Laurie

Laurie


Capítulo 22

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CAPÍTULO XXII  LA HUIDA

Me quedé despierta esperando a que mis compañeros se durmieran. No era difícil, todos estábamos agotados por la situación vivida allí abajo, pero era consciente de que los vampiros tenían un sueño ligero para estar preparados ante cualquier ataque y Sham había sido entrenado como uno de los máximos sublíderes de la academia y seguro que eso incluía el descansar lo justo.

Aun así, decidí jugármela e intentarlo. No podía perder más tiempo y arriesgarme a que todo fracasara. Que ambos me siguieran solo iba a retrasarnos y tampoco quería que Sham informara a Adán de cada movimiento que tenía pensado hacer. En ese momento comprendí a Nikola. Era más sencillo ir por libre, no depender de nadie, sacarte tus propias castañas del fuego. Así no habría traiciones, remordimientos o sentimientos que usar en tu contra. Yo sola contra el mundo. Contra todos.

Desde fuera, parecía un chiste que estuvieran colaborando una Hija Oscura, un vampiro común, un dhampir con un ángel dentro y una híbrida. Nada bueno podía salir de una combinación como esa, pero ahí estábamos, unidos por un mismo objetivo.

Me agaché para recuperar el arma que tenía escondida debajo de la cama del hotel donde nos hospedábamos. Comprobé que todo estuviera en orden con tranquilidad, intentando no hacer ruido para llamar su atención. Lo bueno de ser una mezcla extraña sobrenatural era tener los sentidos potenciados y, para qué negarlo, un temperamento explosivo. Eso me permitía no pensármelo mucho, porque de hacerlo sabía que me asustaría y me intentaría echar para atrás.

Suspiré al ver que tenía cada objeto en su lugar: Granadas, pistolas, bolas, dagas y, lo más importante, la espada del Edén. Era un peso importante, pero me había acostumbrado, al fin y al cabo, el peso de todo lo que se me venía encima era superior. Subí la cremallera de la chaqueta que llevaba y me acerqué a la ventana. Fuera la luna brillaba en su máximo esplendor. Luna llena, mágica para muchos e hipnótica para todos si te parabas a contemplarla. Me quedé un par de segundos saboreando la sensación de no tener problemas ni preocupaciones, ser una humana más contemplando el magnetismo de la noche, hasta que volví a la realidad. Si no me apuraba acabarían atrapándome y tenía que llegar hasta Jerusalén como fuera.

Al mover el manillar para abrirla pensé en Angie, esperaba que estuviese bien. También recordé a Ana, su tenacidad, su cabezonería y su capacidad para pensar en positivo y lanzarse a la piscina, aunque supiera que estaba vacía. Ella había ido a un nido de vampiros y, aun siendo consciente, se había sacrificado para salvarme. Se lo debía a ellas, a todos los que creían en mí.

Tragué saliva al notar el viento acariciar mis mejillas. Aunque habían pasado meses desde su muerte, seguía recordando cada milímetro de piel que componía el rostro de Nikola. Sus ojos grises y hostiles, su nariz alargada, sus labios fruncidos al molestarse, las curvas que formaban su mandíbula, su pelo… ese color negro que tenían los que para mí habían sido durante meses los hermanos Herczeg.

No podía creerme que las cosas hubieran terminado así, con dos muertos por mi culpa y que el más egoísta de todos estuviese vivito y coleando. Y lo peor de todo era que no estaba segura de mí misma, de cómo reaccionaría al verle. Había pasado mucho tiempo, demasiado, y sin embargo un ápice de duda seguía adherido a mi corazón. ¿Y si no era capaz? ¿Y si seguía manteniendo sentimientos hacia él? ¿En qué lugar me dejaba eso?  Mientras que la luz que siempre me había caracterizado lloraba por Nikola, la oscuridad que me había acompañado desde que nací suspiraba por el único hijo que había engendrado el ángel caído que había desatado todo este caos. Y lo odiaba. Odiaba sentirme frágil y vulnerable.

Meneé la cabeza para desechar esos pensamientos y observé la luna por última vez. Unas nubes la habían ocultado, pero, sin embargo, ahí seguía brillando, luchando por sobresalir. Me mordí el labio inferior y quedé sentada sobre el alféizar, desde ahí podía calibrar la altura y cómo saltar sin hacer ruido. Estábamos en un tercer piso y no había ningún árbol cerca, así que no me quedaba de otra que arriesgarme y trepar por la fachada.

