Laurie

Laurie


Capítulo 36

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CAPÍTULO XXXVI  BODA DE SANGRE

A partir de ahí los preparativos fueron una locura. Lilith se encargó de ordenar a toda una horda de demonios detalles como tener un ramo, un vestido acorde y un lugar para oficializar la ceremonia. No podía quedar nada sin preparar bajo su escrutinio y yo solo podía asentir y aceptar.

Al menos, durante esos días me separaron del resto otorgándome una habitación propia. Allí me dediqué a mirar el paisaje oscuro del infierno por un enorme ventanal mientras sopesaba todo lo que había vivido durante los dos últimos años. No solo la traición por parte de Nikola, sino también las experiencias vividas con los otros dos Herczeg y los dhampir. No podía creerme que se estuviera cociendo una guerra a fuego lento y yo estuviera en medio de ambos bandos. Ni siquiera era capaz de imaginarme cómo me enfrentaría a la nueva situación una vez me casara, cómo iba a guardarle lealtad al príncipe de la oscuridad.

Pensé en Angie. Sus ojos mirándome asustados al situarme al lado de Atary y aceptar su invitación. Quizá ahora me odiaba al no entender por qué lo había hecho. Quizá había rehecho su vida y ni se preocupaba por mi existencia como yo estaba haciendo con ella. Quizá, y solo quizá, no había sido tan importante en su vida como para tomarse unos segundos en imaginar cómo estaría yo. Me había acostumbrado demasiado a que todos me hicieran daño y no les importara lo más mínimo mis sentimientos.

Aun así, nunca había estado tan nerviosa como ahora. Incluso cuando supe que la muerte estaba abrazándome, producto de ver a Atary en todo su esplendor, deseoso por morderme y convertirme en una vampiresa hacía ya un par de años, no había sentido ese desesperante cosquilleo recorriendo mi cuerpo.

No quería defraudar a nadie ni decepcionar. No quería que alguien pensara que me había vuelto loca y estaba cometiendo el mayor de los errores. Guiarme por impulsos era todo lo que sabía hacer y lo que me había funcionado hasta el momento, así que me parecía conveniente seguir con mi intuición. Ser autodidacta.

Avancé incluso sin quererlo por la habitación, esperando que no fuera demasiado tarde. Me daba igual lo que el resto pensara, que hacer pactos con Lilith trajera consecuencias e incluso pudiera peligrar mi vida. Había conseguido revivir a Nikola y la ceremonia tenía que llevarse a cabo, quisiera o no. Además, Atary me había echado una mano y quería agradecerle, de alguna manera, haber intercedido a mi favor. Por ese motivo ignoré mis miedos, esos que me susurraban que había llegado el momento de escapar si quería continuar respirando y ser libre.

Cada paso que daba por el espacio provocaba que el fuerte olor a incienso y ceniza se adentrara en mi nariz, aturdiéndome. Me había costado un mundo llegar hasta donde estaba y no podía echarme atrás. No después de todo lo sucedido. Todos esperaban mi siguiente movimiento con ansias.

Tenía que reconocer que, después de todo lo que había pasado, nunca me hubiera imaginado estar aquí. Tantas veces que había rechazado mi identidad, aquella que me había definido desde que nací, y ahora estaba a punto de abrazarla y aceptarla. Eso me hacía flaquear.

Mis ojos no pararon de posarse en todos los rincones que había a mi alrededor. Cada objeto que encontraba, cada color, cada olor, cada sensación… todo era nuevo e inexplicable para mí y, en cierto modo, familiar.

Mi mente no paraba de recordar todo lo sucedido hasta el día de hoy, incapaz de controlarlo. Todo por lo que había pasado hasta llegar a este momento aparecía en fragmentos borrosos que me cargaban de culpa y remordimientos. Nunca me hubiera imaginado que iba a terminar celebrando un acto como este sin la presencia de mi familia y mis amigos.

Cerré los ojos e inspiré con fuerza, intentando no echarme a llorar. Si dedicaba más tiempo de lo normal a recordar las pérdidas que había sufrido nunca podría recomponerme. Debía mantenerme fuerte, más de lo que había sido hasta ahora. No podía permitir que presenciaran mi debilidad.

—Debes darte prisa —dijo una voz hosca a mi espalda, haciéndome sobresaltarme. Se trataba de uno de los demonios más devotos a Lilith.

Suspiré y asentí con la cabeza, consciente de lo que se avecinaba. Al comprobar que volvía a estar sola caminé hacia el rincón donde tenía el vestido preparado. Si alguien me hubiera dicho un par de años antes que me iba a casar con uno así me hubiera reído, considerándolo una broma absurda. Y, sin embargo, aquí estaba ahora.

Al pasar los dedos por la textura cerré los ojos, saboreando la sensación. Era una tela fina y delicada, como una caricia en mis yemas. El color no era lo esperado y tampoco el estilo, pero quién era yo para objetar nada. Debía de estar preparada y a la altura de las circunstancias. Cada segundo que pasaba era un motivo más que agradecer y confiar en que todo saldría bien. Conseguiría salir ilesa de esta.

