Lara

Lara


I

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I

Sin rumbo

 

En ese momento, en la inmensidad y belleza de aquel lugar lo supe. Entendí toda mi vida y porque había llegado hasta aquí. Como la realidad y la ficción se habían vuelto una y el sueño había dejado lugar a la pesadilla. No podía huir de la realidad, de lo que era y en lo que me había convertido.

Solo pude mirar su rostro por última vez y alejarme, sus ojos entrecerrados, pestañas que casi rozaban sus mejillas, cada línea de expresión formada, sus labios carnosos, las sutiles ondas de su cabello, en el que adoraba enredar mis dedos mientras me abrazaba a su cuello. Y su aroma … imposible borrar sus huellas en mi mente,

“Gam zeh ya'avor” dice la leyenda judía, “todo esto pasará “, ni la felicidad ni la tristeza duran eternamente, sino que son caras de la misma moneda. No apreciaríamos la felicidad como lo hacemos si no conociéramos la tristeza, ambas son repentinas, efímeras y debemos prepararnos para recibirlas porque, tarde o temprano, tocarán nuestras vidas.

No existen palabras entre ambos, no existe expresión que pueda evocar mi dolor, jamás he sufrido algo como esto. A medida que me alejo siento su mirada seguirme, pero no volteo a verlo. Y en ese camino de regreso, una pregunta inunda todo mi ser, ¿cómo llegamos a esto?

Los recuerdos me invaden y no puedo evitar volver a la magia de tenerlo, aunque sea en mi mente, regreso allí, a ese día, a esa mañana, a esa oficina, a su vida. Y me doy cuenta de una verdad inexorable, no puedo escapar de su historia… ¿cómo podría?, si es también la mía…

Lara Ramos, ese es mi nombre, nací en Ecuador, en un pequeño pueblo enclavado en la zona interandina a 400 kilómetros de Quito, de clima cálido y amable al igual que su gente. Comencé como la mayoría de mi pueblo a trabajar desde muy pequeña para ayudar a mi familia. Sin embargo, a pesar de la miseria, amé las ganas de luchar que siempre me inculcaron, la devoción y empeño de mis padres por darnos alegría a pesar de que la vida, diariamente, asestaba golpes demoledores destruyendo nuestras ilusiones.

El escritor Jorge Luis Borges decía que “…cualquier destino por largo y complicado que sea consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombre sabe para siempre quien es…”, yo sabía quién era y cada día luchaba por cambiar eso con todas mis fuerzas.

—Hija, no puedes estar hablando en serio.

—Sí, mamá, hablé con Tanya anoche, me dijo que hay una posibilidad de conseguir empleo

—Lari, tu prima es mucama no es...

—Una universitaria, lo sé, como si hubiera diferencia en este país —espeté con un dejo de resentimiento— necesitamos salir de este bache y no vamos a lograrlo con el sueldo de papá y yo trabajando en el supermercado

—Cariño, tu prima no es ejemplo...

—Mamá —la interrumpí abruptamente— ahórrate los insultos a mi prima, ha tenido más valor que todos nosotros, se fue sin un centavo de aquí, ni siquiera contaba con el apoyo de sus padres y aún así, y contra todo pronóstico le va bastante bien, voy a intentarlo, pase lo que pase.

Mi madre estaba a punto de llorar, era dolorosamente consciente de lo que estaba provocándole, pero era mi oportunidad, la que había estado esperando desde que regresé de Quito, luego de graduarme unos meses atrás.

—¿Tani?

—A la mierda, esto se terminó, vendrás a vivir conmigo, te ayudaré en todo lo que pueda, ya no puedo seguir escuchando cuánto sufres, Lari, sé que me alejé de ti y te quedaste sola, yo también lo estuve durante mucho tiempo, ya no más, ven conmigo… por favor.

—Prima, iré … iré a Londres contigo

—¿Ves?, no eres tan cobarde después de todo, Lara, es la mejor decisión que tomarás en tu vida —agregó con una voz calmada y llena de alegría.

¿La mejor decisión?, ni siquiera creía que eso fuera posible, no cuando todo a mi alrededor gritaba que no me marchara, amaba mi familia, el lugar donde había nacido, la propuesta de Tanya había llegado como una ráfaga, repentina, después de tres años de no hablar más de tres minutos. Siempre la había considerado como mi hermana mayor, sin embargo, cuando decidió marcharse, la odié, odié su abandono, pero, sobre todo, odié que me dejara allí...

Esta vez las cosas serían diferentes y sin importar el resultado, confiaba en que las cosas no podrían ponerse peor de lo que ya estaban.

 

****

Hablar con mi padre sobre ello fue todo un reto, pero, con el transcurrir de las horas, aceptó mi decisión… no podíamos darnos el lujo de esperar.

“No hay forma de atrapar el tiempo, pero debemos intentar que no pase en vano” — fue lo que me dijo esa noche y con lágrimas en los ojos besó mi frente.

—Que Dios te acompañe hija mía, siempre estaré aquí para ti —esas fueron sus últimas palabras antes de marcharme.

Al día siguiente emprendería mi viaje y no regresaría allí por mucho tiempo…

Me alejé de ellos en búsqueda de una nueva vida, le pedí a Dios que los protegiera y me diera fuerzas para enfrentarme a lo que sea que se aproximara en el horizonte. El escalofrío recorrió toda mi espalda, no había marcha atrás…

 

 

 

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