Laurie

Laurie


Capítulo 35

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CAPÍTULO XXXV  PARA TODA LA ETERNIDAD

El viaje fue muy diferente frente a la primera vez. Para empezar, no necesité dormir para separar mi alma del cuerpo y, además, fue un trayecto mucho más breve que el anterior, pues Atary tenía la habilidad de moverse por los pisos con facilidad, como si se teletransportara.

Tenía que reconocer que imponía mucho más que cuando lo conocí en la facultad. Aquí todos los seres del inframundo bajaban la cabeza al verlo y murmuraban unas palabras ininteligibles para mí. Lo respetaban. Eso captó mi atención y me hizo recordar lo que me había dicho antes de resucitar a Nikola. Quizás había sido sincero de verdad.

Aun así, no pude controlar la traición que afloraba por mi pecho. Nik me había hecho creer que le había importado lo suficiente como para despertar nuevos sentimientos en su interior. Me había aferrado a que al menos un Herczeg actuó de forma desinteresada por mí, pero me había equivocado. Quizás los dhampir tenían razón. Puede que siempre siguieran sus propios objetivos de manera egoísta y calculadora.

Examiné los ojos azules de Atary mientras avanzábamos por los pasillos del último piso, donde el frío hacía erizar mi piel. Mantenía esa pose segura y arrogante que le caracterizaba, sin un ápice de malicia o maldad. Cuántas veces había escuchado que era ambicioso y cruel, que le daban igual los demás si podía salvarse a sí mismo, pero, sin embargo… un atisbo de esperanza se aferraba a mi corazón, seguramente motivado por el temor a quedarme completamente sola. La dependencia y la soledad son los mayores enemigos de uno mismo.

—¿Estás preparada para la presentación que es debida? —preguntó de repente, sacándome de mis dudas e inseguridades.

Lo miré con recelo. Sus ojos brillaban con nerviosismo.

—¿La presentación?

—Estableciste un trato con madre donde me guardarías lealtad. Sabes qué implica eso, ¿no? Sino no lo hubieras hecho.

Mantuve la respiración al verle arrugar el ceño y mirarme con el semblante confundido.

—No, no sé qué implica eso.

—¿Aceptaste el trato sin entender sus condiciones?

Sus ojos se abrieron a la par que hacía un gesto de extrañeza con los labios.

—Quería agradecer a Nikola todo lo que había hecho por mí. Pensé que…

Atary se mantuvo inmóvil frente a la gran puerta que nos separaba de la sala principal, donde se alzaban los tronos de Lilith y Samael, al escucharme. El silencio que se formó entre ambos fue tan palpable que me provocó un escalofrío.

—Laurie, jurarme lealtad significa casarnos. Estar conmigo para toda la eternidad —recalcó.

Su explicación resonó por los pasillos, aturdiéndome. Entonces recordé la escena que había presenciado al caminar entre los recuerdos de Lilith. ¿Tendría que hacer lo mismo? No estaba preparada para lo que significaba toda la eternidad.

—Eso no… Yo no…

—Debí suponer que tu impulsividad bloquearía tu lado racional. —Suspiró—. Intentaré convencer a madre para que te dé unos días para pensarlo, ¿vale? Pero no prometo nada. Lo único que te pido es que vengas conmigo para que hables con ella. Quizás su visión de los hechos te haga reflexionar. Sé que para ti siempre hemos sido los malos, pero me gustaría que al menos nos escucharas.

Enmudecí al oírlo. Podía sentir como todas mis defensas se quebraban gracias a su amabilidad. ¿Acaso era una trampa? ¿Una treta para aprovecharse de mi vulnerabilidad? Aun así, asentí. Me encontraba entre la espada y la pared.

Atary no escondió su gesto de sorpresa al verme acceder y tragó saliva para recomponerse antes de abrir la gran puerta. Caminamos uno junto al otro sin llegar a rozarnos, pero podía sentir su respiración agitada, como si los nervios le estuvieran jugando una mala pasada. Me puse en guardia al recordar que sus padres seguían sentados en sus respectivos tronos con expresión tranquila.

—No me imaginaba encontrarte de nuevo tan pronto por aquí —dijo a modo de saludo.

—Y yo que el acuerdo tenía letra pequeña —respondí sin amedrentarme.

Durante unos segundos mantuvimos un duelo de miradas penetrantes y significativas.

—Sobre eso quería hablarte, madre —intercedió Atary colocando una de sus manos sobre mi hombro derecho y me dio un apretón—. Laurie ha vivido demasiado últimamente y necesita algo de tiempo para asimilar la situación. No quiero comenzar una nueva relación con ella a base de mentiras y desconfianza, así que considero conveniente que escuche primero nuestra versión y luego decida lo que considere mejor.

