Laurie

Laurie


Capítulo 40

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CAPÍTULO XL  BASTA

Parpadeé al verme en un sitio muy familiar, a pesar de haber estado una sola vez. Se trataba de la explanada vaporosa del oráculo, con la misma humareda rosácea, como si se tratara de niebla, que me impedía ver qué había más allá.

Caminé hacia adelante, pues ya me sabía el camino de memoria. La nada seguía rodeándome, aunque era confortable no sentirme sola y tener un momento de paz. Sin dolor, sin torturas. No dejaba de preguntarme si estaría muerta o el demonio seguiría desangrándome al otro lado. De ser así tampoco me quedaría mucho tiempo. No tenía fuerzas para mantener mi alma a raya.

Minutos más tarde di con las montañas al fondo, junto a ellas se alzaba la pradera rosada con luces pequeñitas de ambos colores que parecían mariposas. Al menos sabía hacia dónde dirigirme.

Al pasar por la pradera recorrí el camino empedrado hasta llegar al puente inmenso de color azul oscuro. Debajo seguía corriendo un río azul brillante, iluminando el fondo. Me detuve unos segundos para relajarme escuchando el murmullo de la corriente. Ojalá pudiera quedarme en ese lugar. Así me sentiría a salvo.

Al otro lado del puente, en lo alto de las montañas, se alzaba el increíble palacio celeste del oráculo. Seguía con la misma cristalera y los colores brillaban por la luz del sol. Lamenté que no fueran capaces de conectar conmigo y recibirme dentro. Me hubieran ahorrado tanta caminata, sobre todo cuando el tiempo apremiaba. Aun así, continué avanzando hasta llegar a la cima.

Al llegar tragué saliva antes de decidir golpear la puerta y miré mis manos. No podía parar de moverlas debido a mi nerviosismo. ¿Había fallado la misión de Lux? ¿Me odiarían? ¿Qué me sucedería a partir de ahora?

Suspiré. No podía hacer nada, así que tendría que enfrentarme a lo que fuera. Con ese pensamiento en mi cabeza, golpeé la puerta en varias ocasiones para anunciar mi llegada. La esperaban, como siempre, pues no tardó en abrirse sin esperarme nadie al otro lado.

Recorrí el inmenso pasillo, sintiendo mis pisadas resonando en el suelo. Las escaleras, al ser de cristal, reflejaban mis zapatos a medida que ascendía. Era un espacio tan luminoso y transparente que mi reflejo se veía por cualquier rincón.

Al llegar a la sala principal inspiré con fuerza y cerré los ojos. Necesitaba unos segundos de preparación para poder afrontar la conversación que me deparase. Al abrirlos avancé y me di de bruces con ellos. Los tres miembros del oráculo estaban al otro lado mirándome con expectación. Incluso el adolescente, que normalmente estaba absorto contemplando su bola de cristal, tenía puestos sus ojos en mí.

—¿Qué pasa? —pregunté arrugando el ceño.

—Nikola nos ha contactado —respondió el anciano apretando su bastón—. Somos conscientes de todo el trabajo que has hecho y estamos haciendo todo lo que podemos para ayudarte, pero debes aguantar.

—¿Aguantar?

Contemplé a los tres mientras arqueaba mis cejas. No estaba entendiendo. ¿Qué tenía que aguantar? ¿Y qué tenía que ver Nikola en todo esto? Ya me lo había dejado todo claro. Solo me ayudaba porque veía a Amélia en mí. Nada más.

—¡La ayuda va en camino! —canturreó la niña mientras aplaudía—. Tienes que resistir.

—¿Sigo viva en el infierno?

Los tres asintieron a la vez.

—Genial, ¿y de qué me sirve? Estoy en el maldito infierno. No es tan sencillo acceder. Cuando lleguen estaré muerta y aunque lo consigan… ¿qué? ¿Cuál es el final de todo esto? Atary ha muerto.

Sus murmullos rebotaron en las paredes vacías de la gran sala. Al terminar se miraron entre ellos y el anciano hizo un gesto con la mano para responder:

—Lux es consciente de todo lo que has hecho. Te recompensará por ello cuando todo termine.

—¿Y terminará? ¡No tenemos al tercer ángel! Lilith y Samael llegarán al cielo. Ni siquiera sé qué significa que me recompensará. ¡No quiero unas palmaditas en la espalda! ¡Quiero que me devuelva todo lo que me han quitado! ¡A todos!

Mi pecho subía y bajaba en un ritmo acelerado debido a mi indignación. Mientras que ellos se quedaban en su palacio de nebulosa, libres de todo mal, mi cuerpo maltratado permanecía en el infierno con un demonio torturador. No me encontraba en las mismas condiciones. Y tampoco quería vivir en un mundo sin nadie que me quisiera. Estaba sola.

