Laurie

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Capítulo 27

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CAPÍTULO XXVII  AQUERONTE Y OTROS PROBLEMAS

Parpadeé al verme atacada por la luz solar y me incorporé. Al mirar a mi alrededor recordé que no estaba en Edimburgo y tampoco en Miskolc. Los muebles de la estancia eran diferentes a los que estaba acostumbrada a ver y las armas que me había dado Amit durante la noche estaban colocadas en una esquina de la habitación, me instaban a levantarme y volver a intentarlo.

No me quedó de otra que hacerles caso y prepararme para salir. Guardé todo en la mochila y cambié algunas armas por otras, dejándolas camufladas por la ropa oscura que tenía. Era lo más cómodo, los dhampir usaban pantalones y camisetas negras para pasar desapercibidos en la oscuridad, pues los colores chillones conseguían el efecto contrario. Cuanto más sobria fuera la ropa, menos me prestarían atención. Hice un repaso mental de todo lo que llevaba encima: los cuchillos, la daga en forma de serpiente, la espada del Edén, ahora también el bidente y la capucha especial… sin olvidarme de la brújula y el óbolo, ambos objetos los había guardado en la riñonera que llevaba atada a la cintura.

Pensé en Angie, seguramente se había quedado preocupada al desaparecer sin dejar rastro. Sin duda, Shamsiel tendría que estar buscándome por todos lados y, había que reconocerlo, no era idiota, así que no tardaría encontrarme. Él mismo había escuchado a Caín mencionar Jerusalén al hablar del infierno y conocía mis pasos. Sabía que era demasiado terca como para abandonar el objetivo de intentar traer de vuelta a Nik. Tenía que gastar todos mis ases antes de darme por vencida. Y también estaba el tema de Atary… pensar en él me producía escalofríos. Me hacía sentir débil, pequeña, insegura. No había adjetivos suficientes para definir la preocupación que sentía de pensar que podía volver a hacerme caer. Era la única persona capaz de mirarme a los ojos y desestabilizar toda la seguridad que había ido entrenando con el paso de los meses, y todo por unas cuantas palabras baratas y unos chasquidos de dedos. Así de simple.

Decidí mantenerme centrada en el siguiente paso que tenía que realizar. De esa manera podría tener mi mente ocupada y no dejaría pasar los problemas y preocupaciones. Cuando tuviera a Atary delante ya pensaría cómo actuar, pero primero tenía que poner el otro pie en el infierno.

Ajusté la riñonera a la cintura y salí de la habitación para reunirme con el vidente. Esperaba que ya se encontrara despierto, pues no tenía ni idea de qué hora era. Al asomarme hasta donde habíamos estado reunidos ayer comprobé que estaba sentado en su sillón favorito y bebía una taza de té.

—Una chica madrugadora.

—Sí, cuanto antes vaya antes podré regresar.

—Cierto es —contestó antes de dar otro sorbo—, pero será mejor que te alimentes primero, o tu energía será más bien escasa.

Asentí y me acerqué hasta la silla que había dejado ayer a su lado para sostener la otra taza que había sobre la bandeja para dar un sorbo. El sabor del té me hizo recordar vivencias en Edimburgo, cuando todavía tenía a mis dos padres vivos, aquellos con los que había crecido y me sentía a salvo. Y sin embargo ahora… estaba sola. Inspiré antes de dar otro sorbo y centrarme en todo lo que tenía encima. Entristecerme no me iba a servir de nada.

Mientras terminaba la bebida le di vueltas a mi condición. Tener parte humana me concedía un respiro a la hora de alimentarme y no tener instintos asesinos, pero tenía que admitir que la sangre de vampiro me hacía más poderosa, aunque eso significara beber sangre que en su día había pertenecido a una persona como yo. Los vampiros eran depredadores y yo era su cazadora. Lo que daría en ese momento por un poco más de energía, un chute que me permitiera aguantar en esa cueva más tiempo.

