin duda, más feliz que ahora. Al parpadear me di de bruces con su mirada curiosa y sus labios carnosos.

—¿Ya has terminado de prepararte?

—No del todo —admitió—, pero ahora dispongo de un poco de tiempo libre para acompañarte, como te prometí.

—¿Cómo puedes acostumbrarte a esta vida, Atary? ¿Cómo puedes ser feliz aquí?

Lo miré. Su ropa ahora era digna de un príncipe del mal, con esos tonos oscuros y apagados; y su pelo azabache resaltaba el tono azulado de sus ojos. Era como si todo él irradiara poder. Sin embargo, yo no estaba preparada para algo así. Solo me habían enseñado a esforzarme por ser perfecta y mantener mi lado salvaje a raya. Todo esto me estaba superando.

Se encogió de hombros antes de analizarme con la mirada y se relamió el labio inferior para responder:

—No lo sé. Si te soy sincero mi existencia consiste en eso, servir y complacer a mis padres. Durante toda mi vida madre se encargó de ofrecerme la mejor educación, de enseñarme lo que tendría que hacer en el futuro. Estaba segura de que este día tarde o temprano llegaría y tendría que cumplir sus expectativas.

—Pero eso te convierte en un… un títere, como te dije.

—Yo no lo veo así. Para mí es un legado, un reino que me corresponde por sangre. Y, obviamente, como su hijo, estoy deseoso de que puedan cumplir su objetivo. Los han pisoteado una y otra vez a lo largo de la historia, silenciándolos, atacándolos, haciéndolos los malos. Ya es hora de que cambien las tornas.

—¿Y en dónde me deja a mí eso?

—A mi lado, princesa —susurró después de alzar mi mentón con delicadeza—. Si decides acompañarme podrás tener todo lo que siempre anhelaste.

Suspiré. Mi conexión con Atary había aumentado a raíz de la boda, pero eso no quitaba que mi mente continuara en su sitio y recordara todo lo que había pasado entre los dos en este tiempo. La traición de Nikola seguía pesando sobre mis hombros y Vlad… tampoco me había olvidado de él. Los Herczeg estaban acostumbrados a pisar con fuerza para dejar huella y la que habían dejado en mi interior era imborrable.

—¿Sabes? —dijo de repente captando mi atención—. Siempre he admirado la dualidad que te identifica. En tu interior crece la oscuridad con cada paso que das y, sin embargo, también te define la bondad. La luz. Observo tus ojos y a través de ellos puedo ver transparencia y, al fondo, en lo más profundo, poder, maldad, descontrol. El caos más bello y perfecto que he podido apreciar en toda mi vida.

—Me siento un trofeo. Ya no solo con los dhampir o el ejército de tus padres, sino para ti —me sinceré—. Lo único que sabe ver la gente a través de mí es mi poder, no quien soy en realidad. Y estoy harta, soy mucho más que eso.

—Mira, no te voy a negar que me muevo, sobre todo, por la ambición. Es lo que me define, lo que soy, y por ello tendrás que aceptarme y quererme así, pues nunca podré cambiarlo; pero eso no quita que también me gustes y te quiera a mi lado por tu fuerza interior, tu fortaleza, lo impulsiva que eres y tu preocupación por los demás. Lo haces todo de manera altruista, sin pretensión de algo más, y eso me tranquiliza. Ahí reside tu perfección.

Mi corazón latió con fuerza al escucharlo. No sabía si eran las ansias de sentirme querida por fin o realmente mis sentimientos por él eran genuinos, pero provocaba algo en mi interior que creía roto. Tragué saliva antes de dirigirme hacia el enorme ventanal para mirar por el cristal el paisaje oscuro que había al otro lado. Un abismo infinito repleto de ceniza y destrucción.

—Me siento perdida, como si hubiera desaparecido la brújula que se encargaba de dirigir mi vida —susurré con un hilo de voz. Tenía que recomponerme pronto o las inseguridades me devorarían.

—Yo te ayudaré a encaminarte otra vez, aunque seguramente te llevará un tiempo acostumbrarte a esta nueva dirección —respondió y se situó a mi lado para apretar mi mano con la suya—. Al menos aquí eso es lo que más nos sobra, el tiempo.

