Laurie

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Capítulo 26

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CAPÍTULO XXVI  ERA EL MOMENTO DE QUEMARME

—Bueno, como te comentaba, desde hace unos años he empezado a tener visiones acerca de lo que iba a suceder. Durante mi adolescencia eran sobre mi vida o la de familiares cercanos, pero esto es superior —relató—. Normalmente tengo las visiones cuando estoy durmiendo, así que me cuesta discernir qué es un sueño o pesadilla y qué es una visión. Incluso, hoy en día, sigo dudando si las escenas que he dibujado pueden ser reales…

—¿Qué has dibujado?

Elevé la cabeza al escucharlo. Una cosa era escuchar sus palabras e intentar hacerme una idea de todo lo que me podía deparar, y otra bien diferente era poder visualizarlo. Cualquier apoyo visual siempre sería bien recibido. Solo esperaba que fuera un buen dibujante, no como yo, que podían pasar por obras de arte hechas por una niña de cinco años.

—Pues… espero que te sirva, de verdad —respondió rascándose el pelo—. Cada vez que tengo un sueño importante enciendo la luz y voy a la mesa del escritorio para empezar a dibujar. Es muy complicado retener todos los detalles, sobre todo cuando he dormido mal y se me cierran los ojos. A veces hasta dibujo con ellos borrosos… me siento igual de ciego que un topo.

Suspiré, temiéndome lo peor. Aun así, decidí conservar la poca esperanza que me quedaba.

—¿Puedo verlos?

—Claro, dame un momento.

Le seguí con la mirada mientras caminaba de manera lenta hacia una esquina de la sala, donde tenía un armario de madera con las puertas estropeadas. Estas chirriaron al abrirse y una de ellas se desencajó, amenazando con caer al suelo.

—Siempre igual con este armario —gruñó el hombre.

Observé cómo cogía un grupo de papeles apilados con las manos temblorosas, su pulso era débil y su fuerza seguramente también. Me levanté para ayudarle a traerlos todos hasta la mesa que había a nuestro lado y desplegarlos.

Eran unos cuantos. Al tenerlos en mis manos, curioseé los trazos de uno que asomaba por una esquina. Parecían unos cuernos, como si se tratara de un carnero, y unos ojos negros miraban con odio, tal vez rencor, pero sin duda destilaban poder. Y mucha oscuridad.

Los posé con cuidado sobre la mesa y me incliné para extender el primero de ellos. Mis sospechas eran ciertas, el dibujo mostraba un hombre de aspecto sombrío con cuernos de carnero y cabello negro, como sus ojos. Sus orejas eran alargadas y puntiagudas, y su mandíbula parecía más lobuna que humana, con dientes afilados como fauces. Debajo tenía una sola palabra escrita con letras unidas y curvadas: Samael.

Tragué saliva. Si ese hombre había dibujado al primer ángel caído era porque, o bien ya había alcanzado todo su poder y ese era su estado actual, o se iba a convertir en eso y era lo que debíamos de evitar. De cualquier manera, las dos opciones eran igual de horribles.

—¿Cuándo dibujaste este?

—Siempre anoto la fecha en el reverso. Así es más fácil acordarse.

Giré el folio y comprobé que tenía razón, Amit había realizado ese dibujo hacía dos años, cuando la caja de Aqueronte aún permanecía oculta en las catacumbas de Edimburgo. Suspiré, al menos no me garantizaba que Samael ya estuviera en plenas condiciones para dominar a la humanidad y pretender irse a Cielo a por Lux.

—Bien, sigamos —murmuré antes de apartar ese retrato y visualizar la siguiente ilustración.

Esta vez se trataba de un enorme cono invertido, una copa que mostraba a Jerusalén en la superficie y luego se iba fragmentando en distintas partes, con nombres escritos en hebreo y anotaciones en los laterales. Al fondo estaba dibujado un enorme demonio con grandes alas rojas. Intuí que era la representación oscura del mismo Samael. Tenía que ser un dibujo del infierno.

