Kris

Kris


Capítulo 19

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Capítulo 19

Alejandro

Estaciono el auto frente a las escaleras y en aquel momento sale Carlos, se pone las manos en las caderas y me mira como si mi presencia no lo molestara.

Salgo del coche con calma y le apunto con el arma. —Hola, hermano.

Quiero destruir a aquellos que me han dado una vida mejor de la que podía haber esperado.

—Baja esa pistola, no es gracioso.

No parece molesto, siempre mantiene su temple, que lo ha convertido en el hombre poderoso que es hoy. Nadie amenaza ni va en contra de Carlos Gardosa, nadie ha tenido nunca el valor, antes que yo.

Me río con amargura y me acerco, teniéndolo a tiro. —Oh, Carlos, Carlos, ¿todavía no has entendido que no recibo órdenes tuyas? —No retrocede cuando lo alcanzo y presiono el cañón contra su pecho—. Entra y llama a todos —ordeno.

—¿Crees que puedes venir a mi casa y apuntarme con un arma? —brama con dureza, pero en sus ojos puedo ver la duda y esto me hace aún más fuerte y confiado.

—Si no te mueves, empezaré contigo y continuaré con tu esposa.

Coge el cañón y lo mueve a la altura del corazón. —¿Quieres demostrar lo hombre que eres matándome? Acomódate, dispara, pero no te sentirás mejor, si eso es lo que esperas.

Rechino los dientes. —Me sentiré mucho mejor sabiendo que me usaste a mí y al apellido que llevo para llegar a donde estás.

Carlos inclina la cabeza hacia un lado y me estudia. —¿Por qué no me enfrentas en igualdad de condiciones? Tienes miedo de perder, Alejandro De La Rosa.

Siempre he odiado su arrogancia y su certeza de ser más fuerte que los demás.

En ese momento sale Adrián y al notar el arma, se detiene de repente. —¿Qué diablos estás haciendo?

¿Por qué siempre tienen que hacer las cosas más difíciles? Sólo quiero ponerle fin y hacerlo ahora.

—Dije ... adentro —gruño entre dientes y empujando el cañón en el pecho de Carlos lo invito a dar un paso atrás.

—Vete, Adrián, nadie tiene que interponerse —dice Carlos con un profundo suspiro—. Lo resolveremos entre nosotros, ¿verdad?

—¿Por qué debería? —respondo con enojo. ¿Estás intentando ganar tiempo, Carlos? ¿Quieres encontrar un atajo?

Me agarra por el cuello, sin hacer caso del arma que me apunta. —Escúchame, hijo de puta, si quieres desahogar tu enojo, hazlo conmigo, pero no dejaré que lastimes a tu familia. —Inclina la cabeza hacia Adrián y ordena que se vaya y no deje que nadie se acerque.

Bajo el arma e imitando su gesto, agarro su cuello con la rabia corriendo por mis venas. —¡Que sea en igualdad de condiciones!

Lo dejo ir y tomamos distancia un momento, con cautela me bajo, dejo el arma en el suelo y de una patada la aparto deslizándola hacia el pasillo, siempre puede ser útil. Nos estudiamos uno a otro, entonces hay una fuerte disputa entre nosotros. Me golpea en la cara y lo encajo, no trato de evitarlo, porque quiero sentir el dolor, hasta el fondo, hasta el final.

—Puedes hacerlo mejor —digo escupiendo, me quito la chaqueta y la tiro bruscamente al suelo. Me abalanzo contra él, golpea la puerta con la espalda y se tambalea hacia atrás por el pasillo. Se recupera de inmediato.

—Novato —dice lanzándome una serie de golpes.

Joder si duelen, pero no me impiden responder y también lo golpeo en el abdomen.

—Estás oxidado —le provoco, inclinándome cuando trata de golpearme en la cara, lográndole esquivar.

—Dijo la muchachita que no sabe pegar. —Al responderme, lanza su hombro hacia mí, me golpea de lleno. Terminamos en el suelo, jadeando y sin aliento. Apoyo las palmas de las manos en el suelo y me levanto, con los ojos fijos en él, que está a mi lado.

