Kris

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Capítulo 6

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Capítulo 6

Lya

Una respiración profunda es lo que necesito, pero ¿cómo podría calmar mi corazón, que late rápido cada vez que Alejandro me lanza esa mirada traviesa pero esquiva? Aprieto mis dedos entrelazados con los suyos y no tengo ninguna intención de soltarlos. Me gusta el contacto físico, me gusta la sensación que tengo, porque lo hace real y no sólo una fantasía. Paseamos por el Puente de Carlos, los turistas invaden las aceras, un pintor hace un retrato de una mujer sentada en el taburete frente a él. Sonrío mirando el rostro relajado de la dama y la postura estirada.

—¿Qué tal un retrato? —digo provocativa, consciente de que nunca aceptaría.

—No exageremos —comenta dándome un beso en la cabeza—. Está bien soñar, pero esto sería demasiado, ¿no crees?

Tiene razón. Un retrato sería un recuerdo para guardar y él no quiere, somos sólo una aventura de un día y no importa cuán espantosa sea la situación, me parece bien, porque no puedo esperar más de él.

¿Dónde está la Lya que conozco?

Alejandro me atrae de repente hacia él, cuando un grupo de chicos de aspecto nórdico casi se topan distraídamente con nosotros.

Mi cuerpo choca con el suyo, pongo mi mano en su pecho y levanto los ojos, el calor del sol me obliga a apretarlos, nublando mi visión; me muevo levemente hacia la izquierda, lo veo sonreír. Gracias a la estatua que hay detrás de él, encuentro un punto de sombra y finalmente puedo mirarlo de nuevo. Nunca me cansaría de hacerlo, porque es un hombre realmente fascinante. Mi atención cambia cuando me ofrece refugio de los rayos del sol y en mi interior sonrío.

—San Juan de Nepomuceno.

Se vuelve perplejo y mira la estatua.

—Cuenta la leyenda que tocar su cruz trae buena suerte.

Sacude la cabeza como si hubieras dicho algo estúpido. —¿De verdad crees estas tonterías?

Desmoralizada por su escepticismo, lo suelto con un suspiro y camino hacia la escultura. —Un poco de fe no te haría daño —murmuro acariciando la cruz con mi mano derecha.

Un poco de suerte para ambos no estaría de más.

—No necesito fe si soy el dios de mi mundo —responde con dureza.

—La presunción a veces destruye lo que hay de bueno en nosotros —reflexiono dando voz a mis pensamientos—. ¿Por qué no te relajas y al menos por hoy intentas ser sólo un hombre descubriendo la belleza que la vida puede ofrecer, creyendo en algo diferente a los patrones habituales?

Tiene una mirada oscura, capaz de destrozar tu alma e infligirte dolor. Quizás eso fue lo que me llamó la atención en él, esos ojos capaces de aniquilarte, reduciéndote a polvo sin esfuerzo. Pero también su comportamiento, a veces enigmático, a veces demasiado decisivo y rudo. ¿Cómo puede existir una persona que exprese odio, enfado y algo bueno al mismo tiempo?

Reuniendo el valor que me queda, tomo su mano, dispuesta a desafiarlo, consciente de que tendrá algo que decir y no me facilitará la tarea; pero yo soy así, no puedo tener miedo cuando debería y me arriesgo, sabiendo que me puedo lastimar.

—Siempre puedes cambiar de opinión —digo con cautela, guiando su mano hacia la cruz. Puedo sentir una tensión extraña y mi corazón se acelera.

Con un sólo gesto, la misma mano que antes guiaba ahora agarra mi muñeca con fuerza: —No insistas, no hay nada que salvar o creer, hijita . Por lo que sabes, podrías estar con un hombre malo y yo podría herirte.

Sigue sosteniendo firme mi muñeca; Debería huir, olvidarme de él, pero no lo hago. Ignoro deliberadamente ese lado frío y aterrador de él, porque veo otro y ese otro lado me gusta tanto que me obliga a arriesgar. No es sólo ira o arrogancia, estoy segura.

