La Habana

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José Martí o la crepitación del sarmiento

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José Martí o la crepitación del sarmiento

...“Quiero a la sombra de un ala”... “Como en andas de flores se levanta, colgada de granadillas e hipomeas”... “los pueblos de indios nuevos que tejían y teñían”... Oigamos la textura del aliento de sus palabras para celebrarle el nacimiento, pues el nacer de José Martí, comprendía el nacer de una forma del idioma y del sacrificio, la configuración de un esplendor nuestro para las palabras y sus sobresaltos al oírlas. Su verbo solía arracimársele, como la crepitación del sarmiento, poniendo madera e hinchando fuego por el centro, sintiendo en su proliferación, no la seguridad de la escala interpretada, tejida sobre un punto inmóvil, sino un tumulto o ventolera que volvía sobre el viejo caserón idiomático, llevando la disposición proporcionada a un puño que apretaba con nuevas sacudidas. Varón memorable, en quien el aliento cobraba el conocimiento de todo el cuerpo que lo lanza, su recobrarse en aventuras por vísceras y fragmentos, por sus espacios irreconocibles y oscuros. Aliento que formula el inconmovible verbal y un tejerse que se empotraba en las palabras, como lascas claras de algunas de nuestras maderas injertadas en otras de más noche y veneración.

Así como su aliento y su mano podían arracimar las palabras, su destino lo ocupaba y comprendía con la sencillez resuelta del árbol que se sitúa en su paisaje. Cuando muere lo hace en una batalla para despedirse con misterio y hoy que le celebramos la aparición, rindiéndole las gracias, seguimos tocándolo y reconociéndolo despacio para justificar el surgimiento de su germen, como si lo igualáramos a la semilla que necesita de su tierra. Pues poder justificar que su nacimiento tenía que ser entre nosotros, podría justificar de una vez la avivadora posibilidad de una historia y la solución de la forma de nuestros estilos posibles. La opulencia de su destino y de su idioma lo cierran como un continuo viviente de permanente respiración. El aliento que se procura sus nacimientos, parecía asirse a él, como para trabajar una materia de salvación y gracia, fuego volante que traspasa las mil interpretaciones. Perder el aliento, rocío, sustancia sutil, invisible resistencia, como en los comienzos, era su muerte. Celebrar la aparición de su aliento, de su soplo sobre el mundo exterior, manera de dejar la huella para su reconocimiento y resurrección.

28 de enero de 1950

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