Laurie

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Capítulo 21

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CAPÍTULO XXI  HOLA, CAÍN

No perdí más tiempo. Decidida a encontrar al maldito jefe de los Cainitas, salí de la sala corriendo, dejándome llevar por mi instinto para ubicarlo. Saber que Lucas había cumplido su parte liberándolos me dejaba más tranquila. Además, estaba segura de que no habrían alimentado a Lenci, con lo que me iba a facilitar las cosas. La Hija Oscura era la mejor arma para causar estragos y distraerlos, así se olvidarían de mí, aunque fuera por unos instantes.

No me equivoqué. Las voces de los Cainitas resonaban a mi alrededor, todos estaban demasiado alterados por las bajas que estaba causando Lenci por los distintos caminos. Podía escuchar pisadas de aquí para allá, incluso el filo de algunas armas al moverse en el aire.

«Ilusos» pensé para mis adentros, la vampiresa sedienta de sangre era el doble de poderosa.

Permití a mi Bestia interior dominarme, al menos de esa forma podría llegar antes, sin miedos ni presiones por fallar o hacerlo mal. Lo único que tenía que hacer era esforzarme por dejar que mi razón pendiera de un hilo, que no llegara a romperse. Era un acto complicado, pero no imposible. Suspiré y cerré los ojos mientras dejaba que la oscuridad me absorbiera. Podía notar como cada poro de mi piel se acomodaba a esta sensación, un hormigueo que se expandía a gran velocidad hasta llegar a mi mente. Entonces lo detuve, me esforcé en recordar mi objetivo, los rostros de mis amigos, mi familia, Atary, Vlad, Nikola… mientras mi cuerpo se movía por los pasillos como autómata, mi mente seguía anclada en los recuerdos que me hacían ser emocional. Si la frialdad y la crueldad que caracterizaba a mis demonios internos la ocupaba estaría perdida.

De fondo podía escuchar los gritos de los Cainitas, esforzándose por mantenerse con vida. De reojo pude ver a Lucas, que intentaba esconderse en una de las esquinas, esperando salir ileso. Aprecié que Sham se mantenía a la espalda de la vampiresa y tenía algunas marcas rojizas en el rostro, como si un gato le hubiera atacado. Prefería no pensar que torturas les habían hecho para conseguir información o investigarlos. Al menos parecía que su auténtica identidad seguía protegida.

Le hice una señal y sus ojos hostiles se encontraron con los míos. No estaba de humor para enfrentarme, y pareció notarlo porque me siguió sin mediar palabra. Dejé que mi Bestia continuara con su objetivo de encontrarlo mientras apartaba a un miembro de esta secta empujándolo contra una pared cercana, con la suerte para mí de que Lenci lo atrapara entre sus garras.

Parecía que un río de sangre había llegado a la guarida, pues tenía mis zapatos mojados de ella. Tuve que aunar fuerzas para no distraerme y arrodillarme en el suelo, pues su olor me embriagaba. Llevaba ya bastantes días sin probar esa delicia, y mi garganta lo sabía. Había empezado a estrecharse y mi boca comenzaba a salivar como si fuera un perro.

Al llegar al último piso sonreí. Frente a nosotros dos solo había una gran puerta de color rojizo. La abrí de par en par y contemplé el interior antes de centrarme en la persona más importante: estaba sentado en un sillón bebiendo con aire despreocupado un botecito de cristal con un líquido carmesí que me resultaba bien familiar. Además, si eso no era suficiente pista para adivinar lo que era, un miembro de los Cainitas estaba inconsciente en el suelo, con una herida reciente en la clavícula.

—Qué cojones… —murmuró Sham a mi espalda.

—Hola, Caín —respondí antes de dar un portazo para tener intimidad y que ningún otro miembro de su grupo se interpusiera entre nosotros.

Sus ojos oscuros me repasaron antes de beber la última gota del frasco y pasar la lengua por sus labios. Entonces se levantó con completa parsimonia y se acercó hasta mí, haciéndome ponerme en guardia.

—Parece que te hemos subestimado.

—Vayamos al grano. Sé que quieres enfrentarte a Samael y, sinceramente, no seré yo quien te lo impida.