Mira mi mano y la suelta bruscamente, como si acabara de darse cuenta de lo que ha hecho, mira la estatua por última vez de mala gana y se aleja, ignorando mi presencia.

Si cree que esta actitud me hará rendirme está equivocado, porque cuanto más difícil se pone, más me interesa.

—Entonces, Alejandro ... —digo acercándome a él y actuando como si nada—. ¿A qué le debemos a esas maneras de “yo soy el amo del mundo”?

Se detiene y juraría que se vuelve a cámara lenta hacia mí. Su mirada es glacial, es capaz de hacerme temblar y hacer temblar el puente también, si eso fuera posible.

—¿Con quién diablos crees que estás tratando, hijita ?— gruñe agarrando mi brazo—. Estoy perdiendo el tiempo porque te encuentro interesante, pero no juegues con un extraño, Lya, porque corres el riesgo de herirte, en serio.

Me estremezco por el tono duro. Desde el primer momento en que lo vi en el club nocturno, supe que no era cualquiera, supe que era un territorio peligroso al que estaba entrando, pero no pude resistir y no voy a parar. Quiero más de él, no importa si es algo malo o aterrador, él puede hacerme sentir viva. Nunca me había sentido así, es como si la adrenalina corriera por mis venas, como si el olor a peligro que emanaba de él fuera lo que yo estaba buscando.

Inclino la cabeza hacia un lado y coloco mi mano en su mejilla. Un gesto que lo sorprende hasta el punto de que su cuerpo se pone tenso, no está acostumbrado a recibir cariño o amabilidad.

—Va todo bien, Alejandro. Sólo soy una chica que intenta conocerte. Me rio porque fuiste el primero en comenzar el juego que se creó entre nosotros. No me trates como si tuviera que postrarme a tus pies… —Suspiro y hago una pausa mientras mi corazón vuelve a la normalidad—. No sé quién eres, pero te garantizo que eres lo más interesante que me ha pasado en toda mi vida. —Poniéndome de puntillas, pongo mis labios sobre los suyos mientras continúo mirándole a los ojos—. No sé qué te pasó, pero puedo sentir la rabia y el dolor que tienes por dentro y me gustaría que te dejaras ir hoy, es la única petición que tengo.

Parece vacilante, calla, pero un gesto a veces vale más que mil palabras y cuando apoya su frente en la mía, tengo la confirmación de que me contentará.

—Eres tan ingenua, Lya.

Tiene razón, pero prefiero ser ingenua y disfrutar el momento que no tener nada. Es sólo un día y puedo hacer lo que quiera y no arrepentirme. Por primera vez, no quiero tener frenos.

—Déjame vivir en mi ingenuidad.

Un enredo se forma en mi estómago, la decepción y el conocimiento de que un hombre como él podría ser mío, pero con caducidad, me entristece.

—Tengo un deseo, desearía que fueras simplemente Alejandro, un hombre creado para mí, al menos por hoy.

Mis palabras lo hacen sonreír, envuelve su brazo alrededor de mis hombros y partimos. —Hoy seré lo que quieras, deseo concedido. —Sacude la cabeza y parece divertido—. No puedo creer que esté haciendo esto, veamos cómo termina.

—Déjame soñar, Alejandro —digo apoyando la cabeza en su hombro. Soy patética, pero no importa, por una vez tomaré algo que quiero y mañana volveré a ser la misma. Este día quedará en mi corazón, lo guardaré celosamente y le recordaré a él como la persona que me dio lo que quería.

Me siento cómoda en sus brazos, envuelta en su calor mientras caminamos. Es un hombre hermoso que me abraza y logra hacerme sentir protegida mirándome con deseo.

Puedo tenerlo ... hoy todo es posible.

El teléfono de Alejandro interrumpe nuestro silencio, saca el terminal del bolsillo interior de su chaqueta, mira la pantalla y contesta.