—¿Unas pastas para acompañar?

La pregunta del vidente me sacó del trance en el que estaba. Pensar en la sangre había hecho que mis pupilas empezaran a dilatarse, podía notar como la oscuridad crecía en mi interior. La Bestia que tantos años me había acompañado estaba deseosa de probar unas gotas, algo que saciara su sed. Carraspeé antes de removerme en el asiento e inclinarme para coger alguna.

—Gracias.

Mientras que la mordisqueaba mi mente volvió a navegar entre los recuerdos. No solo estaba preocupada por Angie, también por Ryuk. Extrañaba a ese druida con toda mi alma. Se habían convertido en piezas importantes para mí, los apoyos que me quedaban, y perderlos se me hacía duro. Sentirme sola me hacía cuestionar cada paso que daba, tenía el miedo de que fuera en falso y caerme, con el golpe que eso conllevaba. Nadie me había preparado para confiar en mí misma y la única persona que se había esforzado en sacar mi potencial me había fallado. Me había usado.

—Oye, ¿puedo preguntarte algo?

—Ya lo estás haciendo. —Sonreí. Agradecía que lo hiciera, al menos así podía distraerme—. Pero dime.

—¿Cuál es tu plan al entrar en el infierno? ¿Te vas a enfrentar a todos? Es un acto suicida, ¿no? Digo… ¿No tendrían que ayudarte más ángeles? ¿O algo así?

—Eso son muchas preguntas —reí.

—Es que me genera mucha intriga. Ya has podido apreciar que adentrarse en el infierno no debe de ser lo más fácil y seguro del mundo. Todos esos seres y pisos… por algo entran las almas y no los vivos, ellas no pueden escapar.

—Bueno, digamos que lo mío no es planificar las cosas con antelación —confesé—, soy más de actuar sobre la marcha.

—¡Es muy arriesgado! ¿Y si te atrapan? O, algo peor, ¿y si te matan?

No pude evitar esbozar una media sonrisa al apreciar su tono preocupado. En todos estos meses, salvo Angie, no había percibido preocupación por parte de nadie. Todo lo que escuchaba eran exigencias y órdenes. A veces era necesario un poco de empatía para poder coger impulso y avanzar.

—En algunas ocasiones lo único que queda es confiar. Y yo siempre he sido una mujer de fe.

—Sí, me imagino, siendo un ángel…

El vidente se quedó con la mirada perdida durante unos segundos, entonces parpadeó y volvió a enfocar su atención en mí.

—¿Has visto a Dios? ¿Cómo es?

«Si tú supieras que hay dos y que por su culpa estamos todos así…» pensé para mis adentros antes de resoplar.

—No lo he visto, pero te aseguro que no es cómo te lo imaginas.

—Bueno, tampoco sé cómo imaginármelo. Como bien sabrás, aquí nuestro Dios es Alá, aunque siempre he creído en las energías. No soy partidario de una imagen única, pues para cada religión ese Dios es diferente. Mi pensamiento es que Dios es una energía poderosa, la más fuerte de todas, y es la que tira del resto de energías. Pero no visualizo a un señor con barba como hacen los cristianos, ¿sabes? —verbalizó—. Soy incapaz de creer en algo que ha dado pie a tantos conflictos y guerras. Me entristece que haya personas capaces de sembrar el caos en su nombre y causar la muerte de inocentes. Es una locura.

—Sí… es triste ver lo que el hombre es capaz de hacer movido por el odio, la venganza o el rencor.

—Entre otras cosas. —Asintió.

Le di el mordisco que me quedaba a la pasta del té para hacerla desaparecer. Era la última que había cogido, así que había llegado el momento de ponerme en pie. Suficiente descanso y charla por hoy.

—¿Nos vamos? —preguntó el hombre con tono afligido.

—Sí, no es conveniente perder más tiempo.

