Laurie

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Capítulo 24

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CAPÍTULO XXIV  Laurie en el país de las pesadillas

Al llegar y mirar hacia arriba me di cuenta de las muescas que había cerca de una farola, simulando unos ojos. Recordé las palabras de la mujer y cerré los ojos al sentir una pequeña vibración bajo mis pies. Daba impresión al notar que estos se movían como si estuviera temblando, pero me alegró. Significaba que la entrada tenía que estar cerca. Al abrirlos me di cuenta de que a escasos metros a su derecha había un agujero, una zona pequeña y oscura que perfectamente podía ser la puerta a ese lugar que tanto ansiaba encontrar.

Miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie, en particular ningún guardia de seguridad o policía, se diera cuenta de mi presencia y decidiera sacarme de allí. Al mirar a mi espalda aprecié que, junto a unos coches que había al fondo, una silueta estaba agazapada. Me tensé al percatarme de su cabello oscuro y su tez blanquecina. Desde donde estaba no podía asegurar que fuera él, pero la respuesta de mi piel al contemplar esa figura masculina me hacía estar alerta. No podía ver el color de sus irises, pero me inquietaba su parecido. Atary podía estar más cerca de mí que nunca.

Dudé qué hacer. Temía ir y fue no fuera él, pero también me preocupaba estar en lo cierto. Entonces, ¿qué iba a hacer? ¿Decirle que lo había echado de menos? ¿Manipularlo? Atary era más listo que todo eso y no podía dejar atrás mi tarea principal. Cada minuto que dejaba pasar era un punto más para la oscuridad, un motivo más para que Lucifer aumentara su poder y ganara esta guerra que había empezado a formarse entre ambos bandos.

Al parpadear y mirar de nuevo en esa dirección me di cuenta de que la silueta había desaparecido. Mi corazón latió el ritmo al pensar en la posibilidad de tenerle tan cerca, ¿sabría actuar bien? ¿Conseguiría vencerlo? Suspiré antes de volver la vista hacia el monte que me separaba de mi destino. Había llegado el momento de demostrar otro aprendizaje que Nikola me había ofrecido: Su pasión por la escalada.

Coloqué una mano en un saliente de la roca y hundí los dedos para comprobar su dureza. Tenía que ser lo suficientemente resistente para no desgastarse y poder ir moviéndome. Suspiré aliviada al ver que la roca era dura y no formaba arenilla al sujetarme, así que coloqué la otra mano. Por suerte, no era una altura muy pronunciada y la erosión del terreno había hecho que tuviera muchos rincones donde sujetarme y anclar mis pies.

Me sentía una araña trepando por la rama de un árbol. Mi torpeza había disminuido gracias a mi condición, pero mi esencia temerosa e insegura no se había ido. Solo el pensar en Nikola y la posibilidad de volver a verlo me impulsaba, animándome a seguir adelante. Él se merecía que lo intentara una y mil veces, daba igual las veces que pudiera tropezar, pues me había enseñado a levantarme. Con cada movimiento y agarre en la roca mis dedos se enrojecían y agrietaban más, pero no me importó. Continué subiendo por la roca como si fuera una lagartija hasta conseguir tocar con las manos las muescas que formaban los ojos de la supuesta calavera y me esforcé en no mirar abajo. Si lo hacía sabía que el miedo me ganaría y mi cuerpo empezaría a temblar, presa del pánico por si me caía.

Hundí los dedos en la muesca e impulsé el resto de mi cuerpo con los brazos para elevarme y apoyar mi pecho contra el saliente. Respiré al conseguir sostenerme en pie y caminé con cautela por el pequeño sendero verdoso, compuesto de arbustos y hierbas que habían crecido de forma descontrolada. Cada paso que daba era un segundo de suspense, pues uno en falso y mi pierna quedaría suspendida en el aire. No había mucha distancia entre ambas zonas, pero prefería asegurar cada movimiento yendo a velocidad de caracol.

Cuando conseguí llegar hasta la entrada de ese pequeño y oscuro agujero me dejé caer en el suelo para permitirme recobrar el aliento. A mi alrededor el mundo seguía girando, sin percatarse de lo que estaba a punto de hacer. El viento mecía con delicadeza cada mechón de mi pelo y los pájaros cantaban, ocultos entre unos árboles cercanos. Apenas había circulación de coches, lo que me permitía sentirme en paz. Saboreé esos segundos de tranquilidad mientras intentaba ver más allá del agujero, aunque era imposible.

