Laurie

Laurie


Página 46 de 47

Epílogo

—Laurie…

Gruñí al escuchar una voz femenina instalarse en mis oídos. No sabía dónde estaba ni qué había sucedido, pero tenía muchísimas ganas de dormir. Al palpar con la mano me di cuenta de que estaba tocando un colchón. Seguí toqueteando hasta percatarme que tenía la cabeza apoyada en una almohada mullida. Una que me recordaba a la mía. La de Luss. Incluso olían igual. Inspiré con fuerza al verme invadida por ese recuerdo tan familiar que creía olvidado.

—¡Laurie Duncan!

Me tensé al escuchar de nuevo esa voz. Ese tono agudo y autoritario lo había oído en tantas ocasiones que me hizo levantarme de golpe, con lo que me gané un ligero mareo y tuve que estrujar la frente con los dedos. Cuando me sentí mejor alcé la cabeza con cuidado, temerosa por enfrentarme a algún sueño. Mi corazón latió acelerado al darme de bruces con sus brazos en jarra y su pelo perfectamente acomodado en un moño. Tenía los ojos de siempre. Los suyos.

—Ma… ¿madre?

—¿Madre? —preguntó ella arrugando el ceño—. ¿Te has caído de la cama durante la noche y te has hecho daño en el cerebro? ¿Desde cuándo me llamas madre? ¿Estás bien, hija? No es normal en ti que te duermas, y mucho menos hoy…

Abrí la boca sin saber qué decir. Tuve que volver a cerrarla para intentar asimilar la situación. Observé mi alrededor y visualicé mi cama, también el baúl donde guardaba la rosa de mi padre. Incluso las cortinas de siempre ocultaban la luz que se quería colar por la ventana y, a mi lado, estaba…

Grité al ver que uno rizos se asomaban tras la sábana y el cobertor que cubrían una cabeza morena. Mi madre ladeó la cabeza con una expresión incrédula, seguramente tachándome de loca. ¿Ana estaba ahí? ¿De verdad estaba ahí? No comprendía nada. Temía haber muerto de verdad y estar envuelta en algún tipo de castigo en el infierno. A fin de cuentas, Lilith y Samael estaban a punto de llegar al cielo. ¿Qué había sucedido?

Me apresuré en ir hacia ella y sentarme en una esquina de su cama para tocarle el pelo. La figura rizosa gruñó en respuesta e intentó dar un manotazo, con lo que tuve que insistir. No podía ser real.

—Pero ¡qué pasa! —exclamó esa voz firme y femenina que tanto tiempo había añorado.

Cuando su cabeza morena y sus rizos castaños se liberaron de las sábanas que la cubrían mi cuerpo tembló. No sabía si estaba preparada para enfrentarme a sus ojos café. Aun recordaba el encontronazo con ella en el infierno.

—Ann…

—Sí, soy yo. ¿Qué pasa?

Al ver que no recibía respuesta, Ana miró a mi madre con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—¿Está bien? ¿Tendrá fiebre? Supongo que serán los nervios preuniversitarios.

—¿Universitarios? —pregunté en un grito ahogado.

Ana se incorporó de la cama y se irguió para tocarme la frente. Entonces volvió a arrugar el ceño.

—Pues no, fiebre no tiene. Laurie, ¿qué te pasa? ¿Has tenido una pesadilla?

Mi madre nos miraba a ambas sin emitir palabra, hasta que exhaló un suspiro de derrota.

—Estás muy rara, Laurie.

—No… ¿No nos castigas por estar en la misma cama?

Elizabeth Duncan volvió a ladear la cabeza y mirarme como si me hubiera salido una tercera cabeza. Entonces chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—¡Pero si lleváis durmiendo juntas desde que Ana María se mudó aquí! Hoy no quiso porque cuando te pones nerviosa no paras de moverte y dar patadas. De verdad, hija, me preocupas.

—No… no entiendo nada —admití revolviendo mi pelo para intentar procesar todo lo que estaba viviendo.

—Venga, zanahoria. ¡A este paso vamos a llegar tarde!

—¿A dónde? —pregunté moviendo la cabeza.