Amit suspiró antes de darme la razón y se aproximó hasta una mesa, donde tenía una mochila encima para guardar todo lo que necesitara. Tenía que reconocer que era un hombre valiente, no cualquiera se atrevería a ayudarme sin apenas conocerme. Ni siquiera le había dicho mi nombre. Ni mi verdadera condición. Me mordí la mejilla interna para evitar que una sonrisa melancólica me delatara. Pensar en la palabra ángel me hacía acordarme de Vlad. Y eso dolía. Él también me dolía.

—¿Estás preparado? —pregunté cuando conseguí refugiarme en mi habitual estado de serenidad. Era mi salvavidas para evitar quedar atrapada en el abismo.

—Sí, sí. Ya podemos ir.

Salimos de la casa para poner rumbo al Monte Calvario. Por suerte no vivía muy lejos de allí, así que en menos de media hora conseguimos llegar hasta la estación de autobuses que había al lado. Me inquietaba que alguien nos viera y nos impidiera el paso, aún seguían con el temor de los temblores.

—No te preocupes, yo me encargo de eso —respondió al transmitirle mi preocupación.

Contemplé el monte que me separaba de la cueva. El peso de la mochila y la riñonera no ayudaban, pero no me quedaba de otra. Anclé las manos en la roca como pude, buscando la zona que era más segura, y me impulsé. Moverse era complicado, tenía que ir a paso de tortuga, asegurando cada paso. Al mirar atrás observé atónita cómo Amit se movía con mayor soltura gracias a unos enganches que clavaba sobre la pared rocosa.

—Durante mi juventud me dedicaba a escalar —me informó antes de clavar el siguiente enganche y desplazarse un poco más hacia arriba.

Decidí centrarme en lo mío para evitar caerme. La entrada no estaba a demasiada altura, pero aun así impresionaba verse lejos del suelo. Unos minutos más y conseguiría llegar a un terreno plano.

Impulsé mis manos como pude y hundí los dedos en la roca antes de avanzar de manera lateral. Al ver que estos resbalaban porque había dado con una zona poco segura contuve un chillido, una de ellas había terminado en el aire.

—Mierda —murmuré mientras reunía toda la fuerza posible para equilibrar el peso e intentar sujetarme de nuevo. Al conseguirlo suspiré.

—¿Estás bien? —escuché al vidente no muy lejos de mi lado.

—Sí, sí. Un susto.

Avancé un poco más hasta dar con el terreno liso y me impulsé para poder llegar. Cuando lo conseguí me tomé unos segundos tumbada para respirar y tranquilizar mi pobre corazón.

—Toda una aventura, ¿eh? —dijo antes de acercarse a ese agujero—. Será mejor que te incorpores ya, antes de que nos vea alguien. Ya hemos arriesgado demasiado.

Le hice caso y nos adentramos en la cueva. Lo siguiente era acomodarme de nuevo en algún rincón donde no se me viera desde fuera para poder separar el alma de mi cuerpo. Miré a Amit antes de hacerlo.

—¿Me cubres?

—Sí, claro. He traído sustento para poder aguantar aquí el tiempo que necesites. Solo intenta no resistir más de la cuenta o puedes tener serios problemas. Yo me encargaré de suministrarte mi energía cuando vea que te falta la tuya.

—Descuida y… gracias.

El hombre sonrió al escuchar mis palabras.

—No es nada. Mucha suerte en el viaje.

Me tumbé y cerré los ojos para concentrarme. Ya había hecho esto muchas veces, entrenar en la academia me había servido de mucho y haber controlado un poco mi poder ayudaba, pero seguía sintiendo que no era suficiente. Me costaba confiar en mis capacidades cuando siempre había dependido de alguien. Romper la burbuja en la que había permanecido tantos años era el mayor reto del mundo, era propensa a pensar en cada poco en todos los riesgos que eso conllevaba.

