La Habana

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Don Juan zorrillesco o de cómo pervivir

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Don Juan zorrillesco o de cómo pervivir

De su caja, en la que reposa el resto del año, salta Don Juan, agudo, temerario, abeja incesante del dios Eros. Tiene dos días de vida galante, los que aprovecha hasta saciarse de octosílabos, de fluidez y de verso cantado. El Tenorio zorrillesco es de esas obras que tienen los defectos de sus cualidades y los quilates de sus fracasos, por eso, rodeado de un alud de crítica devoradora, flota y pervive. El que se acerca a esa obra por primera vez, suspenso su juicio crítico, queda preso de su asunto, del abigarramiento de sus escenas, trabadas con el interés basto de un folletín. Mientras ese espectador de alma sencilla, siente los juegos elementales del miedo de aparecidos y endriagos, uniéndolo a sus recuerdos familiares del día de los fieles. Relatos sobresaltados de sobremesa, recuerdos de la abuela que oyó contar en su niñez los ejércitos que caminaban por el río, o aquel colono enloquecido que mandó a repartir guadañas entre sus esclavos para que le cortasen las piernas a los fantasmas que él veía detrás de la colina. Asociaciones de terrores y recuerdos ingenuos que motivan, si el espectador tiene quince años, un recuerdo que se prolonga hasta las edades más críticas.

El más severo de los críticos buscará argumentos para justificar la obra. Aun aquellos que suspiran por El Burlador de Sevilla, por las crisis místicas de Miguel de Mañara, por el Don Juan de Byron o de Mozart, subrayan el desenvolvimiento que mantiene extremadamente avivada la curiosidad; la ingenuidad, divertidamente disparatada, con que Zorrilla baraja conceptos teológicos de culpa, predestinación, gracia y condenación, tan alejados aquí del mundo conceptual de Tirso de Molina. La alegre festinación, la verbenera manera de tratar el pecado y la muerte, los versos como cohetes fáciles que rematan cada escena. Justifican ciertos milagros o paradojas literarias, la pervivencia de una obra por encima de calidades y excepciones. Es que el Don Juan, más allá de sus ripios y caídas, tiene el perdurable atractivo de un gran tema tratado con desenvoltura y jugueteo por un espíritu ingenuo que une el folletín sin desmayo con la teología mal interpretada. La muerte misma como parodia de cohetes y verbenas.

2. de nov. de 1949

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