Laurie

Laurie


Capítulo 43

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CAPÍTULO XLIII  LA LECCIÓN MÁS VALIOSA

—¿Mamá?

Parpadeé para intentar asimilar la situación. Mi madre, la que había seguido mis pasos desde que nací, se encontraba en carne y hueso deteniendo a los padres del mal. No podía evitar pensar en lo surrealista que era todo. Sus ojos eran los mismos, su pelo, su ropa… pero su mirada era diferente, angelical.

Observé al oráculo sin entender nada. Todos estaban demasiado ocupados en impedir a Lilith y Samael llegar al cielo como para poder explicarme nada, pero yo necesitaba respuestas.

¿Cómo era posible que Elizabeth Duncan estuviese a mi lado? ¿Así? La había visto muerta y mi padre… se había puesto como un loco al perderla. No tenía ningún sentido. No habían podido despertarla ¿O sí?

A mi alrededor todo seguía sucediendo, a pesar de que para mí el tiempo se había detenido. Adán había aparecido junto a nosotros y se había colocado junto a mi madre, o Eva, para ayudarla en su enfrentamiento contra Lilith y Samael. Ambas habían decidido mantener una lucha con la ayuda de sus poderes, pero Adán tenía que conformarse con el cuerpo a cuerpo.

Me apresuré para ir con él y ayudarlo, pero Eva me detuvo con uno de sus brazos y una mirada severa. Impotente, observé cómo su lucha con Lilith seguía. El poder blanco de mi madre se entremezclaba con la magia negruzca que salía de la mujer del bando contrario. Era incapaz de reconocer cuál de las dos podía estar ganando, el chorro de luz que ambas emanaban era poderoso y causaba escalofríos por mi piel.

Mientras, por el otro lado, Adán manejaba un arma para tratar de defenderse. Samael era superior en fuerza, podía notarlo, pues no le costaba hacerle retroceder y golpearlo contra zonas cercanas.

Cerré los ojos al ver que acertaba a asestarle un puñetazo a Adán y este formó una mueca de dolor. Su arma cayó al suelo y se deslizó a escasos metros de donde me encontraba, así que me apresuré en correr y me agaché para recuperarla. Se la lancé mientras este usaba sus manos para proteger su rostro de los nuevos golpes de Samael. Había que reconocer que conservar parte de su lado inmortal le otorgaba ventajas.

—Están ganando —escuché decir a la niña del oráculo a modo de queja.

La miré. Los tres seguían concentrando su poder para intentar contener el portal y que no pudieran pasar por él, pero les costaba.

—No podemos permanecer mucho más tiempo aquí. El caos…

Observé al anciano sin comprender nada. ¿El caos? ¿Había una guerra campal aquí arriba y en el piso inferior y se preocupaba por el caos?

—¡Eso es lo de menos! —exclamé furiosa.

—Si no nos retiramos pronto el universo colapsará. ¡Todos nos desintegraremos!

—¡Tienes que usar tu poder, Laurie! —añadió el del medio.

Miré a los tres con incredulidad. Si Adán y Eva no eran capaces de vencer a los líderes del mal, yo mucho menos podía conseguirlo. Ellos eran el doble de poderosos que yo, por eso habían permanecido escondidos durante tantos milenios.

Al escuchar un gruñido grave mi atención se desvió. Adán había sido herido de nuevo por Samael y este le mantenía paralizado en una especie de huracán negro que le asfixiaba. A cada segundo que pasaba esa masa negruzca le apretaba más.

Por el otro lado, al observar a Eva, comprobé que estaba retrocediendo y su poder blanco tintineaba, mientras que Lilith incrementaba la fuerza de su magia con una sonrisa victoriosa.

Intenté concentrarme cerrando los ojos. La situación se nos estaba escapando de las manos y acabaría derrumbándose todo por completo. Me sentía débil, insuficiente, pero tenía que intentarlo. Por todos aquellos que habían creído en mí.

Visualicé los rostros de todas aquellas personas que habían pasado por mi lado para ayudarme en los dos últimos años y habían sido víctimas del mal, de la venganza, de los secretos, de la crueldad…

El rostro de Franyelis, una chica que arriesgó su vida para salvar la de su madre y terminó perdiéndola al encontrarse con la oscuridad; Angie, la chica alocada y leal que estaba dispuesta a darlo todo por las personas que quería, pero en especial por su hermana gemela; Rocío, la joven argentina que miró a la muerte a los ojos y, en consecuencia, le arrebataron todo lo que amaba; Ana, la chica más fuerte y decidida que había pisado la faz de la Tierra y la única que se había mantenido a mi lado cuando los demás se reían de mí; Vlad, un chico que, seguramente, en el pasado tenía una vida por la que luchar, una familia, unas motivaciones… y se había convertido en una marioneta más, pero fue capaz de dejar a un lado su egoísmo y sus principios para salvarme a mí. Incluso Nikola, que a pesar de que su traición aun pesaba en mi pecho, había tenido que cargar con el peso de la culpa y los arrepentimientos al arrebatarle la vida al amor de su vida, y todo por la maldita oscuridad. Esa que cada vez se expandía más y podía llegar hasta el rincón más puro de todos: El cielo.

Abrí los ojos y una sensación extraña me invadió. Era un calor diferente, más poderoso y descontrolado. Mi brazo palpitaba como si mi corazón hubiera decidido instalarse en él y mi alrededor daba vueltas, como si un terremoto estuviese a punto de destrozarlo todo.

