Kris

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Capítulo 10

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Capítulo 10

Lya

Volver a Cuba para el cumpleaños de mi madre fue una mala idea, pero no podía hacer otra cosa, sé que se necesita mucho para que toda la familia se reúna para celebrarlo.

Lástima que estar aquí significa mirar al pasado a la cara y fingir que todo está bien. Es un pasado del que no puedo deshacerme, considerando que la madre de Raoul es la mejor amiga de mi madre. Esto significa que tendré que quedarme en el mismo espacio con él, después de dieciocho meses sin verlo.

Cuando aterricé en La Habana, no sé por qué extraña razón, esperaba conocer casualmente al hombre que ha estado jugando con mis pensamientos durante los últimos diez días. Alejandro, un nombre que nunca olvidaré. Es patético esperar encontrarme con él cuando no sé nada y puede haber mentido sobre su procedencia; al fin y al cabo, no estaba obligado a revelarme la verdad.

Cuando llegué a casa, pasé la mañana con mis padres, les traje regalos y nos reímos mientras les contaba algunas de mis desventuras. Luego, durante el almuerzo, por enésima vez me pidieron que me quedara en Cuba, pero todavía no estoy preparada para esto, quiero vivir en Praga, aunque no haya decidido cuánto tiempo.

—Mis amigos también estarán en la fiesta de esta noche —dice mi madre, sorbiendo su refresco de naranja. Está intentando prepararme, lo sé, pero ya había tenido en cuenta lo que me iba a encontrar.

—No te preocupes, mamá, estoy bien —trato de tranquilizarla.

Mi padre resopla: —Ese chico es un idiota.

—Gustavo, no digas eso, era joven y no sabía lo que quería de la vida, mucho menos un sentimiento fuerte como el amor.

Levanto la vista al cielo: —¿Podemos por favor no hablar de lo que pasó? Estoy aquí para estar con vosotros unos días y luego me iré. Quiero vivir estos momentos con serenidad.

Mi madre toma mi mano, la aprieta y me mira a los ojos.

Oh, no, odio cuando está triste por mi culpa.

—Vuelve a casa, Lya. Te extrañamos mucho, tu padre y yo nos quedamos solos, tu hermana lleva años viviendo lejos y tú… —Una lágrima cae sobre su rostro y mi corazón se rompe, no quiero que se sienta mal. Soy la pequeña de la casa, mi madre siempre ha esperado que al menos yo estuviera cerca, pero no fue así.

—Te quiero mucho, pero por el momento necesito alejarme de Cuba. —Los miro a ambos—. Pero algún día volveré, lo prometo.

La verdad es que no volveré hasta que haya decidido mi futuro.

Suena el timbre y mi padre mira su reloj de pulsera. —Nunca cambia, siempre llega tarde —murmura levantándose.

—Beatrice —afirmo entusiasmada siguiéndolo hasta la entrada.

— Hola —exclama mi hermana mientras mi padre se mueve para abrir la puerta.

—Cariño —dice mi madre feliz, abrazándola—. Por fin estás aquí —continúa mientras Beatrice me mira y sonríe.

—Al parecer, la pequeña llegó antes que yo —comenta—. Hola, papá. — Lo besa en la mejilla y luego se acerca a mí—: Pajarilla —me abraza—, te extrañé.

—Yo también. —Ha pasado un siglo desde la última vez que nos vimos, por suerte nos escuchamos regularmente por teléfono, a pesar de que ella estaba tan ocupada con el trabajo el último mes, que terminamos enviándonos correos electrónicos.

La observo mientras camina con aquellos tacones vertiginosos y un vestido de tubo morado que envuelve su cuerpo torneado y esbelto . Está guapa, salió a nuestra madre, pero yo no sé realmente a quién salí, probablemente de mi abuela, porque soy menuda.

