Laurie

Laurie


Capítulo 30

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CAPÍTULO XXX  BENDITOS ERRORES

Aterricé en el suelo con los sentidos alerta, preparada para todo lo que podía suceder. El viento en ese lugar arrasaba con fuerza, haciendo que los mechones de mi pelo salieran disparados en cualquier dirección y golpearan mis mejillas.

Empecé a caminar en sentido recto, pues era la única ruta disponible, como si el mismo lugar quisiera indicarme el destino final. Aún no había necesitado usar la brújula, pero me alegraba de llevarla encima. Cuando minutos más tarde dejé atrás las paredes con las celdas llenas de almas y los gusanos, respiré aliviada. Parecía que había superado con éxito el primer piso.

Me detuve al llegar a un sendero rocoso y estrecho que me conducía hasta un enorme remolino, como si fuera un huracán acercándose. Me tensé al sentir su potencia, las voces de las almas resonaban dentro, atrapadas. Miré en ambos lados, como si esperase encontrar otro camino que me facilitara las cosas y me impidiera tener que atravesarlo. Me daba miedo lo que me podía encontrar, pero el averno no se caracterizaba por ser un espacio benevolente, así que no me quedó de otra que avanzar con firmeza hasta ese extraño lugar que me esperaba.

A cada paso que daba podía escuchar las voces de las almas más cerca, eran quejidos y gemidos. Me tensé al percatarme de eso último. ¿Cómo podía escuchar algo así en un sitio como ese? Cuando tenía el torbellino a escasos centímetros me quedé quieta. Su poder conectaba con el mío, como si mi cuerpo intentara absorberlo. Extendí mis manos, podía notar la energía que salía de él y mecía mi pelo, incluso erizaba mi piel.

Cerré los ojos, preparada para dejarme atrapar. Desconocía el motivo, pero algo me decía que era mejor rendirme antes que intentar entrar por la fuerza o sentirme asustada, rechazándolo. Cuando empecé a sentir su energía recorriendo mi cuerpo tragué saliva e inspiré.

Al abrirlos, tuve que parpadear varias veces para cerciorarme de que no se trataba de una broma absurda. Me encontraba en una habitación demasiado familiar, con su suelo de madera, sus paredes oscuras y la luz que salía por la ventana continuaba iluminando la cama de manera tenue.

No pude evitar tensarme. No solo el espacio era familiar, sino también la propia presencia que estaba sobre ella. Seguía con las manos apoyadas en la nuca y sus ojos me miraban hambrientos mientras empezaba a esbozar su característica sonrisa lobuna. Hacía tanto tiempo que no me enfrentaba a sus ojos azules que mi cuerpo tembló, presa del miedo.

—Esto… es un error.

—Benditos errores que nos conducen al erotismo y lo prohibido, ¿no crees?

Su voz ronca y varonil resonó en mis oídos e hizo latir mi corazón con mayor intensidad. Parecía que se me iba a salir del pecho. Mi mente se había vuelto loca al recordarme que estaba mal, que no podía ser cierto que él se encontrara frente a mí como si nada. Yo estaba… ¿dónde estaba? Tragué saliva, no recordaba nada de lo que había hecho hacía escasos minutos. Era como si su presencia me hubiera atrapado.

—Pero tú… Tú…

Apreté los dedos en mi frente para intentar recordar. Sentía que había olvidado las piezas fundamentales que conformaban el puzle que era mi vida. También intuía que había algo malo con él, que no estaba bien sentirme atraída, que tenía… ¿tenía pareja? Atary… su nombre llegó hasta mis oídos en un susurro, generándome un escalofrío tan potente que hormigueó mis pies, esos que seguían anclados en el frío suelo de la casa de los Herczeg.

—Tú, yo, nosotros… da igual el pronombre que uses, siempre dará el mismo resultado —ronroneó—. ¿Por qué no vienes y lo compruebas?

—Estoy con Atary. Tu hermano —puntualicé.

—¿Y qué? No me importa compartir, y en el fondo… a ti tampoco. A los ángeles como tú siempre les ha gustado demasiado caer.

