Laurie

Laurie


Capítulo 41

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CAPÍTULO XLI  LA HORDA DEL INFIERNO

La sala quedó envuelta en un silencio aterrador. A pesar de la oscuridad que nos envolvía era capaz de reconocer sus fríos ojos mirándome de arriba abajo y su pelo negro revuelto, entremezclándose con el color de su ropa. Además, seguía ensangrentado, lo que me recordaba el delito que había cometido. Inspiré con fuerza, notando como cada hueso de mi cuerpo se resentía. No podía más.

—Mátame de una vez —supliqué.

Sus ojos se abrieron al escucharme, como si le sorprendiera la petición, pero se irguió y recuperó su expresión seria. No pude evitar temblar.

—Tengo pensado algo mejor.

Cerré los ojos al escucharlo. ¿Qué quería decir eso? ¿Qué podía ser mejor que matarme? ¿Torturarme hasta la extenuación? Al sentir su presencia a escasos centímetros de mi cuerpo no pude evitar abrir los ojos, dándome de bruces con el aroma metálico que desprendía su sangre. Seguía siendo una híbrida y estaba hambrienta, pero también demasiado débil como para poder atacarle y alimentarme. Temía que, de intentarlo, terminara peor de lo que ya estaba.

Cuando escuché el sonido de las cadenas me tensé. Mi cuerpo cayó de golpe y todos los músculos se resintieron. Traté de respirar como pude, pues cada movimiento generaba una nueva tortura y, con gran esfuerzo, alcé la vista para mirarlo.

—Vamos.

Tragué saliva. Si se pensaba que iba a poder salir caminando estaba equivocado, apenas podía mantenerme en pie.

—¿A dónde?

—Eso no es de tu incumbencia, así que levántate.

Hice acopio de valor para lograrlo. Apoyé las manos en el suelo y flexioné para intentar incorporarme. Atary me miraba con frialdad, no se movió ni un solo milímetro para ayudarme, aunque tampoco lo esperaba. Solo pedí que el sufrimiento terminara pronto.

Inspiré con fuerza para llenar mis pulmones y apoyé una de las manos en la pared para ayudarme a salir de la celda. Tardé unos cuantos minutos que se me hicieron agónicos, pero conseguí llegar a una escalera de caracol de piedra que conduciría a algún piso del infierno, seguramente me encontraba en alguna zona escondida de la muralla de Dite.

Ascendimos en silencio, lo único que nos acompañaba era el sonido de nuestros pies al tocar la fría piedra. Los demonios que aparecían a nuestro paso se giraban sorprendidos al encontrarse con su líder. Sus murmullos resonaban en mis oídos mientras intentaba mantenerme regia, pues mis piernas flaqueaban.

Caminamos un largo rato. Cada paso era un suplicio porque mi cuerpo pesaba como si estuviera hecha de mármol y las heridas seguían a flor de piel. Si no me curaba pronto terminaría muriendo desangrada o desfallecida. Por suerte terminamos accediendo al piso principal, el que pertenecía a la familia Morningstar; y Atary me llevó de malas maneras a una de las habitaciones.

—¡Qué quieres de mí! —grité al verme acorralada.

El príncipe de la oscuridad seguía con esa expresión fría y cerrada que era incapaz de interpretar. ¿Me estaba ayudando? ¿O era su forma de volverme loca al darme un atisbo de esperanza para luego arrebatármelo del todo? Tragué saliva al verle fruncir el ceño y su mirada se oscureció otorgándole un halo sombrío.

—Protegerte —escupió de repente.

—¿Qué?

No pude evitar alzar el rostro y me desmoroné sobre la cama. Lo que menos esperaba era escuchar esa respuesta y no tenía fuerzas para aguantar mucho más. Me sentía demasiado débil.

—Tú me has liberado. Ahora me tocaba a mí liberarte a ti —explicó cruzándose de brazos—. Soy Semangelof, Laurie. El tercer ángel.

Hundí los dedos en el colchón al escucharle y abrí los ojos con fuerza. Había estado tan convencida de que Atary había muerto por completo y que no tenía ninguna posibilidad que esto me había pillado desprevenida. Tragué saliva de nuevo, incapaz de verbalizar algo sensato.

—¿Y los otros dos? ¿Están cerca? —conseguí preguntar—. Si no estamos jodidos. Esto es un maldito nido de demonios.

—Lo sé, por eso intento guardar la apariencia. Los noto cerca pero no te sé decir de manera exacta. Aquí dentro es complicado controlar nuestro poder, es como si unos hilos invisibles tiraran de él para bloquearlo.

Asentí mientras lo miraba de arriba abajo. Seguía siendo Atary físicamente, con el mismo pelo negro y sus característicos ojos azules. Lo único que le diferenciaba era ese destello oscuro y hostil, tan poco habitual en un ángel.

—Será mejor que aproveche el tiempo.