—¡A Edimburgo! Comienza nuestra vida universitaria. ¡Lau! Chicos, fiestas, alcohol… Bueno. Eso último no, Elizabeth, te prometo que nos comportaremos y será todo legal. Palabrita del niño Jesús.

Al escuchar la carcajada sonora de mi madre contemplé a ambas como si hubiera visto un fantasma. Aunque, a decir verdad, sentía que estaba ante dos. Era mi habitación, con los sonidos de siempre, los olores, la luz tenue de la ventana… pero mi madre no parecía la misma. ¿Dónde estaba la mujer estricta y devota de siempre? ¿Desde cuándo se llevaban bien?

—Por favor, no quiero arrepentirme de haber dejado que mi niña vuele tan pronto de nuestro hogar. Arthur aún llora cuando se cree que no lo veo. Va a tener el síndrome del nido vacío.

Tragué saliva. ¿Había dicho Arthur? Él… ¿mi padre estaba vivo?

—Dónde… ¿Dónde está papá? —alcancé a preguntar con un nudo en la garganta.

Necesitaba verlo para asimilar todo un poco mejor.

—¡Abajo! Seguramente leyendo el periódico y gruñendo por las malas noticias. Es una desgracia que siempre haya más buenas que malas. Pero daos prisa, os está esperando, bellas durmientes.

No hizo falta que lo dijera dos veces. Aún con el pijama puesto, bajé las escaleras a tanta velocidad que trastabillé en una ocasión y tuve que sujetarme con fuerza al pasamanos. Al llegar a la cocina también me tuve que aferrar al marco de la puerta. El hombre de ojos grises y cabello claro que me había amado tanto estaba sentado en una silla con los pies apoyados sobre la mesa. Mi corazón latió a toda velocidad.

—Pa… ¿Papá?

Escuchar esa palabra brotando de mis labios hizo que mi garganta se estrechara y mis ojos se empañaran, deseosos por dejar salir la vorágine de emociones que había en mi interior. No podía dejar de pedir para mis adentros que esto no fuera una pesadilla, que no empezaran a morirse de repente delante de mí o algo peor. Me aterraba pensar que podían estar jugando con mi cordura y mis sentimientos.

—Claro, hija. ¿Quién voy a ser?

—¡Está muy rara, Arthur! —chilló Ana al asomar su cabellera morena por el hueco de las escaleras.

—Por una vez coincido con ella —añadió mi madre—. Parece que se ha dado un golpe contra el suelo durante la noche, porque tiene amnesia. Está sorprendiéndose por todo. ¡Nos mira como si fuéramos fantasmas!

Me mordí el labio inferior para evitar preguntar si de verdad lo eran y opté por pellizcarme con disimulo el antebrazo. Al ver que me dolía traté de contener una mueca, pero Ana era demasiado hábil captando mis expresiones.

—Laurie… ¿Has tenido una pesadilla muy fuerte? Estás… en shock.

—Sí. —Carraspeé—. Una realmente larga e intensa. Si te contase… no te lo ibas a creer.

—Bueno, chicas, será mejor que os preparéis. Nos queda un rato para llegar a Edimburgo y se aproxima la hora. Es mejor causar buena impresión.

Asentí con la cabeza y volví hasta las escaleras para cambiarme de ropa, no sin antes analizar a Ana mirándola de arriba abajo y darle un abrazo tan fuerte hasta aplastarle las costillas.

—Eh, normalmente eres tú la que se queja por la fuerza de los abrazos —rio.

Al apartarme sonreí de manera amplia y asentí con la cabeza. La emoción no me dejaba responder de manera sensata.

En la habitación recorrí todo con la mirada. Me centré en las fotografías, no recordaba haber visto antes muchas de ellas. En la mayoría aparecíamos los tres con expresión sonriente. Y… en una… Tragué saliva al ver que en una salía cogiendo de la mano a mi vecino, Richard. Yo salía con una gran sonrisa en el rostro y él haciendo una mueca divertida con la lengua.

Miré a Ana con el marco de la fotografía en la mano. Necesitaba una respuesta.

—Y… ¿esta foto?

—Ah, pues es Richard, el vecino. ¿Tampoco te acuerdas de él?