Tragué saliva. Mi garganta se había secado, al igual que mis labios. Los humedecí con la lengua mientras intentaba recordar porqué sus palabras me resultaban tan familiares, como si ya las hubiera escuchado antes. Sin embargo, era incapaz de adivinar por qué algo me decía que tenía que alejarme, mi intuición me instaba a salir de esa habitación.

—No quiero fallarle. Él… no se lo merece.

—¿Y tú te mereces contener el deseo que recorre cada parte de tu piel? Puedo sentirlo, Laurie. Te atrae lo prohibido, necesitas corromperte, entregarte a tu verdadera identidad. Déjala salir. Permítete ser libre.

—Entonces nadie me querrá. Me rechazarán… No puedo permitirlo. No cuando Atary me ayuda a ser perfecta. Él saca lo mejor de mí.

—Para nosotros eres perfecta tal y como eres. Tal y como te sientes ahora —respondió—. Aun conservas en tu interior esa oscuridad que te hace especial, te hace poderosa. No dejes que nadie te la arrebate. La luz es demasiado aburrida y convencional.

—¿Cómo sabes acerca de mi oscuridad?

—Tú y yo estamos conectados, ángel. Siempre lo estaremos —gruñó complacido—. Y el deseo que nace de nuestros cuerpos es el motor principal. ¿Por qué apagarlo? Por qué no dejar que se… expanda. Entrégate a mí, Laurie. Los dos sabemos que lo deseas, lo necesitas. Y lo mejor de todo es que siempre ha estado escrito.

Abrí la boca para contestar, pero volví a cerrarla. Sellé mis labios por miedo a decir algo que no debía. Vlad tenía razón, ese hombre de pelo oscuro, facciones fuertes y ojos azules estaba en lo cierto; mi oscuridad deseaba pecar con él, pero mi mente me susurraba que era una mala idea. Que tenía que ser fuerte y luchar. ¿Por qué me resultaba tan difícil negarme? Inspiré con fuerza y pensé en ese nombre que seguía resonando en mis oídos.

Atary…

Pero sabía que había otro hermano más.

Mientras empezaba a caminar hacia esa gran cama, sus ojos grises aparecieron en mi mente, arrasando con todo. Estaba ya rozando con mis dedos la piel ardiente de Vlad cuando recordé el tono hosco de su voz, su ceño fruncido, la mueca de sus labios. Entonces recordé su nombre.

Nikola.

Abrí la boca con fuerza al sentir que me absorbían. Estaba quedándome sin aire y algo tiraba de mí como si quisiera arrancarme de ese lugar.

Al parpadear me encontré en un espacio completamente distinto al que había dejado atrás. Un suelo terroso y oscuro se abría ante mí y alrededor se alzaban unas bellas paredes en tonos rojizos con candelabros iluminando de manera tenue las esquinas.

¿Qué era esto? ¿Me había quedado atrapada en el torbellino? Miré a ambos lados al escuchar diferentes voces hablando en un idioma que desconocía. No sabía a qué me tendría que enfrentar, así que llevé mis manos hasta el bidente para mantenerme en guardia y comencé a avanzar por el largo pasillo.

Era tan largo que me llevó varios minutos llegar hasta un camino que me hacía elegir una dirección. A simple vista parecía un laberinto, uno con voces trémulas mezcladas con otras extasiadas por el placer. Escuchar gemidos tensó mi cuerpo, me recordaba a la fiesta de Samhuinn en el castillo de los Herczeg.

Por un momento me sentí tonta. No entendía cómo había podido caer en una trampa como esa. Se me había olvidado por completo que estaba en el infierno, el objetivo por el que tanto me esforzaba en avanzar, lo había olvidado a él… había sido una sensación extraña, como si nunca hubiera existido en mi vida. Y la culpa me invadió.

Tragué saliva mientras mi mente volaba entre mis recuerdos, forzándose a grabar a fuego cada detalle de su rostro. No sabía por qué aquí abajo querían que su presencia desapareciera de mi memoria, pero no lo permitiría. Su recuerdo era lo que me hacía seguir viva.