Me impulsé con cautela para llegar a un saliente de la pared y coloqué un zapato para después apoyar el otro. El aire mecía mi pelo de un lado hacia el otro y algunos mechones me molestaban. Me quedé inmóvil para escuchar mi alrededor, a estas horas todo estaba en silencio. Al parecer, al haber abierto Lilith los siete sellos, las criaturas sobrenaturales estaban descontroladas y muchas actuaban por impulsos, lo que había impulsado a los distintos gobiernos, bajo los dhampir que mandaban desde la sombra, a decretar un estado de alarma y establecer un toque de queda a partir de las ocho de la tarde. Las personas tenían prohibido salir de casa y les habían aconsejado cerrar bien puertas y ventanas y no dejar entrar a nadie que no fuera conviviente, por precaución. Lo que no sabía era cómo iban a explicar a la población el cambio del color de cielo y la pronta oscuridad. La excusa de la contaminación no iba a durar mucho tiempo. La gente no era idiota.

Miré a ambos lados para asegurarme y empecé a asegurar mis dedos por la fachada, aferrándome a los salientes que encontraba. Al rozar con los pies el balcón del segundo piso contuve el aire. La puerta estaba abierta y desde donde estaba podía escuchar una voz saliendo del televisor. Me asomé y pude captar la silueta de un hombre con la respiración pausada y unas gafas negras colgando de su nariz. Decidí apurarme, la noche no era muy calurosa y el viento del exterior y tener la puerta abierta no ayudaba. Me agaché en una esquina del balcón, donde la separación entre los barrotes era más pronunciada y dejé las piernas libres. Entonces tomé impulso y quedé sujeta a ellos con las manos. Me tensé al escuchar una voz masculina bastante familiar.

—Se ha escapado por la ventana, joder.

Me quedé inmóvil, rezando para que no estuviera asomado en ese momento y me viera suspendida en el aire. Supuse que estaría hablando con Adán, pero desde Edimburgo poco podría hacer para detenerme. Gruñí al sentir mis dedos tirantes y mi cuerpo pesado, como si estuviera hecho de piedra. Todavía necesitaba descansar y sanar las heridas.

—En Jerusalén. Estoy seguro de que su objetivo es encontrar el infierno —respondió Sham.

Empecé a balancearme debido al cansancio y dos dedos se soltaron de los barrotes. Tragué saliva y auné toda la fuerza posible para seguir sostenida y no caer en ese preciso instante. Necesitaba que el dhampir se largase ya.

—Sí, ya voy, no ha podido irse muy lejos. La encontraré, aunque tenga que ponerle un jodido GPS en la espalda.

Al escuchar la ventana cerrarse con brusquedad suspiré y me lancé al vacío, lista para quedar en cuclillas y echar a correr. Nunca me había sentido tan libre como en ese preciso instante. Sin reglas, sin supervisiones, sin seres a cuestas con los que no saber si confiar. Solo yo y mis circunstancias. Solo esperaba poder llegar sana y salva al aeropuerto.

Deambulé por las calles sin saber muy bien qué hacer. El maldito toque de queda me perjudicaba, pues no había ningún taxista a la vista que pudiera llevarme de forma directa. Me aferré a una de las dagas por precaución. Uno por si Sham aparecía para llevarme de vuelta al hotel y dos por si algún ser oscuro decidía sorprenderme en la noche. Era inquietante que el único ruido que escuchaba eran mis pasos sobre el suelo y mi acelerada respiración.

Me lamenté de saber poco sobre la capital de Italia, más allá de que su idioma me resultaba atrayente al oído, que la pasta era su gastronomía principal y que se dividía en diferentes municipios debido a su amplia extensión. Dudaba de que eso fuera más que suficiente para salir ilesa.

Intenté desechar esos pensamientos y centrarme en avanzar. Lo único que me acompañaba eran las luces de las farolas y la que provenía de las ventanas de los edificios. Desde donde estaba podía ver la parte del Coliseo que había sobrevivido brillando en la lejanía, y digo sobrevivir porque los Cainitas se habían refugiado en los pisos subterráneos.

Lamenté no tener comunicación. De haber investigado un poco antes, al menos sabría la ubicación exacta del aeropuerto, pero lo mío no era calcular ni tener todo planificado, y estas eran las consecuencias.

Al escuchar un ruido me tensé y extendí el brazo para usar la daga en mi defensa. Miré de un lado hacia otro sin saber qué esperar cuando vi una figura acercarse con rapidez. Decidí quedarme agazapada en una zona sin luz para sorprenderle y, cuando tenía su espalda frente a mí me lancé y coloqué la daga cerca de su cuello. Suspiré al fijarme en su rostro gracias a la luz de una farola próxima a nosotros.