Me centré en el ritmo que llevaba mi corazón al latir, el movimiento de mi pecho al subir y bajar y los sonidos que se formaban a mi alrededor. El fondo oscuro que formaron mis ojos al cerrarlos empezó a expandirse y por mis manos nació un ligero cosquilleo que no dejaba de aumentar. Eso propició que un temblor recorriera todo mi cuerpo hasta conseguir que, entre espasmos, este expulsara a mi alma. Entonces abrí los ojos. Lo había conseguido.

Dediqué unos minutos a comprobar que todo lo que llevaba en el plano terrestre lo tuviera en este plano, el astral. Era muy extraño saber que, a pesar de permanecer en el mismo lugar, no era yo misma, sino una copia exacta y etérea. Suspiré al ver que estaba preparada y me acerqué hasta el agujero, ese que me separaba de un mundo diferente al que estaba acostumbrada a enfrentarme.

Contemplé unos minutos el cielo grisáceo de Jerusalén antes de saltar y dejarme caer en el vacío.

La caída fue brusca, pero no me hice daño. Me levanté del suelo donde me había desplomado y examiné el lugar. Volvía a estar en el mismo sitio que la otra vez, lo cual me reconfortaba porque significaba que estaba preparada para lo siguiente que iba a encontrarme: Caronte.

A pesar de ser un lugar conocido para mí, no podía acostumbrarme al olor que desprendía el río y la bruma que lo acompañaba. Los tonos oscuros del ambiente me deprimían, mirara donde mirase solo veía oscuridad. Abracé mi cuerpo mientras empezaba a acercarme hasta la orilla. Solo de saber que aquí aguardaban las almas que no sabían qué final les iba a deparar se me erizaba la piel.

En medio de aquel silencio, en donde solo se podía oír el murmullo del río al moverse sus aguas con timidez, comencé a escuchar un ruido que fue acercándose, sonando de forma rítmica, como las agujas de un reloj. Al presenciar de nuevo esa figura oscura me di cuenta de que era el remo adentrándose en el agua.

Aguardé con paciencia a que llegara hasta donde me encontraba y detuviera la barca. Me sorprendía ser capaz de captar su color a pesar de la oscuridad que la impregnaba. Caronte permaneció inmóvil en la superficie, esperando que me decidiera a subir.

—¿No me vas a preguntar si tengo el óbolo?

Su rostro, semioculto gracias a la capucha de su larga túnica, seguía impasible. A pesar de eso podía percibir molestia en sus ojos negros, vacíos.

—Veo que no —respondí, irritada—, pues para tu información lo tengo, así que ya puedes llevarme al otro lado.

Me subí a la pequeña embarcación con el mayor cuidado posible, todavía recordaba la traumática experiencia de poner un pie en ese río impregnado de almas condenadas y no quería repetirlo. Caronte me siguió como si nada, hundiendo los pies en el agua como si no le hiciera el menor efecto, aunque, pensándolo bien, él ya era un ser del averno.

—Dámelo —dijo de repente, sobresaltándome al escuchar su voz de ultratumba.

Me apresuré en hurgar dentro de la riñonera hasta tocar la moneda y se la entregué. Al rozar sus dedos con los míos sentí un escalofrío. Su tacto era helado, como si tocase un trozo de hielo.

—Bien, pondremos rumbo al otro lado. Espero que estés preparada.

Inspiré con fuerza antes de responder.

—Lo estoy.

Caronte se apresuró en sujetar el remo con fuerza al escuchar mis palabras y tensó su brazo para sacarlo y adentrarlo en el agua en ese ritmo sincronizado que había escuchado cuando se estaba acercando. Mi corazón latió agitado al notar la barca moverse de un lado a otro y oír un murmullo de voces trémulas a nuestro alrededor. Cada vez veía la orilla más lejos y la oscura inmensidad comenzaba a rodearnos. Eso me inquietaba. Decidí centrarme en el paisaje, aunque fuera sombrío, para intentar disipar la voz de mi interior, que me recordaba que no estaba preparada para eso. Que todo esto me quedaba grande.

