La Habana
Comparsa universal o la curiosidad avivada
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Comparsa universal o la curiosidad avivada
Saludable febrero en su berlina de apetitos y conchas. Los barrios de más ancestro —La Punta, Colón, Jesús María—, regidos por las agudezas del cornetín y las totales invasiones del parche, ensayan los pasos y garbos de los días comparseros. La brevedad del tiempo del mes que más se rinde al tiempo y al halago, nos lleva a creer con el Arcipreste que para el tiempo también “el menor es el mejor”. Nos hacemos el despojo de los acreedores, nos liberamos del reverso doloroso de las anteriores delicias y, nos vamos preparando para nuevas acometidas. En la seguridad del ritmo que va cobrando, en la forma en que se rinden el curso de las estaciones y de los meteoros, ya despertándonos para un júbilo o rindiéndose a una solicitación, La Habana va destrenzando su agrado que es una continuidad llena y ocupada. A las anteriores gracias ha añadido en estos días la estela de una lluvia que prepara la nobleza de una lloviznada sólida de ópera o la tarde que se cerró sin remisión barrida por las aguas que preparan la cita del Antiguo Testamento.
Las puertas de la ciudad han sentido la calidad de los visitantes. Las últimas semanas han sumado la gentileza de tales visitas que la hacen inolvidable. Rubinstein, Koussevitzky, Francescatti y ahora la Markova, todos ellos grandes cifras de artística expresión que vienen a mostrarnos las ganancias universales de sus métodos y aprendizajes. Ya no tenemos que mostrar aquellos divertidos orgullos de nuestros tíos, que exclamaban jubilosos ante los artistas de su época: yo lo vi en Roma, en 1911, o en Constantinopla, en el segundo año de Kemal Pachá, reuniéndonos en coro para oírles el relato de la artística aventura. Ahora, entre nosotros, haber visto y saboreado las muestras de esos artistas es sólo manifestar una curiosidad avivada por el cultivo de los sentidos y propia demanda del alimento que requiere nuestro intelecto.
9 de febrero de 1950