Laurie

Laurie


Prefacio

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Prefacio

Después de todo lo que había pasado, nunca imaginé estar aquí. Mis ojos no paraban de posarse en todos los rincones que había a mi alrededor. Cada objeto que encontraba, cada color, cada olor, cada sensación… todo era nuevo e inexplicable para mí y, en cierto modo, familiar.

Mi mente no paraba de recordar todo lo sucedido hasta el día de hoy, incapaz de controlarlo. Todo por lo que había pasado hasta llegar a este momento aparecía en fragmentos borrosos que me cargaban de culpa y remordimientos. Nunca me hubiera imaginado que iba a terminar celebrando un acto como este sin la presencia de mi familia y mis amigos.

Cerré los ojos e inspiré con fuerza, intentando no echarme a llorar. Si dedicaba más tiempo de lo normal a recordar las pérdidas que había sufrido, nunca podría recomponerme. Debía mantenerme fuerte, más de lo que había sido hasta ahora. No podía permitir que presenciaran mi debilidad.

—Debes darte prisa —dijo una voz hosca a mi espalda, haciéndome sobresaltar.

Suspiré y asentí con la cabeza, consciente de lo que se avecinaba. Al comprobar que volvía a estar sola caminé hacia el rincón donde tenía el vestido preparado. Si alguien me hubiera dicho un par de años antes que me iba a casar con uno así me hubiera reído, considerándolo una broma absurda. Y, sin embargo, aquí estaba ahora.

Al pasar los dedos por la textura cerré los ojos, saboreando la sensación. Era una tela fina y delicada, como una caricia en mis yemas. El color no era lo esperado y tampoco el estilo, pero quién era yo para objetar nada. Debía de estar preparada y a la altura de las circunstancias. Cada segundo que pasaba era un motivo más que agradecer y confiar en que todo saldría bien.

Al quitarme la ropa y ponérmelo, sentí como la majestuosidad de la prenda me rodeaba. Me miré en el oscuro espejo que había en un lateral de la sencilla sala y no pude evitar tragar saliva. Era un vestido digno de una reina. Con un escote en forma de corazón cuyos hombros tenían una flor negra de la que salían varias líneas del mismo color, y unas mangas rojizas en tono oscuro entremezcladas con el color negro que había por encima. Las pequeñas piedras que lo decoraban conseguían que este brillara debido a la tenue luz que me acompañaba, terminando por acumularse en una especie de cinturón con más rosas negras.

Me moví para ponerme de perfil, tirando del vestido con fuerza para que este bailara a mi son. Del cinturón caía una cascada rojiza, otorgándole presencia. Mi espalda estaba desnuda, equilibrando los oscuros colores con la tez pálida que bañaba mi piel y el recogido de mi cabello evitaba hacer contraste. Por una vez no pude evitar saborear el magnetismo que irradiaba, la fuerza y el poder que parecía tener solo por llevar puesto algo de tal calibre.

Satisfecha con el resultado, me dirigí hasta la mesita que había al lado y sostuve entre mis manos el ramo de rosas negras y rojas que con tanta dedicación había sido preparado. Al acercarlo a mi nariz, aspiré el aroma a incienso y ceniza. Era un olor fuerte pero gratificante, me relajó a los pocos segundos.

Me miré de nuevo en el espejo antes de decidir salir. Los labios rojos y el contorno oscuro de mis ojos marcaban la diferencia de todos estos años. Ya no era la misma Laurie que pisó la facultad hacía un par de años, era una bastante diferente. La persona que había en el reflejo era una mujer segura de sí misma, una chica curtida a base de errores y golpes. No estaba dispuesta a cometer otro más. Debía demostrarles a todos quién era Laurie Duncan y por qué había venido a este mundo. Porque todos esperaban algo de ella. De mí.

Salí de la pequeña sala acompañada por dos sirvientas, ambas permanecían en silencio mientras me indicaban el camino. Aunque no tenía mucha dificultad. La iglesia en la que se iba a realizar la celebración nupcial estaba al fondo del agujero negro que conformaba la residencia infernal.

Cuando estas abrieron las puertas todo el mundo enmudeció, incluida yo. A cada paso que daba no pude evitar contemplar los grandes techos abovedados que nos cubrían junto a unas lámparas de araña. El suelo estaba conformado por rombos blancos y negros, y la rojiza vidriera iluminaba la figura del hombre que en ese momento me estaba dando la espalda. Mi futuro esposo. Mi corazón se encogió al darse cuenta de la presencia que irradiaba con ese pelo azabache y su traje negro hecho a medida, resaltando cada contorno de su cuerpo. Incluso sin ver la expresión de su rostro sabía que, por una vez en su vida, estaba nervioso.

Terminé de caminar al llegar a su lado y pude contemplar las figuras allí presentes, todas sentadas en los amplios bancos que nos acompañaban. Era un acto tan solemne que nadie se atrevía a abrir los labios, salvo aquel que iba a presidir la ceremonia.

Mientras comenzaba a soltar las primeras frases me atreví a mirarlo y fue entonces cuando me quedé atrapada. Sus ojos me miraban con adoración, como si esa fuera la primera vez que nos hubiéramos encontrado. Su mano comenzó a buscar la mía para apretarla. Sonreí casi de forma inconsciente al sentir su tacto y él me acompañó, apretando con mayor ahínco. Entonces la voz que nos acompañaba me hizo volver la atención, estremeciéndome.

Cuando pronunció la importante pregunta que muchos temían nada más pisar el altar, no pude evitar que el vello de mi piel se erizara. Él no dudó ni hizo ademán de arrepentimiento. Me aceptó como su futura esposa y el sí de su respuesta vibró por la iglesia, rebotando en las paredes como si fuera un delicioso eco que se adentraba en mis oídos.  Incluso el brillo que danzaba en su mirada era tan fuerte que me sentí presa de su amor.

—Y tú, Laurie Duncan, hija del día, pero también de la noche; ser de la luz y de la oscuridad, ¿estás dispuesta a arrodillarte ante el primero y aceptar frente a él a su primogénito, el príncipe de la oscuridad? ¿Estás dispuesta a rendirte ante su amor y ligar tu alma a la suya para convertiros, así, en una sola? ¿Estás dispuesta a convertirte en la esposa de Atary Morningstar?

Tragué saliva y le miré a los ojos. Esos hipnóticos ojos azules que durante tanto tiempo me habían acompañado, despertando esa parte de mí que había permanecido escondida durante muchos años. Ese lado monstruoso que todos habían aborrecido. Todos, menos él, pues estaba encantado con el poder que emanaba de cada poro de mi piel. Me veneraba como nunca lo habían hecho.

Lo miré e inspiré fuerte antes de abrir mis labios y dar mi respuesta. Esa respuesta que iba a dar un brusco giro a los acontecimientos.

—Sí, acepto.

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