—¿Quién es? —pregunta apremiante. Escucha al interlocutor y luego responde—: Estaré en Cuba mañana por la noche. —Termina la llamada y mientras se guarda el teléfono en el bolsillo, me mira—: Espero por ti que tu deseo también incluya una noche en mi cama.

Me río de su descaro. —De lo contrario, ¿qué pasa?

—No te gustaría saberlo —comenta relajado.

—¿Y si quisiera saberlo? —Segura de tener su atención, sigo hablando—: Pongamos que me gustaría ver todos tus lados ...

Me mira mal. —Hazme enfadar seriamente y lo descubrirás.

Esa expresión severa y el tono de su voz me ponen la piel de gallina. Quizás sea el caso no ponerlo nervioso, sospecho que se volvería antipático.

Atraída por una pequeña tienda de souvenirs, trato de acercarme para echar un vistazo.

—La caminata sí, el castillo sí, pero esto está fuera de discusión —explica fortaleciendo su agarre alrededor de mis hombros y obligándome a caminar.

—¿Por qué no —pregunto divertida por su reacción.

—No insistas —advierte—. No perderé mi tiempo así.

Pongo mi mano sobre la suya, que envuelve mi hombro.: —Está bien. — Me ha concedido algo más, diría que se puede llegar a un compromiso—. ¿Puedo preguntarte sobre tu vida?

—¡No! Mañana será como si nunca nos hubiéramos conocido y no tiene sentido perder el tiempo en temas que no conducirán a nada interesante.

Suspiro molesta. —¿Porque?

—Porque no se me permite la normalidad, Lya —explica con amargura en su tono de voz—. Disfrutemos lo que podemos tener hoy. Créeme cuando te digo que lo que me está pasando es una locura, pero aquí estoy para saciar mi curiosidad por ti.

—¿Qué pasa si no estoy de acuerdo? —Intento provocarlo, sabiendo que tendré su reacción.

Me mira a los ojos, ralentizando el paso. —Eres tan ávida que irías al infierno conmigo para continuar, pero yo soy la persona más madura de los dos y tengo que tomar la mejor decisión. Estoy concediendo a ambos un día para tener todo lo que queramos, pero en la vida real, tú y yo vivimos en dos universos que nunca se encontrarán.

Con una mueca en mi rostro, miro al frente murmurando: —No estoy tan desesperada ... eres atractivo y dispuesto, pero no dije que seas el hombre adecuado para mí.

Miro su expresión por el rabillo del ojo, parece estar reprimiendo una sonrisa.

—Soy fascinante —susurra frotando sus labios en mi sien—. Provocador —continúa con tono pícaro—. Irresistible —susurra otra palabra, seguida de un delicado beso en la frente.

—Y presuntuoso —agrego resoplando. Se las arregló para ponerme la piel de gallina, odio que le tome tan poco obtener mi reacción. Tal vez sea su aura de misterio lo que me impide resistirme, pero no dejaré que manipule mi mente, no importa cuán hábil seductor sea.

—¿Vamos a almorzar? —pregunta desenvuelto, con la mirada fija en el camino frente de él.

—Hay un buen restaurante en la colina, nada pretencioso, pero la comida es excelente —explico.

Es malo saber que hoy tendré un día especial y mañana me despertaré sólo con el recuerdo de nosotros ... dos personas que no se conocen, pero que juntas logran crear algo único e inexplicable.

—¿Serás mi guía? —pregunta distrayéndome de mis pensamientos.

—Si es lo que quieres ...

Se encoge de hombros con expresión burlona. —Deseo mucho más de ti, pero quiero ver hasta dónde llegas.

Evito responder a su provocación y levanto la vista al cielo, recordándome que es un hombre y que el final del día, para Alejandro sólo puede tener una conclusión: él y yo juntos en la cama.

Caminamos unos veinte minutos, de vez en cuando intercambiamos algunas miradas furtivas, pero nada más. Me abraza con fuerza como si le perteneciera y agradezco a Dios que no me suelte, porque puedo tambalear si mi cuerpo es privado por su cercanía. Es una buena sensación y no me siento incómoda, es como si nos conociéramos desde siempre y parece normal lo que estamos haciendo.