Estuvimos en alta mar un largo rato, tanto, que el tiempo parecía haberse detenido en ese silencio eterno. Caronte remaba sin mediar palabra y yo no era capaz de formular nada, me sentía atrapada dentro de ese mundo vacío, sin vida. Pero me resultaba tan angustiante que el único sonido que nos acompañase fuera el remo al chocar con el agua que terminé por preguntar lo primero que se me pasó por la mente. Necesitaba silenciar lo único que no dejaba de atormentarme: la mente.

—¿Cómo se llama el río que estamos atravesando?

—Aqueronte.

Me estremecí al escuchar su nombre, tenía el mismo que la configuración que me había hecho liberar al ángel caído más temido por la humanidad y, seguramente, por todos los seres celestiales que permanecían en el cielo. También me sorprendió la similitud con el nombre del barquero.

—¿Se llama así por ti? ¿O tú te llamas así por el río?

Esperé durante unos minutos su respuesta, pero terminé dimitiendo al ver que no llegaba ninguna. Caronte continuaba su ritmo de navegación de manera impasible, con la mirada centrada en la delgada línea que separaba el río del otro lado. Ese que comenzaba a ver en la lejanía.

La pequeña barca siguió llevándonos hasta la zona donde empezaba el inframundo, un lugar que comenzaba a expandirse al ir llegando hasta la orilla. Al encallar contemplé el paisaje. Lo que menos esperaba encontrarme era un enorme edificio de estilo gótico, con una muralla rodeándolo. Era imponente, la fachada se alzaba hasta casi tocar el cielo y sobre su tejado picudo había unas gárgolas, como si estuvieran suspendidas en el aire. Los ventanales eran circulares y contaba con unos esbeltos arcos y finas columnas. Sin duda, las tres entradas principales destacaban por su tamaño y sus esculturas en relieve, todas con escenas y personajes relacionados con el infierno.

Volví la vista hacia el barquero al ver que seguía anclado en su barca.

—¿No vienes?

—No. Mi trabajo ha finalizado aquí.

Asentí con la cabeza, sin saber qué más decirle. Me giré para contemplar de nuevo el edificio y solté una bocanada de aire, me daba miedo pensar que inquietantes criaturas podían estar acechándome desde dentro. Al mirar de nuevo hacia Caronte para preguntarle qué debía de esperar me sobresalté. Ya no había nadie.

—Genial… —murmuré.

Empecé a caminar hacia la puerta principal sosteniendo el bidente que me había dado Amit. Sin duda iba a necesitarlo si quería seguir viva en un sitio como ese. Miré a ambos lados, preparada por si alguien o algo decidía atacarme y, al llegar hasta la entrada, que también era oscura pero desprendía tonos rojizos y al tocarla emanaba calor, me detuve para leer la frase que tenía grabada encima del picaporte. Por desgracia estaba en otro idioma y solo podía apreciar símbolos.

Suspiré y tragué saliva antes de colocar encima del relieve las palmas de mis manos para empujar. El chirrido que hizo al abrirse tensó todo mi cuerpo. Entonces visualicé la oscuridad del interior, esa que, a pesar de acompañarme, no dejaba de atormentarme. Empecé a caminar escuchando el eco de mis propias pisadas y, al avanzar lo suficiente, la puerta se cerró, dejándome sumida en una infinita penumbra y expuesta por todos mis miedos, que habían decidido exteriorizarse para desafiarme. Empuñé con más fuerza la mejor arma que llevaba en ese momento, solo esperaba no tener que usarla tan pronto. Necesitaba reunir toda la fuerza posible para no quedarme aquí, atrapada para siempre.

Avancé a ciegas, pues no veía hacia donde me estaba dirigiendo. Mis oídos se agudizaron al no oír nada más que mis pasos, pero eso cambió al escuchar los ladridos de un perro. Uno con muy malas pulgas.

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