—Ah, ¿no? —preguntó enarcando sus cejas.

—No. En eso compartimos intereses. Lo que quiero es llegar a un acuerdo.

—¿Cuál?

Le observé cruzar los brazos, optando por poner una postura defensiva. Por lo que sabía, Caín era tan humano como yo y si seguía vivo tenía que ser gracias a esa sangre de vampiro que había bebido segundos antes. Si quería enfrentarse a Samael iba a necesitar a su ejército, él solo no iba a poder. Tenía más que perder que ganar.

—Dejarme salir de aquí con mis compañeros a cambio de mantener intactos a los miembros que sigan vivos. Para tu desgracia Lenci ya habrá terminado con la mitad de ellos.

—¿En qué me beneficia eso?

—En que seguirás vivo tú también. Seamos sinceros, Caín; no sé qué clase de propiedades tendrá la sangre de vampiro para ti, pero sé que la necesitas para que tu corazón siga latiendo. ¿Cuánto crees que tardaría en arrebatártelo?

Caín esbozó una sonrisa pérfida ante mis palabras. Si mi advertencia le había preocupado se había tomado la molestia de ocultarlo, aunque parecía más bien orgulloso.

—Chica inteligente.

—Ya te dije que no me interesa impedirte enfrentarte a Samael. Lo único que quiero es continuar a lo mío, y para ello necesito saber dónde está el infierno. Sé que lo sabes.

—Eso no lo habías incluido en el pacto —intervino.

—Lo incluyo ahora. Y creo que no te conviene alargar esta interesante conversación, cada segundo que pasa es un miembro de tu grupo menos.

Me crucé de brazos también y elevé la cabeza para mirarle desafiante. Caín era la persona que había decidido matar a su hermano como si nada. Sabía que era egoísta y arrogante, como sus descendientes. Lo mejor era ser directa e ir al grano. Clara, sencilla, sincera.

El sonido de su lengua al chasquearla no me pasó desapercibida, pero sus ojos me miraron con altivez antes de terminar cediendo.

—El infierno está en Jerusalén, era obvio. Pero yo que tú no me molestaría en ir a intentarlo.

—¿Por qué?

—Allí no puede entrar cualquiera. No es un parque de atracciones.

Mantuve la mirada mientras sopesaba sus palabras. No era tonta, sabía que no iba a resultar sencillo y estaría rodeada de demonios y otros seres peores, pero no quería perder la esperanza. Nikola podría estar esperándome ahí dentro.

—Te sorprendería.

—Ya lo has hecho —contratacó con sinceridad—. Ahora vete.

—Solo respóndeme una última cosa —dije antes de girarme para salir.

—Tú dirás.

—¿Qué ganas enfrentándote a Samael?

Caín sonrió antes de contestar:

—Venganza y poder. Lo que cualquier persona querría.

Asentí con la cabeza antes de darle la espalda y volver por el pasillo que habíamos caminado. De soslayo pude apreciar como Sham seguía en silencio, con un brillo de sospecha oculto en su mirada.

Cuando nos encontramos con Lenci, esta había vuelto a la normalidad. Sus ojos volvían a ser claros y habían desaparecido sus rasgos de Hija Oscura. Sin duda, la gula era de los pecados capitales más peligrosos. No había nada peor que tener siempre el deseo de comer.

De fondo, vi como Lucas asomaba la cabeza tras una pared y nos repasaba a todos con la mirada, antes de suspirar y acercarse poco a poco.

—Ella está… ¿está bien? —carraspeó—. Me da miedo que me desangre.

—Por ahora —respondió ella mirándole con deseo—. La sed de sangre me vuelve a cada poco, es agotador.

Miré a ambos sin decir nada. A mi espalda todavía tenía a Sham, que se mantenía al margen observando nuestro alrededor. Me ponía nerviosa que repasara cada rincón como si estuviera alerta. Tenía la sensación de que se estaba preparando por si aparecía algo o alguien.

—¿Estás bien? —susurré.

—Sería mejor que nos fuéramos ya. No es bueno tentar a la suerte.