Mi mirada se turnó contemplando la expresión serena de Atary mientras pronunciaba esas palabras y el gesto de asombro dibujado en el rostro de su madre. Samael, sin embargo, permanecía callado y serio en su asiento, contemplando a ambos con el codo apoyado en el respaldo del trono y el dedo índice de su mano derecha apoyado en la mejilla.

—Está bien —accedió ella—. Tiene su lógica.

Examiné con recelo cada gesto y movimiento que hacía para acomodarse en el asiento. No me olvidaba que estaba frente a la persona que había intentado matarme en varias ocasiones, pero estaba yo sola, no me convenía enfadar a nadie.

—Pero antes me imagino que querrás descansar y comer algo —dijo mientras su mirada se dirigía en mi dirección—. Atary, llévala a alguna habitación mientras ordeno la preparación de un banquete en su honor. Qué menos que darle la bienvenida que se merece.

Miré a aquel que había sido mi novio durante meses para evaluar su expresión. Parecía tan sorprendido como yo por su genuina amabilidad. Me hizo un gesto breve con la cabeza para que lo siguiera, así que, muy a mi pesar, les di la espalda para seguirlo de nuevo por los pasillos del último piso del infierno.

—Espero no haberte incomodado con toda esta situación —dijo de repente tras unos minutos en silencio.

—Incomodar no sería la palabra, más bien inquietar. No me fío.

—Y lo entiendo —respondió antes de exhalar un suspiro de cansancio—. Sé que la he cagado en muchas ocasiones, pero te prometo que siempre he intentado protegerte. A mi manera.

—¿Qué implica casarnos? —pregunté enarcando las cejas al llegar hasta una habitación con una enorme cama a dosel. Solo con ver las sábanas y los tonos rojizos de las paredes mi cuerpo se puso en tensión.

—¿Eso quiere decir que te lo estás planteando?

Intenté disimular el rubor que me produjo ver sus comisuras elevándose, formando esos dichosos hoyuelos que me habían cautivado al llegar a Edimburgo y tropezar con él. Si hubiera estado más atenta ese día, quizás… Suspiré. Ya era tarde para pensar en vidas paralelas.

—He actuado demasiadas veces de manera impulsiva. Por una vez quiero conocer todas las cartas antes de decidir una jugada.

Atary se sentó al borde de la cama y hundió sus manos en el colchón para apoyarse. Sus ojos me atraparon al mirarme con atención.

—Es lícito y sensato. Me alegra poder ver tu crecimiento de esta manera.

—Menos cumplidos, Atary, y más explicaciones —gruñí.

Balanceé el peso de mis pies mientras me cruzaba de brazos, apoyada contra una pared. Me conocía demasiado como para saber que él aún desprendía ese magnetismo en mí que me hacía replantearme todo, y no quería eso. Atary no podía enterarse de que todavía conservaba esa baza a su favor. Además, me desconcertaba. Sabía que mis sentimientos por Nikola habían sido sinceros, así que no entendía por qué narices seguía respondiendo ante el hijo de la oscuridad con tanta facilidad después de tantas decepciones.

Empezaba a creer que de verdad era masoquista y seguía confiando en las causas perdidas. Me asustaba observar que seguía dudando de todo y desconfiando de todos. Me hacía sentir sola.

—Está bien, te contaré todo lo que sé, pero prométeme a cambio que no saldrás corriendo y esperarás a escuchar todo lo que tiene que decirte madre. El lobo siempre será el malo si solo escuchas la versión de Caperucita —advirtió. Sus ojos brillaron con fiereza, intensificados por las llamas que había en la chimenea situada en una esquina de la habitación.

—Lo prometo.

Atary suspiró antes de asentir con la cabeza.

—Bien. Casarnos implicaría que serías leal a mí. No podrías traicionarme ni hacerme daño. Tu mente se encargaría de protegerme en caso de que me sucediera algo. Serías mi compañera para toda la eternidad, o hasta que la muerte nos separe, como se suele decir.

Al terminar la explicación me miró, como si estuviera aguardando mi reacción. Me mantuve en silencio sopesando sus palabras, aunque por dentro me sentía atónita. ¿Qué clase de machismo era ese? ¿Por qué tenía que protegerle yo a él? ¿Y por toda la eternidad? Era absurdo.

—Eres consciente de mi condición, ¿verdad? La palabra eternidad se queda algo grande —objeté.

—Aquí el tiempo funciona diferente. Eso no es un problema, si es lo único que te preocupa.

Era una situación extraña. Ver a Atary analizando cada gesto, cada movimiento, cada palabra… desde una posición de inferioridad, me resultaba confuso. Incluso me hacía estar en guardia. Todo esto a él le beneficiaba demasiado, no entendía su postura de estar en segundo plano.

