La Habana

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Cisnes y flamencos o el topacio del sueno

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Cisnes y flamencos o el topacio del sueno

Nos asomamos para ver unos curiosos; los curiosos miran en el Parque Maceo el deslizarse interrogante de los cisnes y el quietismo sin interrogación de los flamencos. Unimos el cisne al wagnerismo, al modernismo, a las brumas, a la cursilería y a la cursilería de la no cursilería. Desde el león de Hugo, en esa candorosa heráldica de los poetas, al cisne de Darío, el recuerdo de la clasificación de Linneo se hace necesaria para emblematizar la diversidad de poetas y escuelas. Tenuidades del cisne, sus ocios irrompibles, persiguen a Darío. Los signos de su encorvado cuello y sus quehaceres; el quebranto del abanico, hecho con sus alas, en la banalidad de acariciar frentes: las burguesas premoniciones del cisne blanco o negro, rodeaban a Darío. Unimos el emblema de los cisnes al modernismo; la lucha de cisnes y búhos, a una supuesta reacción al modernismo. Pero ambos, cisnes de Darío, búhos de González Martínez, son estáticos, fatalistas y partidarios del eterno retorno. Cuando el orientalismo meditativo de González Martínez dice: “recogerán del polvo la abandonada lira / y entonarán con ella nuestra propia canción”, viene a repetir el rococó de los cisnes de Darío que musitan: “Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos / y en diferentes lenguas es la misma canción”.

Casal alude más al flamenco que al cisne, japonismos y chinerías, su levantarse entre los arrozales en paravanes de laca, su budismo que sólo cuida de unas rosadas plumas deliciosas: “Vuelan de los bambúes finos flamencos / poblando de graznidos el bosque mudo, / manchando de ruidos lo tibios ecos”. Fue el modernismo una manera encantadora y fácil, trivial e innecesaria, de resolver el verso y de acercarse al vivir como deslizamiento del cisne, como la estancada aurora rosada del flamenco. En Europa se extinguió al comenzar la primera guerra mundial; entre nosotros hasta 1925 el modernismo nos envolvía en sus músicas fáciles, sus lunarejos Watteau, sus tarlatanas e improvisados lagos.

Los que en esa tarde de domingo se acercaban a la fuente de un parque habanero para ver cisnes y flamencos, quizás ignoraban que se acercaban a un museo de costumbres e indumentarias. Pantalones de franela color mantecado; sacos azules en una provocativa gama; primeros motines estudiantiles, visitas de “poetas de América”; nueva visita de Darío que muestra sus sibilinas embriagueces en compañía de uno de nuestros millonarios; duelos a sable por la dulce Francia o por el férreo Berlín. Los curiosos que se acercaban para ver cisnes y flamencos, miraban pero no veían las muestras de un estilo sepultado y en ocasiones insepulto. Los que veían ese estilo sentían sus ojos inundados por un humo color de caramelo, por la contemplación de un ámbar o topacio que los llamaba al sueño.

13 de dic. de 1949

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