Laurie

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Capítulo 39

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CAPÍTULO XXXIX  EL KARMA ES UNA MIERDA

Me tensé al ver que no respiraba. Tenía que ser rápida o terminaría muerto del todo, sin ángel y sin nada. Y lo peor era que toda una horda de demonios se me echaría encima, sin olvidarme de unos padres vengativos. ¿De verdad había tomado la mejor opción? Porque la realidad me estaba golpeando y solo tenía ganas de desaparecer de ahí como fuera. Ver a Atary tirado en la cama y con los ojos vacíos era algo macabro, me provocó un escalofrío.

Decidí vestirme con rapidez para luego posar una mano sobre su pecho y cerré los ojos. Yo no era druida y las enseñanzas de Ryuk habían sido más breves de lo que me gustaría, así que me sentí insegura. Aun así, tenía que intentarlo. Adán y su grupo no deberían de tardar en llegar y el tiempo apremiaba.

Inspiré con fuerza para inflar mis pulmones. Al espirar me concentré en aunar todo el poder posible que tenía y un cosquilleo cálido empezó a recorrer mis brazos. Entonces presioné la palma de mis manos contra su torso, acercándome al corazón, que era la zona donde todavía permanecía enterrada la espada.

—Oh, salve, reina. Despierta a Semangelof y tráelo a la vida. Insufla, pues, tu alma en él para que pueda volver y cumplir con su misión. Guíalo hacia la luz para que no lo atrape el mal y envuélvelo con tu gracia. Amén.

Abrí un ojo para ver si había funcionado y al ver que no sucedía nada presioné de nuevo su pecho, como si estuviera reanimándolo. Seguía sin respirar y su rostro seguía igual de cenizo.

—No, no, no… —musité mientras lo analizaba de arriba abajo y seguía presionando como una loca. Incluso barajé en sacar la espada de su cuerpo. Quizás era eso lo que fallaba.

Me mordí el labio inferior mientras calibraba qué hacer. Según las instrucciones de Ryuk, tenía que extraerle la espada una vez volviera en sí, pero Atary seguía en estado vegetal. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? Repasé por dentro la oración, por si acaso se me había olvidado algo. Pero no. Estaba segura de que había dicho las palabras exactas. El problema era que yo no era druida, no había sido preparada para eso.

Aun así, mi respiración estaba agitada y me sentía cansada, como si hubiera estado en una dura sesión de entrenamiento. Volví a apretar una vez más, con la esperanza de que sirviera para algo, pero seguía igual. Bufé al sentirme frustrada. No podía quedarme encerrada en esta habitación. Estaba segura de que en unas horas llegaría algún súbdito de Lilith para comprobar que todo estuviera en orden. Y no. No había nada en orden en este momento.

—Mira, Lux, sé que no soy druida y esto se me da fatal, pero, por favor, apiádate de mí y despierta al dichoso ángel. Yo solo he intentado ayudaros. No permitas que acabe siendo comida para demonios. Amén.

Lo volví a observar. Me impacientaba no detectar ningún movimiento por su parte. Nada. Ni siquiera algún espasmo involuntario. Empecé a caminar de un lado para otro sin saber qué hacer. Estaba empezando a desesperarme.

—Joder. Joder. Joder… —farfullé—. Tenía que haberme quedado quieta. Igual así…

Me tensé al oír un ruido de fuera. Eso no podía significar nada bueno. Segundos más tarde escuché una voz de ultratumba buscándolo a él.

—No quiero molestar pero Lilith me envía para buscarla. La necesita para unos preparativos.

Me mordí el labio inferior y luché por mantenerme estática. No podía dejar de mirar la cama. Atary seguía inmóvil sobre ella con el rostro cenizo y una espada clavada en el torso, cerca de su corazón. La imagen menos bonita de ver y la más peligrosa. Era un pase directo a lo más profundo del infierno. Iba a ser condenada para toda la eternidad entre los peores sufrimientos. Tenía que hacer algo, pero ¿el qué? Pensé en ganar tiempo diciendo que estaba durmiendo, pero me mordí la lengua a tiempo. Recordé que los vampiros dormitaban, pero estaban preparados si alguien hablaba para actuar. Esa excusa no me servía.

—Ahora va —gruñí—. Estamos ocupados.

Recé esperando que eso sirviera de algo. Nadie en su sano juicio entraría en una habitación sabiendo que hay alguien manteniendo relaciones íntimas. Al menos no lo haría nadie humano, porque el sonido de la puerta intentando abrirse erizó el vello de mi piel y me hizo abalanzarme hacia ella después de coger la primera arma que encontré. El seguro estaba puesto, pero no estaba segura de cuánto podría aguantar.

