La Habana

La Habana


Fin de temporada playera o el invisible potro

Página 36 de 102

Fin de temporada playera o el invisible potro

Qué desolación ofrecen las playas, especialmente nuestras playas, después de la temporada de sol abierto y olas con delfines untados de sonrisas y de irisaciones. Parece como si todo hubiese sido guardado; queda entonces una oquedad que se llena de humedad y de falta de atenciones, de retiramiento de lo que eran principales primores del verano. El oleaje bruñido, despierto por mil ojos de metal escamoso, ha sido reemplazado por un agua como de naufragio, diríamos, espesa, sucia, arrastrando cabelleras de algas, estrellas de mar, fragmentos de árboles madreporarios. Los cuerpos sumergidos, a medias danzando en la luz y el agua, con especiales calidades de piel y pestañas, proclamando la alegría del cuerpo rodeado de misterios casi transparentes, desaparecidos, hundidos, secuestrados, ausentes de aquellas arenas, que así quedan sin voz y sin reflejos.

Pescadores de piel vieja, endurecida por el yodo marino y las solares quemaduras, lentamente, cruzan la nueva decoración, con cordeles y racimos de peces. El hijo del dueño de la playa, aislado, único, en la soledad de su nueva vivienda, inaugura su uniforme de marinero de playa. Su pecho y su andar proclaman que ahora todos aquellos dominios son suyos, mira en torno y la ausencia de cuerpos lo confirma en la sombría noche de su orgullo. Llegan dos visitantes a sus casas, han decidido tener un día más de excursión y alejamiento de la ciudad; van, como siempre, a los portales inundados de mimbres amplios, de extensiones para la sombra del sueño rodeada de un sol de corneta proclamando. El aguacero es como una caída incesante de arena fina, se multiplica como en una guerra de arenas y barre inacabablemente los moradores inoportunos, fuera de estación y de acomodación en el gusto. Pasan a la sala, donde alguien levanta la voz en el relato de aparecidos o de bromas que la fineza incesante de la lluvia rechaza. Otros prefieren abandonar la sala y perderse en las delicias del sueño, recordando a la lluvia en secreta y cercana lejanía. Se asoma a la ventana otro, y ve al hijo del dueño, como si quisiera domar un invisible potro, asegurando su barco de vela. Lo ve que grita, maldice, se oculta y reaparece, no puede ensillar el invisible potro. Ha querido oponer a la brusquedad solemne del mar, la épica sencillez de su embriaguez.

22. de nov. de 1949

Ir a la siguiente página

Report Page