Laurie

Laurie


Capítulo 34

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CAPÍTULO XXXIV  VUELVE CONMIGO

Un fogonazo de luz me hizo parpadear a gran velocidad, temerosa porque quemase mis retinas. Arrugué la nariz al comenzar a percibir diferentes estímulos a mi alrededor, como una leve brisa acariciando mis mejillas o el cantar de unos pájaros escondidos entre las copas de algunos árboles.

Abrí la boca para aspirar el mayor oxígeno posible. Me sentía como si me hubieran pegado una paliza, me dolía cada milímetro de piel. Incapaz de moverme, decidí quedarme tumbada y concentrarme en equilibrar el ritmo frenético de mi pecho, provocado por mi desbocado corazón. Mientras miraba el suelo rocoso que había alzado sobre mí y escuchaba el eco proveniente del agujero que había al lado, me esforcé en serenar mis pensamientos y recuerdos.

¿Qué había sucedido? Recordaba la llegada a Jerusalén, también lo sucedido en Miskolc, pero una vez había llegado hasta este lugar… en blanco. Fruncí el ceño. No podía ser tan complicado. Me concentré en recordar mi objetivo, las conversaciones mantenidas con Adán, mi entrenamiento en la academia…

Nikola.

Atary.

Tragué saliva al recordar sus ojos azules. Es verdad, lo había tenido enfrente. A su madre también. Y a su padre.

Maldije para mis adentros al comprender dónde había estado. Había sido una inconsciente adentrándome en el infierno y apostando mi alma a un delgado hilo que había amenazado con romperse. Pero lo había conseguido. Había salido ilesa. Entonces pensé en Amit. Recordé que el vidente me había ayudado muchísimo, sin él la situación ahora mismo sería diferente. Pero ¿dónde estaba?

Me incorporé haciendo una mueca por el dolor y contemplé mi alrededor. Cuando mis ojos atraparon un cuerpo a escasos metros sentí un escalofrío. Al moverme para acercarme hasta él mi corazón se contrajo por unos segundos. Era Amit. Y no respiraba.

Aun así, decidí cerciorarme aproximando mi oreja a su boca para sentir cualquier atisbo de respiración. Lo que fuera. Al no recibir nada, coloqué mis manos sobre su camiseta y presioné con fuerza, esperando que así volviera a la vida.

—Venga, vamos —susurré—. Tú puedes, Amit.

Me negaba a asumir que el vidente había muerto por mi culpa, por ayudarme. Pero cada minuto que pasaba ejerciendo presión sobre su pecho me desanimaba más y me hacía sentir culpable. No podía creerme que estuviera volviendo a pasar, que otra persona pusiera en juego su vida por salvar la mía. Me negaba.

—Vamos, por favor… no me hagas esto —supliqué.

Seguí insistiendo un par de veces más, haciendo tanta fuerza que podía escuchar el crujir de sus costillas. Al ser consciente de eso me aparté asustada y lo contemplé. Había estado tan absorta en hacerle volver que no había reparado en la frialdad de su piel. Debía de llevar unas horas muerto.

Me incorporé sin saber muy bien qué hacer y mordí el labio mientras observaba el entorno que se abría ante mí. Entonces recordé las últimas palabras que había pronunciado Lilith antes de que perdiera el conocimiento. Le había pedido que Nikola regresara y ella había cumplido a cambio de serle leal a su hijo, aunque no supiera muy bien qué significaba eso y qué consecuencias conllevaba.

Decidí volver a adentrarme en la ciudad. Tenía que buscarlo por todos los rincones, pues Lilith ni siquiera se había tomado la molestia de indicarme en dónde lo había dejado. Como si fuera un paquete al que tenía que localizar. Estaba deambulando por las calles principales de Jerusalén cuando escuché a unos turistas hablar en mi idioma y me hicieron parar en seco.

—Sí, esos chicos tenían una pinta extraña con esa ropa oscura. ¿Te fijaste en los ojos del chaval? Uno verde y otro azul… daba mal rollo mirarlo.

—Bueno, últimamente creo que he visto a unos cuantos por Londres, sobre todo de noche. Con esto de no poder salir… estamos jodidos —dijo su compañero.

—Tienes razón. Yo no sé si creerme toda esta movida del virus. Demasiada seguridad por las ciudades como para que sea algo así. Es imposible enfrentarse a un virus con armas y esos dos…

—Y la chica estaba loca. ¿Qué hacía con una sartén?