Entonces tomé el camino de la derecha. Caminé varios metros hasta llegar a una zona con varias personas en un rincón. Me detuve al contemplar la escena, grotesca e inquietante. Esos seres, pues su piel era más oscura y sus ojos carecían de alma, se mezclaban hasta parecer uno. Sus cuerpos se frotaban y se movían en un ritmo frenético, como si quisieran alcanzar el clímax, pero no lo conseguían.  Sus voces eran acompañadas por gemidos y jadeos casi animales, gruñidos graves que parecían de ultratumba. Aferré mis manos al mango del bidente al ver que uno de ellos había mordido a otro por la clavícula y un reguero de sangre oscura había empezado a emanar de ella.

La consecuencia fue inmediata, pues la presencia de ese líquido carmesí era como un campo magnético para mí. «Vampiros…» pensé para mis adentros mientras avanzaba sin ni siquiera darme cuenta hacia ellos.

La escena me recordó de nuevo a la fiesta de Samhuinn.

El cumpleaños de Katalin.

La habitación de Vlad.

El olor a sudor volvía a entremezclarse con el del sexo. El sonido que provocaba un cuerpo al frotarse con el otro era atrayente al sumarse al gruñido animal. Respiraciones agitadas, sangre, tentaciones perversas… todo eso había revolucionado mi sistema, bloqueando mi lado sensato. Mi raciocinio tembló al escuchar una invitación por su parte entre el resto de las palabras, desconocidas para mí. Me sentí una bestia acechando a su presa.

La yema de mis dedos rozó uno de los cuerpos, buscaba la sangre con desesperación por culpa de mi garganta seca y mis ansias de beber. Tanto tiempo sin probar una sola gota estaba causando estragos en mi interior. Al atrapar un poco y llevármelo a los labios mi cuerpo vibró y no pude evitar soltar un gemido. Era deliciosa.

Acerqué mi boca a la herida y dejé que mi lengua se manchara un poco más. No solo era que beber de su sangre me saciara, también me hacía sentir poderosa. Era peligroso. La oscuridad empezó a recorrer mi interior, buscando a la bestia que me acompañaba. Mis sentidos se potenciaron, haciendo que cada caricia y roce de los otros cuerpos contra el mío me estremeciera. Estaba embebida en esa conexión que se generaba al juntarse unos con otros. Era una sensación adictiva y atrapante en la que podría vivir para toda la eternidad. Volví a beber un poco más, dejándome llevar por la gula y la lujuria. Mis mejillas empezaron a teñirse de rojo, igual que mis labios.

Mi mente se tambaleaba, luchaba para conseguir mantenerse a flote. Estaba moviendo mi lengua en círculos, presionando contra la herida, cuando dos ojos grisáceos aparecieron entre mis recuerdos. Entonces solté el cuerpo.

Varios se quejaron al sentir el frío provocado por la separación, pero no me importó. El lugar aun daba vueltas y mi cuerpo seguía temblando, atrapado entre escalofríos. Incluso la sensación de poder continuaba anclada en mi interior. Avancé unos pasos hacia la salida de la sala para recuperarme. Tenía que salir de ahí como fuera.

Caminé un poco más con los ojos cerrados. Las voces me llamaban, me acuciaban para que regresara y terminase lo que había empezado. Sabía que una de las criaturas se había ofrecido para mí, deseosa de que lo vaciara. Pero no podía hacerlo. Tragué saliva y continué moviendo mis pies para desaparecer de esa sala roja. Era la lujuria hecha carne. Y yo ya había tenido suficiente pecando una vez. No volvería a equivocarme de esa manera.

Cuando conseguí salir, respiré y volví a abrir los ojos. Continuaba escuchándolos, pero se habían transformado en murmullos inteligibles. Observé mi alrededor y me percaté de que ante mí se hallaban más pasillos, todos iguales. Escogí uno de ellos al azar, esperando no perderme.

Minutos más tarde me detuve en otro pasillo de suelo terroso y paredes rojizas para resoplar. Fuera donde fuese volvía a encontrarme más salas como la primera, desafiando mi fuerza de voluntad. Me sentía exhausta.

Miré la riñonera, que seguía atada a mi cintura, y recordé la brújula. Revolví el interior hasta dar con ella y la sostuve en la palma de mi mano, esperando que la flecha me indicase el camino. Durante unos instantes se volvió loca girando en todas las direcciones, pero consiguió calmarse y detenerse apuntando el oeste.

Al menos ya sabía hacia dónde tirar.

