La Habana

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La cuchilla del invierno o los contrastes

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La cuchilla del invierno o los contrastes

Difícil sabiduría, dispuesta con ingenua ligereza a quitarse las escarchadas barbas, la de este invierno movilizado a su doble juego de doble clima: mañana y tarde a plenitud de airecillo en agrado y revuelo; noche, estrellas húmedas, altas, bruñidas, en que el aire pasado por muy lejanas neverías, vuelve a su frío de curva alta, sin tocar el alto cuerno del creciente húmedo. Invierno, de noche escogida, que se ha venido rizando, abriendo la navaja de sus esquemas, para permanecer en jerárquicos cristales. Con sutileza noble de paso y de ritmo, el crepúsculo ejerce sus transmutaciones en la lenta escena giratoria. Recibió al tesonero Helios dispuesto a no enmendar sus cuadrigas, y sin humillar venganzas y colores, lo fue llevando a frías majadas, a riscos helados. De esa prueba salió un aire que recorre la noche ancha del invierno, pero triscando un agrado que conduce al sueño a sus espesuras y a la nobleza de sus resistentes superficies.

El recuerdo de un calor opulento pervive por la madre de venas y raíces. La cuchilla del invierno tiene que hacerse de un filo de labios y de hojas, de cristal y de sueño, para que el hombre del trópico se le amigue. Invierno de madurez, de concluso saber, que deja durante el día la fiesta y las luces del salón de espejos. Paso ligero, ligera ropa durante el día y por la noche un hurgar las colecciones de mantas, un sentirse la extensión de las piernas buscando la lana ceñida. Así el habanero se suma la doble delicia, dos estaciones recorren su cuerpo y lo definen. Se extiende el crepúsculo como un interregno, mágico coto de animales lentos, de extensas vaharadas sin interpretación. Semejante a la rápida puerta que corta dos disfraces, aclamó ese crepúsculo el rayo veraniego y lo vistió de nuevo para aires que vienen de la torre fría.

18 de enero de 1950

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