Laurie

Laurie


Capítulo 9

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La policía debió de acudir a la casa de los Pitcher nada más recuperar el cadáver de Don, porque Lloyd oyó los gritos de Evelyn. Seguramente no duraron mucho, pero a él le pareció una eternidad. Se preguntó si debería acercarse, tratar quizá de consolarla, pero no se sentía capaz. No recordaba haber estado jamás tan cansado, ni siquiera aquellas calurosas tardes de agosto en el instituto después de los entrenamientos de fútbol americano. Lo único que deseaba era acomodarse en la butaca con Laurie en su regazo. La perrita dormía; el hocico en la cola.

La policía fue a interrogarlo. Le dijeron que había tenido muchísima suerte.

—Dejando la suerte aparte, tuvo unos reflejos rapidísimos para usar el bastón del señor Pitcher de esa forma —añadió uno de los agentes.

—Si la parte exterior del paseo no se hubiera hundido por su propio peso me habría pillado —dijo Lloyd.

Probablemente también habría atrapado a Laurie. Porque Laurie no se había marchado a casa. Laurie lo había esperado.

Esa noche se la llevó a la cama con él. Laurie durmió en el lado de Marian. Lloyd durmió poco. Cada vez que empezaba a dormirse, pensaba en el aligátor plantado encima del cuerpo de Don, con esa actitud posesiva tan estúpida. Sus ojos negros muertos. Cómo le había parecido que sonreía. La inesperada velocidad con que lo había atacado. Y entonces acariciaba a la perrita que dormía junto a él.

Beth viajó desde Boca al día siguiente. Le regañó, pero antes lo abrazó y besó repetidas veces, lo que llevó a Lloyd a recordar el frenesí con que Laurie le había lamido el rostro cuando emergió de la maraña del palmito.

—Te quiero, viejo cabrón estúpido —le dijo Beth—. Gracias a Dios que estás vivo.

Luego cogió a Laurie y la abrazó. La perrita lo soportó con paciencia, pero en cuanto Beth la dejó en el suelo se fue a buscar su conejo de goma. Se lo llevó al rincón, donde lo hizo rechinar una y otra vez. Lloyd se preguntó si estaría fantaseando con que despedazaba al aligátor, y se dijo que era un estúpido. No había que convertirlos en lo que no eran. Eso no lo había leído en «¡Ya tienes un nuevo cachorro! ¿Ahora qué?». Era una de esas cosas que uno descubre por sí mismo.

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