La Habana

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La primavera o regalada voluptuosidad

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La primavera o regalada voluptuosidad

Como una fijeza reconocible, doblada de una regalada voluptuosidad, la Primavera ya está mostrando su triunfo sobre la muerte y el comienzo de su sangre verde. “Adornada— dice Frazer en La rama dorada, refiriéndose a los ceremoniales primitivos para recibir a la Primavera— con cintas de colores brillantes y telas, amarrada al extremo de una pértiga larga, llevaban a la efigie de la muerte con cantos y gritos al altozano más próximo donde la despojaban de sus alegres atavíos y la echaban a rodar por la ladera. Una de las muchachas se vestía con los oropeles tomados de la efigie y con ella la procesión volvía al pueblo. En algunas localidades, la práctica es enterrar la efigie en el sitio de la campiña que tenga peor reputación; otros la arrojan en el agua de algún río”. Entre nosotros la Primavera llega como si fuese la Primavera mayor, su triunfo no es sobre la muerte, sino sobre una momentánea tregua en la que el espíritu de la Primavera sigue perviviendo por hojas anchas y crepúsculos abiertos. Rodeada de una Primavera sin fin, la Primavera Mayor, la que ahora comienza con la elasticidad de un animal burlesco, mientras el cristal se refracta incesantemente en la selva prismática del loro. Los pájaros-candela, enloquecidos, se hunden en la hoguera de donde saltaron; los picaflores parecen disecarse aspirando la melaza de los pistilos, pero el espíritu de las aguas, solemne y henchido, aclara sus láminas, precisando las letras que se fijaron en el fondo de sus llanuras.

Es uno de los perplejos del hombre del trópico, ver cómo en su naturaleza, sobrenadando estaciones más clásicas y severas, la Primavera se agitó con luces y proporciones por todo el cuadrante. Ver de nuevo en su asombro cómo de aquella casi Primavera surge la Primavera mayor para borrar en la hoja una hilacha amarilla o un tronco que secó algunas de sus ramas, manteniendo el árbol su abstracción y gloria. Aun en su esplendor la naturaleza se recobra y se explaya en notas que aturden y ciegan, en luces que queman y destruyen el muro.

Ved ese Jardin d‘amour, que exorna un palimpsesto de la Biblioteca del Arsenal. Las frondas y las aguas, las fuentes y las torres, parecen recortadas para que la pareja dialogue sobre Eros y Venus Anadyomene. Pasan secularidades y la misma naturaleza se desmenuza y aminora para no interrumpir ese diálogo. Ved si no Luxe, calme et volupté, donde la sabiduría voluptuosa de Henri Matisse, abstracciona la naturaleza para que las parejas y los coros, el decisivo triunfo del cuerpo ordene la naturaleza que se sitúa como un telón de fondo.

Pero en los trópicos la naturaleza es un personaje. Un personaje hinchado y total que rompe las páginas de sus novelas. Aquí la naturaleza no respeta el diálogo ni las horas de amor. Seguramente nuestra naturaleza se complace en su orgullo de ver al hombre como un árbol más.

22 de marzo de 1950

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