—Es machista —espeté.

—¿Perdón?

Atary arqueó sus cejas al escucharme hablar con esa intensidad.

—En ningún momento has dicho que nos vamos a guardar lealtad, solo has mencionado la mía. Que no sea mutuo me resulta machista e injusto. Ahora entiendo por qué Lilith tenía tantas ganas de hacer el trato.

El menor de los Herczeg esbozó una sonrisa divertida antes de responder:

—Te advertí que madre no hace favores por nada, pero no eres muy fan de escucharme. Respecto a la boda, mi padre lo estableció así con madre para evitar ser traicionado. Ya estaba débil por la Primera Guerra, así que necesitaba garantizar su legado para vengarse llegado el momento. Y sobre nosotros… bueno, pequeña, fui sincero cuando te dije mis intenciones, pero tampoco soy idiota. La posibilidad de que me traiciones es bastante alta y no queremos correr riesgos, no estando tan cerca de cumplir su objetivo.

—¿Y si decido no hacerlo?

—Entonces pasarás a ser nuestra enemiga y será complicado convencer a madre para no acabar contigo. Quizá lo que podría conseguir es que permanecieras encerrada en los pisos subterráneos.

—Así que… básicamente da igual lo que decida porque mi destino es estar aquí encerrada para toda la eternidad —enfaticé—. Genial.

Me crucé de brazos. Me parecía increíble que mi decisión fuera a dar igual. Otra vez.

—Pero en diferentes condiciones. Si aceptas, estarás a mi lado y nadie más te hará daño. Serás invencible y temida por todos. Respetada. Incluso podrás castigar aquí dentro a aquellos que te hicieron débil.

—¿Empezando por ti? —contraataqué.

—Estaré encantado de que me castigues. —Sonrió y me guiñó el ojo.

Abrí la boca para responder, pero unos golpes en la puerta me hicieron sobresaltar. Uno de esos seres se asomó tras ella y nos observó sin un ápice de sentimiento en la cara.

—Me han pedido que le informe que ya está preparado el banquete y les esperan.

—Ahora mismo vamos, Belfegor.

El demonio asintió antes de retirarse.

—¿Estás preparada?

Atary se levantó de la cama para mirarme con un brillo de esperanza y me ofreció su mano. La miré durante unos instantes antes de suspirar y terminar asintiendo. Entonces se situó a mi lado y la enlazó con la mía. Temblé al sentir sus labios peligrosamente cerca de mi oreja.

—Aún tienes que escuchar la versión de madre. Tiene mucha historia que contar.

El espacio imponía. Se trataba de una gran sala presidida por una larga mesa de color oscuro, repleta de comida, sobre todo de carnes ensangrentadas. Tragué saliva al contemplar la escena. Lilith y Samael estaban sentados uno frente al otro, cada uno en un extremo, con una expresión de indiferencia. Junto a ellos había varias sillas ocupadas por demonios y otras dos vacías para nosotros.

—Espero que te guste. No estamos acostumbrados a recibir visitas.

Me mordí la mejilla interna para evitar hablar. No quería tener otro enfrentamiento con Lilith, pero ambas éramos conscientes de que, más que una invitada, era una reclusa. Me senté bajo su mirada atenta, mientras que Atary se acomodaba con aire despreocupado.

Observé los platos que había sobre la mesa y decidí coger una costilla. Al llevarla hasta la boca, olfateé la salsa que tenía por encima. Me bastaron unos segundos para saber que era sangre. Arrugué la nariz antes de dejarla en el plato con disimulo y me tensé al sentir que un par de demonios se acercaban por mi espalda para dejar más platos con comida sobre la mesa.

—¿Y bien? —insistió Lilith.

—Laurie quiere saber por qué hacemos esto, madre —intervino Atary, mirándome de soslayo.

Ella se incorporó en el asiento y nos miró a ambos antes de responder.

—Venganza. No hay ninguna palabra que lo vaya a definir mejor. Mi existencia fue hecha solo para satisfacer a un idiota y poblar la Tierra. Daba igual que no quisiera, que me negara, que tuviera otros planes. Mi voz y mi decisión parecía que no estaban al mismo nivel que la de Adán, el protegido de Lux.

Lilith arrugó el ceño antes de masticar un pedazo de carne y tragar para seguir explicando.

—Lux y Adán se empeñaron en silenciarme para que no me rebelara. Y, sinceramente, me da igual las veces que lo intenten, porque no lo conseguirán. No permitiré que gobierne un bando que ha tratado de esconder una violación.

Empecé a toser al ahogarme con lo que había bebido. Lilith había pronunciado esa palabra de manera abierta, cruda, sincera. Sus ojos brillaban cegados por la rabia. Me mantuve en silencio mientras seguía sumida en sus recuerdos.