Al quitarme la ropa y ponérmelo, sentí como la majestuosidad de la prenda me rodeaba. Me miré en el oscuro espejo que había en un lateral de la sencilla sala y no pude evitar tragar saliva. Era un vestido digno de una reina. Con un escote en forma de corazón, cuyos hombros tenían una flor negra de la que salían varias líneas del mismo color y unas mangas rojizas en tono oscuro entremezcladas con el color negro que había por encima. Las pequeñas piedras que lo decoraban conseguían que este brillara debido a la tenue luz que me acompañaba, terminando por acumularse en una especie de cinturón con más rosas negras.

Me moví para ponerme de perfil, tirando del vestido con fuerza para que este bailara a mi son. Del cinturón caía una cascada rojiza, otorgándole presencia. Mi espalda estaba desnuda, equilibrando los oscuros colores con la tez pálida que bañaba mi piel y el recogido de mi cabello evitaba hacer contraste. Por una vez no pude evitar saborear el magnetismo que irradiaba, la fuerza y el poder que parecía tener solo por llevar puesto algo de tal calibre.

Satisfecha con el resultado, me dirigí hasta la mesita que había al lado y sostuve entre mis manos el ramo de rosas negras y rojas que con tanta dedicación había sido preparado. Al acercarlo a mi nariz, aspiré el aroma a incienso y ceniza. Era un olor fuerte, pero gratificante, me relajó a los pocos segundos.

Me miré de nuevo al espejo antes de decidir salir. Los labios rojos y el contorno oscuro de mis ojos marcaban la diferencia de todos estos años. Ya no era la misma Laurie que empezó la facultad hacía un par de años, era una bastante diferente. La persona que había en el reflejo era una mujer segura de sí misma, una chica curtida a base de errores y golpes. No estaba dispuesta a cometer otro más. Debía demostrarles a todos quién era Laurie Duncan y por qué había venido a este mundo. Porque todos esperaban algo de ella.

De mí.

Salí de la pequeña sala acompañada por dos sirvientas, ambas permanecían en silencio mientras me indicaban el camino, aunque no tenía mucha dificultad. La iglesia en la que se iba a realizar la celebración nupcial estaba al fondo del agujero negro que conformaba la residencia infernal.

Cuando estas abrieron las puertas todo el mundo enmudeció, incluida yo. A cada paso que daba no pude evitar contemplar los grandes techos abovedados que nos cubrían junto a unas lámparas de araña. El suelo estaba conformado por rombos blancos y negros, y la vidriera rojiza iluminaba la figura del hombre que en ese momento me estaba dando la espalda.

Mi futuro esposo.

Mi corazón se encogió al darse cuenta de la presencia que irradiaba con ese pelo azabache y su traje negro hecho a medida, resaltando cada contorno de su cuerpo. Incluso sin ver la expresión de rostro sabía que, por una vez en su vida, estaba nervioso.

Terminé de caminar hasta llegar a su lado y contemplé las figuras allí presentes, todas estaban sentadas en los amplios bancos que nos acompañaban. Era un acto tan solemne que nadie se atrevía a abrir los labios, salvo aquel que iba a presidir la ceremonia.

Mientras comenzaba a soltar las primeras frases me atreví a mirarle y fue entonces cuando me quedé atrapada. Sus ojos me miraban con adoración, como si esa fuera la primera vez que nos hubiéramos encontrado. Su mano comenzó a buscar la mía para apretarla. Sonreí casi de forma inconsciente al sentir su tacto y él me acompañó, apretando con mayor ahínco. Entonces la voz que nos acompañaba me hizo volver la atención, estremeciéndome.

Cuando pronunció la importante pregunta que muchos temían nada más pisar el altar, no pude evitar que el vello de mi piel se erizara. Él no dudó ni hizo ademán de arrepentimiento. Me aceptó como su futura esposa y el sí de su respuesta vibró por la iglesia, rebotando en las paredes como si fuera un delicioso eco que se adentraba en mis oídos.  Incluso el brillo que danzaba en su mirada era tan fuerte que me sentí presa de su amor.

—Y tú, Laurie Duncan, hija del día, pero también de la noche, ser de la luz y de la oscuridad; ¿estás dispuesta a arrodillarte ante el primero y aceptar frente a él a su primogénito, el príncipe de la oscuridad?

—Sí, lo estoy.

—¿Estás dispuesta a rendirte ante su amor y ligar tu alma a la suya para convertiros, así, en una sola?

—Sí, lo estoy —repetí.

—¿Estás dispuesta a convertirte en la esposa de Atary Morningstar?

Tragué saliva y lo miré a los ojos. Esos hipnóticos ojos azules que durante tanto tiempo me habían acompañado, despertando esa parte de mí que había permanecido escondida durante muchos años. Ese lado monstruoso que todos habían aborrecido. Todos, menos él, pues estaba encantado con el poder que emanaba de cada poro de mi piel. Me veneraba como nunca lo habían hecho. Y eso me satisfacía. Me hacía sentirme querida y respetada.

Le miré e inspiré con fuerza antes de abrir mis labios y dar mi respuesta. Esa respuesta que iba a dar un brusco giro a los acontecimientos.