Paramos frente al restaurante Kastel House, él mira la entrada con curiosidad y esto me relaja al punto que encuentro el valor para tomar su mano y llevarlo dentro del local.

—Interesante —comenta con expresión indiferente—. ¿Has estado aquí antes? —pregunta.

—Sí, de vez en cuando me permito un almuerzo aquí.

Se mueve levemente a mi izquierda y me abre la puerta, un gesto galante que hace que mi corazón se acelere, porque es la primera vez que me pasa algo así. A Raoul no le importaban esas cosas, pero yo las quería. Con Alejandro tengo claro que necesito un hombre y no un chico de mi edad, es una lástima que la persona a mi lado quiera regalarme sólo un día de toda su vida.

Una vez dentro, observa el entorno rústico con las vigas de madera en el techo y las paredes de piedra. No es un restaurante moderno, pero tiene algo especial y acogedor. Sabiendo que nadie vendrá a vernos, elijo una mesa de madera con bancos a cada lado.

—¿Te gusta? —pregunto mientras se sienta frente a mí.

—¡Especial! —dice mirando a su alrededor con curiosidad—. Es acogedor —continúa devolviéndome la mirada—. Buena elección.

Siento un poco de calor y no es por la temperatura sino por el efecto que tiene en mí cada vez que me mira.

Un hombre de mediana edad se acerca a la mesa, nos saluda en checo y nos entrega dos menús. Pido dos cervezas locales, una elección atrevida, porque no sé si a Alejandro le gustará.

—Si me permites, te recomendaría dos platos típicos —digo volviéndome hacia el besador, que no ha dejado de mirarme ni un solo momento.

La comisura de su boca apenas se eleva en una sonrisa de tirano. —Adelante, pues ya sabes lo que es mejor para mí.

Sobrevuelo sobre su frase y como si nada, abro el menú y finjo leer, cuando en realidad ya sé qué pedir para ambos.

Poco después levanto la mano y llamo al empleado para pedir; no se hace esperar y se acerca con un cuaderno y un bolígrafo entre los dedos.

 

—Jedna Goulash a dvě Svíčková na smetan —digo y le entrego los menús al caballero—. Mockrát děkuju .

—No dejas de sorprenderme, Lya —comenta Alejandro.

No consigo saber si está sorprendido de forma positiva, su expresión indescifrable no me permite relajarme.

—Pedí el guiso —digo tratando de romper la tensión —y el asado —continúo—. No veo la hora de saber qué piensas. La primera vez que lo probé fue extraño. Cuando llamé a mi madre para contarle todos los platos típicos que degusté en Praga, se asombró porque yo nunca fui valiente, considerando que antes de salir de Cuba siempre comía lo mismo y...

—Lya —interrumpe mi monólogo en tono autoritario.

—¿Sí?

—Relájate, no estás en una cita con cualquier hombre. No tienes que impresionarme, porque ya lo has hecho. —Se detiene y apoya el brazo sobre la mesa—. Dame la mano, Lya —ordena.

Vacilante, la deslizo sobre la suya; con un gesto seco la agarra, entrelaza nuestros dedos y me encadena con esa mirada que responde a todas las preguntas sobre el universo masculino.

¡Me desea!

—Me gusta tomar tu mano, extrañamente tu calidez me calma y me hace más despreocupado —declara desplazándome—. No tengas miedo, sé tú misma, a los demás tiene que agradarle como eres, no como a ellos les gustaría que fueras.

—Me confundes, Alejandro. A veces eres esquivo, impredecible, luego sacas a relucir tu sabiduría ... Me encantaría saber cómo puedes ser todo esto —comento incapaz de controlar mis palabras y él sonríe.

Arrastra mi mano hacia él, inclina un poco la cabeza hacia adelante y la besa con una delicadeza que se puede comparar a una pluma que descansa sobre la piel. Sus ojos se fijan en los míos, sus labios en el dorso de mi mano y desearía que este momento nunca terminara.