Me mordí el labio al escucharlos. Esa descripción no podía pertenecer a otra persona que no fuera Angie. El otro tendría que ser Shamsiel. Me acerqué hasta ellos con cautela para no asustarlos.

—Perdonad por molestaros, pero ¿sabéis hacia donde se han dirigido las personas de las que habláis?

Ambos cerraron la boca al observarme y me hicieron un repaso de arriba abajo, como si analizaran si era uno de ellos o, al menos, de fiar.

—Dijeron algo acerca del muro de las lamentaciones. —Se encogió de hombros uno.

—¿Podéis indicarme dónde es? Os lo agradecería muchísimo.

Contuve la respiración mientras se miraban el uno al otro con cierto recelo. No los culpaba, seguramente mis pintas no serían las más confiables, pues tenía el pelo despeinado y la ropa sucia debido a mi aventura por la cueva.

—Pues verás… tienes que dirigirte a la Puerta de Dung. Es la más cercana del muro. Desde allí tendrás que subir, no tiene mucha pérdida.

—Gracias —respondí con sinceridad, elevando la comisura de mis labios.

No les di tiempo a contestar, pues puse rumbo hacia la puerta que me había indicado, que era otra de las más conocidas en Jerusalén junto a la Puerta de Damasco. Por lo poco que sabía, la única entrada que permanecía cerrada era la Puerta Dorada, pues se decía que por esa puerta regresaría el mesías para salvar a vivos y muertos el día del Juicio Final.

Caminé mientras me preparaba mentalmente para mi reencuentro con ellos. Shamsiel estaría furioso, Angie probablemente decepcionada. No sería sencillo explicarles todo lo que había sucedido durante su ausencia, pero los necesitaba para que me ayudasen a encontrar a Nikola y ponerme al día.

Minutos más tarde atravesé una gran plaza. A lo lejos podía ver unos edificios de piedra blanca junto a unos arcos del mismo color. Cuando me aproximé hasta ellos descubrí que en un lateral se encontraba el muro que tanto buscaba. Un grupo de judíos estaba concentrando, moviéndose y realizando cánticos que no comprendía.

Me detuve a observar a todas las personas que había a mi alrededor. Eran unas cuantas, lo que me hizo preocuparme por si no daba con ellos, pero la voz aguda de Angie y sus chillidos eran demasiado reconocibles. Sonreí al encontrarla frente a uno de los arcos, donde había estantes de libros tras una vitrina.

Shamsiel fue el primero en reconocerme. Sus ojos me atravesaron con dureza mientras arrugaba el ceño. No me dio tiempo a abrir la boca, pues no dudó en abalanzarse a por mí y golpearme contra la pared.

—¿Se puede saber en qué cojones pensabas?

Entonces Angie se giró y sus ojos claros me miraron con asombro.

—¡Laurie! ¡Estás aquí!

—Claro que está aquí —gruñó él—. Estaba claro que iba actuar por su propia cuenta y hacer lo que le da la gana, como siempre.

—Tenía mis motivos —me defendí—. Ya te dije que ni de broma iba a regresar a Edimburgo tan pronto y ponerme en manos de Adán.

—Tenemos unas reglas, Laurie. Órdenes, mandatos… tenemos un líder, ¿sabes? No puedes actuar bajo libre albedrío. Perjudicas a todos.

Le atravesé con la mirada, al igual que él hacía conmigo. Por mucho que les estuviera ayudando, eso no quería decir que fuera igual que ellos.

—Querrías decir tenéis —recalqué—. Es vuestro líder, no el mío. Que os ayude no quiere decir que tenga que ser una maldita marioneta. Sé tomar mis propias decisiones y no me ha ido nada mal, para tu información.

—Ah, ¿sí? ¿Acaso te has encontrado con Atary?

—¡Pues sí! —contesté alzando la voz.

Ante mi respuesta, ambos se miraron el uno al otro antes de posar de nuevo sus ojos en mí. En el rostro de Angie danzaron unas cuantas expresiones diferentes en cuestión de segundos.

—¿Y qué ha pasado? —intervino.

—Eso no es relevante por el momento. Lo que sí es importante es que Nikola tiene que estar por aquí. Tenemos que encontrarlo.

Shamsiel soltó una breve y sonora carcajada.

—Se ha vuelto loca. Atary ha debido de borrar las pocas neuronas que le quedaban en ese cerebro de nuez que tiene.

