Laurie

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Capítulo 25

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CAPÍTULO XXV  INEXPERIENCIA EN EL INFIERNO

Al aterrizar en un suelo arenoso, sin vida y con un aire cargante, traté de inflar mis pulmones para adaptarme. Al ser mi alma, y no mi cuerpo real, la que se encontraba aquí abajo, los golpes eran más suaves, pero el resto de las sensaciones eran exactas. Arrugué la nariz al ser incapaz de adaptarme a ese extraño olor, era el mismo que había en el inicio de la cueva. ¿Cuántos metros me separarían de la entrada? ¿Conseguiría volver?

Miré a ambos lados esperando encontrar algo que me mostrara hacia dónde tenía que ir. Todos los rincones me parecían iguales, sin ningún ruido que me indicase algún indicio de vida. El único sonido que escuchaba eran mis pisadas al caminar sin rumbo.

Erguí la cabeza para mirar el techo. Supuse que, al haber caído por el agujero de una cueva, lo que tendría que rodearme serían las paredes rocosas de la entrada. La realidad me golpeó. El espacio era amplio, demasiado, tenía un radio de kilómetros de distancia para investigar y lo que había ante mis ojos era un cielo nocturno sin estrellas y luna. Una manta oscura cuya intensidad me generaba escalofríos. ¿Estaba de verdad en el infierno?

Seguí deambulando mientras mis pensamientos eran los únicos ruidos que me acompañaban. Estos causaban un run run en mi interior que, en vez de reconfortarme, me ponía aún más nerviosa. ¿Sería peligroso estar sola? ¿Encontraría a alguien o a algún ser como el que había atacado al pobre chico un rato antes? ¿Habría algo cerca más allá de un suelo terroso y un cielo apagado?

Me mordí el labio inferior mientras decidía girar hacia la derecha. Temía estar yendo en círculos y que, escogiera la opción que fuera, acabase en el mismo lugar. Minutos más tarde, al escuchar el sonido que me recordó a las olas del mar desembocando en la orilla, me detuve.

Contemplé atónita como estaba en lo cierto. A lo lejos, un río negruzco y espeso limitaba con la superficie. El olor me hizo volver a arrugar la nariz. Era putrefacto, vomitivo, hacía que envidiase aquel que desprendían los vampiros más jóvenes, movidos por la sed de sangre. Este me producía arcadas.

Dudé si acercarme o no, pues mi olfato ya me había advertido que podía ser peligroso. ¿De qué estaba compuesto? ¿Residuos tóxicos? ¿Chapapote? Fuera lo que fuese no era algo que te invitase a nadar en él. Más bien lo que iba a conseguir era quedarme pegada a esa extraña sustancia. Aun así, decidí aproximarme lo justo para analizarlo sin tener que tocarlo.

El olor se hizo más fuerte, lo que hizo tambalear mi capacidad de autocontrol para no vomitar. Contuve la respiración para no tener que inhalar más esa podredumbre y me centré en observar con detenimiento los tímidos movimientos de ese extraño río. Me había equivocado al pensar que eran olas lo que había escuchado en la lejanía, pero sí había adivinado que se trataba de un elemento acuático. Lo que sonaba en su lugar eran voces agonizantes y trémulas, casi susurros ininteligibles que podrían volver loco al más cuerdo.

Me separé al ver que algo empezaba a acercarse. Intenté enfocar lo máximo posible, necesitaba conseguir cualquier detalle que me indicara si se aproximaba algún tipo de peligro. Parpadeé al percatarme de una silueta oscura, una mancha borrosa encima de un transporte marrón. Parecía una barca pequeña o una canoa.

Me tensé y retrocedí unos pasos al ver la silueta acercarse y comprobar su altura. Su espalda curvada y la túnica oscura que la ocultaba, con una capucha en pico sobre la cabeza, no le otorgaba un aspecto jovial. ¿Estaría exponiéndome demasiado? ¿Tendría que esconderme?