Suspiré al escucharlo. Tenía la mente tan revuelta que era incapaz de contestar algo sensato. Me sentía feliz por poder obtener algo así, por poder tenerlo a mi lado, pero había demasiadas cosas en juego. Entre ellas el alma de la última amiga que se había sacrificado. Angie se merecía un final feliz, no así.

—¿De verdad crees que tenéis oportunidad de llegar al cielo y ganar a Lux?

Atary me miró a los ojos con seriedad antes de asentir.

—Haremos todo lo que esté en nuestra mano para conseguirlo. Total, no tenemos nada que perder, Laurie. Es nuestra última baza.

—Nunca quisiste… ¿ser un humano normal? ¿No tener nada mágico o divino detrás? —verbalicé al pensar en la vida que podía haber tenido. La que podían haber tenido todos si los vampiros nunca hubieran existido.

Durante unos instantes, el rostro de Atary se volvió confuso, vulnerable. Me aparté para mirarlo a los ojos mientras contestaba.

—Nunca lo he pensado porque no tengo esa posibilidad.  Esto es lo que me ha tocado vivir y no hay otra elección.

—Pero ¿estás a gusto así? Toda una vida separado de tu padre y con una madre que lo único que le preocupa es cumplir su venganza a toda costa. Sin… cariño, sin una familia de verdad que esté orgullosa de los pasos que vas dando mientras creces. Imagínate por un instante vivir sin preocupaciones celestiales, sin guerras, sin justicias divinas… Solo estudiar, jugar con los amigos y… enamorarte. Simple y llanamente —divagué mientras caminaba de un lado hacia otro—. Si te soy sincera, a pesar de los momentos de soledad y miedo por ser tachada como un monstruo, mi niñez fue la mejor etapa que pasé. Los recuerdos con mi padre, Arthur, donde se encargaba de transmitirme amor incondicional y seguridad. Y mi madre… estoy segura de que, si los vampiros no hubieran existido, si todos hubiéramos sido humanos corrientes, me hubiera dado el cariño que me faltó. Y eso duele. Duele mucho saber que todo esto ha sido causado por unos dioses inconscientes que no cuidaron a sus creaciones como tendrían que haber hecho.

Se formó un silencio cómodo entre ambos pues, a pesar de no mediar palabra, sus ojos lo expresaban todo. Entonces asintió y colocó su mano sobre mi hombro para apretar mi piel con suavidad.

—Lo siento mucho, pequeña. Tienes toda la razón y lamento que te haya salpicado todo esto. Tú no tienes la culpa.

—Y tú tampoco, Atary —susurré mientras atrapaba su rostro con mis manos para que me mirara—. Tú tampoco. Así que no te equivoques, pues en esta guerra no hay un bando ganador, solo daños colaterales. Todos somos seres infelices por culpa de unos dioses irresponsables.

Por una vez en su vida, el príncipe de la oscuridad se quedó sin palabras. Lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza y depositar otro beso sobre mi frente antes de alejarse unos pasos para salir de la habitación. Se giró para mirarme por última vez.

—Al menos espero poder compensarte a partir de ahora en todo lo que pueda. Te mereces lo mejor, Laurie. Una vida feliz, sin cadenas.

—¿Te vas? —pregunté con un ápice de tristeza.

—Intentaré volver pronto, pero tengo que seguir con mi educación. Tú… no tardará en llegar algún súbdito de madre para ayudarte con los preparativos de la noche de bodas.

—¿Puedo hacer algo importante para mí?

—Depende. —Frunció el ceño y ladeó la cabeza al escucharme, poniéndose en guardia—. ¿Qué quieres hacer?

—Quiero hablar con Angie. Necesito saber que está bien. Puede estar aterrada y… no se lo merece. Ambos lo sabemos.

Atary me atravesó con la mirada y se mantuvo en silencio durante unos minutos. Al final exhaló un suspiro y asintió con la cabeza.

—Está bien, pero solo unos minutos. A madre no le gusta que se mantenga relación con las almas en pena. Te acompañará un demonio cuando llegue el momento, yo tengo que irme ya.

—Atary… —lo llamé, movida por mis miedos. Me sentía una niña pequeña a la que tenían que consolar.

—¿Sí?

—¿La humanidad está en peligro?

Atary exhaló un suspiro antes de responder.