Emití un gruñido de advertencia al escucharlo. Era consciente de su animadversión hacia mí, pero ya estaba cruzando la línea de mi paciencia. Me tenía harta.

—Me da igual lo que pienses o creas, pero no pienso moverme de aquí hasta que lo encuentre.

—¿Encontrarlo? —volvió a meterse en medio Angie—, pero si él está…

La palabra muerto flotó por el aire, aunque no la verbalizara en alto. Cerré los ojos al comprender que ni siquiera ella confiaba en mí. También pensaba que estaba loca.

—Ya no, ¿vale? Ha vuelto a la vida.

—Sí, claro, como Jesucristo. No te jode —añadió Sham con sorna.

—Lilith lo ha resucitado —sentencié.

La expresión de ambos hubiera sido enmarcable de estar en un museo. La cara de Shamsiel comenzó a tornarse roja y Angie abrió los ojos con fuerza, a la vez que su boca. Ninguno de los dos fue capaz de decir nada por unos segundos, hasta que él explotó.

—¿Que quién hizo qué?

Tragué saliva y cerré las manos en un puño para aunar el coraje suficiente para no flaquear. Sabía que ese acto traería consecuencias, pero la recompensa era demasiado poderosa. Lidiaría con cualquier sufrimiento o condena con tal de volver a tener a Nikola a mi lado.

—Dime que no te has enfrentado a Lilith —susurró Angie sin creérselo—. Dime que no habéis llegado a algún tipo de acuerdo o algo raro que te pueda perjudicar.

—Pensé que me apoyarías —musité mirándola decepcionada.

—Y lo hago, pero no a consta de ayudar a la persona que nos ha jodido la vida a todos. ¿Qué has hecho?

—No es nada grave, solo le tendré que jurar lealtad a Atary.

El silencio se hizo presente entre los dos. Lo único que nos acompañaba eran los cánticos de los judíos y las voces de los turistas que se entremezclaban con los ciudadanos.

—De todas las estupideces que puedes cometer esta es, sin duda, la más…

—Déjame en paz, Shamsiel. Es mi problema, no el tuyo.

—¡No! —explotó—. Esto no es tu problema, es el de todos. ¿Acaso no has asimilado aun todo lo que está en juego? ¿Lo que significa la palabra lealtad? Es rendirte ante él, Laurie.

—Existe algo llamado mentir, y es algo que he aprendido con soltura durante todo este tiempo.

Sus ojos bicolores centellearon al escucharme. Si las miradas matasen, en ese momento estaría bajo tierra.

—Es Lilith, Laurie. Si su acuerdo era ese, estoy completamente seguro de que no va a ser prometer lealtad y ya. Usará su magia. Se beneficiará de ti y de tu poder.

—¿Cómo estáis haciendo vosotros? —solté sin poder aguantarme—. Ya estoy harta.

Me alejé de ellos. Me sentía como una olla bajo presión, a punto de explotar por toda la ebullición acumulada. Además, me sentía impotente, ni siquiera sabía dónde estaba Nikola. Podía aparecer en cualquier punto de Jerusalén, o del planeta. ¿Quién me aseguraba de que lo hubiera hecho de verdad? ¿Qué no fuera todo una trampa?

Había dado unos pasos cuando me detuve al sentir el suelo temblar. Al mirar a ambos lados comprobé que el resto se había dado cuenta. Algunos comenzaron a chillar en hebreo al grito de, seguramente, terremoto. Shamsiel y Angie corrieron hasta mi lado, él para mirarme en señal de advertencia, ella con el mismo miedo que el resto de las personas, pues se aferró aún más al mango de su fiel sartén.

—Es una réplica. Al parecer durante estos días ha habido varias. Hoy, sobre todo. Provienen del monte Calvario —informó el dhampir malhumorado.

—Nikola…

No me hizo falta decir nada más ni contar con su aprobación. Si el temblor había nacido en la cueva solo significaba que algo había salido de ella. Y eso me hizo pensar en que podía ser él. Corrí hacia la puerta por la que había entrado mientras escuchaba sus pasos a mi espalda. Estaba claro que no me iban a dejar sola de nuevo.

El regreso fue más sencillo. Sabía por dónde me estaba dirigiendo y, debido al temblor, los investigadores no se acercarían al monte durante unas horas, por precaución. Cuando llegué, escalé con tanta rapidez que temí caer y hacerme daño. Los nervios y la impaciencia eran malos compañeros.