Sus ojos bicolores me atravesaron por un instante. Tenía el cuerpo tenso y las manos fijas sobre las armas que había podido recuperar. De fondo podía escuchar como Lenci y Lucas seguían enzarzados en una conversación sobre el miedo y el hambre, así que continué controlando las expresiones faciales del dhampir más irritante y odioso que había conocido nunca.

—¿Y tus compañeros cainitas, Lucas? —pregunté al acordarme de ellos. Veía los pasillos demasiado vacíos y silenciosos.

El vampiro frunció el ceño antes de volver su atención hacia mí y puso sus brazos en jarra.

—Pues no lo sé. Había hablado con ellos y algunos estaban dispuestos a acompañarme, pero desde el caos que fue liberar a la Hija Oscura no los he vuelto a ver.

—No escucho…

Me detuve al oír un ruido, parecía el sonido de una tubería al romperse y acabar soltando un gas. Miré por unos segundos a Sham antes de moverme, pero él fue más rápido. No hacía falta ser muy inteligente para saber que algo iba mal. Los tubos con gas siempre eran sinónimo de trampa.

Empezamos a correr mientras una densa humareda comenzaba a rodearnos. El olor era tan intenso que tuve que tapar la nariz con la túnica que todavía llevaba. Mientras avanzábamos me entró la duda de si habíamos sido engañados por Lucas, pero él tenía la misma expresión asustada que yo.

—¿Por dónde vamos? —pregunté mirando en su dirección.

—No vamos a poder. Seguro que han cortado las salidas, estaba preparado —dijo elevando el tono hasta convertirse en un chillido.

Miré a Sham por un segundo, completamente bloqueada. Este lugar era enorme y si Lucas no se centraba el humo nos iba a dejar aturdidos. Si perdíamos el conocimiento todo habría terminado.

—Lucas, céntrate. Tenemos que salir de aquí.

—Estoy empezando a marearme —murmuró. Al mirar hacia él vi que de verdad tenía el rostro más pálido de lo normal.

El humo cada vez era más denso y oscuro. Si Caín se pensaba que esto iba a detenerme lo llevaba claro. No dejaría que esto me frenase porque sabía que lo siguiente era intentar volver a manejar mi mente. No sabía por qué quería que me juntara a Atary, pero no iba a averiguarlo estando coaccionada.

Tapé mi boca con la manga para controlar la tos seca que empezaba a tener. Sentía la garganta irritada y cada vez tenía más ganas de beber algo. Incluso los párpados comenzaban a pesarme y mis movimientos eran más lentos. No sabía qué era ese humo, pero no tardaría en ser efectivo.

—Dependemos de ti, Laurie —dijo Sham a mi espalda.

Al girarme de nuevo vi que se esforzaba en seguir corriendo con Lucas cargado a su espalda. Lenci avanzaba rodeada por esa aura negra que caracterizaba a los Hijos Oscuros.

Tragué saliva para intentar aliviar mi garganta mientras sopesaba las opciones que tenía. Con Lucas fuera de combate, nuestra única salvación era dar con la salida por puro azar. En ese momento deseé poder controlar mi poder a mi antojo. Temía que se saliera de control o, peor, que no apareciera. Además, ese momento de adrenalina no ayudaba a estar en calma e intentar albergar la mayor fuerza posible. Tenía escasos minutos para seguir viva.

—Lenci, ¿puedes controlar tu sed de sangre?

—¿Qué necesitas? —preguntó y ambas giramos hacia la derecha, donde teníamos tres caminos diferentes para elegir.

—Perder el control para que tengas más fuerza y encuentres antes alguna salida. Intenta centrarte en encontrar a los miembros de esta maldita secta.

—¿Me das permiso para cargarme a más Cainitas?

Resoplé y entorné los ojos antes de suspirar. No quería acabar con nadie más, pero Caín no me había dejado otra alternativa.

—Haz lo que quieras, pero ayúdame a salir de aquí.

—Hecho.

No tuve que decir nada más. Lenci aumentó su aura negruzca, mezclándose con el humo que nos rodeaba. Lo que más resaltaba sobre la neblina que había por los túneles y salas eran sus ojos rojos, pues brillaban como rubíes resplandecientes.