—Eh… sí, pero ¿nos llevamos bien?

Ana volvió a arrugar el ceño, pero si pensaba que estaba loca lo mantuvo para sus adentros.

—A ver… de niños sí, ahora al crecer ya sabes que los chicos van un poco a su rollo, pero tampoco os lleváis mal. Cuando os veis os contáis qué tal y eso… también ayuda mucho en la iglesia. ¿Acaso no te acuerdas cómo lo tuvimos que apoyar frente a los adultos cuando confesó que le gustan los chicos? Su madre tuvo que abanicarse.

—Oh, claro, es verdad —mentí.

Me costaba reconocer que eso no era lo que yo recordaba, pero la nueva situación me agradaba.

—Entonces… ¿cuándo llegaste aquí no estaba sola?

—A ver, tenías a unas chicas del pueblo con las que solías estar, aunque me decías que no terminabas de encajar con ellas. Pero si me preguntas si te hacían el vacío o se burlaban de ti… No, la verdad es que siempre ha habido un buen ambiente en el colegio. Al menos uno respetuoso.

Me mantuve en silencio contemplando la fotografía hasta que Ana se puso a mi lado para quitármela y colocarla en su sitio. Entonces me puso unos pantalones de tela junto a una camiseta ceñida en mis manos.

—¡Laurie, estás en las nubes! Cuando lees siempre te abstraes del mundo, pero ahora empiezas a darme miedo.

—Perdón —contesté notando el rubor en mis mejillas—. Ya voy.

Al escuchar unos golpes secos sobre la puerta dejé caer la ropa sobre la cama y me giré. Al otro lado mi padre asomó la cabeza y me mostró una carta de color amarillento.

—No te lo vas a creer, peque, pero rebuscando en el despacho he encontrado esta carta que está fechada en… —Hizo una pausa para mirar el comienzo y sus cejas se arquearon—, es de 1550 y… pone que es para ti, si es que eso es posible. Será de algún familiar lejano que se llamaba igual.

Me tensé al escucharle y mi corazón volvió a latir a tal velocidad que amenazaba con salirse de mi pecho. Al darse cuenta de mi nerviosismo me la cedió y tanto Ana como él decidieron salir de la habitación para darme intimidad.

Mis manos temblorosas desdoblaron el papel para encontrarse con una letra que me resultaba familiar. Recordé esos momentos en los que Nikola me escribía advertencias mediante citas literarias en notas. Era la misma caligrafía cuidada y arqueada, destilaba elegancia.

La leí de a poco, olvidando las prisas y las obligaciones. Me detuve admirando su pulso, su firmeza, y divagué recreándome en él. Cerré los ojos y llevé la carta hasta mi pecho para imaginarme su pelo oscuro, sus ojos grises, su cuerpo delgado y fuerte. Me lo imaginé sentado de manera recta, con sus cejas ligeramente arqueadas para escribir con concentración sosteniendo una pluma. Un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas y no pude evitar exhalar un suspiro. Anhelaba seguir leyendo la carta, así que continué. Tragué saliva y recorrí cada frase con la mirada, memorizando cada palabra que usaba. No podía creerme lo que me estaba contando. ¿De verdad lo había conseguido? ¿Nikola estaba bien?

Al terminar permití que las lágrimas bañaran mi rostro, producto de la felicidad y el alivio. No ser correspondido es una mierda, pero cuando quieres a alguien de verdad lo que más importa es saber que es feliz. Eso me reconfortaba.

Guardé con cuidado la carta en el baúl y la coloqué junto a la rosa. Me fijé que, junto a mis dibujos, sobresalía el pico de una fotografía pequeña. Al cogerla y mirarla bien tuve que retroceder unos pasos y acabé chocando con la pared. Se trataba de un dibujo, un retrato de Vlad. Seguía teniendo esa mirada seductora e intimidante, pero su ropa era diferente y su cabello era un poco más largo. Llevaba puesto un uniforme de guerra.

Acaricié el retrato con cautela, me daba miedo borrar algún detalle. Repasé cada rincón con cariño antes de guardarlo también y me apresuré en cambiarme. Cuando bajamos a la cocina nadie me preguntó nada y pude desayunar unas tostadas con mermelada. Ana devoró un muffin bajo la expresión divertida de mi padre y la mirada de derrota de mi madre.

