La Habana

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OVNI o el ninivita arcádico

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OVNI o el ninivita arcádico

Desde la época eglósica y candorosa del cometa Halley, la tribu celeste había disminuido sus exigencias. Ahora ciudadanos de buena fe y candor necesarios, señalan platos con candelas, cuerpos luminosos, de la misma manera que al pasar por tierras de brasileros hiperbólicos, afirmaban que se les oía el ruido de su interior y el mito (la estela). Humanizada esa banda celeste, llena de jardincillos para el orgullo de la perspectiva aérea, el cielo como protagonista había pasado a la categoría de intercambiable. Desde las grandes visiones de los místicos, más allá del cielo de estrellas y del llamado cielo de empíreo, superadores de la concepción griega del cielo como techo que comenzaba allí donde lo tocaba la mirada. Ahora el seguimiento de ese velo surcado por un escarabajo de oro, imagen hoy demodé pero todavía muy querida por los simbolistas contemporáneos del cometa Halley, vuelve otra vez a demostrar que lo teogónico y lo mágico, lo infuso y sobrenatural, rondan a la materia en cuanto ésta se revela contra las tablas cognoscentes del hombre de cada momento histórico. Se suponen unos discos poseídos por la materia animada, por un soplo o espíritu, depositarios de un secreto interplanetario, roídos por la desesperación comunicante de mundos plurales y locuaces. ¡La nueva era, la nueva era!, exclaman y se disponen a viajar de planeta en planeta, como el mulito voltejeador de la noria. Baste cualquier insinuación celeste, semejante a los babilónicos en sus azoteas como observatorios, para que el hombre de hoy guiñe sus ojos para ironizar y para, mejor contemplar el cielo. Que nos reímos hoy de que Anaximandro, en la época de la física jónica, hablase del viento que se esconde en la nube, si la rompe se produce el relámpago; pues estamos convencidos de que cada época feraz y máscula, necesita acumular un sobrante risible, fácil para provocar ironías y risitas de las siguientes generaciones, pero reveladoras de una opulencia dirigida a romper contornos y marcos. Nuestra época se decide así también a mostrar ese sobrante que revela sus trojes henchidos.

Parece, tal vez, que después del período transcendental de la física de la destrucción de las cadenas nucleares, hemos querido volver a la limpia ingenuidad de la física jónica. Cuando Anaximandro nos hablaba de los estuches circulares que tienen movimiento rotatorio. Del fuego roto que anima a los anillos circulares. De los vapores del mar que rompen las esferas de fuego y las llevan a ser anillos. Explicaciones de explicaciones que llevan al hombre de hoy a pasearse por su azotea como si fuera un ninivita arcádico.

24. de marzo de 1950

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