—No os podéis imaginar el infierno en el aeropuerto, no lograba encontrar mi equipaje —dice mi hermana, mientras mi madre toma su maleta y la lleva a su habitación—. Si hubieran perdido mis cosas, en ese momento habría podido matar a alguien —continúa Beatrice, sentándose en el sofá—. No veo la hora de relajarme un par de días, estoy agotada.

Voy a sentarme a su lado. —Te veo bien, ¿cómo va el trabajo?

Se encoge de hombros y empuja su largo cabello hacia un lado, luego extiende la mano y acaricia mi espalda: —Conseguí un ascenso con el informe que hice de la familia De La Rosa —dice casualmente—. Y se me han abierto muchas puertas desde entonces.

Sonrío feliz por ella: —Estoy orgullosa de ti, trabajaste duro para llegar a dónde estás—. La abrazo, cierro los ojos por un momento y suspiro. ¡Hogar!

—Dime, ¿cómo van las cosas por Praga? ¿Por fin has conocido a alguien interesante?

Trago nerviosa. No me gusta tener secretos con mi hermana, pero me temo que si le contara sobre Alejandro, ella juzgaría mis decisiones. Nunca creería que pasé un día y una noche con un hombre de quien sólo conozco su nombre y que actuamos como pareja. Me tomaría por loca, pues no tuve un comportamiento normal y estoy un poco avergonzada, pero si volviera atrás, lo haría todo de nuevo.

—Nada interesante, sólo trabajo.

Me mira desconfiada, pero no insiste y dirige su atención a mi padre, que entra a la habitación con un paquete.

—¿Creéis que debería darle mi regalo ahora? —Parece dudoso. Beatrice y yo lo convencimos para que pensara especialmente a nuestra madre, considerando que no es exactamente un hombre romántico y cariñoso.

Mi hermana se pone de pie y suspirando, le pone la mano sobre el hombro: —¿Por qué sois tan extraños los hombres? Ve a esconder el regalo, le encantará abrirlo frente a todos esta noche, para poder presumir de tener un marido fantástico.

 

En respuesta, frunce el ceño y la mira molesto antes de darse la vuelta y alejarse murmurando: —Toda esta puesta en escena para un regalo.

Beatrice gira sobre sus talones, pone las manos en sus caderas y me mira de una manera que conozco muy bien.

Oh-oh, estoy en problemas.

—Vamos, esta noche debes estar maravillosa, Raoul debe sufrir y tú debes divertirte.

Me dejo caer en el sofá y levanto la vista al cielo: —Dime que no me veré como una estrella del porno como la última vez, júralo.

—Eres demasiado dramática, era sólo un vestido de cuero ajustado, no fue el fin del mundo. —Toma mi mano y me arrastra con ella, seguimos hasta mi antigua habitación, que se ha quedado exactamente como estaba.

Raoul se arrepentirá de haberte dejado esta noche. Escuché a mamá hace unos días, charlando entre unas cosas y otras, me confesó que él te estaba buscando. Está claro que intentará hablar contigo y tienes que demostrarle lo bien que estás sin un idiota como él.

Raoul quería mediar, buscando a mi madre después de que yo no respondiera sus innumerables llamadas.

Me gustaría explicarle a Beatrice que no me interesa impresionarlo y que en realidad, si pudiera, me gustaría volver atrás en el tiempo, diez días atrás, en aquella habitación de hotel con Alejandro, pero ella ni siquiera sabe de su existencia.

—Por favor, algo sobrio, no quiero ser el centro de atención. Y en cuanto a mi exnovio ... te aseguro que es agua pasada.

—Ah, ya, seguro.

Su respuesta sólo significa una cosa… que Beatrice tiene otros planes para mí.

La fiesta está en pleno apogeo. Han llegado todos los amigos de mi madre, pero ni siquiera la sombra de Raoul y espero de todo corazón que no venga; tal vez tenga un golpe de suerte y pueda evitarlo hasta que me vaya a Praga.

