Laurie

Laurie


Capítulo 18

Página 20 de 47

CAPÍTULO XVIII  EL CEBO

—¿Quién ha podido ser? —pregunté mientras miraba a Ryuk. Estaba paseándose por la habitación, fijándose en cada posible detalle.

—Nadie se ha enterado ni ha dicho nada. Ha sido todo limpio y preciso. Demasiado, diría yo —caviló—. Esto no es obra de cualquiera, hace falta minuciosidad y tener gente detrás. No puede actuar una persona sola.

—Eso me imaginaba.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Angie de repente.

Ryuk se mantuvo con aire pensativo mientras se acercaba a una mesa alargada de madera que había al otro lado de la habitación. Entonces me enseñó un pedazo de papel blanco con algo escrito a bolígrafo.

—Parece que son solo el cebo y tú eres el objetivo principal. Esto solo va a traer más problemas.

Le quité la nota para leerla y suspiré. Solo había escritas unas coordenadas y en una de las esquinas habían anotado a prisa las palabras híbrida y sola. Me mordí el labio inferior mientras pensaba en quién podía tratarse. Descarté a Atary al momento, pues no parecía una jugada propia de él. Sabía perfectamente que no necesitaba meter a personas en medio si quería reunirse conmigo. No así.

¿Entonces quién? ¿Y para qué? Había tenido suficiente la vez que tuve que ir a salvar a Nik y tener que enfrentarme a Erzsébet y Lilith. Asentí con lentitud mientras dejaba caer mis brazos. No había otra opción y todos lo sabíamos.

—No podemos quedarnos sin Shamsiel —verbalizó Ryuk en alto.

—Lo sé.

—Y también tienen a Lenci —añadió Angie.

Miré a ambos antes de masajear mi sien. Me inquietaba tener que ir sola y exponerme a más peligros pero, para ser sinceros, ya estaba acostumbrada. No sabía cómo lo hacía, pero parecía que era un imán. Y ya que alguien había adivinado mi condición, lo mejor sería afrontarlo.

—Averigua de dónde son las coordenadas y luego vete con Angie a la academia, por favor —le indiqué a Ryuk.

Este asintió y salió de la habitación para ponerse manos a la obra. Angie me miró, sopesando la opción de quedarse a mi lado, pero le hice un gesto para que me dejara un momento sola. Necesitaba pensar con claridad.

Pensé en Nikola y en su firmeza a la hora de tomar decisiones. Siempre había admirado lo racional y calculador que era, pero sobre todo su valentía. Si alguien me hubiera dicho que en tan poco tiempo iba a pasar de permanecer encerrada entre las cuatro paredes que formaban mi habitación hasta tener que enfrentarme a peligros desconocidos, no me lo hubiera creído. Pero no podía quejarme, pues había sido culpa mía por no haber manejado al monstruo que siempre había habitado en mí. Si no me hubiera acercado a Atary en la universidad nada de esto hubiera sucedido.

Los minutos pasaron sin ni siquiera darme cuenta. Había permanecido sentada sobre una esquina de la cama, mirando a la pared que tenía enfrente con la mente ausente. O quizás más presente que nunca.

—Es en Edimburgo —dijo de repente Ryuk, asomándose tras el marco de la puerta.

Hundí los dedos en el colchón. Eso me preocupaba todavía más.

La llegada fue caótica. No sabía a qué hora tenía que estar allí, ni por qué. Solo sabía que tenía que hacerlo. Y sola. Sin una Angie que me siguiera detrás como si fuera mi acosadora personal.

Por ese motivo, todos se encargaron de que se quedara en la academia. Sobre todo su hermana gemela, la cual le soltó la bronca por haber hecho las cosas a su antojo sin consultarle nada, o al menos avisarla con antelación.

Adán, nada más poner yo un pie en la academia, se encargó de dejarme claro que no había otra opción. Aunque me hubiera querido negar a hacer de conejillo de Indias me presionó para que no lo hiciera. No podía permitirse el lujo de perder a uno de sus tres ángeles y no poder recuperar el poder que protegían con tanto empeño.

Me sentía cansada, pero accedí sin mayores esfuerzos. Aun por encima del peligro, en mí habitaba la dichosa curiosidad que no me dejaba vivir tranquila. Preparé todo lo necesario, escondí la espada entre la ropa y arreglé el desastre de pelo que tenía. Mi corazón latía por la posibilidad de que fuera Atary quien estuviera detrás, aunque, por otro lado, lo tenía bastante descartado. Tenía que ser alguien con unos motivos o aspiraciones diferentes.

Al salir de la academia palidecí. No me hizo falta levantar la cabeza para ver que el cielo estaba más oscuro de lo normal. Más que antes. Incluso un olor a incienso rancio me hizo arrugar la nariz. Pensé de manera inconsciente en Lilith y los jinetes. Eso solo podía significar que la liberación de todos los sellos estaba cerca. Y eso traería grave consecuencias: Demonios, para ser exactos. Una gran horda.

Puse rumbo hasta donde indicaban las coordenadas, una inmensa zona boscosa, muy socorrida para los dhampir, pues les gustaba usarla para practicar la caza de vampiros y entrenar sus destrezas manuales.

Mientras avanzaba no podía dejar de pensar en que algo malo iba a suceder. No habían establecido día, ni hora. Solo se habían tomado la molestia de advertir que fuera sola y me querían a mí expresamente. Maldije a Sham, también a Lenci. Tener a tantas personas alrededor solo daba problemas.

