La Habana

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Hierro forjado o una noble artesanía colonial

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Hierro forjado o una noble artesanía colonial

Gracias a los tres últimos números de la revista Arquitectura los trabajos coloniales de hierro forjado han cobrado un reavivado dominio. ¡Qué noble artesanía otorgan, qué delicado sentido para expresar su dependencia arquitectónica! Su abstracción figurativa, su manera resuelta de adquirir una forma en un material donde el ritmo se asegura en relación con una resistencia que sólo se vence a fuego. Los que hemos visto trabajos contemporáneos de hierro forjado nos sentimos un tanto decepcionados al observar cómo líneas y ritmos se preocupaban de mostrar su diferenciación o su capricho. Pero, por el contrario, en estos trabajos coloniales de hierro forjado, la religación y contrapunto de los distintos fragmentos de expresión arquitectónica aparecen concurrentes. Entresaquemos de esos hierros coloniales los colgadores de lámparas. Su funcionalidad se agazapa en la flexibilidad y el ornamento de una figura de sostén, la lámpara tendrá que pender, sostenerse en un punto. Todo el ornamento y la sutil distribución del material parecen así vigilar y dirigirse a ese punto. Punto que mantiene moviente y animado, flexible y como recorrido por una ligereza rectificable, el resto del colgador.

Cómo encarnan esos hierros coloniales, libertados de su simple función de sostén, en figuras que la pintura más novedosa de hoy podrá recrear y saborear. Uno de esos trabajos coloniales de colgadores de lámparas parece un arlequín de Kandinsky; otro una holoturia, esbelta y tensa, que ha venido a recostarse en el muro; otro nos recuerda una flor de Paul Klee. Parece que una de las glorias de la imaginación contemporánea es encontrar por semejanza una forma orgánica, en esa artesanía que había comenzado por renunciar a las posibilidades de un inmenso orgullo. Estúdiense por nuestros pintores, la esbelta gracia y el don resuelto de esos trabajos en hierros coloniales. Formas y ritmos inestimables tal vez para nuestra pintura contemporánea, que merecen la venturosa y perdurable compañía.

23 de marzo de 1950

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