Yo continué avanzando mientras el humo empezaba a nublar mi visión, transformando mi alrededor en puntitos negros y blancos. Inspiré con fuerza y aumenté la velocidad todo lo que pude. En mi interior no paraba de repetir las mismas palabras una y otra vez, como si fuera un mantra. Tenía que concentrarme si quería salir ilesa junto a mis compañeros. Me esforcé todo lo que pude en recordar los entrenamientos con Ryuk y cómo tenía que centrarme en la palma de mis manos, donde residía la mayor parte de mi poder.

Podía sentir como la oscuridad volvía a fluir por mis venas y mi mirada se oscurecía. La sed de sangre y venganza empezó a expandirse por mi mente, controlando mi cuerpo como si se tratara de una marioneta. Al notar que el humo tóxico estaba haciendo que mis piernas fallaran me dejé ir. Con suerte sería lo suficientemente fuerte para conseguir regresar después, cuando todo esto hubiera pasado.

Parpadeé al verme en tierra árida. Los colores rojizos y anaranjados primaban en el ambiente y el aire mecía granos de arena que aterrizaban sobre mis mejillas. El calor era palpable y no escuchaba ningún cantar de pájaros ni ruidos de otros animales. Todo parecía silencioso, solitario.

Calculé la época en la que debía de estar. Ya que en la mayoría de los sueños aparecía Lilith, intuí que debía ser el momento de la creación. No entendía por qué ahora todos mis sueños estaban relacionados con ella, pero supuse que era su intención. Algo me decía que era Lilith quien los controlaba o, al menos, podía interceder. Lo único que me tranquilizaba era que, si estaba soñando, no estaba muerta. ¿Habría conseguido escapar? ¿o Caín me habría vuelto a atrapar?

Decidí centrarme y empecé a caminar hacia donde el sueño me indicaba. Era algo extraño, pero me movía de manera autómata en la dirección que quería. Solo bastaron un par de minutos para averiguar hacia dónde me estaba dirigiendo: La morada de Lilith con Samael.

Tragué saliva al verla a escasos metros de distancia. Su presencia todavía me aterraba y enfadaba a la vez. Sentía unas ganas inmensas de vengarme, de hacer lo que fuera por recuperar a los seres queridos que había perdido y devolver a la humanidad lo que les habían arrebatado sin ni siquiera preguntarles. No entendía cómo era capaz de existir un ser tan egoísta y frío, cómo hacía lo que fuera con tal de recuperar a ese Samael que ahora estaba viendo. Me tensé al verle colocarse al lado de Lilith y posar una mano sobre su hombro.

El sueño me hizo acercarme. Traté de ponerme a una distancia prudencial, pero lo suficientemente cerca como para apreciar el vestido vaporoso y blanquecino de Lilith y su pelo oscuro suelto, con unos mechones recogidos en una trenza. Entonces entendí el motivo de que yo estuviera ahí. Era un acto demasiado solemne como para ser una escena cotidiana. Se trataba de una ceremonia, una boda. Fueron las palabras de Samael quienes me lo confirmaron:

—Lilitú, reina de la noche, ser de la oscuridad, hija del terror y las tinieblas. ¿Estás dispuesta a arrodillarte ante mí y entregarte?

—Sí, lo estoy —respondió sin un ápice de duda.

Me mordí el labio inferior y contuve la respiración al ver cómo empezaba a arrodillarse frente a él y bajaba la cabeza a modo de sumisión. ¿Dónde había quedado esa mujer rebelde y libre?

—¿Estás dispuesta a rendirte ante mi amor y ligar tu alma a la mía para convertirnos, así, en una sola?

—Sí, lo estoy.

—¿Estás dispuesta a convertirte en mi esposa, aceptando así el apellido Morningstar?

—Sí, lo estoy —repitió. Su voz reverberó por el horizonte.

Enmudecí al ver a Samael elevando su rostro al sujetarle por la barbilla. Sus ojos oscuros brillaron al contemplar los de Lilith.

—Entonces yo, Samael Morningstar, te elijo a ti, Lilitú, como mi esposa y acepto ligar mi alma a la tuya para convertirnos, así, en una sola. Acepta mi vida celestial para alargar la tuya. Acepta mi poder para expandir el tuyo. Acepta, entonces, acoger en tu seno al futuro príncipe de la oscuridad.