—Estás preciosa —dice Beatrice, entregándome una copa.

—Claro, porque soy tu creación —respondo mientras su mirada se mueve sobre mi cuerpo y sonríe satisfecha.

Ella eligió para mí un vestido rojo, corto hasta medio muslo, con un escote no muy profundo, un ver y no ver. Debo admitir que no me importa, es lindo y estoy cómoda, si no fuera por los tacones altos que me prestó.

—Lya —exclama Seley la madre de Raoul—. Estás hermosa —continúa besándome en las mejillas.

Me embarga una vergüenza repentina, no debería ser así teniendo en cuenta que la conozco de siempre.

—Gracias. ¿Todo bien?— Intento actuar como si nada, pero sé que ella y mi madre aún esperan planificar mi boda con Raoul.

En sus sueños fuimos creados para estar juntos, pero la realidad es que no me ama y ahora tengo serias dudas de que mi sentimiento por él sea amor. Nunca he podido hacer una comparación con alguien más para entender si estaba enamorada de él o no. Pero sé que lo que Alejandro logró hacerme sentir, aunque fuera diferente, fue mucho más intenso que cualquier cosa que haya experimentado con Raoul.

—Seley ¿dónde está tu hijo? —pregunta mi hermana y por ello me gustaría estrangularla. ¿Por qué me hace esto? Debería entender cuánto me molestaría su presencia.

—Lamentablemente no pudo venir —responde la mujer amargada.

—Qué lástima —murmura Beatrice.

Me invade una sensación de alivio y finalmente me relajo, disfrutando de la fiesta. Tomo un sorbo de champán y sonrío para mis adentros, satisfecha.

—Si me disculpan, iré a ver si mamá necesita ayuda —digo dándome la vuelta y saliendo del salón, no sin antes sonreírle a mi hermana.

Lo siento, tu plan fracasó estrepitosamente.

Llego a la cocina y encuentro a mis padres empezando a charlar con unos amigos, los saludo a todos con cordialidad.

—Me costaba creer que tuviera un heredero —comenta el Señor Ravente, el abogado y compañero de colegio de mi padre.

—Nadie lo sabía, pero gracias al servicio de Beatrice, la verdad ha salido a la luz y ahora todo el mundo está alerta —responde mi padre.

Parecen muy interesados en el tema, quién sabe de qué estarán hablando.

—¿Hablamos del hecho de que su hijo se postuló para el Senado en Santo Domingo? —interviene mi madre.

—¿De quién estáis hablando —pregunto curiosa. Al parecer, mi hermana hizo algo extraordinario.

—¿No has visto las noticias en las últimas semanas? —pregunta mi padre—. Está en boca de todos.

Me encojo de hombros, cohibida. —Sabes que nunca me han interesado los periódicos y las noticias políticas.

Soy la deshonra de esta familia, siempre a contracorriente y sin una pasión en común con ellos. Mientras mi hermana estudiaba y escuchaba las noticias todas las mañanas, yo veía videos en YouTube y leía novelas. Mientras ella decidía su futuro a los ocho años, yo observaba el mapamundi, soñando un día con poder viajar y descubrir nuevos lugares.

—No puedo creerlo, te perdiste el mejor trabajo de tu hermana —dice mi madre y toma el control remoto.

Sí, Beatrice siempre ha sido su orgullo. Ha seguido la carrera de periodismo, su presencia en las noticias aumenta, al igual que su popularidad y sé lo relevante que es esto para mi familia.

—Mira, lo hizo muy bien —continúa con orgullo, presionando algunos botones hasta que en la pantalla de plasma, aparece ella con aspecto muy profesional.

Sonrío. ¿Cómo pude haberme perdido el éxito de mi hermana? Imperdonable, estoy segura de que mi madre me regañará una vez que los invitados se hayan ido.

Son los subtítulos que se desplazan los que me llaman la atención, mientras mi madre sube el volumen.