Escuchar el sonido de mis pisadas me tensaba. Tenía los sentidos potenciados, en especial el oído, por si acaso escuchaba algo no deseado. Solo necesitaba unos segundos para coger algún arma, pero esperaba no tener que usar ninguna. En especial la del Edén, pues era demasiado valiosa y tenía que reservarla para alguien especial. La venganza que tenía en mente iba a ser histórica, pero necesitaba al ángel milenario hospedado en el interior del molesto Shamsiel.

La oscuridad me rodeó en cuanto me vi rodeada de frondosos árboles. Daba igual la estación en la que estuviéramos, pues nunca perdían las hojas. Un ruido extraño aterrizó en mi oído derecho, avisándome de que alguien se acercaba. Acerqué mi mano hasta el arma más cercana y me puse en posición de ataque. Mi corazón latió acelerado al escuchar un relincho.

No pasó mucho tiempo hasta descubrir qué se escondía tras el denso manto que conformaba la noche. Y deseé no haberlo hecho.

Un inmenso caballo gris avanzaba a gran velocidad hasta mí, sus cascos resonaban contra el suelo, removiendo toda la tierra. La crin era oscura, solapándose con el entorno, pero, aún más, con el jinete que tenía encima. A pesar de su color era imposible no reconocerlo. La guadaña que sostenía entre las manos brillaba bajo la luz de la luna.

—No me jodas…

Me quedé quieta, esperando que sucediera como en las películas y Muerte pasara de largo. Lo único que fui capaz de apreciar eran unos ojos rojos y brillantes. Lo suficiente peligrosos como para saber que, o tenía la suerte de mi vida, o esta iba a ser demasiado corta.

Cuando ya lo tenía a escasos centímetros vi que sus dedos se apretaban contra el mango de la guadaña y sus brazos se tensaban. El filo resonó como si fuera un silbido, haciendo que la adrenalina que fluía por mi cuerpo se disparase. No iba a servir de nada quedarme quieta, sus ojos me habían fijado como objetivo.

Empecé a correr mientras preparaba dos espadas que tenía atadas a la espalda. Mis ojos iban y venían entre el suelo, los árboles y el inmenso monstruo que avanzaba a pasos agigantados gracias a su siniestro corcel.

No tenía demasiado tiempo para pensar, pero sí lo suficiente para decidir trepar por uno de los troncos e intentar refugiarme en su copa. Cuando ya había subido la mitad, sentí como el filo me rozaba la pierna y solté un chillido al notar sus garras atrapándola.

Me removí como pude mientras intentaba aferrar mis manos a la madera, haciendo que esta crujiera. Era un ser tan fuerte que cada vez me iba haciendo descender más. Tenía la respiración agitada, las orejas me ardían pensando en cómo salir de esa.

Gruñí al ver que la rama había terminado partiéndose en dos y mi cuerpo se precipitó contra el suelo. Tenía unos segundos escasos para pensar cómo esquivarlo y salir ilesa.

Muerte acercó su mano hasta mi pecho y clavó sus garras, como si quisiera arrancar mi corazón. El sudor bañaba mi frente mientras mis pupilas rodaban hacia todos lados, deseando salir de esa. Removí el cuerpo de un lado hacia el otro mientras buscaba algún arma con una de mis manos.

Al menos no había usado la guadaña, con lo que mi piel seguía intacta. Al notar el mango de una, me apresuré en clavarle el filo en su cuerpo putrefacto. El olor que emitía me producía arcadas.

Contuve la respiración al ver que se partía en dos, ni siquiera le había hecho un misero rasguño. «Mierda. Estoy jodida» pensé para mis adentros. Entonces recordé las palabras de Adán. Tenía razón. O escapaba o sería imposible vencerlo. Antes terminaría muerta.

Pensé en usar mi fuerza. La física seguramente no era equivalente a la suya, pero la mental debía de ser suficiente. Al escuchar otro ruido en la lejanía mis ojos buscaron el motivo, sin dejar de mirar al jinete. Lo único que fui capaz de reconocer fueron unos ojos azules que destellaban. Entonces reparé en que Muerte iba a usar su guadaña.

Me removí lo suficiente como para poder usar una de mis manos y llevé mis dedos contra sus ojos. No eran humanos, pero esperaba que sí lo suficientemente normales como para hacerle daño. Al ver que me liberaba del todo mientras se quejaba, me apresuré en alejarme y, a la vez, intentar serenarme para despertar mi poder. Tenía que salir de esta maldita trampa como fuera.

Pero era imposible. Todos mis sentidos estaban centrados en no perderle de vista. No podía relajarme y desconectar. Corrí como nunca, esquivando los árboles que se interponían en el camino, pero el jinete fue más rápido y me volvió a alcanzar.

La guadaña brilló al girarla para usarla contra mí. Extendió su mano y de ella emanó un aura oscura que me rodeó, impidiéndome moverme. Cerré los ojos al entender que no tenía nada que hacer. El filo sonó como un zumbido, rozándome. Murmuré unas palabras, esperando invocar a algún ser celestial, el que fuera. Pero la realidad me golpeó y, con ella, Muerte.

La guadaña penetró en mi piel con tanta fuerza que sentí mi cuerpo desplomarse contra el suelo como si fuera un trapo. Entonces perdí el conocimiento.

Ir a la siguiente página

Report Page