Laurie

Laurie


Capítulo 33

Página 35 de 47

CAPÍTULO XXXIII  DEMUÉSTRAMELO

Al abrir los ojos lo primero que vi fueron unos ojos azules clavados en mi rostro. Al parpadear observé su nariz pequeña y recta, seguida de sus labios tersos. Seguía con el mismo peinado, corto y oscuro, con algunos mechones despeinados por su frente. Tragué saliva al verme frente a él. Frente a ese chico que había hecho cambiar mi vida por completo. Me asusté al ver que mi corazón se había encogido por unos segundos, como si un campo magnético lo hubiera apretado con fuerza.

—Laurie, ¿estás mejor?

Abrí la boca para responder y acto seguido la cerré. Lo intenté una segunda vez, pero hice lo mismo de forma inconsciente. Tanto tiempo imaginando nuestro reencuentro para terminar boqueando como si fuera un pez. Me sentía estúpida.

—Supongo que sí —contestó en mi lugar con su particular deje ronco.

—Es una trampa. Esto… tiene que ser otra ilusión.

Atary estiró la comisura de sus labios para formar una sonrisa divertida.

—Soy tan real como de costumbre. Y estás en un lugar seguro.

—Demuéstramelo —gruñí entre dientes y apreté las manos en un puño—. Demuéstrame que eres el mentiroso de siempre y que este es solo otro de tus planes para terminar conmigo. Hazlo.

Me dio igual el plan que tenía yo con los seres de Lux. Me dio igual tener que guardar las apariencias y tener a Atary de mi lado. La decepción y la rabia son sentimientos tan poderosos que no te permiten pensar, solo explotar como una bomba atómica, capaz de arrasar con todo. Y yo necesitaba descargar toda la oscuridad que me generaba verlo contra él.

Solo bastaron seis palabras por su parte para que la impotencia me cegara y avanzara unos pasos para golpearlo:

—Yo nunca quise acabar contigo, Laurie.

Alcé el brazo con la mano todavía en un puño, pero Atary fue más rápido y apretó la suya contra mi muñeca, inmovilizándola. Nuestras miradas se enfrentaron con toda la intensidad que podían reflejar mis pupilas. Las suyas, en cambio, se mantenían serenas, seguras como de costumbre.

—¿Cómo te atreves? —siseé—. Me transformaste en vampiresa, me usaste, permitiste que Lilith intentara acabar conmigo. ¡Vlad murió por vuestra culpa! ¿Cómo te atreves a decir eso? Estoy harta, Atary.

—Te repito lo mismo que la otra vez: Solo quería que aceptaras tu oscuridad, nunca he querido que madre terminara contigo. Eso fue un acto impulsivo por su parte por miedo a que la mataras porque, seamos sinceros, pequeña, eres la única persona capaz de conseguirlo.

Mi pecho subió y bajó con fuerza debido a la agitación. Respondía a mis ataques con tranquilidad, sin un ápice de enfado o nerviosismo, y eso me enfurecía todavía más. Me negaba a ser parte de otra trampa. Tenía que ser otra ilusión para que cayera de nuevo en la oscuridad, en sus garras.

Intenté zafarme de su sujeción, pero fue imposible. Mi espalda rebotó contra una pared y mi cuerpo terminó entre ella y Atary. Lo miré, incapaz de creerme lo que estaba viviendo.

—¿Cómo puedes ser tan hipócrita? ¿Cómo puedes dignarte, siquiera, a mirarme a los ojos? No voy a escuchar nada de lo que digas, seas una ilusión o seas real.

—¿Todavía sigues sin creerte que estés hablando conmigo de verdad? Pequeña… si fuera una ilusión ya estarías muerta.

—Demuéstramelo.

Atary exhaló un suspiro que acarició mis mejillas, dándoles algo de calor. Entonces se acercó a mi rostro y estampó sus labios con los míos. En ese instante una vorágine de sentimientos y emociones eclosionó en mi interior. Fue una sensación tan poderosa que me hizo temblar. Me asustó seguir sintiéndome unida a él, así que lo empujé para alejarlo y le di un sonoro bofetón.