El ruido que hicieron las maletas al arrastrarlas por el suelo hizo que la vorágine de sentimientos aumentara, amenazando con devorarme. ¿De verdad íbamos a empezar nuestra nueva vida en Edimburgo? ¿Me habían dado una nueva oportunidad? Hasta ahora no había sucedido nada malo, pero aun así… Me preocupaba.

Me senté en la parte trasera del coche junto a Ana y esta me apretó la mano con una gran sonrisa a modo de ánimo. Al ver que mi madre tocaba el cristal para decir algo, bajé la ventanilla con cautela. Temía volver a escuchar su cantidad exagerada de reglas.

—Hija, no te olvides de llamarnos de vez en cuando para saber que estás bien, ¿vale? Ya sabes que tanto tu padre como yo estamos orgullosos de ti.

—Y… ¿ya está? —pregunté, incapaz de ocultar mi gesto de sorpresa al no escuchar nada más.

—¿Esperabas una cantidad de reglas para cumplir o algo así?

—Sí… —Me ruboricé—. Supongo que algo así.

—Solo te pido que cumplas una.

—¿Cuál? —pregunté mirándola a los ojos. Compartíamos el mismo tono azulado.

—Nunca olvides lo especial que eres para nosotros. Eres Laurie Duncan, cariño. Eres luz.

Sus palabras hicieron que mi garganta se estrechara y las lágrimas amenazaran con salir de nuevo al exterior. Tuve que removerme en el asiento y toser para disimular.

—Gra… gracias, mamá.

La sonrisa de Elizabeth fue la más sincera y abierta que había visto nunca. Incluso sus ojos empezaron a brillar, cristalizados por la emoción. Entonces el ruido del motor nos hizo girar la cabeza y Ana volvió a darme un apretón. El coche se movió y juntos pusimos rumbo a Edimburgo. Ese oscuro y misterioso lugar que había albergado tantos secretos.

Llegar a la residencia Pollock Halls despertó nuevos miedos e incertidumbres en mi interior. Cada paso que avanzábamos acentuaba mi temor a pensar que podía suceder algo malo en cualquier momento y revivir el instante en el que había chocado con Atary me preocupaba. ¿Me lo podría encontrar? ¿Tendría que enfrentarme de nuevo a esos ojos azules y el tatuaje asomando por su cuello? Tragué saliva. Para eso tampoco estaba preparada.

Lo que más me sorprendió de todo fue ver que mi padre no había huido, sino que arrastraba nuestras maletas mientras intentaba ocultar su tristeza porque me iba de casa por primera vez. Tenerlo cerca me reconfortaba, me hacía sentir su amor de verdad. Me daba igual si en el pasado u otra vida no había sido mi padre biológico, pues era un padre de verdad. Aquel que me había levantado cada vez que me caí, que limpió mis lágrimas cuando lloré y me abrazó cada vez que tuve miedo. Un verdadero padre no es de sangre, sino de corazón.

Cuando en el edificio principal nos dieron las llaves de nuestras respectivas habitaciones no pude evitar emocionarme. Sabía lo siguiente, recordé la cara de Franyelis al abrir la puerta y encontrarse con nosotras. Deseé con todas mis fuerzas que tuviera su final feliz, una vida tranquila sin sobresaltos ni manipulaciones. Estaba más que dispuesta a ser su amiga, sin celos ni rencores. El sonido de las ruedas de las maletas al ser arrastradas nos acompañó por los pasillos, aunque también lo hicieron las voces de distintos compañeros que empezaban a reunirse y formar grupos.

Al subir nos detuvimos frente a la puerta cerrada de mi habitación y me quedé con la mano fija en el picaporte, debatiéndome si entrar o no. Enfrentarme a la nueva realidad era una sensación agridulce para mí.

—No seas miedosa, Laurie —se quejó Ana—. No te va a pasar nada.

Suspiré. Esperaba que tuviera razón.