Decidida a averiguar cuántos metros de profundidad había al otro lado, me levanté y apoyé mis manos en el arco imperfecto que conformaba la entrada a la cueva. Al acercarme, me percaté de una frase que había grabada en la pared, como si la hubieran tallado:

Abandonad toda esperanza los valientes que decidís entrar.

Mi piel se erizó al leer cada palabra, temerosa por lo que eso podía significar. Aun así, me centré en el motivo por el que había decidido venir y me incliné todo lo que el cuerpo me permitía sin riesgo a caerme, forzando mis ojos para intentar ver más allá. Incluso intenté poner toda mi atención en escuchar algún ruido o voz cercana. Pero nada.

Silencio.

Oscuridad.

Chasqueé la lengua mientras sopesaba qué hacer. No quería ser Alicia cayendo por el agujero que la llevaría al País de las Maravillas. Ella, al menos, había conseguido caer con parsimonia, flotando como si al otro lado hubiera un ventilador enorme que la sostuviera en el aire; pero, admitámoslo, yo no sería tan afortunada y ya había sufrido suficientes caídas.

Tragué saliva antes de inclinarme un poco más y comprobar que, efectivamente, era imposible descifrar cuánta distancia me separaba del infierno. También me rondaba la posibilidad de haber podido equivocarme, pero tenía tantas ganas de salirme con la mía que prefería apartar ese pensamiento y dejarlo en un segundo plano. Incluso pensé qué haría de ser cierto que eso era el infierno y darme de lleno con Lilith. Ya había comprobado su poder y además tendría a Samael al lado. Era un acto suicida enfrentarme a ellos dos juntos, pero no me quedaba de otra.

Decidí agarrarme a mi última posibilidad de asegurar mi vida y me agaché para recoger una piedra que había cerca de mis pies. No tenía intención de golpear a algún demonio con ella y armar una catástrofe, pero me arriesgaría si con eso descubría su profundidad.

La dejé caer por el agujero y agudicé el oído para escucharla colisionar en el suelo. Cuanto más profundo fuera el agujero, más tardaría esta en informarme de que se había golpeado contra el fondo; pero al ver que pasaban los minutos y seguía sin escuchar nada cerré los ojos e inspiré con fuerza. No me quedaba de otra que rezar para intentar mantenerme con vida y lanzarme.

Así que lo hice. Me dejé caer por ese misterioso agujero que no parecía tener fin y cerré los ojos para no mirar, a pesar de que la oscuridad era tan poderosa que me había rodeado por completo. Mi cuerpo vibró al sentirse en suspensión y un cosquilleo recorrió mis pies. Cuando decidí abrir los ojos, al ver que seguía con esa sensación extraña pero no me había golpeado con nada, contuve el aliento. Estaba en el mismo lugar que antes. Como si no me hubiera animado a poner mi vida a manos del destino.

—Pero ¿qué narices…? —verbalicé sin darme cuenta.

Estaba tan impactada por el extraño retroceso temporal que no pude detener los pensamientos. Estaba segura de que lo había hecho, mi mente se esforzaba en recordarme que me había animado a lanzarme al vacío y todavía notaba el cosquilleo en mis pies. Y, sin embargo, ahí estaba otra vez, erguida al lado de la cueva, como si nada hubiera pasado.

Volví a intentarlo. Esta vez con más ganas que la anterior. Ya no pensaba en el miedo que me generaba pensar que podía caer en una especie de madriguera sin final, sino en averiguar qué tipo de broma era esa. Cerré los ojos al experimentar de nuevo ese vértigo al verme lanzada al vacío y permití que la oscuridad me envolviera. Minutos más tarde, al notar todo igual; sin caídas, sin golpes, sin ruidos por saltar…; abrí los ojos. Resoplé al ver que, otra vez, estaba en el mismo lugar.

—No lo entiendo, ¡por qué! —protesté en voz alta dándole una patada al suelo terroso. Mi voz rebotó por las paredes de ese extraño agujero, perdiéndose en el abismo que conformaba la cueva.

Mi cansancio comenzaba a mezclarse con la irritabilidad. No tenía ganas de pensar otras posibilidades, ni siquiera había planificado un plan B. ¿Cómo iba a hacer ahora? La impotencia de estar tan cerca de mi objetivo y no poder cumplirlo hizo que mis ojos empezaran a humedecerse. No podía rendirme tan pronto, no después de haber hecho un viaje tan largo. Tenía que recuperar a Nikola. Se lo debía. Y también salvar a la humanidad.

