La Habana

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El tipo “original” o la superioridad cejijunta

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El tipo “original” o la superioridad cejijunta

Espiritado o silencioso va el original poniendo bigotes y anclas en la vida homogénea que se reproduce a sí misma como un túnel de bostezos. Gusta de disfrazarse de artista, reiterando el abuso del pantalón marrón y el saco a cuadros, atornillando su cuello en una bufanda dominó, alcanzando estatura de plinto y consagraciones de peana. Lento y sibilino busca las rendijas de la conversación para deslizar sus aciertos verbales, mirando en torno con mal entonado disimulo para ver los efectos causados, como los retiramientos del pintor para ver la pasta hundiéndose en la tela. Otras veces busca efectos desiguales, en una veneciana cena de Nochebuena se hunde en el silencio como en un colchón oceánico. Sus retornos, su decuplicado arte de llegar primero que nadie y retirarse cuando los demás duermen sobre lo conquistado, le cuadra risas de silencio que él se otorga para premiarse por lo alto la superioridad cejijunta. Demuestra con regusto de fresa en Chantilly que el hombre desciende del poliedro octaédrico o que dos metáforas iguales a una tercera son desiguales entre sí. Como un eco deshecho en globos de traslación elíptica, repite: desiguales entre sí. Rodeado de inquietantes tertulianos se exacerba y entonces utiliza el refranero, el oriente medio o los zorros azules para centrar como un centro de mesa. Estalla para atraerse los oídos como miradas, “el ojo del amo engorda el caballo”, y termina como en una silabeada moraleja, “por eso se toma como multiplicador el que tenga menos cifra”. Ahora sí que la flecha cuajó en abundante cuajada, los tertulianos absortos se truecan en numeradas piezas de mármol, bloques ligeramente movibles de cemento armado.

Desdeña con odio que se le siembra en la entraña la frase de Balzac, “lo característico del hombre de genio es que se parece a todo el mundo, aunque nadie se parezca a él”. No, el original aborrece tanto parecerse a alguien, como que un alguien desdichado se parezca a él. Su tibiedad y su gloria radican en su bufanda. Su orgullo pregona: nadie, nadie tiene una bufanda dominó. Y el eco jugando sus sílabas le regala un nadie, nadie, nadie.

16. de febrero de 1950

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