Miré a ambos lados con inquietud, esperando encontrar algo que me permitiera ocultarme. Algún arbusto, un árbol, un seto… cualquier elemento de vegetación que sirviera como comodín. Pero nada, literalmente, lo único que me rodeaba era eso.

Mi corazón latió acelerado al ver como el hombre se aproximaba hasta la orilla. Me lamenté al verme en esa situación. Estaba sola ante un mundo que desconocía, lo único que sabía era gracias a los escasos libros que había leído en la academia y las clases que había recibido, pero la información era escasa. Muchos datos y conjeturas a manos de sabios e investigadores que habían tratado de encontrarlo. Nada certero, pues nadie en su sano juicio quería poner en juego su vida, por muy anodina que fuera. Y no habían mencionado ningún río ni ningún gigante subido a algún tipo de barca, así que me sentía ciega. No sabía si sufriría algún tipo de ataque.

Retrocedí unos pasos más y saqué un par de armas, preparada por si me tocaba luchar. El anciano, pues a esa distancia ya podía apreciar su barba blanquecina y las arrugas que dejaba entrever su rostro, se encontraba de pie sobre una canoa alargada y sostenía un remo que movía de manera lenta y precisa.

Ninguno de los dos dijo nada. Él continuaba remando, sus brazos se tensaban al realizar cada movimiento y el remo apartaba el agua de ese extraño río. Conseguía que las incesantes voces que me atormentaban se incrementasen. Y yo me mantuve inmóvil, mirándolo como si se hubiera aparecido ante mí un dragón de tres cabezas. Ambos nos mantuvimos así unos minutos, hasta que el anciano consiguió llegar a la orilla y yo decidí mantenerme en guardia, con los ojos fijos en él, preparada por si tocaba defenderme.

Me sorprendió ver la calma con la que se bajaba de la canoa y caminaba hasta la superficie, ignorando esa sustancia oscura que se entremezclaba con el color de su ropaje. Al contemplar sus ojos sentí un escalofrío. Eran pequeños y negros, vacíos como el abismo que nos rodeaba. Cuando se quedó frente a mí extendió su brazo izquierdo hacia mí, con la palma de su mano extendida hacia arriba en señal de invitación.

—Vamos —dijo de repente con una voz de ultratumba.

Tragué saliva al escucharlo. ¿A dónde pretendía que me dirigiera con él? ¿Sabía quién era? ¿Acaso me estaban esperando al otro lado? Todas esas preguntas se amontonaban en mi mente, parpadeando como si fueran flases, advirtiéndome que podía ser una idea nefasta.

—¿A dónde?

—Sube a la barca.

—¿Por qué? —insistí—. ¿A dónde me quieres llevar?

—¿No te han explicado todo al morir? —replicó arrugando el ceño—. Pues no es mi problema. Vamos, sube.

Miré de soslayo la barca, que permanecía anclada en ese río oscuro, flotando como si realmente estuviera esperando que subiera. El anciano intercambió el peso de su cuerpo de un pie al otro y golpeó el remo contra la arena ante mi titubeo.

—Odio las almas frágiles y miedosas como tú. Date prisa, tengo que continuar con mi trabajo. Me lo estás entorpeciendo.

Me mordí el labio inferior para no contestar. Sabía que no me quedaba de otra que hacerle caso y dejar mi suerte en manos del destino. Yo sola había decidido caer en ese maldito agujero y ahora tenía que aceptar las consecuencias. Fueran las que fuesen.

Avancé unos pasos hasta rozar la orilla y esperé a que el malhumorado anciano me ayudase. Ni de broma iba a tocar esa agua contaminada por Lux sabía qué. O Nyx.

—¿No sabes subir sola? —preguntó en tono burlón.

—No me quiero ensuciar. ¿Puedes echarme una mano?

—No es mi problema, así que apresúrate.