Lilith bebió de sus palabras como si se tratara de agua en medio de un desierto. Cerró los ojos y asintió con la cabeza para después quedarse inmóvil, como si esperase el siguiente paso. Samael acercó una de sus manos hasta la boca para morder su carne y que brotase de ella un reguero de sangre. Entonces aproximó la herida hasta los labios de Lilith y dejó caer unas gotas sobre sus labios. Ella las recogió con su lengua y exhaló un suspiro, complacida.

Mi corazón latió agitado al ver la escena. La sangre que brotaba de Samael era oscura, densa. Era la sangre de un demonio, un vampiro. Al abrir sus ojos de nuevo ya no eran azules y cristalinos; la mirada de Lilith se había vuelto del mismo color que ese líquido carmesí.

—Haré todo lo que me pidas, Samael —pronunció con lentitud—. Me regocijo al entregarme a ti; mi rey, mi señor.

Retrocedí de forma inconsciente al darme cuenta del valor de sus palabras. El ángel preferido por los dioses le había entregado parte de su poder, de su inmortalidad. Todo eso a cambio de tener a Lilith a su servicio. Y ella había aceptado con gusto. Por ese motivo ella era tan temida y había concedido esa inmortalidad a sus descendientes. De ahí venía el nacimiento de los vampiros. Esos seres que tantos libros y películas habían originado.

Mi corazón se paralizó al verla levantarse y girar su cabeza en mi dirección. A pesar de haber sucedido en otras ocasiones, no podía acostumbrarme a sentirme observada por esos ojos fríos y calculadores. No había ni rastro de esa inocencia y dulzura que un día la acompañó. La venganza y la incomprensión se la habían arrebatado.

—Laurie. Laurie.

Inspiré con fuerza y parpadeé al verme atacada por un fogonazo de luz. Me llevé una mano hasta la frente para masajearla, me sentía muy cansada. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? Escuchaba la voz distorsionada debido al pitido de mis oídos.

A los pocos segundos conseguí acostumbrarme a la luz, pero seguía sin ver gran cosa. Las personas que había a mi alrededor se habían reducido a manchas borrosas, siluetas irreconocibles debido al desgaste corporal que tenía. Tragué saliva al intentar incorporarme. Daba asco, parecía que me habían dado una paliza.

—¿Dónde estoy? —logré verbalizar.

—Seguimos en Roma —respondió una voz masculina.

Al forzar la vista fui capaz de reconocer la heterocromía de Sham.

—¿Hemos…?

—Sí, hemos conseguido escapar gracias a Lenci y a ti. Entre las dos habéis causado estragos entre los Cainitas. La guarida se ha derrumbado —continuó explicando.

—¿Por qué?

—Tu poder. Conseguiste sacarlo a tiempo, pero fue descontrolado, por poco no nos quedamos ahí sepultados.

Volví a inspirar con fuerza e intenté asentir con la cabeza. Recordé la vez que había usado mi poder contra él y lo mal que me había sentido después. Era como si el poder me vaciara y me desgastara. Además, no tenía a Ryuk para sanar antes.

—¿Ahora qué?

—Vamos a volver a la academia. Estás hecha un asco, tiene que verte Ryuk.

Me mantuve callada. No podía decirle a nada mis verdaderas intenciones o me lo impedirían. O, peor aún, alguien me acompañaría para hacer de niñera. No estaba dispuesta a eso, tener a alguien al lado solo me distraía y nos hacía retroceder. Usaban a las personas porque sabían que me hacía vulnerable.

—Estoy demasiado cansada como para volar ahora. Primero me quiero recuperar.

—Un día. Te doy un día para estar como nueva y mover el culo hasta Escocia. Cuánto más tiempo permanezcamos en Roma más oportunidades les daremos a Caín y sus secuaces a recuperarse e intentar atraparte de nuevo.

—Lo sé —respondí con desgana—. Un día me basta.

Lo que Shamsiel no sabía era que ya había planificado largarme esa misma noche, en cuanto me cerciorase de que todos estuvieran durmiendo. Solo esperaba estar recuperada para entonces o el camino hacia Jerusalén iba a ser de lo más divertido.

El infierno me esperaba y yo estaba preparada para entrar por la puerta grande.

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