Laurie

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Capítulo 11

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CAPÍTULO XI  SECRETOS DE CONFESIÓN

Angie tuvo razón. Al poco tiempo apareció Sham por la puerta traspasándome con su mayor mirada de odio y se abalanzó hacia mí.

—Ni lo intentes —gruñí.

Cerré los ojos durante unos instantes al recibir un empujón por su parte y conté hasta tres para no iniciar una pelea. Bastante teníamos ya encima.

—¿Qué te crees que haces actuando sola? ¡Eres una idiota! —bramó.

Le apunté con el dedo mientras la rabia empezaba a agolparse en mi garganta. Incluso el poder de mi brazo se había potenciándolo, haciéndolo vibrar. Mis sentidos reaccionaron al sentir a alguien colocándose a mi espalda, al girarme vi que se trataba de Ryuk, nos miraba a ambos como si estuviera ante un partido de tenis.

—No eres nadie para decirme qué hacer. Adán me dio estos días para venir aquí y los estoy aprovechando. Déjame en paz.

—Te dejaré en paz cuando dejes de ser una maldita egoísta y pienses un poco en los demás. Estamos en medio del inicio de un jodido apocalipsis, ¿y tú te vas por ahí a la aventura? —chilló—. Tenía razón. No teníamos que dejar nada de esto en tus manos. Destruyes todo lo que tocas, hasta a tus amigos.

Eso fue lo último que necesité escuchar para que la rabia me cegara e hiciera saltar todo por los aires. El poder que emanaba mi tatuaje fue tan intenso que sentí un calor que empezó a recorrer mi piel, al mismo tiempo que mis pupilas se expandieron, haciendo que todo mi alrededor se volviera negro. De fondo resonaron las voces de Angie y Ryuk chillando, pero fue tarde.

La bomba había explotado.

—Laurie. Laurie.

Parpadeé al escuchar una voz colándose por mi oído derecho e intenté incorporarme. Masajeé mi frente al sentir un inmenso dolor de cabeza, era tan fuerte que hacía que mi alrededor diera vueltas.

—¿Dónde estoy? ¿Qué…? ¿Qué ha pasado? —Tragué saliva. Me sentía muy cansada.

—Eh… —dijo Angie mientras miraba a Ryuk de reojo. Tenía unas ojeras como si no hubiera dormido en un mes—. Dejémoslo en que han tenido que intervenir los dhampir de por aquí para limpiar los estropicios que has hecho.

—¿Estropicios?

—Tu poder está aumentando demasiado —intervino él—. He podido frenarlo un poco, pero Sham se ha llevado un buen golpe.

—¿Está bien? —pregunté mirando a ambos lados. No había ni rastro de él.

—Creo que todos necesitamos un descanso. —Suspiró Angie.

Miré al druida sintiéndome culpable. Su cansancio era peor que el mío y aun así tenía tiempo y humor para sonreír. No sabía cómo lo hacía.

—Con que no destruyáis más paredes en una hora me conformo. Necesito alimentarme un poco y reponer energía.

—Lo intentaré —dije jugueteando con las mangas de mi camiseta—, puedes irte tranquilo.

Asintió y me miró por última vez antes de desaparecer por la puerta. Estaba tan cansada y confundida que no había tenido tiempo en reparar que de verdad estábamos en otra habitación.

—¿Ha sido para tanto? —pregunté mirando a mi amiga.

—La verdad es que sí. Fue increíble. Tu brazo empezó a iluminarse y de repente hubo una explosión a nuestro alrededor que fue directa a por Sham —relató—. Agradezco que Ryuk lo hubiera detenido o todos seríamos ahora huevos fritos.

—¿Qué hizo?

—Absorbió parte de tu energía, por eso está tan cansado.

Exhalé un suspiro de cansancio y volví a tumbarme en la cama. Recordé el momento de la muerte de Ana, el dolor y la rabia que había sentido me hizo pasar por lo mismo y había terminado con todos los vampiros que había a nuestro alrededor. Me encantaría poder controlarlo y gestionarlo para no herir a las personas que no lo merecían, pero no sabía cómo. Eran las emociones más fuertes las que me dominaban a mí.

—¿Te hice daño?

—No, tranquila. —Sonrió—. Aparte, tenía la sartén a mano, por si acaso.

—Todavía tienes que darme explicaciones sobre eso, ¿por qué una sartén?

—Fue lo único que pude robar sin que me vieran. —Se encogió de hombros—, y algo tenía que usar para defenderme.