—Ese dibujo fue de los más complicados —confesó—. Fue una tortura tener que recordar cada detalle, el número de segmentos, el demonio de abajo, los rasgos distintivos de la ciudad… siento presión al saber qué cualquier detalle que se me olvide puede ser importante y es posible que signifique un error. O una derrota.

—Dibujas muy bien.

Me mordí el labio inferior mientras seguía contemplando cada trazo, todos habían sido hechos con delicadeza. No había manchones ni líneas borradas, eran dibujos realizados a consciencia, con mucho mimo. Me servían muchísimo, aunque lamentaba que cada sección no tuviera detalles dibujados en su interior.

—¿Esto es el infierno?

—Tiene pinta. Mientras pasaba las imágenes a papel sentía muchísimo calor. Era asfixiante. Y cuando llegué al final… frío. Llegué a pensar que había pillado la gripe y estaba empezando a delirar por la fiebre, pero cuando me tomé la temperatura… era estable. No entendía nada.

Me detuve al apreciar un pequeño detalle en lo que sería el segundo piso. Aunque fuera un elemento pequeño podía visualizar una barca y una silueta encima. Tenía que ser ese anciano que no me había dejado pasar.

—Este —dije señalando a ese elemento en concreto—. ¿Lo has dibujado? ¿Sabes algo de él?

—Tengo mis teorías acerca de quién puede ser —contestó antes de acercarse hasta el estante donde guardaba esos libros que habían captado mi atención y escogió uno de ellos.

Seguí observando la ilustración mientras Amit caminaba hasta colocarse a mi lado y dejó el libro sobre la mesa, junto al dibujo. Al leer el título arqueé las cejas y le observé. ¿Qué tenía que ver La Divina Comedia en todo esto?

—¿Lo has leído?

—No, pero sé de qué trata. Sé que un chico busca a su amada por el infierno para ser felices, o… algo así.

—Eso no es suficiente —gruñó—. Sin leerlo entero no entenderás el valor que tiene la obra.

—¡Es que los cánticos me cuestan! Siempre he leído novelas en prosa, pero en verso… puedo contarlos con los dedos de una mano.

—¡Pues ya puedes ir estudiándolo! Mis visiones tienen mucho que ver con su interpretación. Otra de mis teorías es que Dante fue un vidente de su época y escribió su mejor obra gracias a una epifanía. Tuvo que hacerlo para que mis sueños coincidan de una manera tan exacta.

Me mordí la mejilla interna mientras sopesaba lo que me decía. Sus dibujos eran muy reales y precisos, pero no dejaban de ser sueños. Aunque, quién era yo para dudar de ellos cuando yo misma manejaba mi alma entrando en trance. Y los sueños en el castillo de Edimburgo… era consciente de que eran reales. Aun así… había un margen de error.

—¿Y si has soñado eso precisamente por el libro? La mente es muy buena para formar imágenes de lugares en los que no ha estado, solo necesita tirar de imaginación —verbalicé en voz alta.

—Me ofende que un ángel esté cuestionando el poder de algo tan valioso e importante como el mundo onírico. ¿Eres consciente de que cuando soñamos nuestra alma campa a sus anchas por otros planos y por eso estamos expuestos a recibir todo tipo de imágenes? Y aquellas personas que abrazamos nuestro don y entrenamos nuestra sensibilidad espiritual somos más propensos a tener mensajes divinos o visiones. Podemos manejar nuestros sueños.

—Digamos que soy bastante novata para todo esto y hay mucha información que me cuesta ir digiriendo. Además, la ciencia…

—La ciencia solo intenta tranquilizar a la población con pensamientos lógicos. Es una manera de tenerlos controlados y evitar que muchos se vuelvan poderosos y se subleven. Es más fácil tener una sociedad sumisa que rebelde. Las personas que cuestionan todo y practican su sensibilidad les dan miedo, porque pueden conseguir todo lo que se propongan. Solo hay que saber entrenar nuestro interior. ¿Sino para qué existís los ángeles? Formamos parte de vuestra energía, hemos heredado parte de vuestro poder.

