Ksenia

Ksenia


Capítulo 1

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showgirl, hubieses podido ser campeona de gimnasia, pero ya no estás a tiempo. Claro, si no te hubiesen echado por tu homosexualidad...

—Solo fue una vez —mintió la chica—. Con Katia éramos amigas.

—Peor para ti, ya que es el motivo principal por el que te eligieron.

—¿Y tú cómo sabes lo de Katia conmigo?

—Me lo dijo Tigran.

Esta vez Ksenia tuvo miedo de verdad: Tigran Nebalzin era un conocido jefe de la mafia de Novosibirsk.

—Trabaja para mí. Fue él quien te eligió.

Inútilmente, la siberiana intentó frenar sus lágrimas: con ese criminal de por medio no había esperanza.

Lello resopló impaciente.

—Tendrás todo el tiempo del mundo para lloriquear.

Ella asintió y se pasó el dorso de la mano por los ojos.

— Perdón.

—Cumplías perfectamente con las exigencias de Antonino y ahora eres suya —explicó Lello—. Quizás no para siempre. Pero durante algunos años tendrás que seguir su juego, hasta que Barone se canse y pida otra. Si te niegas, Tigran mandará a sus hombres a ver a tu abuela, a tu madre y a tus hermanas.

Después de haber visto a su padre borracho y a su hermano desfigurando a una chica solo porque le había contestado mal, Ksenia se había convencido de que no había nada más terrible que el hombre siberiano. Allí los hombres bebían y pegaban a sus mujeres. Bebían y se olvidaban de sus hijos. Sin embargo, Pittalis y Barone eran peores. ¿Cómo había podido estar tan ciega? ¿Cómo había podido confiar en ese bastardo que ahora la observaba divertido delante del cadáver de una pobre desafortunada como ella? Se obligó a estudiar con atención ese cuerpo lívido y frío, absorbió cada detalle macabro. La muerte es un viaje sin retorno. Por lo tanto era como si ella estuviera muerta, porque no podía volver.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó.

—¿Para qué quieres saberlo?

—Porque nunca me olvidaré de ella.

—Olesya.

Ksenia suspiró.

—Quiero salir de este lugar.

—¿Y te portarás bien?

—Sí.

 

 

Mientras volvían a casa de Antonino en moto, Ksenia decidió hacer una pregunta a la que todavía no había encontrado respuesta.

—¿Para qué necesita casarse?

—Estar soltero a los sesenta hace que la gente crea que eres gay. Y él, justamente, piensa que esto puede afectar a sus negocios.

Ksenia por fin lo entendió.

—Y no hay nada mejor que chantajear a una extranjera que no conoce a nadie.

—Así que no eres tonta del todo —se congratuló Lello—. Empezaba a preocuparme.

Cuando llegaron a su destino, Pittalis le dijo que no subiría y le dio unas últimas recomendaciones.

—Perfecciona el idioma. Y aprende a cocinar. Es la única manera de llevarte bien con él.

Al llegar frente al portal, una mujer extraña le bloqueó el paso. Tendría unos cincuenta años, llevaba un moño alto que la hacía mayor, como las fotografías del siglo XIX, y vestía de negro, como una viuda. Llevaba en brazos una muñeca a la que le faltaba una pierna, con el pelo chamuscado, y con una mano empujaba un viejo cochecito de bebé azul, de ruedas grandes y finas. La mujer hablaba sin ton ni son, con los ojos abiertos como platos. Quizás no veía a nadie, solo a personajes que existían en su cabeza. Al chocar contra Ksenia se puso a gritar:

—¡Todos somos peones! ¡Todos somos peones! —y siguió gritando incluso cuando la siberiana tocó el timbre para que la abrieran. En cuanto oyó la puerta, Ksenia se lanzó dentro, mientras la voz de la loca la seguía, aunque quizás solo se gritaba a sí misma. Subió los escalones de dos en dos, para atenuar con el ruido de sus pasos aquellos gritos insoportables.

 

 

La puerta de la casa estaba abierta. Barone la recibió con un plato de espaguetis entre las manos. Se lo puso delante de la nariz, masculló algo que Ksenia no entendió y luego volvió a sentarse frente a la televisión. La chica se acercó a su habitación con pasos lentos y mesurados.

En la cama encontró un vestido de novia. Estaba usado y parecía muy viejo. Un modelo

duchesse anticuado. Ksenia lo olió. Apestaba a naftalina. No tardó mucho en entender que debía de haber pertenecido a la madre de Barone.

Pensó que aquel hombre tenía un hueco en lugar de cerebro y corazón. Un montón de estiércol que la había privado del derecho a soñar y obligado a sobrevivir, día tras día. Una esclava, en eso se había convertido. Incluso estaba dispuesta a acabar como la chica de la morgue, aunque nunca hubiese permitido que Tigran Nebalzin se vengara con su familia.

Ksenia apoyó las palmas de las manos en el suelo y elevó los pies. Se quedó en la vertical lo máximo posible. «¿De verdad soy tan tonta como piensa esa carroña de Pittalis?».

A lo mejor a Barone le explotarían las coronarias. Con los atracones que se pegaba podía pasar, igual que le había pasado al borracho de su padre. Se puso el vestido de novia. Era corto, hasta los tobillos, y le iba ancho de caderas. Le quedaba fatal. Se puso los tejanos y fue a la cocina, donde encontró las sobras de los espaguetis en el fondo de una olla. Los puso en un plato y fue al salón, donde estaba su futuro marido. Intentó enrollar algunos espaguetis con el tenedor, pero solo consiguió quedarse con la boca abierta mientras la pasta se deslizaba desastrosamente hasta sus pantalones.

Antonino se echó a reír con la boca llena de carne. El bocado se le atragantó. Ksenia esperaba que muriera ahogado. Sin embargo, con un potente golpe de tos el hombre escupió en el plato la bola de carne y corrió a beber un trago de vino.

 

 

Más tarde, después de una siesta en el mismo sofá donde había comido, Barone salió corriendo, como si llegara tarde.

La siberiana, por fin sola, consultó en el diccionario de bolsillo el significado de la palabra

peones:

 

Peón

1. m. Cada una de las ocho piezas negras y ocho blancas, respectivamente iguales y de calidad menor, del juego del ajedrez.

2. m. Persona que actúa subordinada a los proyectos e intereses de otra.

 

Quizás aquella mujer no estaba tan loca como Ksenia había creído.

Se concedió un baño leyendo algunas páginas de

Un hombre para casarse. Se paró en una frase: «La clave de la felicidad está en tener sueños alcanzables». Dejó caer el libro y soñó con ser la protagonista de la novela.

Volviendo a su habitación, se dio cuenta de que estaba lloviendo de nuevo. Se acercó a la ventana y observó a la gente y las tiendas. De repente levantó la mirada y se cruzó con la de una mujer que la miraba fijamente desde el edificio de enfrente. Tenía el pelo castaño, liso y largo. Le pareció muy guapa. La desconocida le sonrió. Luego corrió la cortina y desapareció.

Ksenia se sintió más sola aún.

 

 

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