La Habana

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Visita de Jascha Heifetz o del virtuosismo

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Visita de Jascha Heifetz o del virtuosismo

Cada vez que Jascha Heifetz nos visita, parece que nuestra ciudad se solaza en su rango universal. Las grandes ciudades han ido creando un ambiente especialísimo para los grandes artistas. El que lee las memorias de Stravinsky, por ejemplo, capta de inmediato en qué forma ese poderoso artista de nuestra época, llegó a adueñarse de los públicos, las cortes, moviéndose con una asombrosa facilidad por toda la Europa como si fuese su propia ciudad. Preparaba en París un concierto de violín, se escapaba dos días para montar en Venecia un ballet, dirigía un concierto en Amsterdam, discutía con Picasso una escenografía en Málaga. Era el señor de sus posibilidades artísticas que se movía por toda la Europa con la misma facilidad de un rey que viaja de incógnito. Su arte, no obstante ser cultor de las formas más novedosas y complicar extraordinariamente el tejido musical entregado por la tradición, tenía ya en su madurez, una universal demanda, todos deseaban verlo y oírlo, contemplarlo, dueño del más exquisito ceremonial de la corte rusa, hacer elegantísimas reverencias ante los grandes públicos que aclamaban su novedad y su manera de recrear las grandes tradiciones.

Heifetz pertenece también en los dominios de la interpretación y el virtuosismo, a ese tipo de artista que otorga las grandes ciudades de nuestra época. El curso de las estaciones le sorprende viajando de ciudad en ciudad, con un calendario construido para su gusto. Los inviernos se dejará oír en La Habana, comunicándonos esa cantidad de sensaciones artísticas, que el hombre medio, hijo también de ese nuevo tipo de ciudad, necesita para que sus nerviecillos estén despiertos y errantes, vivaces, prestísimos. Se le acusa de excesivo virtuosismo, olvidándose de que sus interpretaciones se realizan ante grandes públicos, donde el éxito tiene que estar buscando por más directos modos que en una camerata de la familia Farnezio. Pero esos comentarios ruedan y desaparecen, cuando el artista se adelanta para darnos un muy solemne Juan Sebastián, ocupa el centro de la orquesta y allí se está sereno, inamovible, tratando de ganar sus efectos a puro arco y pura resonancia. Se le acusa también de frío, pero esa es acusación de simples que olvidan que frío y caliente son escalas térmicas y no condicionales para valorar la expresión artística. Heifetz es de esos viajeros que La Habana siempre espera y si pasáramos un invierno sin verlo, creeríamos que la estación estaba incompleta, con menos propicias señales para esperar los nacimientos primaverales.

5 de nov. de 1949

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