—¡Abre! Es una orden.

—¡Es algo privado! —espeté mientras usaba toda mi fuerza para bloquearle el paso.

Cerré los ojos y me mentalicé en que había llegado mi final. Sabía que no tardarían en llegar refuerzos y no podría con todos. Además, Adán y su grupo no podían moverse tan rápido. Estaba perdida.

En efecto, lo siguiente que escuché fue como el demonio pedía ayuda a otros y no tardaron en aparecer y golpear la puerta con insistencia. Me preocupé al notar que empezaba a tambalearse. No podría aguantar mucho más.

Con cada minuto que pasaba mi corazón latía a más velocidad, amenazando con salirse del pecho. De reojo miraba hacia la cama, esperando alguna novedad, pero seguía sola ante el peligro.

Al final la puerta terminó cediendo y tuve que apartarme para no acabar aplastada. Lo siguiente que vi fue a un grupo de demonios furiosos enseñando su amenazante y afilada dentadura. Cuando vieron a Atary inerte el caos se desató. Todos se abalanzaron a por mí con un odio infinito.

La adrenalina se me disparó al volver a notar el cosquilleo cálido por mi brazo y me apresuré en usarlo a mi favor. Supuse que la desesperación que estaba sintiendo en ese momento me beneficiaba, así que cerré los ojos y extendí el brazo en su dirección para soltar el poder que tenía acumulado, consiguiendo golpear a todos al llevarlos contra una pared.

No les di tiempo a incorporarse. Sabía que Atary y su cuerpo ya no me servía de nada, así que me apresuré en salir de la habitación y echar a correr. No tenía ni idea cómo iba a salir del infierno, pero haría lo que fuera con tal de conseguirlo. Giré hacia la derecha para intentar esconderme en algún sitio, pero otro demonio me encontró.

Transcurrieron unos segundos de confusión, pero no tardó en darse cuenta de lo que estaba pasando al verme y se lanzó para atacarme. Conseguí esquivarlo antes de que sus garras terminaran en mi cuerpo y lo atravesé con una daga, pero esta se quebró al chocar con la dureza del suyo.

—Mierda —gruñí al darme cuenta del fallo y me sentí indefensa.

Sabía que no podría aguantar mucho más. El poder de mi interior salía cuando le daba la gana y lo había usado hace poco, así que tenía poca fe en que quedara algo para salir del paso. Al ver que volvía a abalanzarse a por mí intenté apartarme, pero me atrapó y llevó sus garras hasta mi cuello para levantarme del suelo y asfixiarme.

Forcejeé como pude retorciéndome como si fuera una serpiente y le intenté patear. Sentía como me empezaba a faltar el aire, pero sabía que podía conseguirlo. Era un solo demonio por el momento, tenía que lograrlo.

Me removí una vez más y llevé mis manos a tientas hasta su rostro. Entonces hundí mis dedos en sus ojos y el demonio soltó un alarido, consiguiendo liberarme. Tosí mientras intentaba recomponerme y giré para huir hacia otro lado, pero unos pasos más tarde me di de bruces con un grupo numeroso.

Volví a extender mi brazo en señal de amenaza y cerré los ojos para concentrarme. Incluso empecé a rezar para que Eva o quien quiera que estuviera por ahí arriba se apiadara mí y me ayudara. Necesitaba un verdadero milagro. Por desgracia, ni Lux ni ningún ser quiso ser tan benevolente y lo siguiente que sentí fue un golpe que impactó en mi cabeza, consiguiendo que me desvaneciera en el suelo.

Al volver en mí observé que estaba en otro lugar. Intenté mover las manos y me di cuenta de que estaba atada a una pared y no podía escapar. Bufé. Estaba claro que había elegido mal y ahora sufría la peor de las consecuencias.

Miré a ambos lados. A pesar de la penumbra en la que me hallaba era capaz de reconocer algunos detalles. Por la forma y color de las paredes intuía que estaba encerrada en alguna zona subterránea de la ciudad de Dite. Parecía una celda de torturas.

Cerré los ojos para concentrarme. No sabía el tiempo que tendría disponible hasta que alguien viniera, pero seguramente era escaso y tenía que salir como fuera. Quizás podía imaginarme otro lugar y anclar mi cuerpo a mi alma. Quizás…

Intenté poner mi mente en blanco. Apreté los párpados con fuerza hasta notar chispitas de colores entre la oscuridad. Incluso inspiré con fuerza para retener durante unos minutos la mayor cantidad de oxígeno posible. Pero nada. Cualquier sonido que hubiera a mi alrededor me distraía y aceleraba los latidos de mi corazón. Era imposible salir. Estaba atrapada.