—Sí, acepto.

El demonio que oficiaba la ceremonia nos miró a ambos antes de dirigir su atención hacia Lilith y Samael, que estaban sentados en la primera fila. Ella hizo un gesto con la cabeza para que continuara.

—Bien, arrodíllate entonces para rendirte ante tu esposo y guardar devoción. Solo de esa manera podrás entregarte a él en cuerpo y alma.

Asentí sin decir nada y dejé que mis rodillas se apoyaran en el frío suelo de la iglesia. Podía escuchar los murmullos de los presentes, distintos demonios con mismo rostro y cuerpo, seres sin sentimientos de bondad o compasión.

Monstruos.

Bestias.

Cerré los ojos. Lo único que llamaba ahora mi atención eran los pasos de Atary al acercarse a mí. No podía verlo, pero sabía que se iba a situar enfrente. Escuché sus palabras, las pronunciaba con tono de solemnidad. Después de eso solo tendría que sellar la ceremonia con sangre. Como al inicio de los tiempos tuvo que hacer la mujer que estaba sentada en uno de los bancos, mirándome con seriedad.

—Entonces yo, Atary Morningstar, te elijo a ti, Laurie Duncan, como mi esposa; y acepto ligar mi alma a la tuya para convertirnos, así, en una sola. Acepta mi vida para alargar la tuya. Acepta mi poder para expandir el tuyo. Acepta, entonces, acoger en tu seno al futuro príncipe de la oscuridad.

Inspiré con fuerza al escuchar la última frase. No sabía si estaría preparada, llegado el momento, para concebir a ningún príncipe de la oscuridad, pero no era apropiado ahora pronunciar mis miedos e inseguridades. Lo primordial era terminar con esto y saborear el poder que me iba a conceder con la ceremonia. Lo demás ya lo pensaría sobre la marcha, como de costumbre.

Abrí los ojos al tiempo que Atary llevaba una de sus manos a la boca para hacerse una herida. De ella salió un reguero de sangre que terminó goteando sobre mi rostro. Tragué saliva antes de mirarle a los ojos, esos que brillaban con intensidad. Entonces relamí unas gotas con la lengua y dejé que parte de su esencia se expandiera en mi interior. Podía sentir como su poder aumentaba el mío, mi Bestia se revolvía extasiada de felicidad.

—Haré todo lo que me pidas, Atary —pronuncié con lentitud, casi de forma mecánica, al saborear la explosión de sensaciones que estallaban en mi interior—. Me regocijo al entregarme a ti; mi rey, mi señor.

Parpadeé confusa al escucharme. Ni siquiera había procesado en mi mente ese discurso, había brotado como si lo hubiera preparado desde mi nacimiento. Al mirar a Atary comprobé que en su rostro primaba un gesto de seguridad.

—Levántate, pequeña.

Su orden fue clara, concisa. No podía creerme que estuviera reaccionando de una manera tan robótica y artificial, pero me levanté para quedarme de pie frente a él, aguardando su siguiente mandato. La voz del demonio se coló entre nosotros, intercediendo:

—Puedes, pues, besar a la novia.

Entonces Atary estampó sus labios con los míos y lo recibí con gusto, moviéndome al compás de su lengua. Mi cuerpo vibró ante su contacto como lo hacía cuando estábamos juntos en Edimburgo, con la diferencia de que mi mente recordaba todo lo que había pasado entre los dos. Aun así, parecía deseosa de satisfacerle en cuerpo y alma. Mi interior solo se preocupaba en hacerle feliz.

Nos separamos al escuchar un murmullo que comenzó a volverse ruidoso. Todos los demonios parecían alterados. Solo me di cuenta de lo que estaba pasando al llegar a mis oídos una voz muy familiar:

—¡Laurie! ¡No lo hagas!

Me tensé. Mi mente no se había recuperado todavía de la infiltración fallida de Ana en Miskolc, como para tener que enfrentarme a la de Angie. Pero ahí estaba. Su cuerpo delgado, sus ojos grandes y una sartén empuñada por sus manos se encontraban al otro lado de la iglesia, junto a las puertas.

—Pero ¿qué…?

—Parad esto, cabrones. ¡Laurie no quiere hacerlo! ¡Ella no es de vuestro bando! —empezó a chillar blandiendo la sartén como si fuera una espada.

Corrí hacia ella para detenerla, pero los demonios fueron mucho más rápidos. Miré a Atary con expresión de terror, esperando que comprendiera mis facciones y que hiciera algo para detener esto, pero justo cuando estaba abriendo la boca varios de sus secuaces se abalanzaron a por ella y la atacaron sin piedad.

Mi grito resonó en toda la iglesia, presa del pánico. No podía creerme que la situación se estuviera repitiendo, que estuviera a punto de perder a la única amiga que me quedaba y se había tomado el atrevimiento de ir a buscarme al rincón más peligroso del universo.

La Bestia de mi interior se revolvió mientras mi grito se expandía, nublando mi mente. Lo último que sentí antes de perder el conocimiento fue un cosquilleo caliente en mis brazos, recordándome que el poder que había en mi interior había aumentado, descontrolándose por completo.

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