Laura

Laura


TERCERA PARTE » VII · La enfermedad de la niña

Página 37 de 61

VII

LA ENFERMEDAD DE LA NIÑA

Laura se decía algunas veces que estaba en el limbo. Toda su vida le parecía gris, y las emociones, mitigadas.

Al comienzo de la primavera, Natalia, que padecía un catarro fuerte, amaneció un día con dolores en todo el cuerpo. Laura le puso el termómetro: la temperatura pasaba de cuarenta grados.

Avisaron al médico, antiguo amigo de Golowin, y dijo que la niña tenía una gripe muy fuerte. Si no se presentaban complicaciones, la cosa no era grave.

El señor Golowin desde aquel momento ya no vivió en paz, ni dejó vivir a nadie. Se paseaba constantemente con un aire preocupado, entraba y salía en el cuarto de la niña, preguntaba a cada instante cómo se encontraba.

Laura estaba a todas horas al lado de Natalia. Esta no quería que se separara un momento de ella.

Así pasaron noches angustiosas. El médico la reconocía a diario. Golowin hacía que Laura la reconociera con el estetoscopio. El catarro se había extendido por los bronquios grandes y pequeños, pero no se encontraba foco de neumonía.

El médico no daba ninguna medicina a la niña, sin duda para que no quedara encubierta la enfermedad y no pudiera pasar inadvertida cualquier complicación si se presentaba. Un poco después de la primera semana, la fiebre bajó, continuó unos días por la tarde y desapareció.

Natalia empezó a encontrarse bien, aunque de un humor desigual y caprichoso.

Golowin comenzó a respirar con calma y a marcharse algún tiempo a su observatorio.

Laura puso su cama al lado de la niña; ella se lo pedía con lágrimas en los ojos.

La convalecencia duró todavía dos o tres semanas. La chica quedó un poco débil, había crecido mucho, no tenía ganas de comer, estaba nerviosa y cualquier motivo insignificante le hacía llorar a lágrima viva.

Laura la animaba y la contemplaba todo lo que podía. Natalia tenía buen carácter, pero a veces se ponía insoportable.

Era la tragedia a domicilio lo que más desesperaba a Golowin. Le parecía que estaban haciendo victima a Laura y que abusaban de su bondad.

Pasó la mala racha y la niña comenzó su vida normal.

Iba a jugar al tenis, a nadar, comía con apetito y estaba alegre y animada.

Fue una época muy tranquila y muy dulce.

Laura estaba a gusto.

«Siempre pasa lo mismo —se decía—. Durante la paz se encuentra esta demasiado monótona y pesada, y cuando se interrumpe la paz, entonces se la echa de menos y se la mira como un ideal.»

La chica ya no le daba mucho que hacer, aunque tenía a veces arrebatos de lágrimas y se abrazaba a ella y lloraba. Laura vivía tranquilamente ocupándose de sus pequeños asuntos, leyendo y saliendo a pasear a orillas del lago. No podía tener mejor suerte, pedir más, era una verdadera gollería, y sin embargo, no se encontraba siempre contenta.

Le escribía con mucha frecuencia a Mercedes. Esta se hallaba de cajera en el almacén de precio único que había abierto una sucursal en Deauville, y después de pasar tres meses en la playa de moda se veía muy a gusto en París. Camila Trousseau había pasado una temporada cerca de Angulema, en casa de unos parientes, con su padre, y Mercedes estaba, en aquel momento, sola. Ya sabía esta que Luis había aparecido en Francia con su mujer, que no le dejaban ir a España al lado blanco y que se marchaba a vivir definitivamente a Orán.

Ir a la siguiente página

Report Page