El chico que me había enamorado en la universidad tragó saliva y me miró fijamente mientras tapaba la zona enrojecida con su mano. Ahora su pecho subía y bajaba al mismo ritmo que el mío, acompasados. Me mantuve inmóvil contra la pared, sin saber qué demonios hacer ahora.

—Tú me lo pediste —dijo, aún demasiado cerca para mi gusto.

—También te pedí otras cosas y no te tomaste la molestia de cumplirlas —repliqué—. Y no te pedí eso.

—Si te digo lo que pienso no me vas a creer, pero no puedes negarlo, Laurie. Con el beso hemos sentido lo mismo. Lo sé.

—No he sentido nada —gruñí.

Atary esbozó otra sonrisa divertida, de esas que resultaban casi ingratas.

—¿Quién es el mentiroso ahora, pequeña?

Tragué saliva antes de apartarle de nuevo y alejarme, cruzándome de brazos. Le sostuve la mirada sin saber muy bien qué hacer ni a dónde ir. Aún tenía que encontrar a su madre.

—¿Qué quieres, Atary? ¿Por qué no me dejas en paz de una vez?

—No puedo. Necesito que abras los ojos, Laurie. Estás en el bando equivocado.

—Ah, claro, porque estar en el bando de las personas que intentaron matarme es mucho mejor.

—No puedo hacerme responsable de los actos de madre, pero sí de los míos. En ningún momento quise matarte. Siempre te he contado la verdad, pero te niegas a aceptarlo. ¿Qué hice mal en ocultarte cosas en su momento? Sí, y lo lamento, pero no podía hacerlo de otra manera, te hubieras ido de mi lado. Lo único que pretendía era sacar ese potencial que tenías escondido.

—Oh, ¡vamos! No seas hipócrita —le encaré—. No estaba escondido, vosotros habíais ideado que me educaran así. Todo, desde mi maldito nacimiento, lo habéis premeditado. Estoy harta. No soy una pieza más de vuestro juego. Se acabó.

—¿Te das cuenta de que no eres una pieza de nuestro juego? Solo del suyo. Quieren usarte para tratar de enmendar su error, pero es imposible. No detendrán a mis padres de cumplir su objetivo. Recuperarán el poder que les fue arrebatado.

—Tú sí que eres una pieza —susurré con tristeza—. Es una pena que no seas capaz de verlo. Te manejan a su antojo para llevar a cabo esa venganza que llevan milenios planeando. No les importa nada más.

Los ojos de Atary brillaron con un atisbo de decepción, pero lo reemplazó con facilidad al parpadear.

—Estás tan ciega que eres incapaz de verlo, pero lo harás. Estoy seguro de ello.

—¿Qué vas a hacer? ¿Acaso queréis destruirme de nuevo? Adelante, ya lo habéis hecho lo suficiente.

—No, simplemente te ayudaré a conseguir lo que deseas. No hay nada mejor que asumir la realidad enfrentándote a ella.

—¿Qué estás…? —pregunté, pero cerré la boca al contemplar su expresión cargada de decepción. Me negaba a aceptar que Atary de verdad se pensara que iba a creerle y mantenerme a su lado.

—Te llevaré con madre. Eso es lo que quieres, ¿no? Por eso estás aquí.

—¿Qué te hace pensar eso? —respondí frunciendo el ceño.

—Estás en el maldito infierno, Laurie. ¿Me vas a decir ahora que te has tomado tantas molestias para buscarme a mí? No… claro que no, es por él. Siempre es por él.

—¿Estás celoso de Nikola?

Lo miré con los ojos y los labios bien abiertos. Podía esperar muchas cosas por su parte, pero no celos.

—Todas las respuestas llegarán a su tiempo, pequeña, y estaré encantado de dártelas, pero solo cuando hayas abierto los ojos. Entonces te recibiré con los brazos abiertos.

Me mordí el labio inferior para no responder, aún con la posibilidad de hacerme sangre. No me había olvidado del plan de Adán, pero me resultaba demasiado complicado manejar a Atary de esa manera, no cuando lo odiaba así. No podía hacerlo.

—Llévame ante Lilith, entonces, pero como intentéis acabar conmigo de nuevo…

—De haber querido ya lo hubiéramos hecho. Estás en una clara situación de desventaja, es nuestro territorio.