—Leandro De La Rosa ha escondido del mundo a su único heredero, Alejandro De La Rosa.

En una esquina de la pantalla aparece la imagen de un hombre, tiene un aire serio y una mirada penetrante. Mi sonrisa se apaga, mientras observo esa foto y me repito que no es posible, no puede el destino haberme puesto en el camino precisamente a él.

Respira.

Mantén la calma. Razona. Debe haber algún error.

Poso los dedos en mis labios y continúo manteniendo mis ojos fijos en la imagen que retrata a Alejandro.

“¿A qué te dedicas?”. Le pregunté y me dijo: “Juego sucio para conseguir lo que quiero”.

¡Oh, Dios mío!

Nunca olvidaré aquellas palabras y ahora no puedo respirar. Mi hermana asegura haber fingido sentirse atraída por él, haber salido con él para ahondar en su vida.

¡Alejandro y mi hermana!

Que alguien me diga que esto no está pasando, si es una pesadilla quiero despertarme, porque me estoy asfixiando.

Escucho las noticias en silencio y todo lo que Alejandro me había dicho finalmente cobra sentido.

“Si supieras quién soy me odiarías y no podrías mirarme como si fuera todo lo que tienes”, había dicho y ahora me sonaba como una sentencia.

¡Basta! Esto es demasiado, no puedo soportarlo.

Tomo el control remoto y apago la televisión porque ya no puedo mirar aquella cara y escuchar a mi hermana que habla en el reportaje.

—Esta noche el famoso heredero está celebrando su cumpleaños, unas semanas después del asesinato de su padre, imagínate —dice el abogado detrás de mí con un tono de voz extraño, que no me gusta.

—Esa gente no sabe lo que significa una familia amigo mío y no me sorprendería que hubiera sido él quien lo ordenara —responde mi padre.

Me falta el aire, un nudo en la garganta me impide respirar.

No es posible. Él…

—¿Aún querrías estar conmigo, si te dijera que me voy a follar a mi propia familia?

¡Oh, Dios mío!

No me mintió, me advirtió, yo sabía que era peligroso, pero estar frente a la verdad es… devastador.

¿Cómo pude terminar deseando a un hombre como él? Tenía que mantenerme alejada de él, en lugar de eso fui a territorio desconocido, consciente de que era arriesgado.

Dejé que me poseyera porque yo lo deseaba.

Pero ¿me quería o sabía quién soy?

La idea de que me haya usado me hace temblar y me cabrea. Me tiemblan las manos, trato de disimularlo moviéndolas en la espalda, pero no estoy bien, me siento extraña, tengo como un desmayo repentino. La sensación de vértigo aumenta.

—¿Todo bien, cariño? —pregunta mi madre, sorprendida por mi repentino silencio.

—Voy a ir a mi habitación un momento, tengo un ligero mareo —miento y me alejo. Necesito encerrarme en una habitación lejos de todos, donde nadie pueda verme ni regañarme. Paso al lado de mi padre y giro a la izquierda, evitando mirar a la gente que abarrota el salón de mi madre. De repente la música y la risa se vuelven molestas, busco desesperadamente el silencio y un lugar para estar a solas con mis tormentos.

Al llegar a mi habitación, cierro la puerta y me apoyo en ella. —No es posible —balbuceo con dificultad.

Respira. No entres en pánico.

¿Cuántas probabilidades había que conociera a Alejandro De La Rosa, el mismo hombre al que mi hermana ha dedicado meses de su trabajo?

Siento que se me aprieta la garganta y el aire pasa cada vez con más dificultad.

Respira, no está sucediendo.

Tiemblo al pensar que no sea una coincidencia, espero que no sea cierto, nunca hubiera venido a mí si hubiera sabido que yo era la hermana de Beatrice, es sólo una coincidencia.

Sí, convéncete de que lo es, mantén la calma.