Recorrí pasillos. Muchos. Perdí la cuenta por fijarme en el rumbo que tomaba la flecha para indicarme el camino. Los minutos me resultaban eternos, el que todo me resultara igual no ayudaba y la sensación de sentirme desorientada no ayudaba. Aun así decidí darme ánimos y continué avanzando hasta que di con una puerta grande y negra con unos grabados en ella. Al recorrerla con los dedos me fijé que eran imágenes relatando alguna escena mitológica. Aparecía una figura humana con cabeza de toro, cuyos cuernos y mirada hacían temblar. A su lado había cuerpos tirados por el suelo, encharcados de sangre.

Decidí no darle más vueltas y dejarme atrapar por el miedo, así que empujé la puerta para ver el otro lado. Lo primero que llegó a mis ojos fue ese monstruo tallado en la entrada, un minotauro de grandes dimensiones que parecía mirarme fijamente.

Mi corazón amenazó con salirse del pecho al verlo. Estaba tan asustada que fui incapaz de moverme. El semihumano mugió como si hubiera salido de ultratumba y un humo grisáceo salió de sus fosas nasales. Su mirada recorría la estancia seguida por su cabeza, como si me estuviera buscando.

Tragué saliva al entender que no me estaba viendo, sino que se había alterado por el sonido de la puerta al abrirse. Intenté controlar mi respiración agitada, pues enfrentarme a él no parecía la mejor opción. Me doblaba en altura y seguramente en fuerza.

Miré a ambos lados, a su espalda había otra puerta del mismo color. Guardé la brújula y me agaché para tratar de desplazarme a gatas. El minotauro continuaba moviendo su cabeza en todas las direcciones y una de sus piernas había empezado a sacudir la tierra, como si estuviera preparado para embestir.

Me moví unos metros hacia la derecha, justo a tiempo para salvarme de llevarme una cornada. Al no encontrar a su presa, el monstruo había decidido correr de un lado hacia otro, embistiendo a las paredes sin control.

Me desplacé despacio, midiendo cada palmo y pie para evitar hacer ruido. A mi alrededor no había más que piedras y oscuridad, así que no tenía ningún objeto con el que distraerlo si cometía algún error.

Cada paso era una tortura. Tenía las manos manchadas de tierra y los músculos de mis brazos se resentían. Moverse a esa velocidad era una agonía, sobre todo cuando tenías a un semitoro de grandes dimensiones chocando con cada esquina. Por eso, decidí incorporarme. Tenía la puerta a escasos metros, no podía ser tan difícil.

En el momento en que me puse a correr, los grandes ojos negros del animal me localizaron y se preparó para golpearme con todas sus fuerzas. Solo me dio tiempo a sostener el bidente y lo apreté con todas mis ganas para hundirlo en su piel peluda.

El minotauro soltó un alarido antes de derribarme de un zarpazo. Sentí como mi cuerpo chocaba con la pared para luego caer como si fuera un trapo. El bidente quedó en el suelo, dejándome desarmada.

Miré la mochila y pensé en usar alguna de mis pistolas, pero recordé las palabras de Amit, seguramente en este lugar solo serviría un arma mágica como esa. Maldije para mis adentros mientras aunaba fuerzas para rodar hacia un lado y evitar así una nueva embestida. Me deslicé como una serpiente por el terreno para intentar recuperar mi arma. Solo así podría librarme.

Al conseguir empuñarla de nuevo me levanté y eché a correr de nuevo hacia la puerta. Tiré de ella con todas mis fuerzas para abrirla mientras el animal corría hacia mí. Me giré para protegerme y lancé el bidente hacia su cuello. El grito de dolor que brotó de su garganta al atravesarla tuvo que resonar por todo el laberinto.

No me paré a comprobar su estado una vez cayó al suelo, tampoco pensé en recuperar mi arma. Corrí hacia el otro lado con esperanzas de poder recuperar el aire y encontrarme con algo menos aterrador, aunque sabía que era imposible que algo inofensivo pudiera habitar en el averno. Solo cuando la puerta negra se cerró conseguí soltar el oxígeno que tenía retenido en mis pulmones, pero tuve que tragar saliva al ver lo que había frente a mí: un agujero negro del tamaño de un abismo me invitaba a caer, pero no sabía cuántos metros podían separarme de una muerte anunciada.

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