Negué con la cabeza con una sonrisa formándose en mis labios. Angie hacía buena pareja con Ryuk, ambos tenían ese humor contagioso que les salía sin ni siquiera pretenderlo. Cerré los ojos para aunar fuerzas mientras mis recuerdos volaban a mi alrededor. Saber que ya no podría volver a ver a muchas personas que quería me estaba rompiendo por dentro. Y recomponer esos pedazos era lo más difícil y doloroso, pues debía de curarme sola.

Al final acabé durmiéndome. Cuando desperté me incorporé de golpe para ponerme manos a la obra. No quería perder muchos días en Miskolc, pero necesitaba investigar la iglesia donde Nikola había entrado.

—¿A dónde vas?

Suspiré. Tener a Angie de compañera de viaje era como tener un vigilante de seguridad. Barajé qué podía decirle, me daba miedo que decidiera acompañarme y acabáramos metidas en problemas las dos.

—Solo voy a caminar por la ciudad. Es de día, así que no habrá mucho problema.

—Te acompaño —respondió con una sonrisa.

—Sería mejor que te quedaras. Seguro que Ryuk no tarda en regresar y se asustará si no ve a nadie. Y no quiero preocuparos otra vez.

Angie bajó la cabeza mientras hacía un mohín. No quería entristecerla o que se sintiera desplazada, pero me sentía más cómoda actuando por mi cuenta. No quería que le sucediera algo y sentirme culpable por ello. Yo era responsable de mi vida, pero era horrible para cuidar la de los demás. Cada vez que alguien intentaba ayudarme o se preocupaba por mí lo perdía. No estaba dispuesta a pasar por ello otra vez.

—Nos preocupas cada vez que desapareces así. ¿Qué te atormenta tanto? Pensaba que querías buscar a Lenci y ya. Y no soy tonta, sé que no vas a ir a pasear. Pensaba que éramos amigas.

—¡Y lo somos! Solo que hay algunas cosas que prefiero guardarme para mí.

—¿No era eso de lo que te quejabas con Nikola? ¿De que te mantuviera al margen? Estás haciendo lo mismo —se quejó.

—No es… —Resoplé. Tenía razón—. No es mi intención. Es que sé que si lo digo os va a resultar absurdo y me lo vais a impedir.

—¿Tiene que ver con él? ¿Es por Nikola por lo que estamos aquí?

Inspiré con fuerza, inflando mi pecho, mientras la miraba fijamente. Las palabras se atascaban en mi garganta, deseosas de salir. Por otro lado, mi mente me advertía que era una mala idea pues en el momento que lo verbalizara ya no lo podría cumplir. Era como si supiera que era un intento a la desesperada, un imposible, y decirlo en alto me haría asumir que no tenía solución. Que ya no podía hacer nada más por él.

—Tú misma me estás respondiendo con este silencio —murmuró con molestia—. No sé, Lau… No sé qué quieres hacer ni en qué estás metida, pero seguro que no es una buena idea. Sé que es doloroso, pero… lo mejor sería que aceptaras lo que sucedió e intentaras seguir hacia adelante. Aferrarte al pasado solo te va a hacer retroceder más y más.

—Tú no lo entiendes.

La miré. Me enfadaba que dijera eso como si supiera lo que es perder a tanta gente en tan poco tiempo. Nikola no se merecía sacrificarse por mí, no cuando no había hecho nada para merecerlo. Y vivir me pesaba cada día más.

—Estoy haciendo mi mayor esfuerzo para hacerlo, de verdad, pero Sham tenía algo de razón. Tenemos que pensar en la humanidad, si nos distraemos todo empeorará. ¿Acaso quieres que lleguen los jinetes?

Sus palabras provocaron que mi estómago me atizara. ¿Le estaba dando la razón a ese idiota? ¿De verdad?

—¿Realmente piensas que soy egoísta?

—Yo no…

—Pero lo piensas. —La frené.

Cerré los ojos unos segundos antes de decidir desaparecer y centrarme en lo que quería. Si todos pensaban que era una egoísta inmadura les iba a dar más motivos para hacerlo.

—¡Laurie, espera! —Escuché de fondo.

Pero me negué a darme la vuelta y hacerle caso. Cuando terminara de revisar la iglesia ya regresaría y nos podríamos marchar de Hungría, me convertiría en esa arma que tanto ansiaban, sacrificando mi vida por ellos; pero primero averiguaría qué intentaba decirme el sueño. Si Nikola había arriesgado la suya para poner un pie dentro quería decir que algo importante se escondía.