Me preguntaba cómo era posible que alguien como yo pudiera haber llamado su atención. Durante días creí que yo también podía atreverme, que yo también podía tener más.

—Lya, abre. —Mi hermana toca y baja la manija, pero empujo mi cuerpo contra la puerta para evitar que la abra.

No, ahora no, Beatrice, no estoy bien.

No puede saber en qué carajo de lío estoy. —Estaré ahí en un momento.

Alejandro, dime que no hiciste tal cosa ...

—Abre, Lya —insiste.

Vete.

No podré mirarla, porque se supone que ella también ha estado con Alejandro. ¿Quién podría resistírsele?

—Abre, estoy preocupada por ti, mamá dijo que no te sientes bien.

Gimo y abro la puerta, maldiciendo. Tendré que enfrentar la realidad, no puedo escapar, esta vez no hay rutas de escape, está frente a mí y me duele.

Ella me mira confundida. —Te ves molesta, ¿todo bien?

Respiro con dificultad, pero trato de mantener la calma: —Estoy bien —miento y aprieto mis dedos—. Vi tu informe y quería saber cómo conociste a Alejandro —digo evitando darme la vuelta.

Apoya su mano en mi mejilla. —¿Qué importancia tiene? ¿Desde cuándo te interesa la política?

Oh, Beatrice, si supieras lo que pasó en Praga.

Cierro los ojos y me tomo un momento antes de volver a abrirlos. —Por favor responde mi pregunta. ¿Cómo conociste a Alejandro?

Se queda en silencio, me mira con desconfianza y responde: —Hace tiempo que le seguí el rastro y mi jefe me aconsejó que fingiera interesarme por él, para poder tener más información sobre su vida. Pensé que te había contado de esto.

Pongo mi mano en mi frente y cierro los ojos.

“Estoy abrumada por el trabajo, últimamente he estado siguiendo un caso importante para mi carrera”, decía en sus correos electrónicos. Todo esto es una pesadilla.

—Dijiste que era un político, no sabía que era él.

Que alguien me diga que esto no está pasando. ¡No el mismo hombre!

—Cariño, ¿estás bien? Estás pálida —expresa preocupada envolviendo su brazo alrededor de mis hombros—. ¿Por qué estás interesada en cómo conocí a Alejandro?

—Simple curiosidad —miento de nuevo, pasando junto a ella—. Voy a tomar un poco el aire. Estoy bien, no te preocupes.

No estoy nada bien, nos acostamos con el mismo puto hombre. Sospecho que sabía quién soy. Si es así, es un desgraciado sin corazón y yo una tonta ingenua.

Salimos de la habitación y Beatrice me acompaña hacia la salida de la casa, sigue estando cerca de mí, aunque me encantaría estar sola. Ahora mismo estoy confundida y no puedo procesar las noticias como debería.

—Vuelve con los invitados, voy enseguida —digo alejándome y saliendo de la casa de mis padres.

El aire cálido me acaricia la cara, apoyo la espalda contra la pared junto a la puerta y cierro los ojos.

Respira, respira. Esto no está ocurriendo.

Pasan varios minutos antes de que los vuelva a abrir y la imagen que veo frente a mí es el auto de mi padre estacionado en el camino de entrada, un Chevrolet anticuado al que está encariñado.

Aprieto mis puños, finalmente analizo la situación y pienso. Conocí a Alejandro en Praga, no sabía nada de él, pero creo que él sabía mucho de mí. Recuerdo nuestras charlas, no había prestado atención a sus palabras, pero ahora todas vuelven a mí.

“¿Podrías mirarme como si fuera la cosa más hermosa del mundo, sabiendo que soy un hombre capaz de cualquier cosa para lograr sus objetivos?” me había preguntado.

No puede haber fingido, no el día en que me dio todo y yo le di todo lo que soy.

—Muchachita ingenua. —Seguía repitiendo, pero yo estaba demasiado ocupada sintiéndolo para preocuparme de eso.

