Laura

Laura


QUINTA PARTE » I · La vida en el campo

Página 49 de 61

I

LA VIDA EN EL CAMPO

Al comienzo del verano Laura fue a buscar al colegio a Natalia y se embarcaron en Dover para pasar el canal de la Mancha. Estuvieron ocho días en París y fue a buscarles Golowin en automóvil para llevarlas a Basilea.

Llegaron a Basilea de noche. La casa de Golowin, fuera de la ciudad, en el Alto de la Batería, estaba abierta, restaurada y marchando normalmente.

La Batería era un polígono militar con murallas y árboles altos alrededor. En la entrada se destacaba un relieve con tres figuras desnudas. Esta batería era del tiempo de la guerra europea de 1914 y el monumento no conmemoraba muertos en campaña, sino otros de una epidemia.

En el cerro de la Batería, (Auf der Batterie) había algunas barriadas de casas pequeñas y hoteles. Desde la altura se veía la ciudad entre la neblina, con las torres de la catedral de color rojizo. Para llegar a la casa de Golowin, desde el pueblo se seguía una avenida que bordeaba un parque, luego se tomaba una carretera estrecha y al lado izquierdo se veía un camino y un pabellón con una puerta en arco y una ventana de aire antiguo.

La casa se encontraba aislada en el alto. Estaba rodeada por un terreno de ochenta o cien metros en cuadro, limitado por un seto vivo. Por un lado tenía una terraza de piedra que daba hacia el Jura, muralla oscura precedida de bosques de robles. Por el otro miraba a la ciudad y se veían vagamente las torres rojizas del Münster, las casas, y a ciertas horas el Rin, que brillaba dorado con las luces del crepúsculo.

Al llegar, la señora Bergmann acogió a Laura y a Natalia con grandes extremos y contó las novedades de la casa. La Walkiria se había marchado. Había encontrado un joven jardinero que la admiraba y la llevaba al tálamo nupcial; la cocinera y la doncella seguían. El señor Keller, el de las anécdotas, había entrado en un asilo y preguntaba por Laura. También el señor Wollgraff preguntaba por ella.

Por la noche los alambres del teléfono producían un sonido como si estuvieran murmurando. No era el viento, según dijo Golowin, sino los cambios de temperatura los que originaban este ruido.

Al levantarse, Laura vio el campo verde con grupos de árboles. En el fondo, el Jura, una línea de montes suaves, azulados. Le recordaron el Guadarrama. Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

De la ventana se veían pasar con frecuencia los aviones. Los cuervos en el campo seguían el arado del labrador, a comer los insectos que se descubrían al remover la tierra.

A pocos pasos jugueteaban las urracas.

Natalia quiso que su alcoba estuviese cerca de la de su mamá, como llamaba a Laura, y pidió que se le trasladara a un cuarto próximo. Las dos habitaciones daban a la biblioteca. Esta era una sala cuadrada, baja de techo, con una gran ventana de guillotina, llena de armarios con libros y una porción de estampas, cuadros, arcas antiguas y un globo terráqueo de más de un metro de diámetro, publicado por una casa editora de Berlín.

En esta habitación se disfrutaba de una calma y de una tranquilidad extraordinarias.

Natalia era absorbente y atrevida. Entraba en el cuarto de Laura y la abrazaba y la besaba. Después salía a la terraza seguida de Troll y se marchaba por el campo cantando, y volvía al poco rato. Era turbulenta y muy difícil de vigilar. Era verano y paseaban al anochecer y algunas veces a la luz de la luna por los alrededores.

A poco de llegar a Basilea le entró la sospecha a Laura de que estaba embarazada. Su marido hizo que la visitara un amigo suyo, el doctor Müller. El doctor confirmó el hecho.

El doctor Müller, a pesar de ser muy viejo, se sentía deportista y optimista, le gustaban las muchedumbres y andar en bicicleta. Cuando Golowin manifestaba no tener gran simpatía por las multitudes apresuradas y sudorosas, el doctor le decía:

—Es usted un misántropo, es usted un pesimista.