Grité. Eso llamó la atención de Lilith, que se apresuró en desviar el poder que emanaba su mano hasta mí. Luego todo pasó muy rápido. Eva se dio cuenta y cambió la trayectoria. La explosión de poderes me rodeó y me hizo retroceder por el impacto. Era incapaz de ver nada. Parpadeé para intentar averiguar qué había pasado. Entonces lo vi. Había un cuerpo en el suelo.

Era Eva y estaba empezando a desintegrarse.

—¡No! —grité con todo el dolor acumulado recorriendo mi piel.

Lloré. Cientos de lágrimas bañaron mis mejillas al ver que otra persona más había arriesgado su vida hasta perderla. Estaba cansada de que todos cayeran como si fueran peones dentro de un tablero de ajedrez.

Lilith se apresuró en extender de nuevo su mano hacia mí y liberar lo que quedaba de su magia. La pelea con Eva la había dejado exhausta, pero aún era demasiado rápida. El chorro de poder llegó hasta mí, pero, para mi sorpresa, me rodeó sin llegar a tocarme. Un círculo dorado con destellos blancos se encargaba de protegerme como si fuera un manto.

La madre de demonios formó una mueca de desagrado y volvió su vista hacia el portal para dirigirse hacia él. Sabía que gastar la magia que le quedaba conmigo iba a ser inútil.

Miré hacia un lado, Adán yacía en el suelo mientras Samael se incorporaba para ir con su esposa. Giré mi vista hacia el oráculo con mis ojos implorando clemencia. Ellos negaron con la cabeza y su pecho subió y bajó acelerado. Sus arrugas se habían incrementado, los tres estaban demasiado cansados como para poder retener más el portal. El anciano era incapaz de sujetar con fuerza el bastón, este temblaba debido a la debilidad.

—Es el final, Laurie —alcanzó a decir el mediano—. Es demasiado tarde.

—¡No!

Observé con impotencia el portal. Cada vez se hacía más grande y los líderes del mal avanzaban como podían hasta él. A mi espalda podía escuchar los gruñidos de algunos demonios que estaban empezando a subir por las escaleras para acompañarlos. Esto no podía terminar así. No podía quedar nuestro destino a manos de unas personas que solo les importaba su sed de venganza. No quería que el último suspiro de todos terminara en el olvido.

Pero el oráculo desapareció, dejando tras ellos un halo vaporoso que me hizo quedarme sin aire. El miedo y la desesperación me devoró. Estaba sola frente a dos personas que ya rozaban el cielo con la yema de sus dedos y yo no era nadie en comparación con ellos. Entonces recordé las palabras de todos. Esas que me habían animado a seguir adelante.

El mundo necesita a Laurie Duncan para sobrevivir.

Eres especial, Lau. Eres luz. Nunca permitas que nadie te apague.

Puedes hacerlo, Laurie. Tú eres capaz de eso y más. Enfócate en las prioridades y ve a por ellas. Eres poderosa, Batwoman.

Las flores más bellas pinchan para protegerse de cualquier mal. Y tú, Laurie, eres especial. No quiero que nadie te haga creer lo contrario.

Todas las frases que habían pronunciado las personas que me querían resonaron en mi interior, haciendo que el poder que me había acompañado y me había hecho ser quién soy se expandiera. Me sentía una llama antes de que la soplaran para aumentar su tamaño. Entonces recordé el consejo de mi padre. La lección más valiosa que me había enseñado:

—No tienes que luchar ante algo que es más grande y fuerte que tú, solo entenderla y entregarte.

—No lo entiendo —respondí frunciendo el ceño.

—Cuando la ola sea tan grande que sabes que no vas a poder escapar, lo mejor es inspirar con fuerza, cerrar los ojos y, en cuanto la tengas enfrente, sumergirte. Debajo estarás a salvo. Unos segundos más tarde habrá llegado a la orilla y los niños pequeños podrán jugar con ella.

—No quiero bañarme más, papi. No puedo.

—Quizás ahora no, pero podrás, Laurie. Cuando te sientas preparada sé que lo harás. Te enfrentarás a tus miedos y saldrás vencedora. Estoy seguro.

Abrí los ojos y, por primera vez en toda mi vida, me entregué. La oscuridad que me había acompañado desde que nací recorrió mi piel hasta llegar a mi mente para tomar el control. Pero esta vez no tenía miedo. Estaba dispuesta a sumergirme en ella, a entenderla. La oscuridad formaba parte de mí y no tenía ningún sentido doblegarla. La luz por sí sola no podía vencerla. Y ese había sido el problema de la humanidad.

Laurie Duncan era especial, sí. Era un monstruo, pero también un ángel. Era luz, pero también oscuridad. Era pureza, pero también maldad. Ambas partes convergían en mí y eso era lo que me definía. Me aceptaba y, como todos, estaba preparada para sacrificarme. Ya no tenía miedo a perder.

Corrí hacia ellos a toda velocidad mientras mi tatuaje brillaba como nunca lo había hecho, con esa luz tan poderosa que había cegado todo lo que me rodeaba. Podía notar su calidez, que abrasaba mi piel debido a la oscuridad que me succionaba.

Tanteé mi alrededor hasta dar con ellos y sujeté a Lilith y Samael del brazo antes de gritar. El abismo que se había formado en mi interior salió como un tsunami y todo mi alrededor se difuminó creando una gran explosión. Entonces sentí como me desintegraba junto a los que habían sido los padres del mal.

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