Suspiré antes de asentir con la cabeza. Tenía que reconocer que podía tener parte de razón. Estaba rodeada de seres sobrenaturales y había presenciado cómo la magia fluía por su cuerpo. Las brujas lanzaban conjuros, Ryuk sanaba, Erzésebet controlaba a las personas a través de sus mordiscos, Atary creaba ilusiones visibles a ojos de los demás… podía relatar muchísimos elementos que había presenciado de manera directa. ¿Y estaba dudando de un vidente? Masajeé la frente antes de resoplar y hacer crujir los nudillos. Tenía mucho por delante que memorizar.

—Vale, bien. Necesito que me digas todo lo que sepas acerca del infierno. Todo lo que me puedo encontrar: seres, peligros, pisos, temperatura, trampas… no sé, todo.

—Supongo que será conveniente empezar por el principio.

Amit apartó el papel del mapa del infierno para dar paso a otro dibujo e hizo un ruido seco al señalar la figura principal con su dedo índice. No me hizo falta que me dijera quién era para identificarlo. Gracias a su ropaje oscuro, sus ojos vacíos y el remo que sostenía entre sus manos, el ser del infierno fue fácilmente reconocible.

—Caronte, el barquero del inframundo.

Me mordí el labio para evitar hablar y le hice un gesto con la cabeza. Necesitaba toda la información posible sobre él, sobre todo aquella con relación a por qué narices no me había llevado al otro lado del río y qué narices era eso del óvalo.

—Supongo que no sabes quién es, si no has leído la obra de Dante…

—La verdad es que no. Continúa, por favor.

—Bien. —Suspiró y señaló la barca en la que estaba y luego el agua que movía gracias a su remo—. Caronte es el encargado de transportar a las almas que habían muerto al infierno.

—¿Pero no se encuentran ya en el infierno? —le interrumpí al recordar mi encontronazo con él.

—No, el infierno está al otro lado. La zona donde está Caronte es el preámbulo o, comúnmente conocido, el vestíbulo. Aquellas almas que tienen un pase directo al infierno, al morir, reciben una moneda llamada óbolo.

—¡Eso! —exclamé al escuchar el nombre de ese maldito pasaje al infierno. Eso era lo que necesitaba.

—Eh… sí. Eso.

—¿Y las almas que no lo tienen claro se quedan en el vestíbulo esperando a que alguien las rescate?

—Ese tema no lo tengo muy claro. No he tenido muchas visiones sobre esas almas, así que siento no poder ser de mucha ayuda —respondió encogiéndose de hombros.

Asentí. Mi mente no dejaba de pensar en Ana. Era consciente de que personas como Rocío o Brit no tenían cabida en el cielo por ser hijas de la noche, pero Ana tenía que estar en un lugar mejor. Me negaba a que fuera a pisar un sitio tan horrible como el infierno, y eso que solo había presenciado el vestíbulo. Ya me parecía demasiado aterrador.

—Bien, entonces Caronte lleva a las almas del vestíbulo al infierno gracias a… el óbolo.

—Así es. No sé si estás al corriente de la mitología griega, pero solo dos personas consiguieron cruzar al otro lado sin realizar ese pago sin haber muerto —continuó.

Arqueé las cejas mientras lo escuchaba. Pensaba que había sido la primera, pero parece que me había equivocado, siempre hay alguien que se te adelanta.

—¿Quiénes?

—Hércules y Orfeo, el segundo usó su lira para conseguir abrirse paso por el infierno y conmover al ser que gobierna el inframundo, en este caso Hades. Quería recuperar a su amada, que había muerto a causa del veneno de una serpiente.

—¿Lo consiguió? —pregunté movida por la curiosidad.

—No. Hades le puso la condición de que no podía mirar hacia atrás hasta que saliera del infierno y él, movido por la desconfianza, terminó haciéndolo. Entonces vio como el infierno le arrebataba a su amada por segunda vez, pero en esa ocasión para siempre.

Tragué saliva, conmovida por el triste relato.

—Pero bueno, en relación con ese tema quería hacerte una pregunta, y quiero que seas completamente sincera conmigo —dijo—, solo así podré darte algo que puede resultarte de utilidad.

Lo miré a los ojos, los suyos brillaban con fascinación.

—Claro.