—Ellos tampoco tienen la culpa de nada, pero con la guerra que se librará en el cielo se verán salpicados. Si lo que te preocupa es que vayamos a ir directos a por ellos, entonces la respuesta es no. Puedes quedarte tranquila. Necesitamos el mayor número posible de demonios para luchar contra los ángeles y… por desgracia hemos sufrido una baja importante en la iglesia.

Bajé la cabeza al escucharlo y asentí con la cabeza. Entonces el príncipe de la oscuridad desapareció, dejándome sola otra vez.

—¿Señora Morningstar?

Me giré al escuchar el nombre de un extraño, aunque todos tenían un tono parecido. Sus palabras salían arrastradas, como si una serpiente siseara, y parecían de ultratumba. No me sorprendió que me informara de que podía seguirle para llevarme hasta donde estaba atrapada el alma de mi amiga, pero sí que ahora hubiera pasado a ser la señora de. Quería seguir teniendo identidad propia.

Aun así, me mantuve en silencio y lo seguí. Fui escoltada por él y otro demonio más por la ciudad amurallada de Dite hasta llegar a una casa pequeña y lúgubre sin ventanas. Mi corazón latió acelerado al golpear la puerta. Los demonios se quedarían esperando fuera para dejarme conversar un par de minutos. No más. Esa era su condición.

Al contemplar la figura etérea de la que se había convertido en mi amiga mi corazón se rompió. Estaba translucida, adquiriendo un tono oscuro y apagado que mostraba en dónde se encontraba. Lo primero que alcancé a preguntar fue si la estaban tratando bien.

—Supongo que podría decir que sí, dentro de lo que es… esto. El infierno —respondió.

—Lo siento mucho, Angie. No quería que pasara algo así. ¿En qué pensabas?

—¡No entendía nada! Reviviste a Nikola y de repente… ¡pum! Sham lo mata y decides irte con Atary. ¡Desapareciste! El…jefe se volvió como loco. Dijeron que nos habías traicionado. ¿Lo hiciste?

Me sentí ofendida al verla arrugar el ceño, pero no dije nada. Tenía que reconocer que no tenía nada claro y sentirme obligada a elegir un bando no ayudaba. Solo quería hacer lo mejor para todos.

—Laurie —insistió—. ¿Acaso te has olvidado de todo? Está en juego…

—Sí, lo sé. Recuerdo todo, Angie. También cuando el jefe recalcaba que tenía que encontrar a alguien importante que está aquí.

Esperé que entendiera la indirecta. No había olvidado mi objetivo principal, además de intentar encontrar a Nikola, pero ahora la situación se había torcido un poco. Eso me había hecho ver que estaba en lo cierto, no podía subestimarlo. Lo que había conseguido era estar a su merced. Que era todo lo contrario a lo planeado.

—¿Por eso lo has hecho?

—Sí. No. No lo sé —admití—. También quería encontrar mi lugar, sentir que pertenezco a un sitio donde me sienten querida por cómo soy, no por lo que soy. Pero no he olvidado todo lo demás. ¿Sabes? Por eso no quería que intercedieras tú. No quería perderte a ti también. Ahora me siento entre la espada y la pared.

—¿Entre la espada y la pared? —repitió mientras se cruzaba de brazos.

—No te preocupes, es largo de explicar, pero si ya no creen en mí tampoco podemos hacer mucho más.

—Ryuk y yo intercedimos por ti. Les insistimos que tenía que haber algún motivo detrás. Por eso mismo esperarán a que les hagas alguna indicación con tu poder cuando cumplas tu parte. Solo así podrán apresurarse en llegar y poder avanzar.

Resoplé. Hablar en clave era agotador, pero la estaba comprendiendo. Asentí y la miré con tristeza. No podía creerme que se encontrara aquí atrapada.

—¿Te han impuesto algún castigo?

—Todavía no. Parece que hay unos seres que son como jueces y revisan lo que has hecho en vida para decidir el apropiado. Y luego Lilith lo aprueba o algo así. No recuerdo muy bien lo que me dijeron, pero sé que Atary intervino para que fueran benévolos. Ahora la rata quiere ser buena persona… —gruñó.

—Haré todo lo que esté en mi mano para que estés lo mejor posible. Te lo prometo.

Al escuchar unos golpes en la puerta me tensé. Eso solo podía significar un aviso por parte de los demonios para que me fuera despidiendo y regresara con ellos al hogar de Atary y su familia en lo más profundo del infierno.