—Vamos, Carlos, ¿sólo puedes hacer esto? Me decepcionas, hermano —expreso para provocarlo. Deslizándome cerca de él, lo pateo detrás de las rodillas y cae de nuevo al suelo, pero se levanta rápidamente, me agarra por el cuello e intenta empujarme contra la pared.

—El principito del carajo, todo perfectito —comenta mientras seguimos luchando y su agarre de hierro en mi camisa logra arrancarla. —Disculpe, su majestad, la camisa está arruinada.

—¡Vete a la mierda! —Le doy un puñetazo en la cara y él responde con el mismo movimiento, pero en las costillas y esta vez no puedo esquivarlo.

Doy un paso atrás envolviendo mi brazo sobre mi abdomen y trato de respirar tanto como puedo. Él también se toma un momento para recomponerse, pero continúa sosteniendo mi mirada.

—Debería haber sido diferente, pero ya sabes, al final estoy feliz de ir al infierno contigo ya que todo comenzó con tu sueño de tener una familia —digo lanzando mi cuerpo contra el suyo, mientras desvío mi atención en el arma que se deslizó no muy lejos de nosotros. Tengo que acabar de una vez ya no puedo posponer, la policía llegará pronto y no permitiré que nadie me detenga.

Me muevo rápidamente y agarro el arma, le apunto y luego lo veo ponerse tenso, como si supiera que no tiene ninguna posibilidad.

—¿Dónde están todos los demás?

No responde, sigue retrocediendo por el pasillo y esto me irrita aún más.

—¡Responde carajo!

—No te lo diré —grita—. ¡Eres sólo un psicópata de mierda!

Disparo un tiro al aire, la bala atraviesa el techo.

—¡Sabes que los encontraré, sólo estás perdiendo el tiempo, Carlos! —gruño furioso, mientras pienso en el lugar más seguro que podría haber en Villa Falco… Claro, él es de costumbres—. Apuesto a que están todos en tu despacho, en tu reino, donde te sientes tan indiscutible —reflexiono con una sonrisa maliciosa en los labios—. Carlos Gardosa, el hombre invencible.

—No lastimarás a tu familia, Kris. —La voz de Carlos es extraña, como la de un hombre que se rinde, pero no es normal en él.

—Kris ya no existe. Soy Alejandro De La Rosa —respondo sosteniendo la pistola en mis manos y señalándolo para que se mueva.

—¡Dispárame, mátame, pero no te acercarás a ellos!

Se detiene frente a la puerta de la habitación en cuestión, tratando de bloquear mi paso. —¡Vamos, mátame, porque esa es la única forma en que puedes entrar!

Inclino la cabeza hacia un lado y considero si es el momento adecuado para dispararle, pero no quiero renunciar a la diversión que me espera en ese despacho. Quiero ver el terror en los ojos de todos para descubrir que él también puede ser derrotado.

Como una furia, lo golpeo en la cara y abro la puerta de una patada. —Dentro —afirmo. Por primera vez desde que lo conozco, el rostro de Carlos está tenso. Se gira y al ver a su familia algo le impide reaccionar.

Jennifer sostiene a su bebé dormido en sus brazos, lo abraza con fuerza y me mira con terror. Kasandra está a su lado, su mano descansa sobre su hombro y sus ojos fijos en los míos.

Oh, pequeña Kasi, alguna vez lo hubiera dado todo por ti, hubiera sido cualquier cosa si me lo hubieras pedido.

Adrián la sostiene con fuerza por la cintura, un gesto para recordarme que ella nunca fue mía y esto sigue siendo una sensación dolorosa ahora.

—Por favor, detente —suplica Kasandra—. No estás en ti.

No digo nada, sigo mirando a la mujer que amaba. Muevo mis ojos al reloj en mi muñeca, el tiempo se acaba para todos.