Entré en la iglesia. Era sencilla, pequeña. Por fuera tenía una fachada amarilla y blanca, encima de la puerta principal había un ventanal redondo y, un poco más arriba, un altillo con otra circular, mucho más pequeña. Del tejado sobresalía una torre, que contenía otras dos ventanas junto a un reloj negro y una cruz en la punta.

Dentro el espacio parecía mucho más amplio, con un tejado redondo en forma de arcos. En el centro había una pintura circular de una escena de la Biblia y los bancos rectangulares eran iluminados por unas lámparas que me recordaban a unas farolas.

Pero no fue todo eso lo que captó mi atención. Lo que lo hizo en su lugar fue ver a tantas personas sentadas en ellos, muchas conversaban y otras incluso aprovechaban para comer. Arrugué el ceño sin entender nada, ¿acaso era algo típico de Hungría?

Me santigüé al llegar frente al altar, pues algunas costumbres eran imposibles de perder, y sostuve el dije que todavía conservaba. Miré a ambos lados sin saber muy bien qué hacer, pues no entendía qué podía tener escondido una iglesia como esta y por qué todos estaban aquí con aire distendido como si estuvieran en una cafetería, pasando el rato.

Busqué al párroco con la mirada, deseosa porque alguien me dijera qué estaba pasando. Lo encontré en una de las esquinas con la típica sotana y pelo blanquecino, conversando con un hombre de manera animada. Decidí acercarme y disimular que observaba unos detalles que había en la pared mientras los escuchaba. Quizás así me enteraría de algo.

—Todo está empeorando. El gobierno se excusa con la contaminación, pero no hay más que mirar el cielo para saber que no es la realidad —dijo el anciano—, me extraña que la gente se confíe aceptando eso.

—No sé, padre, ¿qué otra cosa podemos pensar?

—¿No te resulta extraño la cantidad de muertes que hay en Hungría? Y la mayoría de los casos se terminan cerrando por falta de pruebas. Todas de noche… parece que no les interesa que se ahonde más el tema. —Resopló—. ¿Y la muerte del gobernador? Apenas han explicado nada, más allá de la obvia quema del palacio.

Me tensé al escuchar lo último. De eso la culpa era mía, Lilith no tenía nada que ver.

—Sí, pero ¿y qué vamos a hacer? Si lo ocultan es porque puede ser algo peor.

—Si por mí fuera cerraría la iglesia con todos dentro para protegernos. He revisado las Sagradas Escrituras estas últimas semanas y muchos hechos coinciden con el libro del Apocalipsis —respondió el párroco.

Me tensé de nuevo. Entendía que estuviera preocupado por sus creyentes y que la iglesia fuera un edificio religioso, bastante efectivo contra los seres de Nyx, pero de ahí a encerrarlos era un paso muy grande. ¿Qué harían cuándo les faltara la comida? Podían morir.

—¡Padre! —exclamó el hombre mientras retrocedía unos pasos—. No diga eso. ¿Cómo va a llegar el Apocalipsis? Yo apoyo más la idea de la contaminación. Últimamente el planeta se está quejando por toda la basura que tiramos, la deforestación, el poco cuidado de nuestros mares y océanos… es normal que esto suceda.

—Paparruchas. —Negó haciendo un ademán con la mano—. Acuérdate de mí cuando todo empeore. Entonces vendréis todos a suplicar protección. Solo en la casa del Señor estamos a salvo, Él nos protegerá del mal que se avecina.

El hombre hizo un chasquido con la lengua antes de alejarse de la esquina para reunirse con su familia. Me fijé en la expresión alegre de sus hijos y como su mujer sonreía al darle un casto beso en los labios. Parecía una familia feliz, sin secretos, sin mentiras… mi estómago se contrajo al pensar en la mía.

—¿Buscas algo? No pareces de por aquí y llevas un buen rato mirando los detalles de la pared. Me alegra que te gusten, pero dudo mucho que tanto como para estar admirándolos durante más de cinco minutos.

Me sobresalté al escuchar la voz del párroco a mi espalda y me giré, encontrándome con su expresión de recelo y curiosidad.

—Perdón, yo… —Tragué saliva mientras pensaba qué decirle.

No tenía intención de mentir a un emisario de Dios, o de Lux, de quien fuera, pero explicarle que sus sospechas eran ciertas y me encontraba rodeada de seres sobrenaturales no iba a ayudar. Mejor dejarle con sus sospechas.

—Tienes un acento… inglés. ¿Necesitas que hable en ese idioma? Creo que aún recuerdo algo de las clases que recibí —murmuró mientras arrugaba el ceño, como si intentara acordarse.