—Vengo en son de paz —dijo enseñándome la palma de sus manos—. De verdad.

—¿Te han traído de cebo? —pregunté antes de apartar el filo de la daga de su piel.

—No. Escuché que habías huido y vine a buscarte. Me imaginé que no llegarías muy lejos sola, sin conocer la ciudad.

Miré a Lucas esperando descifrar sus gestos. Parecía sincero, pero había comprobado que en este mundo no primaba la amabilidad, más bien todo lo contrario. Nadie hacía un gesto desinteresado por nada.

—¿Por qué tomarte tanta molestia?

—Cumpliste tu parte del trato y, sinceramente, no tengo nada que perder. No estoy en ningún bando y necesito sentirme bien conmigo mismo. Limpiar todos los arrepentimientos y culpa que tengo dentro, ¿sabes? Si el je… Caín estaba en tu contra y quería detenerte como fuera es porque eres buena, tengo ese pálpito.

Arrugué el ceño y miré a ambos lados antes de cruzarme de brazos. No podía gastar más minutos conversando con él.

—No te voy a llevar conmigo, no soy tu niñera ni tu guardaespaldas.

—Tampoco lo pretendo, solo quiero sacarte de aquí. —Suspiró—. Después buscaré algún rincón donde poder esconderme y estar tranquilo. Confío en que conseguirás acabar con esta pesadilla.

—Entonces vámonos, pero no te conviene ilusionarte. No soy ninguna superheroína.

«Batwoman». El mote que me había puesto Nikola seguía doliendo, como una herida abierta a la que le echas sal para intentar sanarla. Qué ilusa había sido pensando que podía solucionarlo todo y que era invencible. La realidad me había dejado escaldada.

—No importa, la esperanza es lo que me mantiene cuerdo. Ver una posible salida me hace tener motivos para luchar —respondió antes de empezar a caminar—. Sígueme.

Tenía que reconocer que la ayuda de Lucas para orientarnos por las calles de Roma fue muy beneficiosa. Sabía moverse como si hubiera nacido en esta ciudad, aunque su nombre no sonara muy italiano. Me mantuve en silencio casi todo el trayecto, respondiendo solo a las preguntas que me formulaba y creía pertinentes. No parecía mal chico pero esa aura oscura seguía ahí, como una sombra que lo acompañaba.

Al llegar hasta el aeropuerto suspiré. Lucas me había explicado que Roma contaba con tres diferentes, así que era más sencillo poder desaparecer. Le hice prometer que se iba a mantener al margen de todo esto y no le diría nada a Sham ni a Lenci. Cuando me aseguró que era un hombre de palabra le agradecí la ayuda y me despedí de él. Ya no lo necesitaba.

Me quedé dentro del edificio y decidí quedarme agazapada en una zona que estaba semioculta. Al tener toque de queda tampoco había vuelos nocturnos, así que debía de esperar unas horas para poder comprar un billete hacia Jerusalén. Tanto el cuerpo como la mente me pedían a gritos poder descansar, pero tuve que ignorarlos. Debía de mantenerme alerta por si me encontraban. La ventaja era que estaba sola, tampoco entendía por qué dejaban el espacio abierto si no podía entrar nadie, pero lo agradecí. Apoyé la cabeza contra la parte superior de una silla e hice mi mayor esfuerzo en no dormirme. Solo esperaba que los minutos avanzasen rápido o iba a ser una tortura tener que esperar.

Al escuchar las primeras voces y encontrarme con un fogonazo de luz parpadeé y me llevé una mano hasta la frente. Me sentía agotada por no haber podido descansar bien, y las pequeñas cabezadas que había dado no habían hecho más que empeorar la situación. Volvía a ser humana, y eso equivalía a volver a tener achaques físicos como dolor de cabeza o cansancio. Reprimí un bostezo y me levanté del asiento. Comprobé que todo estuviera en orden con disimulo y miré a ambos lados. Lo malo de ir sola era que no sabía cómo iba a pasar las armas por la cámara y el detector de metales. Al menos tenía dinero, lo justo para poder volar. Había conseguido robarle una parte a Lenci, que llevaba siempre tarjetas y billetes en efectivo.

Primero decidí comprar el billete y respiré aliviada al ver que un vuelo saldría en veinte minutos. Cuanto antes embarcásemos, antes conseguiría desaparecer sin dejar rastro. Después me volví a sentar en una de las sillas para reflexionar.