Al llegar hasta la zona donde se encontraba la entrada al infierno me detuve. Sham y Angie todavía estaban subiendo por la pared rocosa que conformaba esa calavera desgastada. Parpadeé al fijarme en un lateral del agujero, un cuerpo oscuro y grande estaba tirado, inconsciente.

Me aproximé con cautela. Aunque no los viera, podía sentir como Shamsiel estaba cerca de mí. Por la forma y el color parecía que no se trataba de un humano, pero su pelo me resultaba familiar. Lo moví con cuidado, despacio, por miedo a despertarlo y que me atacara. Al hacerlo su rostro quedó frente a mí y me quedé congelada debido al shock.

Era él.

A pesar de su tez negruzca y las marcas, seguía teniendo los mismos labios y la forma de la nariz. No me hizo falta observar sus ojos grises para identificarlo. Era él. Tenía que serlo.

—Nik…

—Aléjate de él, Laurie —siseó Shamsiel, apresurándose para sostener su arco y apuntar una flecha en nuestra dirección.

—¡Qué haces!

Me enfrenté a Sham. Dejé el cuerpo demoníaco de Nikola a un lado y me quedé de pie, ocultándolo. No permitiría que le atacara de nuevo. No volvería a pasar por lo mismo. No otra vez.

—Es un demonio, Laurie. No me toques más los cojones y aléjate de una vez. Es peligroso. Si despierta… te atacará.

—¡Es Nikola! —grité sin creérmelo—. Él nunca me haría eso.

—Ese que ves ahí no es Nikola, es un demonio. Los demonios no tienen sentimientos, ni alma. Solo se mueven por el odio y la sed de sangre.

—Tampoco lo tienen los vampiros y, sin embargo…, él me quería.

—¿Acaso te lo dijo? —me atacó—. Los vampiros no quieren, son monstruos.

—Pues ese monstruo arriesgó su vida para salvar la mía. Dos veces. Y, sin embargo, tú… no te atrevas a llamarlo así. No eres más santo que él. Así que dispara. Ten los huevos suficientes y clava una flecha en mi pecho, porque no pienso dejar que acabes con su vida otra vez.

Nuestras miradas se cruzaron, enfrentándose. Angie nos miraba a ambos con temor, pero sus ojos se desviaban a cada poco hacia ese cuerpo demoníaco que estaba inconsciente.

—¿Cómo estás tan segura de que es él? —logró decir—. No… Es muy difícil identificarlo.

—Tiene sus mismos rasgos y… lo presiento. Es él, Angie. Es Nik.

—Pero Sham igual tiene razón, Lau… Es un demonio, míralo. Y si… ¿Y si te ataca? No quiero que te pase nada —objetó.

Lo contemplé un momento antes de que mi mirada danzara entre ella y el dhampir.

—Sí, tiene otro cuerpo, pero no deja de ser Nik. Me reconocerá, me ayudará. Sé que lo hará.

—Has leído demasiadas historias de amor —intervino Sham con dureza—. La realidad es mucho más complicada e injusta. Despierta de una vez.

—¡Estamos hablando de Nikola! —respondí alzando la voz. Podía notar como mis ojos brillaban por la impotencia que sentía al escuchar sus palabras. Era cruel—. Ha pasado por situaciones mucho peores.

—¿Peores que convertirse en un demonio sin alma? ¿Es que se te han olvidado las clases en la academia? Nos hablaron de ellos, son seres sin escrúpulos que se han criado en un lugar donde no existe el amor.

Mis labios se abrían y cerraban en un baile que no tenía fin. Mirarle me desconcertaba, no entendía cómo podía ser tan cerrado y hostil.

—También en la academia os enseñaron lo mismo sobre los vampiros y estabais equivocados. ¿Por qué no podéis tener un poco de fe? Nik no fue criado entre demonios, lleva siglos siendo un vampiro y… me quiere. Lo sé. Sino no hubiera arriesgado su vida por mí.

Sham arrugó el ceño al escuchar mi defensa, pero no dijo nada. En su lugar, quién abrió la boca fue Angie, que señaló al cuerpo inconsciente que había detrás de mí.

—Eh… chicos… creo que ha llegado el momento de usar mi sartén. Solo… por si acaso.

Antes de que pudiera fijarme en por qué decía eso, un gruñido ronco, casi de ultratumba, brotó desde lo más profundo del cuerpo que había a mi espalda. Al girarme, me di de bruces con un cuerpo duro y unos ojos negros, vacíos como parecía estar su alma.

—Nikola… —susurré.