Me tensé al ver que se arrodillaba en el suelo frente a mí y tiraba de mi brazo para extenderlo y apretar mi piel con su mano. Su tacto era tan frío como de costumbre, pero una calidez extraña no tardó en llegar a la palma y provocar cosquilleos en mi cuerpo. El efecto fue inmediato. Algunas heridas profundas comenzaron a desaparecer y el dolor se esfumó como si nunca me hubieran torturado.

—¿Eres sanador?

—Soy un ángel, es uno de nuestros dones principales.

—¿Y por qué desprendes esa aura…oscura?

Lo miré. Semangelof se apartó al ver su trabajo terminado y retrocedió lo suficiente como para dejar una distancia de seguridad entre ambos, pero me lanzó una de mis armas, lo cual agradecí. Gruñí al ver que había dejado unas cuantas heridas superficiales a la vista que seguían resintiendo mi piel.

—He permanecido en su interior mucho tiempo, tratando de luchar para no morir. El alma de Atary es demasiado poderosa debido a quienes son sus creadores, que…, por cierto, los tenemos que encontrar.

—Quieren subir a Cielo —le informé.

—Lo sé, estoy al tanto. Al habitar en su mente he sido consciente de cada uno de sus pasos y sé que Lilitú va a abrir un portal. Han sufrido bajas importantes debido a tu ataque, así que no se arriesgarán a pelear en la Tierra. Planean iniciar la guerra en el plano celestial.

Me tensé al escucharlo. Si sabía eso también podía haber sentido sus sentimientos o saber sus pensamientos, pero me daba miedo lo que podía escuchar y sabía que, en cierto modo, era mejor no preguntar, así no me desequilibraría. Estaba cansada de vivir a expensas de las migajas de amor que esos seres oscuros eran capaces de ofrecer. Yo merecía mucho más que eso. Era alguien más al margen de sus actos. Así que lo dejé estar.

—¿Y qué hacemos?

—Impedírselo. Si ascienden todo estará perdido. Cielo no se ha recuperado del todo de la última guerra.

—Pero…

—Da igual —me frenó—, hay que intentarlo.

Tragué saliva antes de asentir con la cabeza. Su plan era una auténtica locura, pero no teníamos nada mejor.

—Laurie, una última cosa —me llamó cuando estaba a punto de abrir la puerta—. Me mantendré bajo el papel de Atary para ganar tiempo. Si consigo que me lleven hasta donde se encuentran todo será más sencillo. Tú… sigue así.

—¿Por eso no me has curado del todo? —pregunté mostrándole una de las heridas.

—Llamaría demasiado la atención. Es mejor evitar riesgos innecesarios.

Solo por eso permití que me sujetara del brazo de malas maneras y tirase de mí para hacerme andar. Fingí que me hacía el mismo daño que antes de curarme y traté de mantener mi mirada perdida, pero tenía poca esperanza en que nuestro plan funcionara.

Caminamos por los pasillos mientras intentaba hacer oídos sordos cuando Semangelof se aproximaba a algún demonio para preguntar acerca de la ubicación de los padres del mal. Por suerte no estaban lejos.

Cuando llegamos a la sala con sus tronos nos miramos durante unos segundos antes de abrir. La sala parecía vacía, pues no se escuchaba ni una sola voz. Los tronos estaban desocupados y la estancia estaba, como siempre, carente de decoración. Entonces capté la presencia de una sombra en una de las esquinas y me apresuré para coger el arma, pero fue tarde.

Un cuerpo se abalanzó a por mí y me tiró al suelo, haciendo que mi daga cayera también y patinara hasta alejarse unos cuantos metros. Forcejeé como pude al ver que se trataba de Caín. De fondo podía escuchar como al otro lado de la puerta se amontonaba un grupo de demonios. Miré a Semangelof en advertencia y él me respondió sin decir nada, solo alzó su mano para que su palma liberase un fuerte poder, consiguiendo que el cuerpo de mi atacante rebotara contra la pared.

—Es una trampa —alcancé a decir mientras me apresuraba en recuperar mi arma.

No pude hacer mucho más. La puerta rebotó de forma brusca al abrirse de golpe y una oleada de demonios nos rodeó. Eran demasiados como para poder salir ilesos. Tragué saliva y me coloqué de espaldas junto a Semangelof. Yo mostrando la daga y él su mano.

La horda del infierno no tardó en llegar hasta nosotros y atacarnos con fuerza. Había llegado el momento de aplicar las clases que tuve en la academia y el entrenamiento con Nikola para defenderme. Golpeé con brazos y piernas sin mirar a dónde, eran tantos que no me daba tiempo a focalizar mi atención. Semangelof estaba igual, su poder era mayor y los hacía retroceder, pero a los pocos segundos recuperaban el lugar. No tardaríamos en quedar exhaustos.

Nos mantuvimos así varios minutos hasta que el cansancio hizo mella en nosotros y nuestros movimientos se volvieron más lentos e imprecisos. Por suerte, o por desgracia, un golpe captó la atención de ellos y un destello iluminó toda la sala, cegándonos a todos. Al parpadear pude reconocer las siluetas que se apresuraban en entrar y tragué saliva. Parecía que la visión que había tenido en el Edén deseaba cumplirse.

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