El doctor Müller sermoneaba un poco a Laura por los asuntos de España. Trataba de demostrarle ce por be que no había más solución que el federalismo y la democracia. Laura decía que sí, que era muy posible que tuviera razón. El doctor explicaba cómo en las ciudades suizas, con un fondo de humanidad tan malo como el de cualquier otra parte, se realizaban la libertad y el orden gracias a la cultura y a la democracia. Golowin sonreía con una sonrisa un poco mefistofélica.

Este doctor invitó a Golowin y a Laura a comer a su casa, y como sabía que Laura había estudiado medicina y estado a punto de terminar la carrera, les leyó a los postres un discurso médico-farmacéutico escrito en latín para mayor claridad. Después recordaba mucho a Laura y cuando veía a Golowin le preguntaba: «¿Qué dice la noble dama española?».

El médico le aconsejaba a Laura que paseara todas las mañanas. Comenzaron a salir Natalia y ella con el perro.

Marchaban por los caminos y las sendas próximas. En las huertas veían chicas con pantalones largos y anchos que usaban para trabajar con más comodidad. Algunas altas, esbeltas, tenían buen aspecto con esta indumentaria masculina.

Como Golowin había tomado un chófer, Natalia y Laura hacían excursiones en automóvil, siempre para volver antes del anochecer.

Cuando llegaban a casa veían con frecuencia el sol que se ocultaba por encima de la ciudad como un globo rojo.

Solían visitar la casa algunas señoras amigas.

Laura estaba muy entusiasmada con la idea de tener un hijo. Se pasaba muchas horas en la terraza; Natalia le hacía compañía.

Algunos carros tirados por caballos grandes y pesados pasaban por el camino y alguna vez también se veían hombres que tiraban de un carrito al mismo tiempo que un perro. Los labradores, con unas escaleras muy largas, andaban subidos a los cerezos y cogían la fruta en canastas. Natalia le decía:

—Mira estos pájaros que llevan comida a sus crías. Qué cantidad de alimento deben necesitar al día y cómo lo consiguen.

—Sí, es verdad.

Laura y Natalia veían escenas curiosas. Una tarde, en un campo de trigo cercano, presenciaron la lucha de un gato de alguna casa próxima, con una cola muy larga, y una urraca grande que parecía al mismo tiempo atacarle y burlarse de él. El gato, acosado por un lado y por otro, viéndose en peligro, bufaba y daba saltos y acabó metiéndose, derrotado, por los trigos, lo que les pareció a las dos muy cómico. Les chocó también la escena entre Troll, el perro, y un grillo topo que había caído a un charco. Troll, a quien sin duda le repugnaba el insecto, ladraba y a veces iba a morderle con furia, con un aire de fanfarronería grotesco, pero después se retiraba asustado. Natalia se rio a carcajadas.

La vida en la casa era un tanto monótona y había que dedicarse casi exclusivamente a la lectura.

Golowin vivía muy absorto en sus estudios astronómicos. La trataba a Laura con gran respeto. Le besaba la mano y se levantaba cuando entraba en el cuarto donde se hallaba él.

Golowin estaba unido por un sentimiento de gran amistad con un astrónomo de Basilea que tenía un pequeño observatorio en un pueblo próximo. Con frecuencia iba a su casa y el astrónomo le visitaba en Basilea. La hija del astrónomo sabía latín, griego y caldeo, y traducía para su padre trozos de libros antiguos que trataban de astronomía.

Era una muchacha simpática, pero tan absorbida por las cuestiones de la ciencia, que había perdido el carácter femenino y no le interesaban las cosas que interesan a las demás mujeres.

Keller iba del asilo a visitar a Golowin.

En vez de alcohol tomaba té. Se sentía muy fiel a Laura, de quien era entusiasta.

Ir a la siguiente página

Report Page