Inspiré con fuerza antes de guardar mis armas y decidir traspasar esa línea oscura que me separaba de la apacible seguridad de la superficie. En el momento que mis pies tocaron el agua del río, las voces comenzaron a atraparme. Podía sentir como la oscuridad me envolvía cada vez más, ahogándome como cuando era niña.

Me apresuré en llegar hasta la barca y me ayudé de las manos para impulsarme y poder meterme. Al conseguirlo me quedé en una esquina, abrazando mi cuerpo para intentar recuperar la normalidad. Las voces se habían instalado en mi cabeza y me susurraban horrores, castigos inimaginables que me hicieron temblar. Si no volvía a la realidad terminaría encerrada en una tenebrosa locura.

El sonido del remo golpeando la base de la barca me hizo regresar. Le agradecí con la mirada que lo hubiera hecho, pues la voz me fallaba. No sabía qué había sido eso, pero no me gustó nada la sensación. Saber que podía haber almas atrapadas en ese río no hizo más que aumentar mis ganas de escapar de este extraño lugar. ¿Al otro lado me estarían esperando Lilith y Atary? Incluso… ¿Nikola? ¿Vlad? Estaba deseosa de saber más de él. Necesitaba saber que seguía bien, estable.

Aguardé paciente a que el anciano comenzara a remar para alejarnos de la orilla y focalicé mi atención en observar todo lo que nos rodeaba. La inmensa nada se extendía hasta rincones insospechados. Mirara donde mirase todo era oscuridad. Un abismo infinito que me generaba ansiedad.

Su voz de ultratumba me hizo mirarle de nuevo y fruncir el ceño.

—¿Y el óbolo?

—¿El qué?

El anciano resopló antes de posar sus ojos sobre mi rostro.

—¿Solo sabes preguntar? ¿Acaso no te han explicado nada?

—¿Quién? O… ¿Quiénes?

Me tensé al volver a escucharle resoplar y su remo volvió a golpear la base de la barca, haciendo que esta empezara a zarandearse.

—Sin el óbolo no te puedo llevar al otro lado y ya me estás retrasando demasiado con tantas preguntas. Si no lo tienes te quedarás aquí para siempre.

Su respuesta hizo que mi piel se erizara. Ni de broma me iba a quedar en esta inmensa nada para toda la eternidad. Pensaba salir costara lo que costase.

—¿Y cómo consigo eso? ¿Qué se supone que es?

—Todas las almas reciben el suyo al morir. Todas —recalcó.

Tragué saliva al escuchar su tono de sospecha. Lo que menos necesitaba era que ese anciano formulara hipótesis acerca de mi condición. Por sus palabras parecía que no tenía ni idea de quién era, lo cual me beneficiaba.

—Lo habré perdido por el camino —gruñí—. Ni siquiera sé lo que es eso. Podías ayudarme un poco.

—Nadie pierde su óbolo.

—Bueno, siempre hay una primera vez para todo, ¿sabes? Soy primeriza en esto de morir.

—Búscalo.

—¿No puedes hacer una excepción y llevarme al otro lado sin nada a cambio? Si tienes prisa…

—No.

Bufé al escuchar su negativa, ni siquiera se había molestado en explicarme qué narices era eso. ¿Un objeto? ¿Una moneda? El miedo que sentía ante su presencia se había reemplazado por desesperación. Necesitaba llegar al otro lado antes de que más demonios decidieran salir y atacar a los pobres ciudadanos de Jerusalén. Entonces todo sería demasiado tarde y no sabía de cuánto tiempo disponía.

—Por favor, como sea que te llames, ¿qué te cuesta hacer una excepción? Seguro que estás lleno de… óvalos.

—Óbolos.

—Eso. Óbolos.

—No. Y ahora vete.