—Escocés. —Sonreí—, pero no es necesario, muchas gracias. Descubrí hace poco que mi familia lejana provenía de aquí y vine a conocer un poco a mis ancestros. Me preguntaba por qué hay tantas personas aquí y… así.

Me resultaba extraña esa situación, las voces se mezclaban unas con otras, formando un eco al rebotar en las paredes que nos rodeaban.  Estaba tan acostumbrada al silencio en los espacios religiosos y las posturas rectas en señal de respeto que esto me generaba rechazo.

—En los últimos años en Hungría ha aumentado el número de asesinatos. Hay tan poca seguridad que muchos decidieron escapar hacia un país mejor. Solo aquellos que amamos a nuestra ciudad y nos sentimos anclados a ella hemos decidido quedarnos —explicó—. Por eso decidí usar la iglesia como espacio social, no solo como celebración religiosa, pues aquí se sienten cómodos y protegidos. Aquí no está invitado el mal.

—¿Qué cree que sucede? ¿Por qué hay tantos?

—Los pocos que han logrado sobrevivir hablan de monstruos, bestias salvajes que rondan en la noche —susurró—, pero el gobierno no los cree. Los mandan a psiquiátricos o calman la situación diciendo que se trata de lobos salvajes que rondan por los bosques colindantes. Estoy seguro de que saben lo que sucede, pero lo esconden para no armar revuelo.

—Vaya, sí que ha resultado interesante poner un pie en la tierra de mis ancestros —bromeé para relajar la tensión que se había formado en el ambiente. El párroco se lo tomaba muy en serio.

—No salga por la noche, señorita, hágame caso. No me gustaría que le pasara algo.

—No lo haré. No se preocupe. —Sonreí—. Y… una duda que siempre he tenido y me ha generado curiosidad. ¿Qué suelen guardar en la sala contigua a la iglesia?

—¿En la casa?

Me miró con sorpresa, como si no se esperase esa pregunta. Asentí con tranquilidad, aunque por dentro los nervios me estaban consumiendo. No había visto nada importante en la iglesia, así que solo me quedaba esa opción.

—Pues… —Se rascó la nuca y exhaló un suspiro antes de responder—: Nunca me habían hecho esa pregunta, la verdad. No guardamos nada interesante, solo documentos.

—¿Relacionados con la iglesia?

—Sí, en especial sobre los bautizos, bodas, funerales… todas las ceremonias que se han realizado aquí.

—Oh. —Asentí.

No pude evitar sentir indignación, pues nunca iba a poder saber qué había venido a buscar Nikola. Sería imposible buscar un documento de a saber qué siglo.

—¿Y esa expresión afligida? —inquirió.

—Quería averiguar si había algún documento sobre el linaje de mi familia. Siempre me ha gustado poner nombre y cara a mis antepasados. Saber quiénes me han hecho ser quien soy ahora.

—Eso es muy bonito.

Observé como la duda se había instalado en sus ojos, pues me miraba sin saber muy bien qué hacer. Sus ojos danzaron también sobre las demás personas y el ventanal que había en lo alto de la entrada, estaba empezando a oscurecer. Muchas ya se estaban levantando para irse a sus respectivos hogares.

—Es tarde, debería irse ya.

—Entiendo su temor, pero no dispongo de mucho tiempo y querría cumplir mi deseo y el de mi familia, por favor —insistí.

—Está bien, pero debemos apresurarnos. No quiero que le suceda nada y me lleva un rato cerrar bien cada puerta y ventana, por si acaso.

—Muchas gracias.

La sonrisa que le mostré fue la más sincera que esbocé desde la muerte de Nikola. Lo más fácil era aferrarme a cualquier resquicio de esperanza, a algo que me hiciera entenderle y acercarme más a él.

Lo bueno de que su casa estuviera unida a la iglesia era que estábamos a dos pasos de llegar hasta los ansiados papeles. Su despacho era sencillo y sobrio, con un elegante escritorio de roble y una estantería del mismo color repleta de libros de diversos temas. El párroco se sentó en su silla para abrir un cajón que tenía a su lado y se puso unas gafas que descansaban encima de la mesa.

—¿Qué apellido conoces que sea el más antiguo?

—Alilovic. —Carraspeé. El revuelo de sentimientos me estaba causando estragos.

El anciano alzó la cabeza al escucharme. De repente, sus ojos se posaron en el dije que pendía de mi cuello y jugueteó con las hojas con un ligero temblor.

—Un caso muy triste, sí.

Le observé de soslayo. El hombre se había vuelto a enfrascar en la búsqueda, pero a cada poco me miraba. Estaba claro que sabía algo más, pero ¿el qué?