Al abrir me di de bruces con la misma habitación, como si el tiempo se hubiera congelado en ese preciso instante. Las dos camas individuales rosas seguían en el lugar que las recordaba, acompañadas por dos ventanas con cortinas amarillas que mostraban los edificios colindantes y el jardín, ambas cortadas por una pared anaranjada cubierta por estantes, un mini televisor empotrado, dos sillones de madera con dos cojines rosados a juego y el radiador blanco que, al fijarme, me di cuenta de que seguía con polvo por no haberlo limpiado bien.

Ana arrugó el ceño al ver tantas cosas rosas, como recordaba, pero yo centré mi mirada en la chica de tez morena y largo pelo negro. Tuve que morderme la mejilla interna con fuerza para evitar decir su nombre. Era más sencillo dejar que el tiempo transcurriera sin mi intervención.

Cuando Franyelis levantó la vista del libro y nos observó, junto a mi padre que estaba detrás, ladeó la cabeza y esbozó una tímida sonrisa.

—¿Tengo dos compañeras?

—Solo ella —intercedió Ana—. A mí me tocó otro bloque, pero vine a curiosear para ver quién le había tocado a ella de compañera. Espero que la cuides bien, es muy tímida al principio, pero luego se le pasa. Ah, por cierto, soy Ana.

—Ana María —añadí con gusto, pues estaba omitiendo parte de la verdad y sabía que eso le ponía de los nervios.

—Solo Ana —objetó, mirándome con cara de pocos amigos. Tuve que contener una amplia sonrisa al revivir este momento. No sabía lo mucho que la había echado de menos y lo que me había dolido su muerte—. Ella se llama Laurie.

—Encantada, yo soy Franyelis —respondió con ese acento venezolano que tanto me alegró volver a escuchar. Por fin podríamos empezar con buen pie.

La conversación siguió su curso con Ana preguntándole su procedencia y Franyelis dándole una respuesta que ya sabía. Observé la escena absorta, disfrutando de cada gesto por parte de ambas, de cada detalle. Sentía que si me perdía algo todo podía evaporarse y yo terminaría cayendo al abismo que era la oscuridad.

Cuando quise intervenir Ana ya se había girado para salir de la habitación y mi padre se había despedido de mí para acompañarla. Me había quedado sola frente a Franyelis.

—Bueno, ¿tú también empiezas en Psicología? —preguntó de repente, observándome con sus grandes y expresivos ojos color chocolate.

Tragué saliva e inspiré con fuerza antes de responder. No pude evitar recordar lo mucho que me había costado en el pasado.

—No. Voy a comenzar a estudiar Literatura. Amo los clásicos.

—¡Eso es genial! La familia para la que trabajo tiene un montón de libros. Me encanta leer cuando me dan un rato libre.

Alcé la cabeza para mirarla con mayor atención e intenté que mi mandíbula no se desencajara. El temblor de mis manos fue tan notorio que me resultó imposible controlarlo.

—Trabajas para una… ¿familia?

El gemido ahogado que solté debido al pánico no le pasó inadvertido, pues Franyelis arqueó sus cejas y formó una mueca de desagrado.

—Espero que no seas de esas chicas clasistas que miran a los demás por encima de los hombros.

—¡No! No —alcancé a contestar negando con las manos—. Es solo que no me lo había imaginado. En donde vivo no hay nadie que se esfuerce tanto por salir adelante y ganar dinero por su cuenta, son los padres quienes suelen ayudar con los ahorros que han ido juntando y… las becas, claro.

Esperé no meter aún más la pata. Solo de imaginarme al hermano menor de los Herczeg recorriendo los pasillos había hecho incrementar mi tensión.

—Oh, pues no me ha quedado de otra. Vine con mi madre de Venezuela para buscar un futuro mejor y ella no puede permitirse el lujo de pagarme todo esto, así que la familia me echa una mano. Son una pareja de ancianos que no pudieron tener hijos, así que me tratan como a una. He tenido mucha suerte.

Asentí con la cabeza y me giré a tiempo para poder disimular un poco el suspiro de alivio que brotó de mis labios. Decidí distraerme abriendo la maleta y colocando sobre la cama todo lo que tenía dentro. Al coger mi oso de peluche me detuve para olerlo. Cuántos recuerdos me traía…

—Yo también tengo un peluche favorito que llevo a todos lados —dijo de repente con una sonrisa, sacando un pequeño conejo rosado de su maleta—. Se llama Señor Algodón y no me separo nunca de él. Me transmite calma.