—¿Lo sabías? —preguntó Atary mirando en mi dirección.

—No —musité.

—Claro que no. —Resopló ella—. Sus seguidores se han encargado de convertirme en la villana porque es mucho más sencillo. Nunca se han parado a cuestionarse si lo que predican es verdad. Un bando que oculta y menosprecia a las mujeres en beneficio de los hombres nunca será un buen bando. Al menos en el nuestro hay igualdad de condiciones. Se castiga a aquellos que hayan abusado de su poder y las mujeres podemos gobernar.

—Pero…

Lilith me hizo un gesto con la mano para detenerme.

—Mírate a ti. ¿Acaso han hecho algo por ti aparte de usarte a su antojo? No soy idiota. Soy consciente de que quieren que nos detengas, pero ¿acaso te has preguntado por y para qué? Se pasan la pelota los unos a los otros mientras cometen atrocidades. Se excusan si los pillan diciendo que es el demonio, que es el pecado producido por mí, quien les incita a hacerlo. Es asqueroso. Me enerva la sangre que me culpen de algo en lo que no tengo nada que ver. Merezco venganza y no me detendré hasta conseguirla.

El silencio reinó en el ambiente. No podía dejar de mirarla mientras sopesaba en todo lo que había dicho.

—Pero Adán y Eva… ya te vengaste de ellos —verbalicé.

—No me hables de Eva —gruñó antes de clavar el tenedor en un nuevo costillar—. Todo lo que hice fue intentar abrirle los ojos, pero hicieron un buen trabajo con ella. Sumisa, incapaz de razonar. Todo lo que hacía era vivir por y para Adán. Fue insultante. Las mujeres no hemos sido concebidas para garantizar la descendencia, como si fuéramos ganado. Hemos sido creadas para vivir la vida que nos dé la gana, en total libertad. Ningún hombre tiene derecho a cuestionarnos ni decirnos qué hacer, como si fuera superior.

—Por eso te juntaste con… él —dije mirando de soslayo a Samael.

—Samael fue el primero en querer rebelarse contra Lux. Se negó a acatar sus leyes y sus imposiciones. Muchos ángeles estaban cansados de sus constantes órdenes y trabajos mientras él se lavaba las manos. Los trata como piezas. Y Samael no se merecía el castigo que recibió. Él solo se encargó de darme un mejor futuro, de darme voz, de darme fuerza. Sin su ayuda, Lux y su bando se habrían salido con la suya. Hubieran ganado. Y yo habría terminado… muerta. Silenciada. Como si nunca hubiera existido. Para ellos solo fui un error que se tomó demasiadas libertades. Que se atrevió a decir que no.

—Y ahora, después de intentar matarme varias veces, me quieres en tu bando —concluí mientras mi mente reflexionaba sus palabras. Aunque tuviera sentido y le diera la razón en eso no olvidaba el trato que siempre me había dado. Parecía que yo no tenía derecho a participar o estar en ese ideal de vida del que hablaba.

Lilith esbozó una sonrisa maliciosa antes de contestar.

—No me habías dejado otra opción. Todo el que no está conmigo está contra mí, y no me gusta dejar cabos sueltos. No es nada personal. Estamos demasiado cerca de cumplir nuestro objetivo como para echarlo todo a perder, por eso estás aquí ahora. Es mi manera de pedir perdón y empezar de cero, si tú quieres.

—Únete a nosotros, Laurie —intervino Atary—. Lo mejor que puedes hacer es aceptar tu oscuridad y gobernar a mi lado. El infierno siempre te ha pertenecido y ahora espera que te pongas la corona.

Observé el plato que había frente a mí mientras barajaba la respuesta. Tampoco tenía mucha opción de margen para que me lo pensara demasiado, pero no quería arrepentirme.

Me imaginé sentada en el trono junto a él, juntos condenando a aquellas almas que hubieran cometido algún acto atroz. Recordé la sensación de poder que me había transmitido el espejo, la sensación que saboreaba cada vez que me había defendido de aquellos que me habían hecho daño.

Atary tenía razón en algo, estaba deseosa de que vieran mi poder. La venganza era un sentimiento demasiado tentador como para dejarlo escapar como si nada. Pero también era un arma de doble filo, pues podías correr el riesgo de obsesionarte y no ver más allá.

—¿Y bien?

Miré sus ojos. Eran del mismo color que Lilith y en el centro sus pupilas se expandían, abrazando a la oscuridad que los albergaba. Parecía ansioso por saber mi respuesta, como si de verdad deseara que aceptara su propuesta y quisiera tenerme a su lado por siempre.

Tragué saliva antes de mirar a todos por última vez y detuve mis ojos en él. Entonces asentí.

—Acepto, Atary. Me casaré contigo.

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