—¿Hasta dónde llegaste en tu viaje hasta el infierno?

Inspiré con fuerza, sopesando hasta dónde llegar. Traté de analizar su mirada, sus gestos, sus expresiones… necesitaba asegurarme de que no me iba a traicionar.

—No conseguí pasar al otro lado. No tenía el óbolo.

—Entonces tengo algo que podrá ser de utilidad.

Dejé que se volviera a levantar y se dirigió hasta otro armario, uno más pequeño, que tenía a unos pasos de donde estábamos. Mientras Amit rebuscaba en su interior no dejaba de preguntarme si estaba haciendo lo correcto. Al menos estaba consiguiendo algo más de información.

—¡Aquí está! —exclamó de repente mirando un pequeño círculo plateado que brillaba.

Al volver a mi lado lo dejó también sobre la mesa y me lo acercó con los dedos. Era fascinante ver que se trataba de una moneda con un rostro grabado. Parecía Medusa, otro ser de la mitología griega.

—¿Esto es un óbolo? —pregunté mientras lo sostenía en la palma de mi mano.

—Sí.

—Pero ¿cómo…?

Lo observé con la boca abierta. No podía creerme que fuera tan fácil de conseguir. Esa moneda tenía que estar extinta. O al menos en desuso.

—Te sorprendería la cantidad de cosas que puedes encontrarte en mercadillos y comercios locales. Y mi don resulta de mucha ayuda, me indica hacia dónde tengo que dirigirme para buscar.

—¿De verdad es un óbolo?

—Sí. —Asintió con energía—. Ya te dije que me he estado preparando para tu llegada. Mi don me avisó de que este momento llegaría tarde o temprano, y… aquí estás.

Apreté la mano en la que tenía ese preciado tesoro en un puño y sonreí. Sin duda eso iba a ser de mucha utilidad. Caronte iba a tragarse esa moneda si fuera necesario por no haberme dejado pasar antes.

—¿Tienes más objetos como ese? ¿Hay algo más que me pueda ser útil allí abajo?

—Ahora que lo dices, sí. Lamento estar yendo y viniendo, a veces la memoria me falla.

Negué con la cabeza para restar importancia y me centré en extender la mano de nuevo para volver a contemplar esa antigua moneda. Amit continuó explicándome más cosas acerca del óbolo.

—Era una moneda de poco valor de la Antigua Grecia. En la antigüedad, gracias a esta creencia de Caronte, la gente ponía una en cada ojo o bajo la lengua a sus seres queridos fallecidos para garantizar su paso al otro lado.

—Pero si los lleva hasta el infierno…

—Para aquel entonces la sociedad pensaba que Caronte los transportaba al cielo. El caso es que ha habido saqueadores de tumbas en los últimos tiempos, cazadores de tesoros que se dedican a robar todo lo que pueden y venderlo a un precio razonable —explicó.

—¿Todas tienen el mismo grabado?

—No, tenían distintas formas. Te sorprendería, algunas tenían animales.

No podía creerme la cantidad de información que se me escapaba, pero agradecí estar nutriéndome de esa manera. No había mejor manera de aprender que desarrollando la mente y estimularla a través de diferentes conocimientos.

—Aquí está lo que buscaba —dijo mientras volvía a acercarse.

—¿Qué es?

Al apreciar lo que estaba dejando también en la mesa, en una esquina, enmudecí.

—¡Es un arpa! —exclamé.

—No, no es un arpa. Es una lira —aclaró—. La necesitarás para adormecer a Can Cerbero.

—¿A quién? —Arrugué el ceño.

—A Can Cerbero, el perro guardián de tres cabezas del infierno.

—Genial… encima me tocará combatir contra animales.

Amit negó con la cabeza antes de suspirar.

—Sé que es muy arriesgado lo que planeas hacer, así que por eso quiero que vayas bien equipada. También necesitarás esta brújula, es mágica.

—¿Qué hace?

—Te indicará hacia qué dirección ir para dirigirte de un piso hacia el siguiente.

—Nunca he usado una —confesé mientras la miraba. Era dorada y en el centro tenía las flechas de color negro.