—A mí también.

Me detuve un rato para hablar con ella. Sabía que lo siguiente era salir huyendo para ir a la catedral y terminar chocando con el chico de pelo negro y ojos azules que había hecho tambalear toda mi vida. Sabía que Nikola y Vlad habían recuperado su antigua vida, pero… ¿y él? No estaba preparada para volver a verlo. No cuando lo último que recordaban mis ojos era su expresión herida al clavar la espada del Edén cerca de su pecho.

Guardé la libreta con los apuntes recogidos a lo largo de la mañana y cerré la mochila con satisfacción. A pesar de las constantes ocasiones en las que me había tensado esperando escuchar el nombre de Atary o sentir su presencia, había sido capaz de centrarme y anotar todo lo que decía el profesor.

Al salir del aula me fijé que Ana ya me estaba esperando con un vaso de plástico en la mano.

—¿Qué tal tu primer día? No veía el momento de poder descansar y comer tranquila. ¿Tendrán algo bueno?

—No sé —respondí mordiéndome el labio inferior mientras miraba de soslayo la marea de estudiantes que se amontonaba en el pasillo. No había ni rastro de Atary.

—¿Laurie? —me llamó ella de repente, sobresaltándome—. Te he preguntado algo y no me has contestado. ¿Qué llama tu atención? ¿Está todo bien? ¿Te ha hecho alguien algo?

—Vamos a comer y te cuento —respondí tratando de relajarme. No dejaba de barajar la opción de explicarle a Ana todo lo que había sucedido bajo la excusa de que había sido una larga pesadilla.

Contuve la risa al llegar a la zona del bufé y observar la cara de sufrimiento de mi amiga al comprobar que no había nada de carne, solo platos variados de verdura. Ana era amante de la carne y la tortilla de patatas, comida típica española, y aborrecía todo lo que fuera verde. Como echaba de menos eso también.

—Empezamos bien el día —refunfuñó.

—Al menos no tenemos que cocinar —la animé mientras me servía algo de puré y una ensalada sencilla.

Nos dirigimos a una mesa situada frente a un amplio ventanal que nos permitía ver el exterior y todo el comedor en general. Allí me apresuré en llevar una cucharada hasta mi boca y la puerta principal se abrió. Mi corazón latió acelerado esperando ver una cabellera azabache, pero la silueta que apareció fue completamente diferente. Y me hizo dejar caer la cuchara.

La persona que empezó a recorrer el comedor a paso ligero y desenfadado fue una chica de cara redonda, pelo castaño recogido en trenzas y ojos marrones ligeramente achinados. A su lado se encontraba otra chica casi idéntica. Soid.

No fui capaz de explicarle nada a Ana, ni siquiera mi mente fue capaz de advertirme que iba a parecer una acosadora desquiciada. Me levanté de la silla y fui hacia ellas incapaz de contener una sonrisa de emoción. Eran ellas. Frente a mí estaba Angie.

—¡Hola!

Soid me miró con el ceño fruncido y Angie ladeó ligeramente su cabeza, pero esbozó una sonrisa igual de amplia y sincera.

—Hola. ¿Nos conocemos?

—Eh… no. —Carraspeé—, pero vi tu archivador con fotografías de Damon Salvatore y no pude evitar acercarme. Soy fan de los vampiros.

Ver su rostro iluminarse por la fuerza de su sonrisa fue lo mejor que me pudo pasar en la vida. Angie estaba feliz por haber dado con alguien como ella y yo por haberla encontrado otra vez.

—¡¿Tú también?! —Su voz chillona resonó en todo el comedor, haciendo que los estudiantes más cercanos a nosotras se giraran para ver qué pasaba.

—Hermana, contrólate o empezarán a mirarnos raro —siseó Soid.

—No os preocupéis. Podéis sentaros con nosotras, si… si queréis, claro. Esa que veis allí es mi mejor amiga, Ana.