Asentí con la cabeza, permitiendo que me indicara el camino que tenía que seguir. Le acompañé unos pasos por detrás y fui admirando el tono rojizo de las paredes y el suelo negruzco. Parecía la estancia de un palacio, con candelabros iluminando de forma tenue los cuadros que decoraban las esquinas. Eran retratos de miembros de la familia, como Lilith o Samael. Contuve la respiración al fijarme en uno que mostraba la belleza particular del chico que había sido mi perdición.

—Madre se encuentra en el trono, ya estamos cerca —me indicó al empujar una gran puerta del mismo color que el suelo. Entonces me detuve para admirar la ropa que llevaba, no le había prestado atención. Era negra, pero con detalles plateados que le hacían resaltar la mirada. Se notaba que era un miembro importante de esta realeza oscura, el príncipe del mal.

—¿Y Samael? —pregunté mientras recorríamos una sala contigua.

—A su lado.

Quise preguntar más detalles sobre él, pero no pude. Como prometió, no tardamos en llegar a una puerta con grabados de calaveras y, al empujarla, pude ver como al otro lado se encontraba una sala casi vacía, con dos tronos grisáceos formado por un grupo de cráneos de distintos tamaños. En uno de ellos se encontraba Lilith, la misma mujer de pelo largo y oscuro, con los mismos ojos azules que tantas veces me había observado al adentrarme en sus recuerdos. En el otro estaba un chico con una edad similar a la de Atary, con el mismo pelo corto y oscuro, pero con la diferencia de que el iris de sus ojos se entremezclaba con el negro de sus pupilas. Mirarlos significaba adentrarse en el abismo.

—Sea cual sea el trato al que quieras llegar, debes saber que para nosotros todo tiene un precio y, si continuas con esto, quiero que seas consciente de que puede ser más alto de lo que tú puedas permitirte dar —me advirtió en un susurro, sacándome del trance que me había dejado contemplar la mirada vacía de Lucifer.

—Correré el riesgo —bufé—. Es importante.

—Como quieras. —Suspiró—. Hace tiempo aprendí que da igual lo que se te advierta, tú siempre harás lo que quieres.

—¿Por qué me ayudas, Atary? ¿Qué pretendes conseguir? —repliqué en tono cansado.

—Solo de esta manera aprenderás que todo acto trae consigo una consecuencia. Y estoy seguro de que el pacto que madre tendrá contigo será beneficioso para mi familia, así que no soy quién para oponerme. Además, sabes que lo más importante para mí es que aceptes tu oscuridad, pequeña, que aceptes permanecer a mi lado por toda la eternidad. No voy a hacerte daño —respondió deteniéndose para mirarme fijamente.

Tragué saliva al escuchar sus palabras, pero alcé el mentón, sin dejarme amedrentar. Aunque su mirada parecía sincera, estaba acostumbrada a que podía ser un buen actor.

—¿Por qué estás tan seguro de eso? ¿Por qué piensas que aceptaré esa parte de mí que tantos problemas me ha traído? Es absurdo.

—Pequeña… —Sonrió, traspasándome con la mirada—, aceptar tu identidad es tu única salvación si quieres sobrevivir en esta guerra que está a punto de acontecer. De lo contrario todos tus intentos habrán sido en vano, y yo solo quiero protegerte. Te lo prometí durante muchas ocasiones y yo siempre cumplo mis promesas.

—Atary…

—No he dicho ninguna mentira. Sé que soy un necio por esforzarme en mantenerte a mi lado, pero es que no estoy dispuesto a continuar sin ti. Y aunque al principio te cueste asumir que es la mejor opción, estoy seguro de que pronto te darás cuenta. Juntos formamos un buen equipo, pequeña. Sabes que nuestra unión es lo mejor para ambos —continuó—, pero para ello tendrás que continuar tú misma, sin ayuda. No me interpondré en tu camino. Sé que solo así me creerás.

Me mordí la mejilla interna para no decir nada. Si Atary quería continuar pensando que eso acabaría sucediendo no iba a ser yo quien rompiera sus ilusiones. Mi mente estaba concentrada en conseguir desvanecer la culpa, ese sentimiento tan poderoso que me asfixiaba, dejándome inmóvil y frágil ante cualquier enemigo. La simple posibilidad de ver a Nikola de nuevo, de escucharlo, de poder abrazarlo… era lo único que me hacía mantenerme en pie.