—No hagas tonterías, Kris —interviene Damián, sosteniendo a Blanca cerca de él.

—Detente —dice Adrián.

—Cerrad esas malditas bocas. —Truena mi voz con ira.

Noto el fuego que arde dentro de mí, mientras las imágenes de nosotros juntos, de lo que fue nuestra familia, fluyen por mi mente. Momentos felices, momentos tristes, momentos que no quisiera recordar más.

—¿De verdad quieres matarnos? Eh, dime, ¿qué carajo quieres hacer? —pregunta Carlos, avanzando hacia mí.

Miro esos iris familiares que durante años me han dado esperanza, una razón para vivir a pesar de todo.

—El tiempo es precioso, Carlos, ¿estás seguro de que quieres desperdiciar los últimos minutos de vida que te quedan?

Traga y mira mi arma. Mátame, pero déjalos vivir. Si tienes que culpar a alguien, cúlpame a mí.

—Carlos —susurra Jennifer alarmada, pero con un gesto de la mano la silencia.

—Mátame, vamos.

Doy un paso hacia adelante, lo suficiente para presionar el cañón contra su pecho. Es el enfrentamiento, cara a cara, es el momento adecuado para acabar con el pasado para siempre. Empujo su cuerpo contra la pared.

—¿Tienes miedo, Carlos?

Los músculos de su cara se contraen, una señal de que está nervioso. —No.

Disparo un tiro. —Yo tampoco. —Dejo salir el aire—. Te perdono.

Alguien grita pero ahora estoy en punto de no retorno. Me vuelvo hacia donde están los demás. —¡Le dispararé al primero que se mueva! —advierto retrocediendo hacia la puerta, tengo su atención, veo su miedo y esto me basta.

Salgo rápidamente de la habitación y los encerró con llave, atrapando a todos. Escucho sus gritos, las patadas y puñetazos que intentan derribar la puerta ... pero no hay vuelta atrás.

El tiempo parece pasar lentamente, aunque en realidad se está moviendo demasiado rápido. No echaremos de menos a nadie, sólo somos el resultado del daño que se nos ha hecho.

Atravieso el largo pasillo, me detengo frente a la puerta principal y miro hacia el inmenso jardín.

En unos minutos todo habrá terminado.

Nunca pensé en el día en que iba a morir y no pensé que iba a arrastrar a mi familia conmigo. El imperio de Carlos Gardosa y el de De La Rosa desaparecen hoy, lo he decidido y llevaré a cabo mi plan. No debería haber sucedido así, si esa muchachita no hubiera corrido a Villa Falco, en este momento todavía estaría con ella, en la cama, juntos.

Podría haber creado mi propia familia, tener hijos algún día, alguien que pudiera llamarme papá.

Una esposa, una mujer que fue mi mejor amiga, mi amante, mi confidente. Una casa, donde organizar la cena de Navidad, los niños que abren los regalos bajo el árbol… El caos, el desorden, el cansancio, las vacaciones, las peleas con ella y luego la paz para arreglarlo todo. ¡Hubiera sido feliz!

Quería todo esto, pero me vi obligado a tomar una decisión: renunciar a Lya o a mí para salvarla. Tampoco era posible, porque en aquel momento ella sabría lo que había hecho y nunca me perdonaría. Una vez más, le habría mentido por el bien de lo que podríamos construir juntos.

Miro el jardín por última vez. Lya sigue gritando mi nombre, permanece aferrada a la puerta y mira todo impotente. Verá mi final y las consecuencias de mis decisiones.

Lo siento, hijita. No merecías conocer el lado feo de la vida, pero un día estoy seguro de que serás feliz y tendrás a tu lado a un hombre mejor que yo.

—Ódiame, Lya, porque eso es lo único que merezco.

Con sabor amargo en la boca y el corazón latiendo rápido, cierro la puerta. Doy dos pasos hacia atrás y me detengo en el centro del pasillo. Fotografío mentalmente por última vez la casa, donde viví con la única familia que he tenido, una casa que diseñamos, donde lo compartimos todo. El símbolo de nuestro vínculo.