En el momento en que pronuncié esas palabras todo pasó muy deprisa. El demonio en el que se había convertido me atrapó con sus garras, elevándome unos centímetros del suelo. Angie chilló y Sham tensó su brazo hacia atrás para prepararse para disparar. El miedo que sentí por volver a perderlo fue mayor que el miedo a morir. Su agarre era firme y frío, como si no le importara. Como si no me… recordara.

Por eso me negué.

—¡No dispares! —grité.

Los ojos de Sham parpadearon en consecuencia, pero no aflojó el brazo.

—Va a acabar contigo. No lo permitiré —contestó en advertencia.

Miré a aquel demonio que se resistía a bajar la guardia. Sus ojos vacíos se fijaban en cada uno sin perder detalle. Intenté resistir e ignoré el dolor que me provocaba al clavar sus garras entre mis costillas. Balanceé mi cuerpo como pude para intentar soltarme, pero era imposible. Mi respiración comenzó a sonar entrecortada debido a la falta de oxígeno. Sus uñas comenzaban a hundirse en mi piel, haciéndome sangrar.

—Nik… Nikola. Mírame. Soy yo.

Le observé. A pesar del miedo decidí no quitarle ojo. Necesitaba encontrar un brillo en los suyos, algo, cualquier cosa que me indicara que aún tenía salvación. Lilith me había dado la oportunidad de reencontrarme con él y no podía desaprovecharla. Mi corazón continuaba latiendo desbocado por tenerlo frente a mí. Tenía que intentarlo.

Moví mis brazos hasta su rostro, la zona hundida que había pertenecido a sus fuertes pómulos. Entonces anclé mis dedos en su piel, como si de esa manera pudiera conectar mejor con mis sentimientos. Tenía que recuperar su lado racional, sus recuerdos. Estaba segura de que si todavía no me había matado era porque en algún rincón inhóspito de su mente y de su corazón estaba yo.

—Nik, sé que puedes hacerlo. Tienes que luchar para volver.

Hundí aún más mis dedos en su piel, presa de la desesperación. Cada segundo era de vital importancia, pues su agarre no aflojaba. Además, Shamsiel seguía en posición de ataque y eso no ayudaba. Incluso Angie contemplaba la escena presa del pánico, con los ojos bien abiertos.

—Nik, por favor —supliqué con los ojos húmedos por las lágrimas que amenazaban por salir. La paciencia de Sham no era infinita y no quería que muriera en mis brazos otra vez.

Mi pecho subió y bajó en un ritmo frenético. Sentía como cada segundo que pasaba me faltaba más oxígeno y un reguero de sangre empezó a manchar mi ropa. Mi vista comenzó a tornarse borrosa, pero eso no impidió notar mis mejillas mojadas.

—Nik, ¡mírame! —grité con las fuerzas que me quedaban—. Vuelve con… conmigo.

Cerré mis ojos y acerqué mi rostro al suyo movida por el último aliento. La textura de sus labios era diferente, pero seguía sabiendo a él.

Seguía siendo él.

Me aferré a su boca como si fuera un barco a la deriva y yo un ancla que lo hiciera volver. Mis manos temblaron debido a tener a la muerte pisándome los talones.

Lo último que vi antes de dejarme caer fue su rostro confuso y cargado de sufrimiento, una expresión tortuosa que quedaría grabada en mi memoria. Entonces Sham disparó, apuntando en el centro de su corazón.

No permití que hiciera nada más. El grito que brotó de mi interior fue tan grande que provocó que mi cuerpo se calentara y me picara, produciendo una explosión. Entonces me lancé a por Nikola y lo abracé para protegerlo, en un intento desesperado de salvarlo. Sus labios temblaron antes de lanzar su último suspiro, empañado por mis lágrimas. Aun así, fue lo suficientemente claro para entenderlo.

—Amélia…

Sus ojos se cerraron al mismo tiempo en que mi corazón se rompió, pues en el suyo solo había espacio para su único amor.

Entonces lo comprendí.

Nikola había sacrificado su vida, no para salvar la mía, sino para intentar redimirse y reencontrarse con ella en el cielo.

Solo me había usado.

Al recuperar la conciencia, lo primero en lo que me fijé fue el desastre que había causado, pues Angie y Sham permanecían tirados en el suelo. Aún con la traición pesándome en el pecho y la sensación de vacío y desgarro por un corazón roto, auné todas las fuerzas posibles para ir hasta ellos y comprobar que estuvieran con vida.