—¿Ya te vas?

—Sí, no me dieron mucho tiempo, pero… una cosa antes de que me marche.

—¿Sí?

—¿Te he decepcionado, Angie? Tú… ¿me odias?

Angie apretó los dedos en un puño y alzó la cabeza para mirarme con seguridad.

—Yo nunca te odiaré, Laurie. Eres mi amiga, la primera que me aceptó y creyó en mí. Por eso mismo, y aunque a veces no comprenda las decisiones que tomes, te apoyaré en todo lo que hagas.

Sonreí al sentir que se me quitaba un peso de encima, el de la culpa. Le prometí que no la dejaría sola aquí también y me giré para irme. Tenía muchas cosas en las que pensar y una decisión que tomar.

El camino de vuelta fue más liviano que la ida. Haber podido hablar con Angie me facilitaba las cosas, entre ellas saber cuál iba a ser mi siguiente paso si decidía seguir apoyando a Lux. Pero ahí estaba el problema principal, el bando. Mientras regresaba a los pasillos que me conducirían a la habitación preparada para la noche de bodas pensé qué decisión tomar.

Por un lado, si decidía quedarme aquí lo que haría sería no interceder en el curso de la vida y dejar que fuera el bando más preparado el que ganara. De esa forma, si Lilith se proclamaba reina del Cielo, podría gobernar en el infierno junto a Atary y podría garantizarle a Angie una tranquilidad.

Por otro lado, si decidía ayudar al bando de Lux me proclamaría enemiga de Lilith y su séquito oscuro. Nada me aseguraba que pudiera salir ilesa de algo así. Mi misión con el machista de Adán era despertar al tercer ángel, y eso era realmente jodido, pues tenía que matar al príncipe de la oscuridad. El mismo príncipe al que me había unido y debía proteger ofreciéndole lealtad. Una lealtad que me resultaba imposible negar. Además, en el caso de conseguirlo, ¿luego qué? ¿Qué tenían pensado hacer? No era la única que se movía por libre. Adán era un experto en ser autodidacta.

Mantuve mi mente funcionando a toda velocidad hasta que llegamos a la habitación. Allí, por suerte, me dejaron sola. Una vez dentro contemplé la enorme cama que presidía el lugar y las cortinas de satén ocultando el ventanal que mostraba el paisaje de siempre, ya habitual. Sobre ella había un conjunto de lencería rojo y negro, acorde con la estética del infierno.

Al cogerlo lo llevé hasta la nariz y su aroma a ceniza no tardó en pasar desapercibido. Cualquier cosa que tocase olía así. Echaba de menos reconocer otros como la lavanda, un libro nuevo o el pan recién hecho.

Deambulé por la habitación con la prenda entre mis manos mientras mi mente viajaba entre mis recuerdos. Aunque quisiera, no podía dejar de pensar en Angie y su mirada cargada de decepción al verme en el altar. Solo me reconfortaba saber que aun creía en mí. No quería defraudarla otra vez.

Decidí que haría lo posible para intentar salir de la boca del lobo de la mejor manera posible y encontrar mi lugar. Hacer lo correcto. Y para ello tenía que averiguar cómo liberarme, pues sentirme atada a Atary y las reglas de su familia no ayudaba. Quería decidir por mi cuenta, sin cadenas que me unieran a él.

Pensé también en la promesa que había hecho en la boda al permitir que en mi vientre acogiera al futuro príncipe. No estaba preparada para eso, a pesar de que mi madre se había encargado de educarme con una religión estricta, donde perder la virginidad solo está permitido si es para concebir a un bebé después de casarte. Y, qué ironía, aquí estaba, aunque mi pureza, como a ella le gustaba decir, hacía bastante tiempo que la había perdido.

Me mordí la mejilla interna al recordar todos los errores que había cometido y me sentí estúpida. Solo esperaba haber aprendido de ellos lo suficiente.