Me mordí la mejilla interna mientras intentaba serenarme. Estaba claro que no iba a conseguir nada por parte de ese anciano malhumorado y egoísta, pero no quería bajarme de la barca y volver a revivir ese momento angustioso. Me daba pánico pensar que esas voces podían devorarme. Aun así, no pude vacilar más tiempo, mi cuerpo salió disparado de la barca por culpa suya y acabé aterrizando en la arena, con la desgracia de que uno de mis pies terminó tocando el agua del río y la oscuridad lo absorbió.

Mis latidos se incrementaron al volver a escucharlas. Eran quejidos ensordecedores que se colaban en lo más profundo de mi corazón, rompiéndolo en pedazos. Cada voz era un segundo de locura, un momento transitorio que alteraba mi estabilidad, amenazando con desvanecerla. No quería saber qué maldad podía haber al otro lado.

Cerré los ojos y me esforcé en luchar contra ello. Hundí mis manos en la arena que mantenía casi todo mi cuerpo a salvo y me arrastré hasta conseguir liberar mi pie del agua. Era lo más cercano que había tenido nunca a experimentar el ataque de arenas movedizas. Al disiparse las voces suspiré y me mantuve echada unos segundos antes de incorporarme. Cuando miré hacia el río me tensé. El anciano y la barca habían desaparecido. Me había quedado completamente sola.

«¿Y ahora qué?» formulé para mis adentros antes de morderme el labio inferior. No sabía nada acerca de este lugar. Ni siquiera sabía cómo conseguir esa cosa que tantas veces había nombrado el anciano. ¿Cómo lo iba a conseguir si no estaba muerta? ¿Acaso la única manera de conseguirlo era morirme de verdad? Entonces estaba perdida.

Deambulé un largo rato de un lado hacia otro, recorriendo cada metro que componía ese maldito lugar. Todo era oscuro: el cielo, el suelo, las esquinas… lo único que diferenciaba una parte de otra era la distinta tonalidad. Empezaba a notar mis pies cansados, los músculos se resentían a cada paso que daba y la garganta se me había secado, suplicaba un poco de agua. Incluso había escuchado el rugir de mis tripas. No podía más. Contemplé el río con la ansiedad amenazando con derrumbarme. No podría conseguirlo sola. Necesitaba algún tipo de ayuda. Alguien que me dijera cómo conseguir eso que me pedía el barquero u otro modo de cruzar al otro lado. Nadar estaba descartado, no si quería ahogarme al dejarme atormentar por esas horribles voces.

—Qué hago yo ahora… —murmuré mientras me dejaba caer en el suelo terroso.

Estaba agotada, desesperada, asustada… todos los adjetivos que terminasen en -ada. Cerré los ojos y dejé que esos sentimientos me absorbieran. No tenía fuerzas para hacer nada más. No podía resistirme. La oscuridad que reinaba en el ambiente me envolvió y mis pensamientos se desconectaron. Siempre era bien recibido un momento de calma.

Mi cuerpo vibró al sentir ese instante de desconexión. Podía notar como mi alma viajaba por el agujero, buscando a gran velocidad la jaula en la que estaba acostumbrada a permanecer, esa burbuja de protección que la permitía sobrevivir. Al encontrarlo sentí un bote, producto de la unión. Era como si hubiera pegado un salto al vacío. Al enlazarse ambas partes y abrir los ojos solté una gran bocanada de aire. Los despertares nunca eran fáciles.

—Menos mal que he llegado a tiempo. Pensaba que…

El grito que di al escuchar una voz ahogada y enérgica no debió de pasar desapercibido en todo Jerusalén. Lo que menos esperaba al abrir los ojos era darme de bruces con un hombre mayor de ropajes extraños y largos collares asomando por su delgado cuello. Sus ojos pequeños y brillantes me observaron con curiosidad.

—No hace falta que grites. No voy a hacerte nada.

—¿Quién eres? —pregunté mostrando una de mis armas. La daga con el mango en forma de serpiente.