Es un hermoso día de agosto, Kasandra propuso comer al aire libre y así que tomamos el auto, nos internamos en los campos abandonados fuera de la ciudad, hasta que nos detuvimos en un gran prado.

Damián y Carlos continúan discutiendo dónde es mejor asentarse. Cuando Carlos logró sacarnos del orfanato, uno tras otro, no pensé que alguna vez tendría una familia, pero aquí estamos.

—Ayúdame. —Kasandra saca una manta grande y me invita a echarle una mano para extenderlas sobre el césped. Ella se encargó de todo, preparó la comida y consiguió lo que se pudiera necesitar para un picnic. Su cabello castaño le cae sobre el rostro y aquel vestido de flores le da un aire delicado, como una flor que acaba de florecer.

Nos acostamos en la manta y miramos al cielo, mientras Carlos y Damián continúan discutiendo un poco más allá.

Me vuelvo ligeramente hacia ella.

—¿A ti te gustaría quedarte en La Habana? —pregunta colocando un brazo sobre sus ojos para protegerse del sol.

—No me importa dónde, lo importante es estar juntos.

Sonríe y creo que no hay nada más hermoso en el mundo que verla feliz.

—Pero míralos, qué lindos bajo el sol, relajados —comenta Damián acostándose entre Kasi y yo.

—Eres de una delicadeza infinita —murmura Kasandra, empujándolo de broma y en ese momento advierto que Carlos nos está mirando.

Me apoyo en los codos: —¿Algo va mal?

Insinúa una sonrisa y se acuesta a mi derecha. —Estoy bien, sólo estaba mirando a mi familia y pensando en lo que es mejor para todos.

—Cualquier lugar sirve, en lo que a mí respecta podemos seguir viviendo en aquel pequeño apartamento, no necesariamente necesitamos una casa más grande —dice Damián.

Apoya los brazos detrás de la nuca y mira al cielo. —Lo sé, pero ahora que tenemos los medios económicos, me gustaría algo especial que fuera sólo nuestro.

—¿Qué es eso? —pregunta Kasi señalando un punto en el cielo.

—Un halcón —respondo reconociendo el ave de rapiña—. Estratégico y preciso. —Sigo admirándolo—. Imaginaros que en la cultura europea ...

Damián me golpea en el brazo.

—Joder, ¿cuál es tu problema?

Él resopla. —Estabas aburriendo con tus explicaciones, entendemos que eres un erudito, pero... —se detiene cuando lo miro con gravedad.

—Inténtalo de nuevo y te romperé el brazo.

—¿Han terminado, niños? —comenta Kasi riendo.

—El halcón —exclama Carlos—. ¿Qué dice la cultura europea, Kris?

Damián murmura algo, pero le tapo la boca con la mano y contento, le explico a Carlos: —Símbolo de guerra, representa poder, sabiduría y protección.

Él reflexiona: —Halcón.

Tumbados sobre aquella manta, los cuatro nos quedamos al sol mirando al halcón volar y algo me hace sonreír, una idea que puede parecer absurda, pero es factible. —¿Y si construimos una villa en forma de halcón? Arquitectónicamente, se puede construir, pero necesitaremos un terreno bastante grande y en términos de costos...

—¿Pero quién eres tú? —pregunta Damián exasperado—. Hay un momento del día en que no seas así ... así... —gruñe y todos se ríen.

A esa risa le siguen minutos de silencio, nadie parece dispuesto a levantarse, ni a hablar.

—Villa Falco —digo—. La familia Falco.

Carlos se vuelve hacia mí: —Me gusta.

—A mí también —exclama Kasandra—. Una casa propia que representa a nuestra familia.

—Tengo que admitir Kris, que tu idea es una locura, pero me gusta —dice Damián—. Pero encontrar el terreno no será fácil y quién sabe cuánto dinero se necesitará para construirlo.

Tiene razón, no es algo que podamos lograr rápidamente, pero si todos queremos, podemos intentarlo.