Unos pasos acercándose por el frío espacio me hicieron levantar la cabeza y abrir los ojos. Al ver a un demonio de negra mirada cargando unas cadenas que resonaban al deslizarlas por el suelo no pude evitar tragar saliva. No me hizo falta ver más para saber que mi vida acababa de alcanzar su fecha de caducidad. No iba a soportar una tortura así. Estábamos hablando del maldito infierno y yo había asesinado a su futuro rey. Me había convertido en la mayor traidora.

Tragué saliva. El demonio avanzaba en un ritmo agónico, solo por el simple placer de prolongar mi sufrimiento. Sabía que tenía miedo, podía olerlo. Estaba segura de que disfrutaba como nunca de la situación.

Mordí mi labio para evitar suplicar piedad. Sabía que no serviría de nada, solo prolongaría su deseo. Aun así, mi boca temblaba. Cada vez se acercaba más a mí y, junto a él, las cadenas.

Cuando lo tuve enfrente contuve la respiración. Su olor fétido se colaba con facilidad por mi nariz, aturdiéndome. Recé para mis adentros con la esperanza de que Lux o alguien me escuchara. Solo necesitaba que llegara alguien. Cualquiera de su bando que me pudiera echar una mano, porque la mía estaba inactiva otra vez. Mi poder me había abandonado.

Al escuchar el primer silbido de las cadenas al girar en el aire cerré los ojos. Me negaba a ver algo así. El impacto no tardó en llegar y fue contundente. El metal ardía y abrasó mi hombro derecho junto a parte de mi cara.

Me mordí con tanto ahínco el labio inferior que no pude evitar sangrar. No le daría el placer de escucharme gritar por el dolor. Al segundo golpe mi cuerpo tembló por el impacto, pero las cadenas que me aferraban a la pared me impidieron caer.

Soporté varios ataques más. Cada uno de ellos me acercaba más al infierno, a ese que Atary me había advertido: un sufrimiento eterno. Pero estaba cerca de flaquear, pues el sudor perlaba mi frente y se mezclaba con la sangre que brotaba de mi piel.

Me sentía como un cromo. Mi cuerpo era un trapo que se mecía al compás de la tortura y los músculos no respondían a las pocas órdenes que intentaba crear en mi cerebro. Ya ni siquiera era capaz de contenerme más. Varias lágrimas se deslizaron por mis mejillas, provocando un desagradable resquemor.

Estaba atrapada en un castigo que no tenía fin y nadie llegaría para salvarme. Mi vista había empezado a emborronarse y la respiración se ralentizaba, incluso mi corazón bombeaba con lentitud. Inflé los pulmones como pude mientras miraba al suelo. Varios goterones oscuros crecían cada vez más. Gimoteé al sentir un nuevo golpe. Mi cuerpo vibró al recibir el impacto.

En mi desesperación, quise abrir la boca para decir algo. Cualquier cosa que fuera capaz de retener mi cerebro para poder verbalizarlo. Nada podría equivaler al dolor que estaba sintiendo. Nada podría expresarlo con claridad. Aun así, fui incapaz de hacerlo. Podía notar el sabor metálico de mi sangre y el ardor bañaba cada centímetro de piel.

Y la tirantez de mis brazos no acompañaba. Llevaba tanto rato anclada a la pared que los músculos se resentían. Estaba sintiendo el abrazo de la muerte.

Al escuchar un nuevo silbido por parte del arma del demonio torturador cerré los ojos. El impacto fue tan certero que no tardé en ver todo negro. Supuse que esa era la parte buena del sufrimiento, que todo tenía un final. El mío había llegado.

Mis labios temblaron al regalarle al infierno mi último suspiro. De entre todas las imágenes que se formaron en mi mente y fueron pasando como si fuera una película, solo una se detuvo más tiempo del establecido: Los ojos de Atary mirándome al arrebatarle la vida. Si algo había aprendido con ello era que el karma es una mierda y, aunque se haga de rogar, llega de verdad. Saboreé la sensación de fracaso mientras me dejaba caer en el profundo abismo que se había formado con cada golpe. No estaba preparada para el bucle infinito en el que quedaría atrapada pero no podía hacer nada más.

Había llegado el adiós definitivo.

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