Comencé a moverme de un lado para otro, incluso la punta de mis dedos de los pies rozaba ese círculo negro que, de manera mágica, me impedía el acceso. Mientras tanto masajeé mi sien, esperando que, al hacerlo, mis neuronas conectaran con mayor fluidez.

—Piensa, Laurie; piensa. ¿Qué hago ahora?

Reí ante lo absurdo de la situación. Estaba deseosa de ir al infierno, cuando cualquier otra persona hubiera respirado aliviada al ver que no le dejaban entrar. ¡Y ni siquiera sabía si realmente estaba en el lugar correcto! Aunque el ver que el sitio tenía magia y me impedía pasar hacía que mis dudas desaparecieran. Al menos era una cueva importante. Sobrenatural. Muy importante tenía que ser para bloquear el paso a cualquiera, ¿o era solo a mí? ¿Por qué? ¿Estaba haciendo algo mal?

Me mordí el labio inferior mientras empezaba a crear un esquema en mi mente. Pensé en cómo era el infierno, lo que significaba. Estábamos hablando del lugar más temido por toda la humanidad, aquel a donde iban las almas a arder en el fuego eterno, a condenarse. Un escalofrío recorrió mi piel al pensarlo. ¿En dónde me estaba metiendo? ¿De verdad Nikola podía encontrarse ahí encerrado? ¿Estaría sufriendo? Me sentí tentada a arriesgar mi vida de nuevo para verle de nuevo. Al menos así me diría qué hacer o cómo actuar ahora, pero suspiré y decidí enfocarme en lo principal. No me perdonaría hacer peligrar mi existencia de esa manera. Solo tenía que confiar más en mí. Yo podía.

Era Laurie Duncan: más fuerte, impulsiva y autodidacta que nunca.

Con ese pensamiento seguí desmenuzando el concepto del infierno como si estuviera desmigando un trozo de pan. Estábamos hablando del lugar al que iban las almas después de ser juzgadas por los actos que habían hecho en vida y decidir que habían obrado mal. El infierno. El sufrimiento eterno. Parpadeé al barajar una posibilidad que no había pensado antes. ¿Y si el problema era que estaba viva? Estábamos hablando de almas y yo… tenía a la mía encerrada en la jaula que conformaba mi cuerpo.

Tragué saliva antes de mirar a ambos lados y detenerme a observar el exterior. No veía a nadie cerca, pero tenía que asegurarme de que no me iban a encontrar con lo que estaba a punto de hacer. Caminé hasta un lateral de la cueva, pegándome a la pared que cubría la entrada lo máximo posible y me senté.

No era el espacio más cómodo, ni el más limpio. De hecho, olía a humedad y un poco a podredumbre. Limpié mi ropa como pude con las manos antes de tumbarme, pues solo con saber que los mechones de mi pelo se estaban entremezclando con la tierra me estaba poniendo nerviosa, y cerré los ojos.

Intenté concentrarme en los escasos sonidos que me envolvían, el aire que entraba por la cueva rebotaba por las paredes, formando un silbido acogedor. Eso me sirvió para desconectar. Por un instante traté de apartar todos los problemas y preocupaciones que tenía a mi alrededor y me reconforté al verme sola, sin ninguna voz que me increpara o me exigiera hacer algo. Me visualicé en medio de una playa, tirada en una hamaca y con un batido de plátano y coco entre mis manos. Me forcé en sentir los rayos del sol acariciando mi piel, escuchar las olas del mar y gritos de niños al jugar en la arena. Y las gaviotas… apreté los ojos para poder sentir la calidez de la arena al atraparla con los dedos y la sensación que me generaba hundir los pies en ella al correr hacia la orilla. Esa imagen me transmitía paz, me hacía estar a salvo.

—Papá, papá —insistí al ver que no me estaba prestando atención—. Mírame, papá.

Comencé a dar saltos en el agua. Era la primera vez que había decidido desobedecer a su norma de no alejarme de la orilla. Tenía ocho años, veía a los demás niños de mi edad nadando como si nada y yo quería hacer lo mismo. No quería sentirme inferior. Luché con todas mis fuerzas para mantener mis pies a salvo. Al no ser muy alta e ir un poco más lejos me costaba tocar el suelo y comenzaba a asustarme. Solo quería que él me viera. Quería que me viera ser mayor.

—¡Papi, mírame! Soy mayor.