—¡Lo haremos! —replica Carlos—. Un día seremos recordados como la familia Falco.

Miro mi reloj y sonrío. Ha llegado el momento.

Suspiro.

He amado y odiado mi vida.

Cierro mis ojos.

Prefiero ser el verdugo antes que arrodillarme y rendirme.

Empiezo a contar hacia atrás, es la hora.

Diez ... Una respiración profunda. Carlos había dicho que en esta casa seríamos felices para siempre. Se equivocó, todo tiene una fecha límite, incluso la vida misma.

Nueve ... Me meto la mano en el bolsillo y toco la moneda de Lya con el pulgar.

Ocho ... he amado a Kasandra.

Siete ... Amaré para siempre a Lya.

Seis ... En un tiempo era simplemente yo, luego descubrí que ser justo era inútil y elegí qué papel desempeñar.

Cinco ... Me he odiado a mí mismo.

Cuatro ... Nunca me he perdonado.

Tres ... he pasado los últimos meses castigándome a mí mismo ya los demás.

Dos ... Seré recordado como el asesino de la familia Falco y el De La Rosa. El apellido que llevo será despreciado para siempre, tanto como desprecio al hombre que me trajo al mundo. Tomé la decisión correcta para todos, pero no para mí.

¡Un último sacrificio!

Una última vez Alejandro.

Uno ... Me pido perdón por no darme una oportunidad cuando tuve la ocasión.

Debía amarme a mí mismo, pero nunca fui capaz.

Una última vez respiro el aire de la vida real. Cojeé durante mucho tiempo hacia la meta que parecía inalcanzable. Entonces un día he decidido detenerme y mirar atrás, dándome cuenta de que el esfuerzo que estaba haciendo no era nada comparado con lo que ya había superado. Entonces comencé a cojear de nuevo, sabiendo que sufriría, pero que al final podría decidir tanto quién ser como a dónde quería ir.

Cero … Soy Alejandro De La Rosa, el último heredero de la dinastía De La Rosa y sólo tengo una regla, que ¡no hay reglas!

Lya

Se despidió y estoy siendo testigo de su muerte, mi corazón sangra y me siento más vacía con cada segundo que pasa.

Grito, impotente. El ruido ensordecedor, el fuego que lo destruye todo, que lo borra a él y a su familia para siempre, como si nunca hubiera existido.

Explota la estructura lateral de la enorme casa, luego el invernadero y finalmente Villa Falco, que está envuelta en altas llamas y humo. Los escombros están esparcidos y parece que el infierno ha llegado a la tierra.

Alejandro escribió la palabra fin… para todos.

Escucho las sirenas acercándose cada vez más, la ayuda está llegando, pero es demasiado tarde para salvar a alguien.

Aturdida y con la cabeza a punto de estallar, me siento al lado de la puerta y cierro los ojos.

Todo esto no es real, no está pasando, lo sigo repitiendo. Me balanceo, lloro, aprieto las piernas y trato de respirar, pero no puedo.

—¿Señorita? ¿Está bien? —pregunta alguien y abro los ojos. El bombero me mira preocupado y se agacha de rodillas—. ¿Se encuentra bien?

—Están todos muertos —digo entre sollozos—. Él ... él ... —No puedo hablar, mi mente está bloqueada desde el momento de la explosión y no puedo creer que sea verdad.

Hay una gran conmoción a mi alrededor, escucho el sonido de la puerta al romperse, los camiones de bomberos en movimiento, las patrullas de la policía, las ambulancias. Esto es un infierno y todo es culpa de Alejandro De La Rosa.

Grito, me tapo los oídos y cierro los ojos con fuerza. ¡Ojalá todo terminara! Ojalá nunca lo hubiera conocido, porque me cambió para siempre, porque mi vida nunca volverá a ser la misma. Al final, ganó, cumpliendo su promesa.

“Te prometo que un día me odiarás”

—Te odio, Alejandro, te odio, pero no puedo dejar de amarte.

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