—Aquí está —dijo de repente y me tendió las hojas.

—¿Por qué dijo que es un caso muy triste? —pregunté, tanteando el terreno.

Centré mi atención en la tinta negra que resaltaba sobre el papel amarillento. El nombre de Nikola hizo que mi corazón latiera a toda velocidad y al ver el de Amèlia y el de su hija cerca todo empeoró. No se merecían ese final.

—La hija del matrimonio terminó a las puertas de esta iglesia el día en que su casa ardió. Pobre bebé… perdió a sus padres tan pronto. —Suspiró—. Ella falleció y de él no se volvió a saber nada, aunque el sacerdote de ese entonces dejó por escrito que algunas personas atestiguaron que les pareció haberle visto merodeando por la ciudad.

Asentí mientras intentaba controlar los sentimientos que me producían escuchar esos recuerdos. Debió de ser muy doloroso para él separarse de la única persona que le quedaba y recordar que por su culpa había perdido a ambas.

—Vaya…

—Sí, y ese dije que lleva fue muy mencionado por los sacerdotes de este lugar. Comentaban que protegía a la pequeña, no se separaba de él ni para dormir.

—Es un regalo familiar —reconocí.

Seguí el papel con la mirada. Nombres y más nombres aparecían en él, sin un fin. De unos apellidos pasaban a otros, hasta que me detuve en uno que me llamó la atención y me hizo dudar.

Annie MacLeod (Edimburgo, 1639)

Mi mente se detuvo en Annie, la fantasma que se había quedado atrapada en las catacumbas, pero negué con la cabeza. Era imposible que ella hubiera tenido relación con Nikola, con Arthur; que había sido mi padre durante tantos años, conmigo… era demasiado para asimilar.

Al llegar a las fechas y nombres más cercanos mi estómago se contrajo. Arthur Duncan destacaba para mí sobre todos los demás. ¿Por qué habían tenido que decidir mi destino de esa manera? ¿Por qué no había podido ser su hija de verdad? Añoraba volver atrás, a ese momento en el que era una niña y disfrutaba teniendo su cariño. Ahora ya no quedaba nada.

—¿Ha encontrado lo que buscaba?

—Sí, se lo agradezco.

Le devolví los folios y salí de la iglesia más confundida de lo que estaba. El nombre de la fantasma resonaba en mi mente una y otra vez, pero sin tener nada claro. ¿Por qué habría ido Nikola allí? El silencio que había fuera me hizo sobresaltar al escuchar un grito no muy lejano. Fui corriendo hasta allí y vi a una chica poco más mayor que yo tratando de alejarse de un vampiro. Lo supe por la velocidad a la que se movía y sus ojos rojos.

La chica iba deprisa y miraba a cada poco hacia atrás, lo que le impidió ver una ramita que había en la hierba. Entonces cayó al suelo de bruces. Me apresuré en ir tras él para que dejara de usarla como presa y lo lancé a unos metros.

Ella me miró con expresión demacrada pero no dijo nada, sus labios se abrían y cerraban, siguiendo el temblor de su cuerpo.

—Aprovecha a refugiarte en algún sitio. Así estarás a salvo.

Ella asintió antes de mirar por última vez al vampiro que se apresuraba en levantarse y se alejó a gran velocidad, toda la que sus capacidades le permitían.

Me di cuenta de que era un neófito. Sus ojos estaban fijos sobre su presa y su único objetivo era alimentarse, costara lo que le costase. Empezó a correr tras ella, pero me interpuse, colocándome frente a él.

—Yo que tú no lo haría —gruñí.

Ni siquiera fue capaz de responder, solo sabía soltar sonidos típicos de un animal salvaje y su gesto se había vuelto amenazante, en posición de ataque.

Me apresuré en sostener el cuchillo que llevaba pegado a mi ropa y me lancé a por él. No hizo falta forcejear mucho. Él se movía con gran fuerza, pero sin pensar en lo que hacía. Me apresuré en clavar la punta en su corazón y retorcerla, haciéndolo sangrar a borbotones.

Mi reacción ante ese líquido carmesí no tardó en llegar. Mis colmillos empezaron a sobresalir de las encías y clavé mis uñas en su piel para poder succionar.

Al quedar satisfecha me apresuré en decapitarlo y saqué una cerilla para poder quemarlo. Lenci tenía razón, lo mejor sería acabar con ellos o serían un peligro para los habitantes de este lugar.

—¿Saciada?

Me sobresalté al escuchar esa voz, pero lo hice aún más cuando, de lejos, vi que una silueta oscura desaparecía entre unos arbustos lejanos.

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