La Habana
En la gruta de Lourdes o la sencillez de corazón
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En la gruta de Lourdes o la sencillez de corazón
Las ciudades todas, y La Habana se integra en esa evocación, conmemoran con la sencillez de una gracia, la ingenuidad que sella de nuevo el tabernáculo. Es principalmente en el siglo donde señorean el origen de las especies, el superhombre, “las pruebas irrefutables”, donde aparecen los bienaventurados de sencillez y gracia sumas, Bernadette y Santa Teresa de Lisieux. Hoy es el día en que se conmemora la primera aparición de La Inmaculada Concepción en la gruta de Lourdes (11 de febrero, 1858), donde la deliciosa sencillez de Bernadette aprendió a persignarse y el rosario directamente de la Intercesora. Aparece la Inmaculada “vestida de nieve”, como dice el Libro de las Horas, hablando con ese vaso de elección por la sencillez y el desprendimiento. No sabía persignarse Bernadette y la Inmaculada le enseña; para alejar tentaciones es la misma Virgen la que le enseña el rosario. Parece que las gracias se complacían en aquella sencillez que venía a mostrar su simplicitatem cordis, su sencillez de corazón. No fue escogida y llamada Bernadette por sus ofuscadoras luces ni por sus sutilezas en el hilado transcendental del dogma. Pero los lectores de Zola, las sonrisillas del viejo Anatolio, los hedonistas de Remy de Gourmont, perfumados de blanco esteticismo, veían aquellas aguas de Lourdes, purificando, arrastrando pus y lamparones, romadizos y carroñas. No eran las mesmerianas aguas de imán, sino las aguas rizadas de nuevo por el Espíritu Santo, hechas lustrales para la desolación. Las aguas de vida refrescadas por el árbol de vida, expresando el espíritu de vida. Descienden en este día, ululantes y desesperados, los hombres del sufrimiento y de la locura a las aguas que borran y sanan. Pasan cerca de aquellas aguas, los procesionales que portan la suprema esencia, y descienden las gracias y el espíritu quema y revoca.
11 de febrero de 1950