—Oh, claro, cierto. Con las prisas no me he presentado. Me llamo Amit y soy vidente. Bueno… me gusta más considerarme maestro de las artes oscuras, ¿sabes? Denominarme vidente es algo más concreto y domino varios saberes importantes. Fue por una visión por la que estoy aquí. Yo te vi en peligro, presencié como entrabas en el infierno y…

El hombre parloteaba de manera atropellada, su pecho subía y bajaba de manera agitada al hablar y su lengua se trababa. Se detuvo para coger aire y limpiar su frente del sudor. Entonces miró hacia el cielo.

—Bueno, tengo muchas cosas que decirte, pero este no es un buen lugar. Baja el arma, por favor. No pretendo hacerte ningún daño. Y pronto va a oscurecer, más todavía —recalcó antes de carraspear—. No es buena idea permanecer aquí, en cualquier momento podría salir alguno de esos seres.

—¿Conoces todo esto? —alcancé a preguntar mientras arqueaba las cejas.

—¡Claro! ¿Por quién me tomas? ¡Soy vidente!

—Ya, ya —respondí frunciendo el ceño—. Eso me ha quedado claro, pero…

Me detuve para morderme la mejilla interna. No sabía qué decir o, mejor dicho, cuánto. Durante este tiempo había aprendido que era mejor reservar la información, cualquiera podía atacarte por la espalda.

—Entiendo que desconfíes. No me conoces de nada y acabo de sorprenderte en un momento de trance. Pero créeme, de haber querido hacerte daño he tenido tiempo más que suficiente. Solo estoy intentando ayudarte.

—¿Por qué?

El hombre resopló antes de mirar de nuevo hacia el cielo y después al reloj que llevaba atado en su muñeca derecha. Sus pies se balancearon, cambiando el peso de su cuerpo de uno al otro.

—Por favor, retira esa daga de mi vista y ven conmigo. En mi casa te explicaré todo.

Observé la entrada del agujero y a él respectivamente. Tenía razón en que había tenido tiempo de sobra para atacarme y no hubiera podido contarlo y, sin embargo, aquí seguía; vivita y coleando. Aun así, podía usar esa ventaja en su beneficio para ganarse mi confianza. No podía olvidarme de que estaba en esto sola, nadie ayudaba de manera altruista si era conocedor de estos temas sobrenaturales.

—Está bien —accedí—. Pero como me traiciones no vivirás para contarlo.

—Contaba con ello. —Suspiró antes de darme la espalda para empezar a caminar hacia el centro de Jerusalén.

Una vez dentro de su casa comprobé que era un hombre solitario y humilde. Su hogar era pequeño, con la arquitectura típica del lugar. No tenía puertas, más bien paredes abiertas por arcos con cientos de detalles de colores y el suelo estaba compuesto por bellos azulejos blanquecinos.

Amit me llevó hasta una sala pequeña, mucho más oscura que el resto de las estancias. En ella, una mesa alargada de madera presidía el lugar y encima tenía un mantel con elementos esotéricos. Al olfatear el aroma que desprendía la sala me di cuenta de que era incienso. A los lados había estantes de madera repletos de libros. Me acerqué y examiné cada uno de sus lomos: Tarot, esoterismo, clarividencia, magia, brujería, demonología, espiritismo… Arqueé las cejas al encontrar un título clásico. La divina comedia de Dante Alighieri brillaba gracias a sus letras doradas.

El hombre carraspeó, haciendo que me irguiera al instante y me girase hacia él. Se había sentado en un sillón rojizo individual y me analizaba con sus pequeños ojos oscuros.

—Supongo que tendrás muchas cuestiones que plantearme.

—Unas cuantas —admití, pensando por dónde debía empezar. Todas me parecían igual de importantes.

—Pues… comienza por el principio. Unas seguro que terminarán llevándote a las otras.