Angie miró hacia la mesa que había señalado y saludó con algo de timidez a mi enérgica compañera. Ann hizo lo mismo con más efusividad y no pude evitar sentir felicidad. Sentía que todas las piezas que habían compuesto mi vida empezaban a encajarse.

—Claro, nos encantaría —dijo Angie antes de acompañarme hasta allí junto a su hermana.

Cuando todas nos sentamos en la mesa y empezaron a contar anécdotas tuve que tragar saliva con fuerza para evitar ponerme a llorar. Ya no suponía que fuésemos a ser todas grandes amigas. Lo sabía con certeza. Y era lo más bonito que me habían podido conceder. Recuperarlas.

Al finalizar las dos últimas clases regresé a la residencia. Tenía mucho que estudiar y un trabajo por hacer para mantenerme al día. Al subir las escaleras y llegar hasta la puerta de mi habitación recordé que en este tiempo ya tenía que haberme cruzado en algún lado con Atary, pero no había ni rastro de él.

Al verme sola decidí cerrar la puerta con delicadeza y me arrodillé en el suelo con la mirada hacia la ventana. Aún tenía una última cosa que hacer y sin ella no podría descansar en paz. Inspiré con fuerza y cerré los ojos para conectar con mi espiritualidad, como se había encargado de enseñarme mi madre tantas veces, aunque esta vez sería un monólogo diferente.

—Lux, Nyx… no sé cómo empezar. Supongo que ha habido un final feliz o ya hubiera sucedido algo malo. O eso espero…, se me hace extraño todavía mentalizarme de que ya no hay peligro. Quiero agradeceros esta nueva oportunidad. No solo a mí, sino a todos. Me emociona saber que cada uno de nosotros ha podido recuperar todo aquello que perdió y saborear… eso, una vida humana. Temía encontrarme con Atary, pero supongo que, incluso él, ha tenido su final feliz en otra época, otro año diferente. Os prometo que nunca olvidaré todo lo que he aprendido en estos años, a pesar de que haya vuelto atrás físicamente sé que soy mucho más fuerte por dentro. Ahora no necesito a Ann para defenderme o a Angie para recordarme lo importante que es confiar en mí. Sé que soy Laurie Duncan y con eso me basta, porque me acepto. Porque me quiero.

Suspiré al pronunciar esas palabras. Había vivido tantos años metida en una burbuja que creía que me protegía que ahora me costaba asimilar todo lo que había vivido. Aunque me caí en tantas ocasiones, tuve la fuerza y el coraje de volver a levantarme; y eso es lo que nos hace a todos especiales, mantenernos en pie una y otra vez. Y también aceptar la ayuda de las personas que más quieres. Sin olvidarme de no dejarme engatusar por chicos guapos que esconden oscuros secretos, pero eso es secundario. Lo más importante me lo había dicho Ann ese día en el comedor y sus palabras quedaron tatuadas a fuego en mi piel:

«Quiérete y te querrán, valórate y te valorarán. Eres especial, Lau, eres luz. Nunca permitas que nadie te apague».

Me despedí de ambos dioses con un huracán de emociones recorriendo mi cuerpo y me levanté para aproximarme a la ventana. Al mover la cortina y contemplar el manto nocturno y las luces de las farolas suspiré. Ahí convergían los dos bandos de una eterna lucha: La luz y la oscuridad. Los mismos bandos que habitan en una persona, porque nadie es completamente bueno o malo, todos tenemos unos objetivos y motivaciones que nos hacen seguir adelante. Somos una escala de grises; y ahí reside nuestra magia: En aceptarlo.

Acaricié el cristal de la ventana unos segundos antes de poner la cortina en su sitio. No había rastro de ningún gato negro y yo por fin podría descansar. Me metí en la cama y me tapé hasta el cuello para intentar disipar el frío que me había rodeado al rezar. Cerré los ojos y retuve en mi mente el rostro de cada persona que me había acompañado en esta aventura que había llegado a su fin. Aunque continuara con mi vida habían dejado una huella tan importante en mi piel que nunca los podría olvidar.

Entonces me dormí y me despedí de ellos como mejor sabía, buscándolos entre mis sueños.

Ir a la siguiente página

Report Page