—No tiene mucha pérdida. Sostenla en tu mano y ella te indicará el camino.

—Gracias, ¿algo más?

—Sí, dos últimas cosas. He visto que estás bien equipada para defenderte, pero puede que necesites esto.

Al ver los dos objetos que me ofrecía arqueé las cejas y lo miré sin comprender nada. Se trataba de una especie de arpón, un arma similar a la que usaba el padre de Ariel en la película de la Sirenita, pero en este caso contaba con dos dientes en vez de tres. No era muy grande, más bien tenía el tamaño de una espada. El otro era capucha fina de color negro, lo cual no me ofrecía mucha defensa.

—¿Para qué valen? —pregunté frunciendo el ceño.

—El bidente es para atacar a los seres oscuros a los que te enfrentes. Les hará mucho daño.

—¿Y lo otro?

—Te servirá para camuflarte en la oscuridad por unos minutos. Pon la capucha sobre tu cabeza y serás invisible, pero sin abusar o te consumirá.

—Genial… —murmuré sin creérmelo—. ¿Cómo has conseguido todo esto? ¿De verdad es efectivo?

—Mira, solo he seguido las órdenes de las visiones que he tenido. Siempre rondaba en mi interior una ligera duda, una sospecha de que podía ser un fraude, un impostor. Pero siempre es importante creer en tu don, tener fe, y eso hice. Y… aquí estás. Te vi entrando en el infierno, te seguí hasta el monte y… ahí estabas, tirada en el suelo, en trance. ¿Qué más explicaciones necesitas para creer?

—Tienes razón. —Suspiré—. Perdona por poner tantas trabas. Todo esto… a veces siento que me supera.

—Es comprensible. No muchas personas se atreven y consiguen poner un pie en el infierno.

—Pero acabé cansada. Era como si ese sitio… absorbiese toda mi energía —recordé.

—También es comprensible. Estamos hablando del infierno, el lugar donde las almas son condenadas para toda la eternidad. Tiene que arrebatar un montón de energía.

—¿Y qué puedo hacer?

—Puedo tratar de ayudarte desde el otro lado. Intentaré otorgarte toda la energía que pueda para que permanezcas un rato más, pero es importante que no te desgastes o es probable que tu alma no consiga regresar a tu cuerpo. Es como una cuerda que se va deshilachando. Si tardas mucho… puede llegar a romperse.

Asentí al escucharlo y cerré las manos en un puño. La última vez había estado tan cerca… no quería arriesgarme a permanecer condenada en ese vestíbulo para siempre. Pisaría con pies de plomo.

—¿Tienes más dibujos? ¿Más cosas que deba saber?

—Te dejo a mano todos los dibujos que he ido realizando en estos años, pero no tengo más información que ofrecerte. Lo que sí te recomiendo es descansar. Cuanta más energía física dispongas más sencillo será regresar llegado el momento —sugirió antes de rascarse cerca del ojo derecho y contener un bostezo.

—Claro, gracias. Has sido muy amable.

—No tengo una habitación de sobra, así que te dejo mi habitación. Yo dormiré en el sofá de la salita.

—No es necesario —respondí haciendo un gesto con las manos—. Ya he abusado demasiado de tu hospitalidad.

—Ya dije que estoy para servirte. Ahora descansa, lo vas a necesitar.

—Enseguida voy. Gracias.

Lo seguí con la mirada hasta que desapareció por un lateral. Sabía que tenía que seguir sus consejos, pero quería ojear sus dibujos un rato más. Observé todos los objetos que me había dado y descansaban sobre la mesa y el sillón donde había estado segundos antes. La inquietud recorrió mi cuerpo al pensar si eso sería suficiente para entrar y conseguir salir ilesa de ese lugar.

Y, todavía tenía una pregunta más importante que no dejaba de rondar por mi mente: ¿Conseguiría recuperar a Nikola y vencer a Atary? O… ¿me dejaría sucumbir por la oscuridad?

En ese instante me sentía más confusa que nunca. La situación me quedaba grande, pero no podía echarme atrás. Había pasado ya tiempo desde que había decidido poner un pie en el infierno, ahora había llegado el momento de quemarme.

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