Tragué saliva mientras le observaba de arriba abajo. En nuestro encuentro en la cueva había mencionado el infierno. ¿Acaso sabía quién era yo? ¿Y a qué había venido? Un paso en falso y podía terminar en manos del bando equivocado, aunque… ¿cuál lo era? Ambos me parecían igual de peligrosos y egoístas.

—¿Quién eres?

El hombre arqueó sus cejas antes de unirlas al fruncir el ceño y torció sus labios en gesto de desaprobación.

—¿De todas las preguntas que tienes me formulas una que te he contestado minutos antes? Soy Amit, un maestro de las artes oscuras. Domino cualquier tema que esté relacionado con ellas: Tarot, clarividencia, brujería… en fin, todos esos que has visto en la estantería.

—Pero ¿en qué bando estás? ¿Qué eres? —insistí.

Me negaba a creer que se limitara a eso sabiendo que a mi alrededor convivían brujas, demonios, ángeles, vampiros, dhampir, druidas y otros seres que no recordaba. Tenía que ser algo más.

—¿Bando? ¿Te refieres a ángeles y demonios? ¡Estoy al lado de los ángeles, claramente! ¿Por quién me tomas? —contestó cruzándose de brazos. Lo que menos me esperaba era que fuera a ofenderse por esa pregunta.

Suspiré. Al menos parecía que no estaba tan al corriente de todo. Intuí que sus conocimientos se limitaban a los enseñados por la religión: Cielo e infierno, luz y oscuridad, ángeles y demonios… pero nada de Lux y Nyx. Nada de Samael o Adán. Y qué decir de Lilith o Eva. Agradecí que así fuera.

—Era importante saberlo.

El hombre entreabrió sus labios antes de inspirar con fuerza.

—Eres un ángel, ¿verdad?

Mi cuerpo se inclinó hacia atrás al escuchar su pregunta. Si mis interrogantes le habían sorprendido, él lo había conseguido por doble.

—Yo sé que lo eres, no hace falta que me respondas si no quieres. Sé ser discreto —respondió haciendo un ademán con la mano—. Eres la primera persona que consigue cruzar al otro lado desde que tengo uso de razón. Es fascinante. Y… estás viva.

Sus facciones se iluminaron al decirlo. Me sentía expuesta al contemplar sus pequeños ojos mirarme con fascinación. Realmente se pensaba que era un ser celestial. No sabía cómo responder ante eso.

—¿Qué sabes del infierno? ¿Y de los seres que habitan en él?

—¡Eso quería mostrarte! Desde hace unos años he empezado a tener visiones acerca de lo que iba a suceder y… ¡ha sucedido! ¡La oscuridad se está aproximando a pasos agigantados! Lo que me ha mantenido en calma durante los últimos días fue soñar con tu llegada. Y cuándo hoy toqué la fotografía del Monte Calvario… casi tiro la tetera al suelo de la emoción. ¡Te vi entrar! Tu alma… ¡se desprendió! Fue realmente increíble. Eres el primer ángel que veo y… de verdad, dichosos mis ojos por poder ver semejante creación celestial, pero… no irradias luz —parloteó hasta arrugar el ceño. Me miró de arriba abajo, esperando encontrar algún signo que confirmase su teoría religiosa. Supuse que estaría buscando mis alas o algo así.

—No es… tan sencillo.

—Oh, claro, me imagino. Si no esos demonios malditos te perseguirían. ¿Tienes más compañeros por aquí? ¿Nos protegeréis si deciden atacarnos? Por el momento solo he visto a dos y han acabado con ellos, pero…

—¿Quién ha terminado con ellos?

—Son personas asombrosas. Suelen patrullar por las calles ataviados con ropa oscura y capuchas que ocultan sus rostros. Sé que son humanos, pero… diferentes. Se mueven a gran velocidad.