Los ojos de mi padre brillaron al observarme y un gesto de preocupación apareció en su rostro de manera fugaz. En ese momento no lo aprecié, pero al recordarlo pude memorizar ese detalle. Estaba segura de que estuvo a punto de recordarme que eso era peligroso para mí. En su lugar se mordió la mejilla interna antes de premiarme.

—Muy bien, tesoro. Lo estás haciendo genial. Solo ten cuidado y quédate donde hagas pie.

Sonreí al obtener lo que llevaba varios minutos esperando. Estaba tan ensimismada mirándolo que no me había fijado en que una ola había empezado a crecer y ya estaba llegando hasta donde me encontraba. Cuando quise darme cuenta estaba atrapada dentro de ella y el agua empezó a bloquear mis sentidos. Mi corazón latió acelerado al sentir que me ahogaba. No sabía nadar bien, así que mis torpes aleteos no hacían más que hundirme más.

Lo siguiente que vi al abrir los ojos fue la expresión angustiada en el rostro de mi padre y escuché los alaridos histéricos de mi madre. Me incorporé y tosí al notar la garganta irritada. Mis pulmones luchaban para albergar la mayor cantidad de oxígeno posible. Lo siguiente que hice fue extender los brazos para abrazar con torpeza a mi padre. Solo necesitaba su presencia para sentirme a salvo.

—No me gustan las olas. Son malas, papá —dije haciendo un puchero con los labios.

—Hice mal al dejarte ir más allá de la orilla sin saber nadar, pero no son malas, Laurie. Solo tienes que aprender a dominarlas.

—¿Cómo? Son muy grandes y te atrapan. No me dio tiempo a escapar.

Mi padre me dedicó una sonrisa torcida antes de contestar:

—No tienes que luchar ante algo que es más grande y fuerte que tú, solo entenderla y entregarte.

—No lo entiendo —respondí frunciendo el ceño.

—Cuando la ola sea tan grande que sabes que no vas a poder escapar, lo mejor es inspirar con fuerza, cerrar los ojos y, en cuanto la tengas enfrente, sumergirte. Debajo estarás a salvo. Unos segundos más tarde habrá llegado a la orilla y los niños pequeños podrán jugar con ella.

—No quiero bañarme más, papi. No puedo.

Enterré mi cabeza en su hombro derecho, cerca de su cuello. Al sentir sus dedos acariciando mi pelo cerré los ojos, disfrutando del aroma a playa y mar que desprendía. Su pelo estaba mojado, así que varias gotas terminaban aterrizando en mi piel. Pero no me importó. Lo único que me tranquilizaba era saber que mi padre me había salvado. Que siempre estaría ahí para enseñarme y protegerme. O eso pensaba.

—Quizás ahora no, pero podrás, Laurie. Cuando te sientas preparada sé que lo harás. Te enfrentarás a tus miedos y saldrás vencedora. Estoy seguro.

Suspiré al ver que el recuerdo se evaporaba, pero sonreí al verme de pie. En el suelo permanecía mi cuerpo. Era extraño observarme de esa manera, a esa distancia, como si no fuera yo misma. Había estado tan absorta volviendo a vivir esa escena que no había sentido el cosquilleo que siempre recorría mi piel al liberar mi alma. Pero ahí estaba, más corpórea y poderosa que nunca.

Comprobé una vez más que desde donde estaba mi cuerpo nadie me veía, no podía permitirme un error y que alguien me sacara de ahí o me atacase. Al cerciorarme de que estaba oculta respiré y me acerqué de nuevo hasta ese agujero abismal.

«Allá vamos» pensé para mis adentros mientras retenía el aire en mis pulmones, preparada para saltar. Las palabras de mi padre, Arthur, recordándome que podía hacerlo, fueron el impulso que necesitaba para enfrentarme a mis miedos. Segundos más tarde terminé envuelta en una familiar oscuridad y mi alma flotó como si estuviera dirigiéndome, como Alicia, al País de las Maravillas.

Quizás no había tantas diferencias entre nosotras, puesto que a ambas nos recordaban que el tiempo era oro y una reina de corazones nos esperaba. Estaba segura de que, en cuanto me viera, también ordenaría cortarme la cabeza. Pero, si todo iba bien, terminaría como esa protagonista, consiguiendo volver sana y salva a casa.

Una pregunta apareció en mi mente mientras mi cuerpo continuaba cayendo por ese agujero negro infinito. ¿Cuántas almas que habían ido al infierno habían conseguido regresar?

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