No sabía qué me dolía más: La traición de Nikola o revivir de nuevo el momento en el que Sham le había disparado y yo no había podido hacer nada. Claro que la situación ahora era diferente.

Estaba cansada de sentirme así. Usada. Lo habían hecho en tantas ocasiones que la palabra me pesaba. No quería ser el peón de ningún bando, quería ser feliz. Solo eso. Feliz con todas las letras.

Lo segundo en lo que me fijé fue en el cuerpo inerte de Nikola y, sí, aun sabiéndolo, fui tan estúpida como para acercarme hasta él y comprobarlo. Tragué saliva, como si con ese gesto también pudiera llevarme esa sensación amarga que quemaba mis entrañas. Una parte de mí se negaba a asimilar que había sido tan tonta como para no darme cuenta antes.

Atary tenía razón.

Me había dicho la verdad y yo no lo había creído.

Lo tercero y último en lo que me fijé fue que él, precisamente él, se había situado frente a mí, a escasos metros de distancia, y me miraba fijamente.

—No tenemos mucho tiempo. Madre quiere que regreses al infierno para jurarme lealtad, Laurie. Quiere que cumplas tu parte del trato.

Miré a esos cuerpos que había tirados en el suelo.

Cada uno de ellos me había despertado sentimientos diferentes y todas ellas se arremolinaban en mi estómago, haciéndome daño. Entonces miré a Atary. Mantenía su cuerpo inmóvil y sus ojos me observaban con expectación. Mi mente recordó esa visión que había tenido en el espejo y sus palabras aterrizaron entre mis recuerdos:

Solo quería que aceptaras tu oscuridad. Aceptar tu identidad es tu única salvación si quieres sobrevivir en esta guerra que está a punto de acontecer. De lo contrario todos tus intentos habrán sido en vano, y yo solo quiero protegerte. Te lo prometí durante muchas ocasiones y yo siempre cumplo mis promesas.

Parpadeé. Lo último a lo que me aferraba era a que fuera una trampa por su parte. A que, incluso esto, formara parte de su plan para tenerme a su lado. Atary sabía lo que Nikola me importaba y lo mucho que me iba a doler una situación así. Además, tenía el poder de la ilusión. Podía habernos hecho creer que era Nikola cuando podía haber sido un demonio cualquiera.

—Júrame que no has tenido algo que ver. Prométeme que ese de ahí —dije señalando el cuerpo del que creía mi amor—, era Nikola de verdad. No otro más de tus engaños.

—Te prometí que te dejaría llevarte el golpe sola. Sin ayuda ni intervenciones. Y… siempre lo supe, Laurie, en el corazón de Nik solo había sitio para un único amor. Até cabos cuando lo vi en el castillo con un libro de magia negra en sus manos. Nunca perdió la esperanza en poder recuperarla. Y tú… fuiste el blanco más fácil.

Tragué saliva mientras intentaba digerir sus palabras. La honestidad de Atary era tan brutal que desgarraba mi garganta. Los ojos me escocían al intentar no llorar. Al final todos me usaban de alguna manera. Nadie se libraba de ser egoísta y cruel.

Estaba cansada de vivir a merced de los demás y moverme según sus deseos y circunstancias. Decidí que tenía que pensar única y exclusivamente en mí y mi felicidad. Encontrar mi lugar en este mundo triste y cruel, porque no quedaba de otra. Tenía que aprender a caminar sin buscar la mano de alguien más. Confiar en mis propias capacidades sin esperar apoyo o el respaldo de nadie.

Cerré los ojos mientras decidía mi siguiente paso, aunque lo tenía bastante claro. Al abrirlos asentí, incapaz de decir nada más.

Mientras caminaba hacia él escuché cómo Angie se incorporaba y se quejaba debido al impacto. Atary extendió su mano como invitación para aceptar la mía y sus ojos azules me miraron con adoración. Antes de dar ese movimiento me giré y los ojos expresivos de mi amiga se encontraron con los míos.

—Cuídate, Angie.

Mi amiga boqueó como si fuera un pez fuera del agua, luchando para no ahogarse. Al darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer se apresuró para levantarse y correr en mi dirección.

—¡Laurie, no!

Entonces sostuve la mano de Atary, apretándola para que la frialdad de su piel contrastara con la mía. Sus ojos brillaron al mirarme mientras mostraba una sonrisa sincera y sus palabras vibraron en el aire augurando un comienzo diferente.

—Bienvenida al infierno de nuevo, princesa.

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