«Dhampir» pensé. Estaba claro que tenían que ser ellos. Seguro que pronto darían la voz de alarma y no tardarían en darse cuenta de la ubicación del infierno. No era complicado de saber si el primer lugar dónde aparecían era Jerusalén. Intuí que pronto vendrían refuerzos de otros lugares, no dejarían que el número de demonios aumentase y el asunto sobrenatural se descontrolase. Aún más.

—Necesito que me digas todo lo que sepas acerca del infierno y los demonios, por favor.

Sus ojos brillaron al escuchar mis palabras.

—Claro, un placer poder ayudar.

Me tensé al ver que se levantaba y se aproximaba hasta donde estaba, pero mis músculos se contrajeron todavía más al ver que se arrodillaba con dificultad y bajaba su cabeza en señal de sumisión.

—Llevo años preparándome porque me avisaron de que un humano superior vendría a ayudarnos. Notaba las vibraciones del mal, incluso ahora las presiento, pero también siento la calma. Sé que eres tú quién nos va a salvar de este Apocalipsis inminente y será un placer servirte hasta mi último aliento.

—No es necesario que hagas esto —respondí sujetando su hombro para ayudarlo a levantarse. Me ponía nerviosa que alguien hiciera un gesto tan solemne por mí. No dejaba de ser una humana inmadura y alocada. Híbrida, sí, pero mortal, al fin y al cabo.

—Claro, entiendo. Lamento el atrevimiento. Seguro que estarás cansada. ¿Comes nuestra comida? Alimento… humano —dijo mientras se levantaba.

Asentí con la cabeza y examiné el lugar hasta encontrar una silla de madera en una esquina. La acerqué hasta su sillón para poder hablar a una distancia cercana. Estaba claro que no me iba a hacer ningún daño si pensaba que era un ángel de verdad, era una carta que usaría a mi favor.

Mientras tanto, Amit se dirigió hasta otra estancia de la casa. Al escuchar ruidos de cacharros y comenzar a oler aromas suculentos afirmé mis sospechas. El inocente hombre iba a alimentarme. Lo cual me alegraba.

Para hacer tiempo, decidí acercarme de nuevo hasta sus estanterías. Desde siempre me había visto atraída por la magia que desprendían los libros, oculta entre sus páginas; pero esos títulos llamaban todavía más mi atención gracias a sus temáticas. ¿Cuánto podía saber Amit acerca de lo que se había convertido en mi mundo? ¿Podría prepararme ante todo lo que me tendría que enfrentar? No quería volver a revivir mi breve estadía en el infierno, pero sabía que era necesario. Tenía que encontrar a Nikola, también a Atary. Aún no había finalizado la misión que me había otorgado Adán y el hombre tenía razón, la oscuridad no dejaba de aumentar. Cada minuto perdido era un minuto ganado para Samael, seguramente había empezado a recuperar su poder.

Y eso no podía traer más que desgracias. Más de aquellas con las que ya contábamos.

Me sobresalté al escuchar los pasos de Amit acercándose. Volví la vista hacia él para apreciar cómo colocaba una bandeja de plata sobre la mesa, llena de platos pequeños de porcelana repletos de pastas y una tetera junto a unas tazas. Mi boca empezó a salivar al contemplar todo.

Escuchar con el estómago lleno siempre era más sencillo y agradable, y yo necesitaba una dosis de energía. Habían pasado ya varias horas desde que había probado bocado y la mente empezaba a advertirme que necesitaba dormir un rato o acabaría sin batería, lo que equivalía a quedarme sin fuerza y mis poderes, que aún tenía que esforzarme en controlarlos o acabarían volviéndose en mi contra.

Me senté en la silla y escogí una de las pastas para empezar a mordisquearla. El hombre se volvió a sentar en el sillón con una sonrisa plasmada en el rostro. Cuando había terminado un par, carraspeó para empezar a contarme todo. Intuía que teníamos unas largas e interesantes horas por delante y yo estaba ávida de información.

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