Era mi razón para seguir adelante. Sin él nada de esto tenía sentido. Me centré en eso para intentar mantenerme estable, no podía caer otra vez por unas tristes palabras. No podía creerle cuando sus hechos me habían demostrado lo contrario.

Lilith sonrió de forma perversa al verme avanzar hacia ellos, mientras que el ángel caído mantenía su mirada en mí sin pronunciar palabra, en una expresión estática.

—Pero si es la joven y bella Laurie —pronunció arrastrando su largo vestido negro hasta mí—. ¿A qué se debe tu presencia en nuestra humilde morada?

Luché con todas mis fuerzas para despegar mi mirada del trono del que se había levantado. Era el mismo en el que estaba sentada cuando contemplé mi reflejo en ese espejo. No sabía cómo, pero podía sentir su poder. El trono de calaveras me estaba llamando, invitándome a reinar.

—Tú sabes lo que es —respondí sin vacilar mientras detenía mis ojos en ella—. Quiero que revivas a Nikola.

—Estoy segura de que mi querido hijo te ha informado que no está en mi naturaleza realizar favores, sino pactos. Y traer un alma a la vida requiere de un precio muy alto a pagar. ¿Estás dispuesta a pactar con la esposa del diablo cueste lo que cueste?

—Estoy dispuesta. Solo quiero que lo revivas, sin trampas.

El silencio inundó el lugar. No podía dejar de mirar a ambos. Mientras Lilith mantenía esa expresión de satisfacción en el rostro, Lucifer no había dejado de observarme con esos ojos negros como el carbón. De no haberme fortalecido durante todo este tiempo, estaba segura de que me hubiera desestabilizado por la amenaza que desprendían sus palabras.

—Entonces deberás jurarle lealtad a mi hijo, Atary Morningstar —respondió. Sus palabras resonaron por toda la sala, generándome un escalofrío—. ¿Aceptas?

Lo miré antes de responder. Tenía la respuesta clara.

—Acepto.

No me concedí un solo segundo para dudar, ni siquiera me tomé la molestia de cuestionar en qué consistía jurarle lealtad. Me daba igual, mi mente se había confiado al pensar en la posibilidad de poder mentir. Una cosa era prometerle fidelidad y otra muy distinta demostrarla. Me parecía algo insignificante en comparación con poder tener a Nikola de nuevo.

Lilith extendió su mano para sellar el pacto. Caminé hasta ella y le ofrecí la mía, apretando la suya en un pulso que no estaba dispuesta a perder. Me daba igual todo lo demás. Con Nik a mi lado podría idear un plan mejor que garantizara su derrota.

Mi mano comenzó a quemarse al entrar en contacto con la suya. El simple tacto de su piel provocó que la mía se volviera negruzca, como la otra que mantenía oculta a mi espalda. La conexión entre ambas generó una humareda grisácea, pero no sentí calor.

Entonces la madre de todos los demonios me soltó y fijó su mirada en el fondo. De repente sus ojos se quedaron negros, como si sus pupilas hubieran explotado. Su cuerpo empezó a convulsionar y una fuerte llamarada la rodeó. Me aparté unos pasos, protegiendo mi rostro con las manos. Cuando todo pasó la vi desplomarse en el suelo, con su pecho agitado debido al esfuerzo. Movió la cabeza sin dejar de mirarme y sus labios vacilaron antes de darme una respuesta.

—Lo has conseguido, Laurie Duncan. Nikola Alilovic ya camina entre nosotros —notificó con cierta dificultad. Su frente estaba perlada por el sudor—. Te sacaré de aquí para que puedas reunirte con él.

Al terminar de escuchar eso miré a Atary, que seguía inmóvil junto a la entrada de la sala, pero no pude descifrar la expresión de su rostro, pues Lilith extendió su mano en mi dirección y un gran poder oscuro salió de ella. Entonces me desplomé, perdiendo el conocimiento. Lo último que sentí fue un brinco, como si mi cuerpo hubiera decidido saltar al vacío al quedar sumida en un duermevela, pero todo lo contrario. Esta vez había sido mi alma la que decidió hacerlo.

Ir a la siguiente página

Report Page