—Debes tener fe, Laurie —dijo el anciano en un tono calmado, como si el mal no estuviera creciendo a pasos agigantados.

Me mordí la mejilla interna para evitar contestar. La fe no me iba a sacar del infierno ni me haría recuperar a todos mis amigos y familia. Necesitaba algo más, un milagro quizás. Y Lux me había dado la espalda hasta ahora.

—¿Y luego qué?

—Todas las respuestas llegarán a su debido tiempo.

Suspiré. El anciano seguía igual de enigmático que de costumbre y yo no tenía paciencia para esperar respuestas. Sentía que mi cuerpo comenzaba a desvanecerse y corría el riesgo de desaparecer. Debía de estar muerta en vida.

—No me queda tiempo —musité.

—Nikola está haciendo lo que puede para mantenerte con vida —dijo el mediano.

—¿Cómo?

Arrugué el ceño. No entendía su necesidad desesperada para ayudarme. Quizás no me quería a su lado en donde sea que esté.

—Usa la conexión que mantiene contigo para ayudarte soportando parte de los golpes. Por eso sigues en pie y por eso estás aquí ahora.

—¿Y para qué? Por mucho que me ayude no voy a aguantar mucho más. Mi cuerpo está muy débil.

«Laurie». Su voz resonó en mi mente en un tono lastimero, como un quejido. Ambos nos sentíamos exhaustos.

Miré al oráculo sin comprender nada. Esta situación se nos estaba escapando de las manos.

—Nik… no es necesario. Déjame ir. Retenerme solo va a interferir en el destino y no van a llegar.

«No».

Resoplé. Su testarudez nos iba a traer más problemas de los que ya había. Estaba cansada de tener que soportar más golpes a costa de otros. Todo sería más fácil si se acabara ya. Nikola no tenía por qué interceder en mi vida. No era la suya. Y yo no era Amélia.

—No quiero luchar más. Déjame sola, Nikola. Se acabó.

De reojo aprecié como los tres miembros del oráculo hablaban entre ellos mientras yo mantenía una conversación interna con él. Abrí la boca para preguntarles, pero el espacio empezó a emborronarse. Luego todo fue oscuridad.

El despertar fue brusco. Demasiado. Inhalar oxígeno fue duro al notar mi garganta reseca y el labio ensangrentado. Los pulmones apenas podían funcionar y mi mente se desconectaba por momentos debido a la extenuación de mi cuerpo. Ni siquiera sabía si el demonio seguía frente a mí, preparado para un nuevo ataque.

Traté de parpadear y mover mis manos, pero seguía anclada en esa cadena que me impedía escapar. Quise quejarme, pero ni eso me salía. Mi cabeza se tambaleó al notar la tirantez de mi cuello.

De repente un nuevo golpe hizo que todo mi cuerpo temblara y no pude evitar gritar. Ya me daba igual todo, era incapaz de contener el dolor que me provocaba ese metal. Me sentía arder y las gotas de sudor que bajaban de mi frente se entremezclaban con la sangre esparcida por el suelo.

—Basta, por favor… —sollocé con un hilillo de voz. No podía aguantar más.

El demonio me golpeó de nuevo. Sabía que no se iba a enternecer por mi súplica y mucho menos dejarme huir, aun así el instinto de supervivencia humano funciona así. Rogamos a quien sea con tal de que se apiade y nos deje libres. Lástima que no estuviese frente a alguien humano. Estaba presa para siempre.

—Basta —repetí al soportar el tercer golpe. La oscuridad comenzaba a abrazarme. Sabía que un nuevo golpe iba a ser mortal.

Cerré los ojos al escuchar de nuevo ese sonido metálico, ese silbido que anticipaba lo siguiente. Lo más duro. El infierno en carne viva. Entonces mis oídos escucharon algo más. Una voz masculina que me hizo abrirlos de nuevo, a pesar de que mis párpados pesaban.

—Basta.

Fue una simple palabra, la misma repetida por mí debido al agotamiento. Una sola palabra fue suficiente para que el demonio se detuviera y mirase al dueño de la voz ronca como si fuera un fantasma.

—Yo me encargo.

Al enfocar, mis ojos se enfrentaron a una mirada azulada que nunca me había parecido tan hostil. Su presencia ensangrentada y oscura hizo que todo mi cuerpo temblara otra vez, pero con un sentimiento diferente. Sus últimas palabras eran un presagio de cuál iba a ser mi destino final.

El demonio se mantuvo inmóvil unos segundos, seguramente evaluando la presencia de su superior. Inspiré como pude esperando un poco de paz y, por suerte, las pisadas arrastradas de mi torturador comenzaron a sonar cada vez más lejanas. Aun así, no podía sentirme aliviada.

Si ya estaba siendo castigada por haber terminado con la vida de Atary, no quería imaginarme lo que podía ser capaz de hacer el auténtico príncipe de la oscuridad.

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