La Habana

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El túnel o añoranzas

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El túnel o añoranzas

Ahora con las prestaciones y auxiliarías de argentinas voces —largo pregón del empréstito— surge otra vez lo del túnel. En el subconsciente removido del hombre sensible de nuestros días, la representación que él tiene de un túnel es un paréntesis sombrío que las parcas nos han impuesto como recorrido por entre la negrura de pozos y minas. Es ese camino de hostilidades que se le pega al hombre como un alquitrán que arrastra alimañas. Después de los días banales de campanitas y faroladas; después del relato de las pasadas aventuras, cortando las rebanadas de pan saltarín, donde comienza a aconsejarse de nuevo la puerta cerrada y no oír al que nos toca el hombro; se oye la sentencia: “Tendrás que atravesar un largo túnel, volverás a sumergirte y a nadar por debajo de superficies y láminas planchadas”.

Pero entre nosotros el túnel es un aldabonazo a la villa reclinada de Guanabacoa. Si es acaso cierto la marcha de las ciudades hacia su oeste, hacia La Habana, ¿aquí se anegará, perderá su candor delicioso a los pies de La Habana, desaparecerá en el anónimo de la otra corriente mayor? Puede suceder también la más intempestiva de las sorpresas, es decir, como en la vieja ley de lo conquistado alzándose por encima del conquistador, Guanabacoa puede recordarle, puede conversar y recordarle a La Habana, ciertos primores que conviene atrapar y apretar de nuevo. Puede hablarle de su casa grande de sombra carnal; de su patio con flores y loros; de sus traspatios con la competencia botánica del mamoncillo, la guanábana o el mango. Puede provocarle la ensoñación y la dorada leyenda de una cratera de mamoncillos apretados en agua rosada de exaltada frigidez. Pues si los griegos pensaban que asimilando ambrosías el hombre se iguala a los dioses, ¿no podíamos desear una siesta de gnomos nutridos de las visibles escaramuzas del patio y de las ofrendas misteriosas del traspatio?

14. de oct. de 1949

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