Oh, Dios ... ¡sabía quién era yo!

Sabía que Beatrice era mi hermana, pero no entiendo por qué se acostó conmigo. ¿Por qué darme todo lo que quería? ¿La odia por poner su vida a la vista de todos?

Empujo mi cuerpo hacia adelante para alejarme de la pared y me giro ligeramente para mirar la puerta principal.

Qué vas a hacer, Lya?

Entro en la casa y busco a mi hermana, necesito saber algo fundamental, información que me permitirá decidir cómo afrontar todo esto.

La encuentro en la cocina preparando una bandeja con aperitivos y me acerco a ella. —¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu reportaje?

Muerde un trozo de focaccia, frunce el ceño y me pregunta: —¿Se puede saber cuál es tu problema?

—Contesta, Beatrice —gruño perdiendo la paciencia—. ¿Cuánto tiempo?

Se limpia las manos con la toalla. —Quince días —responde a mi pregunta y me arrastra a un rincón de la cocina, lejos de los oídos indiscretos—. Es un hombre malo y peligroso, toma lo que quiere y pisotea a todo el que intenta estorbarlo. Si por alguna extraña razón lo conoces, mantente alejada de él.

¿Cómo podría alejarme de él si lo siento debajo de mi piel, si siento que es parte de mí?

Mi boca se seca de repente, una extraña sensación se enciende en mi estómago, sube por mi garganta. Y la idea de que él y ella ...

—¿Has estado en su cama?

Suspira exasperada y aprieta aún más mi brazo. —Sí, Lya y me gustó. ¿Estás contenta ahora? ¿Quieres ir con mamá y papá a proclamar que usé mi cuerpo para lograr mi objetivo?

Niego con la cabeza y levanto la mano para silenciarla. —Estás desubicada Beatrice, no diré nada, si eso es lo que te preocupa.

Ella me mira con recelo. —Dime, ¿conoces a Alejandro De La Rosa?

Más de lo que debería.

—¡No! —miento, pero mi voz me traiciona porque no denota seguridad.

Cruza los brazos e inclina la cabeza hacia un lado. —¿Por qué tengo la impresión de que me estás ocultando algo? —insiste, diciéndome—: Nunca has tenido secretos conmigo, sabes que puedes confiar en mí.

Esta vez no, Beatrice. Nos acostamos con el mismo hombre y sospecho que ese desgraciado sabía de nuestra conexión.

Mi madre llama a mi hermana pidiéndole que lleve la bandeja a la sala. Suspiro de alivio, no sé qué responder ahora mismo. La idea de que Alejandro era consciente de nosotras sigue martillando en mi cabeza.

—Vuelvo enseguida, la charla no ha terminado, quiero saber por qué conoces a ese hombre —dice mientras se aleja y en ese momento, cambio mi atención hacia las llaves del auto que están en el mostrador de la cocina.

¡Escapa! Me digo a mí misma.

No, no seas cobarde, esta vez tienes que afrontar la situación. ¿No aprendiste nada del pasado?

Suspiro.

¡Lya, no hagas algo estúpido!

Golpeo el suelo con el talón y sonrío amargamente, recordando todas las veces que Alejandro me dijo “Eres ingenua, pequeña”. Tenía razón, no me di cuenta de nada y eso me hace sentirme una tonta que se dejó usar por un hombre del que sólo conocía el nombre.

He creído en lo que sentía y en lo que él me dio, aunque no lo conocía suficiente.

Él me usó y no puedo quitarme esa idea de la cabeza. Se burló de mí.

Siempre he seguido las reglas y por una vez me dejé llevar, pero conocí a un imbécil que me enloqueció y me siento ridícula y herida en mi orgullo.

¡Vete a la mierda, Alejandro!

Cojo las llaves del coche y salgo de casa con un objetivo en mente: llevarle un bonito regalo de cumpleaños.

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