Suspiré al pensar en lo surrealista de la situación. Siempre me habían inculcado que tenía que ser buena, no meterme en líos, nada de mentir ni de robar. Mi madre se había esforzado en educarme bajo los férreos ideales religiosos y todo había quedado en saco roto. La oscuridad permanecía en mí. Pero, por una parte, me alegraba, había comprendido que no es todo blanco o negro, sino que existe una larga escala de grises por medio y que, en esta jungla que es la vida, lo más importante es sobrevivir: Pisas o te pisan, y yo estaba cansada de caminar con moratones.

Pensé en Vlad. Probablemente, si tuviera que pensar en una persona que podría estar orgullosa de mí, su rostro era el primero que venía a mi mente. Y eso me llevó a pensar qué haría él. No pensaba acosar a nadie y mucho menos intentar algo más, pero sí podía usar su astucia.

Miré a mi alrededor, las personas iban y venían de un lado para otro con prisas, muchos cargando maletas. El sonido de las ruedas y los pasos se entremezclaban con las voces de las personas hablando. Todos estaban distraídos, metidos en su mundo, en sus problemas. Incluso los guardias de seguridad miraban con desgana a las personas que iban avanzando por la fila que habían creado mediante cintas.

Entonces se me ocurrió una idea. Caminé hasta el baño de mujeres y me detuve a escuchar, no parecía que hubiera alguien. Aun así, me agaché en cada cubículo para comprobar que no hubiera un par de pies asomados. Cuando vi que estaba sola suspiré y me metí en uno de ellos. Nada más cerrar la puerta me senté en la tapa del váter y coloqué la riñonera entre mis piernas para rebuscar entre las armas que tenía. Sonreí al encontrar lo que sería mi solución.

Sostuve en mi mano una bola de humo, perfecta para brujas, pero también para humanos. A ellas no les permitía completar hechizos y, en general, a todos les aturdiría y generaría desconcierto. Nada mortal, nada que me hiciera arrastrar más culpa o arrepentimientos. Sería perfecto.

Me recoloqué la riñonera en la cintura y miré el espacio antes de decidir esconderla tras un conducto de ventilación. De esa manera el humo podría ir colándose por las rendijas y dirigirse hacia el pasillo central. Tenía un minuto exacto para salir con disimulo y volver a mi asiento. Entonces solo me quedaría rezar para que el plan saliera bien.

Y eso hice. Caminé con cara de póquer, como si fuera otra mundana más, con sus preocupaciones livianas y sus problemas típicos de familia o pareja. Nada que incluyera personajes bíblicos o sobrenaturales que quisieran manipularles o acabar con ellos. Aunque desde que Lilith había abierto los sellos las noticias de muertes y secuestros no habían hecho más que aumentar. La gente estaba preocupada por la coincidencia de que eso sucediera junto a una notoria oscuridad y ese ambiente cargado al respirar.

Al poco pude apreciar como un tímido humo grisáceo comenzaba a salir de la puerta del baño, haciendo que varias personas se detuvieran y se mirasen unos a otros antes de decidir salir corriendo al grito de: estamos en peligro.

No hay nada mejor que sembrar la semilla de la duda para que se arme un revuelo. Nadie quería arriesgarse a que fuera algo mortal, así que todos empezaron a correr y a gritar como si hubieran encontrado una bomba y de reojo pude apreciar como los guardias habían ido corriendo a ver qué pasaba. Aproveché para meterme en medio de la multitud y avanzar por un lateral del detector de metales. Había tanta distracción alrededor que nadie se estaba dando cuenta. Subí las escaleras mecánicas contemplando la escena que se había generado gracias a una simple y sencilla bola. Lo único malo era que el humo cada vez se expandía más y todos acabarían con un ataque de tos y tardarían en poder ver algo. Pero al menos no había atentado contra nadie. Sonreí cuando me vi en el segundo piso con el billete entre mis dedos.

Enfrentarme sola a Jerusalén y sus peligros iba a ser una gran aventura. Había llegado la hora de que todos conocieran a Laurie, la híbrida más solitaria, alocada, inmadura y autodidacta; pero, sobre todo, fuerte y capaz. Solo tenía que empezar a creer de verdad en mí. Se lo debía a Angie, a Ana, a mi familia, a Nik… Batwoman aún tenía mucho que enseñar y Laurie Duncan estaba dispuesta a todo.

A ver cuánto me duraba esa afirmación.

Miré por la ventanilla cuando el avión se puso a despegar y saboreé la sensación de sentirme libre. El cosquilleo que recorrió mi vientre fue como un chispazo de felicidad. Al fin había desplegado mis alas, sin nadie que me esperase abajo para curarme las heridas si me caía. Y eso me generaba miedo, también incertidumbre, pero, sobre todo, adrenalina.

Mucha adrenalina.

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