—Porque soy todo esto, Lya. No tengo personalidad, puedo hacer el bien, pero también puedo hacer el mal y eso me condena a tener una vida intensa, pero al mismo tiempo solitaria.

—¿Por qué no quieres darme una oportunidad? ¿Qué tiene de malo conocerse? No te estoy pidiendo una garantía a largo plazo, sino sólo para darnos una oportunidad, como hacen las personas que están interesadas una en la otra.

Aparta los labios, masajea el dorso de mi mano con el pulgar y dice: —No es justo, Lya. No sabes quién soy y es mejor así, porque me gusta la forma ingenua que tienes conmigo. Toma todo lo que pueda ofrecerte y guarda un hermoso recuerdo de nosotros. Me gustaría que al menos me recordaras con una sonrisa en tu rostro.

Bajo la mirada hacia mi mano en la suya y suspiro, consciente de que no puedo discutir, porque él es firme en su decisión y no habrá mañana para nosotros. Acepté, nadie me obligó y tengo que sentirme satisfecha.

Llegan nuestras bebidas y comenta: —Singular, de verdad. Nunca he estado en una cita como esta, en la que una mujer elige beber cerveza y decide qué comeré yo.

Me encojo de hombros, bebo de mi vaso y digo: —Me alegro de haberte sorprendido.

Alejandro sigue mirándome: —No puedo explicar lo que está pasando entre nosotros. Estoy tan sorprendido como tú, Lya, pero quiero disfrutarlo, lo necesito antes de volver a mi vida y para lo que nací. —Parece amargado, como si no tuviera más remedio que aceptar su destino.

¿Quién eres, Alejandro? ¿Por qué tengo la impresión de que llevas una carga que te está desgastando?

—¿Por qué no quieres hablarme de ti?

—Porque me buscarías y no quiero que eso suceda.

Tiene razón, iría a buscarlo.

Me gustaría insistir, pero desisto; llegan nuestros platos y nuestro almuerzo transcurre en silencio, hasta que entre un bocado y otro comenta: —El asado es excelente. ¿Por qué también ordenaste el guiso para mí y sólo un plato para ti?

Levanto la nariz, me inclino hacia él y le susurro: —No me vuelve loca su guiso, aunque la carne que usan para prepararlo es buena.

Sus ojos se clavan en los míos y sonríe genuinamente. Una de esas sonrisas que me derriten y que la hacen menos autoritario y aterrador.

Esa es, la misma extraña sensación que tengo desde la primera vez que le vi. Su ser siempre controlado e inexpresivo, en realidad oculta la autenticidad, pero podría estar equivocada, no soy una experta en evaluaciones del género masculino, dados mis antecedentes.

—¿Algún plan para la tarde? —pregunta mientras toma el último trozo de carne de su plato.

—No sé ... ¿cine?

Él frunce el ceño. —Habitación de hotel, ¿verdad? —dice provocando y mastica el último bocado mirándome. ¿Por qué me siento como ese trozo de carne?

Trago incómoda. —¿Quién tiene sexo por la tarde?

Es absurdo que hiciera una pregunta así, las palabras salieron solas, nunca logro contener mi lengua.

—Puedo hacerlo muy bien. —Se inclina hacia mí—. En cualquier momento del día o de la noche, durante muchas horas ... —Hace una pausa, lamiendo la comisura de la boca—. Ni siquiera puedes imaginar cuántos juegos conozco y cuáles llevan tiempo —continúa provocador—. Dime, hijita, ¿quieres seguir con tus paseos o prefieres venir a la cama conmigo ahora?

Pongo ambas manos sobre la mesa y respiro hondo, sosteniendo su mirada. —Ya me habías convencido con el “durante muchas horas”. Vamos Alejandro, enséñame que sabes hacer.

Sonríe satisfecho y ahí es cuando me doy cuenta de que he declarado mi rendición. Seré suya, ahora es su turno de liderar el juego.

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