Todo eso me hizo pensar en Vlad. La habitación, la lencería, la lujuria que aún quemaba mi piel… cerré los ojos y unas palabras llegaron a mi mente, provocando que mi cuerpo se tensara: «Demuestra que tienes parte de mi ADN. Úsalo en tu beneficio y demuestra a todos que mi muerte no fue en vano». ¿Qué me quiso decir con eso? Apreté las prendas contra mi pecho mientras reflexionaba y recordé la mochila que había podido recuperar. Entonces metí la espada del Edén debajo de la cama. No me la habían quitado porque pasaba por una normal, y además estaban tranquilos desde mi unión con Atary. Eso a mí me beneficiaba, pues nunca se sabe cuándo podría necesitarla.

Al escuchar ruido al otro lado, decidí dirigirme hasta la zona que habían establecido como baño. Allí me apresuré para cambiarme de ropa mientras las palabras de Vlad seguían resonando en mi interior. Primero fue el sujetador, una prenda sofisticada que se adaptaba al poco pecho que tenía. Lo siguiente fueron unas bragas finas que se deslizaron con delicadeza por mis piernas. Nada que ver con las prendas que estaba acostumbrada a usar años atrás. Me mordí el labio inferior al recordar que fue la lujuria lo que me unió, precisamente, al que había sido mi padre biológico. Me estremecí al pensar en su dureza al mantener relaciones y todo lo que había podido hacer en vida. Estaba segura de que Vlad había tenido que probar de todo, incluso el sadomasoquismo.

Me tensé al pensarlo. Incluso estando con él había sido lo suficientemente cauteloso como para no pasarse de la raya, pero era bien sabido que los vampiros eran seres salvajes y Nikola me lo había demostrado en su momento. Al menos de aquella había sido una vampiresa con todas las letras y lo había podido soportar, pero ¿ahora? Con Atary volvía a la misma posición de desventaja. Un movimiento con más fuerza de la requerida y podía morirme, y si lo hacía…

Mis neuronas explosionaron como si alguien hubiera lanzado fuegos artificiales y até cabos. Vlad era un jodido Einstein cuando quería, incluso podía ser vidente. Solo él podía hallar la manera de sacarme de la boca del lobo incluso sin estar presente. Ahora lo único que me faltaba era cruzar los dedos para que el plan saliera bien y volviera a ser libre. No me gustaba sentirme coaccionada. Me tensé al oír ruidos fuera, eso quería decir que no tenía mucho tiempo. Mi estómago se revolvió al pensar en todo lo que podía salir mal.

Apoyé las manos en el mármol del lavabo y cerré los ojos para concentrarme. Haber practicado durante tantas ocasiones y unir mi poder con el de Atary facilitaba mucho las cosas, haciéndome ganar bastante tiempo. En pocos minutos sentí una vibración en mi cuerpo y, al abrir los ojos, me di cuenta de que estaba en la academia de la luz y, de manera más concreta, en el despacho de Adán.

—Arthur —lo llamé para evitar sospechas por si Lilith me escuchaba de alguna manera y le hice levantar la cabeza—, no tengo mucho tiempo.

—Laurie. —Arrugó el ceño y me repasó de arriba abajo al verme—. ¿Qué haces aquí?

—Avisarte. Esto va a ser una locura y es probable que termine arrepintiéndome porque eres un maldito machista y no te lo mereces, pero… voy a intentarlo. Todo sigue adelante.

Sus ojos brillaron esperanzados al escucharme.

—¿Dónde estás?

—En el hogar de tu peor pesadilla, pero eso es lo de menos. Lo importante es que estéis preparados por si lo consigo. Necesitaré ayuda pronto o sufriréis bajas. La mía, por ejemplo.

—Tenemos a miembros preparados para cuando eso suceda. Tú solo céntrate en cumplir tu parte.

—Genial —gruñí—. Tan amable y considerado como de costumbre.

No me di tiempo a mirarle más de la cuenta. Por suerte, guardaba la apariencia de Arthur, así que eso ayudaba a que, si Lilith decidía controlarme, no se diera cuenta de quien se trataba en realidad. Inspiré con fuerza y cerré los ojos de nuevo para centrarme en volver a ligar el alma a mi cuerpo. Cuando lo conseguí y volví en mí, me tomé unos segundos para aferrarme al lavabo y soltar una gran bocanada de aire. Me sentía exhausta.

Cuando me sentí mejor me miré en el espejo por última vez antes de salir del baño. Sobre la cama ya se encontraba Atary tumbado con las manos apoyadas en su nuca y su sonrisa anunciaba todo lo que estaba a punto de suceder.

Ir a la siguiente página

Report Page